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lunes, 16 de junio de 2014

Madama Butterfly: Discografía comentada

Un año y medio he tardado en hacer acopio de grabaciones de Madama Butterfly y comentar en el blog mis impresiones sobre cada una de ellas, tras escucharlas detenidamente. El resultado de todas esas horas de escucha es el presente post, que compila todo el trabajo de tantos meses.

Por supuesto, estas casi cuarenta versiones analizadas no constituyen de ningún modo una discografía “completa” de esta ópera, pues la idea de tener

jueves, 12 de junio de 2014

Madama Butterfly (Joel, 2012) – DVD

Alexander Joel (dir.); Alexia Voulgaridou (Cio-Cio-San); Teodor Ilincai (Pinkerton); Cristina Damian (Suzuki); Lauri Vasar (Sharpless); Jürgen Sacher (Goro); Viktor Rud (Yamadori); Jongmin Park (Bonzo), Ida Aldrian (Kate). Chor der Staatsoper Hamburg. Orchester Philharmoniker Hamburg. ARTHAUS DVD.

El pasado mes de diciembre dediqué una larga entrada en este blog a esta filmación de Madama Butterfly (ver aquí), que por aquél entonces podía verse íntegra en Youtube en el canal del tenor Teodor Ilincai, que interpreta a Pinkerton. Posteriormente el vídeo fue retirado y ahora ha pasado a comercializarse en DVD y Blu-ray por el sello Arthaus. Tras adquirirlo y verlo nuevamente, he comprobado que se trata, efectivamente, de la misma filmación sin ningún cambio respecto de lo que podía verse antes en internet, con la única diferencia de que antes, tal cual podía verse en Youtube, incluía unas entrevistas

lunes, 9 de junio de 2014

Madama Butterfly (Rahbari, 1991)

Alexander Rahbari (dir.); Miriam Gauci (Cio-Cio-San); Yordy Ramiro (Pinkerton); Nelly Boschkowá (Suzuki); Georg Tichy (Sharpless); Jozef Abel (Goro); Robert Szücs (Yamadori); Jozef Špaček (Bonzo), Alzbeta Michalková (Kate). Slovak Philharmonic Chorus. Czecho-Slovak Radio Symphony Orchestra (Bratislava). NAXOS 2 CD.

El director iraní Alexander Rahbari, conocido en Andalucía por haber sido director de la Filarmónica de Málaga hace tiempo, grabó durante los últimos años del pasado siglo los principales títulos operísticos puccinianos para el sello Naxos. En esta Butterfly de 1991, su dignísimo trabajo al frente de la orquesta es

viernes, 6 de junio de 2014

Madama Butterfly (Callegari, 2010) – DVD

Daniele Callegari (dir.); Raffaella Angeletti (Cio-Cio-San); Massimiliano Pisapia (Pinkerton); Annunziata Vestri (Suzuki); Claudio Sgura (Sharpless); Thomas Morris (Goro); Enrico Cossutta (Yamadori); Enrico Iori (Bonzo), Nino Batatunashvili (Kate). Coro Lirico Marchigiano “Vincenzo Bellini”. Fondazione Orchestra Regionale delle Marche. UNITEL CLASSICA DVD.

Una de las más interesantes grabaciones recientes de Madama Butterfly es esta filmación registrada en 2010 de unas representaciones al aire libre en el Sferisterio de Macerata. Tanto a nivel musical como escénico las cosas tienen un nivel lo suficientemente notable como para que pueda considerarse a esta como una función de altura, aunque naturalmente, hay también altibajos y aspectos discutibles.

Comencemos con la puesta en escena. El trabajo de Pier Luigi Pizzi es verdaderamente digno de encomio en muchas cosas, pues consigue transmitir

miércoles, 28 de mayo de 2014

Madama Butterfly (Neuhold, 1997)

Günter Neuhold (dir.); Svetlana Katchour (Cio-Cio-San); Bruce Rankin (Pinkerton); Fredrika Brillemburg (Suzuki); Heikki Kilpeläinen (Sharpless); Uwe Eikötter (Goro); Loren Christopher Lang (Yamadori); Andreas Haller (Bonzo), Kristen Strejc (Kate). Bremen Theatre Chrous. Bremen Philharmonic State Orchestra (Versión original de La Scala, 1904). NAXOS 2 CD.

Apenas unos meses después de que se realizase la grabación de Charles Rosekrans –la primera de la versión original de Madama Butterfly, tal y como fracasó en su estreno en La Scala en 1904– el sello Naxos respondía y grababa este registro de Günter Neuhold que se presenta como única alternativa posible. Hasta donde sé, creo que no se comercializa ninguna otra grabación de

lunes, 26 de mayo de 2014

Madama Butterfly (Rosekrans, 1996)

Charles Rosekrans (dir.); Maria Spacagna (Cio-Cio-San); Richard Di Renzi (Pinkerton); Sharon Graham (Suzuki); Erich Parce (Sharpless); Richard Markley (Goro); Balazs Pòka (Yamadori); James Butler (Bonzo), Vivica Genaux (Kate). Hungarian State Opera House Orchestra & Chorus (Versiones de La Scala, Brescia y París). VOX 4 CD.

La presente grabación de Madama Butterfly constituye un documento interesante que destaca de entre la masa de grabaciones existentes de esta ópera no tanto por su nivel musical –que es en general meramente correcto– como por su interés histórico. Es el primer registro realizado de la versión original de la obra,

miércoles, 30 de abril de 2014

Madama Butterfly (Bellini, 1984)

Gabriele Bellini (dir.); Raina Kabaivanska (Cio-Cio-San); Nazzareno Antinori (Pinkerton); Alexandrina Milcheva (Suzuki); Nelson Portella (Sharpless); Roumen Doikov (Goro); Verter Vrachovski (Yamadori); Kosta Dinkov (Bonzo), Rositsa Troeva-Mirgheva (Kate). Sofia Philharmonic Orchestra. “Svetoslav Obretenov” Bulgarian National Choir. FREQUENZ 2 CD.

Hace algo menos de un año comentaba por el blog el famoso DVD de Madama Butterfly de Raina Kabaivanska y Nazzareno Antinori en la Arena de Verona en 1983 (véase esto). Esa filmación, pese a adolecer de ciertos puntos discutibles, es muy famosa y celebrada entre los aficionados, y lo cierto es que por la misma

martes, 29 de abril de 2014

Madama Butterfly (Sucharitkul, 2007) - DVD

Somtow Sucharitkul (dir.); Nancy Yuen (Cio-Cio-San); Israel Lozano (Pinkerton); Yun Deng (Suzuki); Colin Morris (Sharpless); Peter Ong (Goro); Vutiphand Pongtanalert (Yamadori); Pitchaya Kemasingki (Bonzo), Shellagh Angpiroj (Kate). Siam Philharmonic. Orpheus Choir of Bangkok. BANGKOK OPERA DVD.

De todas las grabaciones de ópera que llevo comentadas en El patio de butacas, esta Butterfly tailandesa es, con toda seguridad, la que ofrece un nivel más mediocre, más próximo a las posibilidades de un grupo de aficionados que de profesionales de la ópera. De hecho, tengo serias dudas de si esta versión no es puramente amateur en lugar de profesional, pues el estuche del DVD viene sin cuadernillo y apenas trae información de nada. Sea como fuere, como sabrá quien lea con frecuencia este blog, hace tiempo que busco hacer una discografía comparada de esta gran ópera –meta que cada día está más y más cercana– y por eso mismo adquirí hace poco esta versión: cuantas

sábado, 29 de marzo de 2014

Madama Butterfly (Molajoli, 1929)

Lorenzo Molajoli (dir.); Rosetta Pampanini (Cio-Cio-San); Alessandro Granda (Pinkerton); Conchita Velasquez (Suzuki); Gino Vanelli (Sharpless); Giuseppe Nessi (Goro); Aristide Baracchi (Yamadori); Salvatore Baccaloni (Bonzo), Cesira Ferrari (Kate). Orchestra e Coro del Teatro alla Scala. BONGIOVANNI 2 CD.

He aquí la primera grabación completa que se realizó de Madama Butterfly tal y como la concibió Giacomo Puccini (existe una anterior, de 1924, cantada en inglés), efectuada tan sólo cinco años después de su fallecimiento. La importancia histórica de este registro es, por tanto, incuestionable, y su calidad

jueves, 27 de marzo de 2014

Madama Butterfly (De Fabritiis, 1956) – DVD

Oliviero De Fabritiis (dir.); Anna Moffo (Cio-Cio-San); Renato Cioni (Pinkerton); Miti Truccato Pace (Suzuki); Afro Poli (Sharpless); Gino Del Signore (Goro); Pierluigi Latinucci (Yamadori); Dimitri Lopatto (Bonzo), Lella Dori (Kate). Coro y Orquesta de la Radiotelevisión Italiana de Milán. VAI DVD.

El sello VAI tiene el gran mérito de desenterrar viejas filmaciones protagonizadas por grandes mitos de la ópera y ponerlas a disposición del público. Normalmente ocurre que la calidad de imagen no es como para tirar cohetes precisamente, pero al menos se ofrece al aficionado la oportunidad de ver a grandes figuras de la ópera y de captar algo de lo que debía ser el impacto que producía su presencia escénica, más allá de lo reflejado en las grabaciones de audio. Eso sí, la única pega es que el precio de los productos de VAI podría ser bastante más barato.

Este DVD que comento es una vieja –y visualmente modesta– película de Madama Butterfly, protagonizada por una joven Anna Moffo que estaba a punto de despegar como una figura de primera magnitud en el mundo de la ópera. La dirección de este telefilm de 1956 corrió a cuenta de Mario Lanfranchi, que quería a una intérprete joven capaz de resultar visualmente creíble como la dulce

miércoles, 26 de febrero de 2014

Madama Butterfly (Patané, 1981)

Giuseppe Patané (dir.); Veronika Kincses (Cio-Cio-San); Peter Dvorsky (Pinkerton); Klára Takács (Suzuki); Lajos Miller (Sharpless); István Rozsos (Goro); Péter Korcsmáros (Yamadori); József Gregor (Bonzo), Gabriella Számadó (Kate). Hungaria State Opera Chamber Chorus & Orchestra. HUNGAROTON 2 CD.

Ocho años después del relativo fiasco de su primer registro de Madama Butterfly (click aquí), Giuseppe Patané efectuó una segunda grabación en estudio, de nivel superior. En lo que se refiere a su labor frente a la orquesta, aquí ha corregido la premura excesiva de la que hizo gala en 1973 y ofrece una lectura mucho más reposada, calmada e intimista. La orquesta suena espléndidamente,

domingo, 16 de febrero de 2014

Madama Butterfly (Patané, 1973)

Giuseppe Patané (dir.); Maria Chiara (Cio-Cio-San); James King (Pinkerton); Trudeliese Schmidt (Suzuki); Hermann Prey (Sharpless); Ferry Gruber (Goro); Anton Rosner (Yamadori); Richard Kogel (Bonzo), Eileen Broady (Kate). Chor des Bayerischen Rundfunks. Münchner Rundfunkorchester. RCA 2 CD.

¿A quién se le ocurrió cambiarle el nombre a Pinkerton en esta grabación de Madama Butterfly? El desvergonzado marino que abandona a una chica japonesa embarazada no se llama aquí Pinkerton, sino Linkerton, con “L” de Logroño. Al oírlo por primera vez pensé que sería un simple despiste del cantante, o quizá que no había escuchado bien, pero al final resulta que todos los miembros del reparto acaban pronunciando el nombre de esa manera tan extraña... y tan irritante. Es francamente molesto, y al menos para mí carece de ningún sentido.

Al margen de esta anécdota, la grabación no es que sea tampoco para tirar muchos cohetes. Maria Chiara muestra como Butterfly una afinación pulcra como pocas veces se habrá podido escuchar, pero durante el primer acto aparece distante y poco comunicativa, al menos para un servidor, a nivel expresivo. Mejora algo en implicación a partir del segundo acto, que de otra manera se desmoronaría al exigir de obvias dotes dramáticas, pero no llega a conmover. En cuanto a “Linkerton”, James King fue un tenor de segunda en su época por el que hoy se pelearían probablemente los teatros. Le tocó la mala fortuna de desarrollar su carrera en una época en la que la competencia era feroz. Aquí, en esta Butterfly, no acaba de convencer. Durante los primeros minutos del acto primero incurre en el error de echarse la voz atrás, con lo que la emisión pierde naturalidad y pasa a sonar forzada. Más adelante, a partir de la primera entrada del cónsul, abandona este vicio, pero dibuja a un Pinkerton tosco y muy pobre de matices expresivos, cantado casi siempre en forte. Entra como un elefante en una cacharrería en el “Bimba dagli occhi”, que exige una obvia sutileza por parte del tenor, y su brusquedad hace que todo el dúo de amor se resienta (ahí están, para comprobarlo, sus ásperos “Vieni, vieni”). Tampoco acaba de aprovechar King la oportunidad del último acto para enmendarse, y hace que su Pinkerton suene afectado antes que atormentado. En suma, el tenor tiene la voz –cuando quiere dejarla correr sin forzarla– pero no una interpretación convincente.

Del Sharpless de Hermann Prey es mejor no decir mucho. Está mal, a mi entender. Al margen de exhibir un vibrato por momentos molestísimo, muestra una línea de canto horrenda llena de impurezas, en la que continuamente arrastra las notas desde abajo con portamenti incluso cuando no se trata precisamente de agudos comprometidos. Es un miscast evidente aquí. A decir verdad, los únicos que se salvan de los secundarios son los correctos Trudeliese Schmidt (Suzuki) y Anton Rosner (Yamadori). Ferry Gruber es un Goro de voz gastada, y Richard Kogel, el bonzo, se engola y resulta más tosco de lo que debería (una cosa es que el personaje esté indignado y otra es que ladre).

La dirección de Giuseppe Patané es muy irregular y en mi opinión está lejos de contarse entre las más logradas de la partitura. Dirige con efectismo y se recrea en la belleza sonora, apostando en general por tempi rápidos. El problema es que tanta prisa es enemiga a veces de conseguir un resultado convincente. La escena de la primera aparición del hijo de Butterfly, por ejemplo, se resiente mucho por el tratamiento de la orquesta, privada de intesidad dramática. El “Gran ventura” está dirigido de modo burdamente rutinario, como si se tratase de una mera escena de transición sin importancia sobre la que se puede pasar de puntillas. También suenan estridentes los metales del “Dovunque al mondo”, y es cursi a más no poder el modo en el que detiene el sonido en el “Chi sará?”, justo en medio del “Un bel dì”.

No es en absoluto una grabación imprescindible. Para coleccionistas de versiones.

viernes, 31 de enero de 2014

Madama Butterfly (De Waart, 2003) – DVD

Edo de Waart (dir.); Cheryl Barker (Cio-Cio-San); Martin Thompson (Pinkerton); Catherine Keen (Suzuki); Richard Stilwell (Sharpless); Peter Blanchet (Goro); Roger Smeets (Yamadori); Andrzej Saciuk (Bonzo), Anneleen Bijnen (Kate). Chorus of the Netherlandse Opera. Netherlands Philharmonic Orchestra. OPUS ARTE 2 DVD.

Dice Robert Wilson en los extras de este DVD que Madama Butterfly fue la primera ópera que vio en su vida, a la edad de diecisiete años. Y dice también que no le gustaron nada ni la música ni la producción escénica. Lo que no aclara realmente es si su opinión ha cambiado con los años, pues la historia de Cio-Cio-San no es en mi opinión la que mejor se pliega a su peculiar lenguaje visual. En este blog comenté hace mucho su interesante Orfeo y Eurídice con Gardiner, que aun teniendo sus cosas cada vez que lo veo me gusta más. Esta Butterfly, en cambio, está para mí algo por debajo, y creo que la razón hay que buscarla en que la historia que cuenta esta ópera es muy “terrena” para la forma tan austera y casi espiritualizada de la que él hace gala. Para ser completamente franco, se me hace difícil imaginar que cualquier ópera de Puccini pueda encajar completamente en el “estilo Wilson”. Pero no es más que una opinión personal, naturalmente rebatible.


El “estilo Wilson” se manifiesta aquí, como siempre, eliminando cualquier elemento escénico que no sea absolutamente imprescindible y centrándose en contar la historia básicamente a través de la iluminación –que es estupenda, todo hay que decirlo, y crea bellos efectos con las sombras– y sobre todo del lenguaje gestual de los cantantes que se encuentran sobre el escenario. Con esa austeridad visual busca que el oyente pueda centrarse en la música sin distraerse visualmente. Así, tenemos un escenario casi permanentemente vacío, y muchos de los objetos que deberían aparecer son invisibles, puramente imaginarios. Por ejemplo, las pertenencias personales que Butterfly muestra a Pinkerton antes de su boda –el sable de su padre, el abanico, el tarro de pintura, etc.- sencillamente no están, y es el espectador quien tiene que imaginarlas en las manos de los cantantes. 


Predominan, como es habitual en Wilson, los vestidos largos y los colores fríos, y principalmente los tonos azulados. Los movimientos de los cantantes sobre el escenario ni son ni buscan ser realistas, sino transmitir visualmente las emociones internas de los personajes a los que interpretan. Los intérpretes se mueven, por tanto, como a cámara lenta y gesticulando con los brazos, en una forma de expresión corporal que se supone que Wilson saca del teatro japonés. 

El resultado de todo esto es visualmente atrayente, y es evidente que detrás de un montaje de este tipo hay un trabajo considerable, a pesar de su pretendida simplicidad y austeridad. La cuestión es que este tipo de propuesta escénica funciona mejor o peor según la ópera en cuestión, y me da la sensación, repito, de que la combinación de Madama Butterfly y Robert Wilson no acaba de ser del todo pacífica. De todas formas, como siempre me ocurre con este hombre, creo que el resultado debe ganar mucho más visto en persona que en DVD. Eso sí, en mi opinión sobra alguna que otra chorrada pseudo-intelectualoide, como cuando el hijo de Butterfly se dedica a comerse “piedrecitas” del suelo (?) durante el “sueño” orquestal. Los más devotos de Wilson podrán llamarme bárbaro por decir esto y acusarme de no interpretar bien no sé qué simbolismo. Tanto me da. Me parece una tontería.


Musicalmente no es gran cosa esta Butterfly. La pareja protagonista tiene medios suficientes, creo, como para hacer un buen trabajo, pero ninguno de los dos consigue recrear de manera completamente satisfactoria sus papeles. Cheryl Barker tiene una buena voz para cantar Butterfly, aunque algunas veces queda tapada por la orquesta (“Il guaio è che non voglio”). Por otra parte, desde luego no compone al personaje como un ser aniñado. Ni siquiera tierno. Sobre todo durante el primer acto parece contagiada en lo vocal, y no solo en lo gestual, de la deliberada “frialdad” de Wilson y acaba resultando un tanto indiferente. También resulta frío y poco implicado emocionalmente el Pinkerton de Martin Thompson, que además no parece del todo cómodo y tira de portamenti.

Si bien los dos protagonistas parecen algo por debajo del nivel que creo que podrían alcanzar en términos de expresividad vocal, los secundarios son ya abiertamente mediocres, con la salvedad de la eficaz Suzuki de Catherine Keen. Richard Stilwell hace un Sharpless bastante malo, con una fea emisión muscular, fibrosa, y un fraseo que deja mucho que desear en el “Di strapparvi assai mi costa”, lejos del canto legato. Peter Blanchet (Goro) dispone, por su parte, de unos medios vocales peores que discretos: voz muy blanca y fea, siempre según mi humilde entender. La cosa se cierra con un Yamadori meramente cumplidor (Roger Smeets) y un bonzo que no impone nada (Andrzej Saciuk).


No está mal la dirección musical de Edo de Waart, inhabitual en Puccini. De hecho, si no recuerdo mal, creo que él mismo señala en las entrevistas que se incluyen como bonus que este era su primer Puccini. Tampoco se corta criticando lo que no le gusta del montaje de Wilson, concretamente el aspecto japonés con el que aparecen en escena los personajes estadounidenses, atenuándose así un pilar de la historia como es el choque entre culturas. Sea como fuere, acompaña bien con la orquesta, aunque introduce el corte habitual en el coro de parientes de Butterfly anterior al “O amico fortunato”. Su visión de la partitura es elegante y tiene quizá cierta tendencia a la lentitud. El principal reparo que se le puede poner es que, en mi opinión, su dirección resulta competente pero algo blanda y desapasionada, falta en suma de intensidad dramática y fuerza expresiva.

En resumen, la versión puede ser interesante para los admiradores de Wilson y para aquéllos que gusten de enfoques poco infantiles para el papel de Butterfly, pero globalmente creo que hay DVDs preferibles a este en conjunto.


miércoles, 22 de enero de 2014

Madama Butterfly (Rescigno, 1961)

Nicola Rescigno (dir.); Magda Olivero (Cio-Cio-San); Renato Cioni (Pinkerton); Fernanda Cadoni (Suzuki); Mario Zanasi (Sharpless); Mariano Caruso (Goro); Mario Cioffi (Yamadori); Aldo Giannini (Bonzo), Anna Maria Borrelli (Kate). Orquesta y Coro del Teatro San Carlo de Nápoles. OPERA D’ORO 2 CD.

Decepciona esta Madama Butterfly de Rescigno, aun contando con un reparto que a priori se presenta como interesante. Se trata de una función del 26 de diciembre de 1961 en el Teatro San Carlo de Nápoles que distribuye Opera d’Oro con una calidad de sonido bastante mediocre. Faltan, además, los primeros compases instrumentales del segundo acto, así como los primeros acordes del “sueño” de Butterfly, que quedan mutilados. Además, el tránsito entre el primer y el segundo cedé, justo en el “Ora a noi” de Sharpless, es brusquísimo (un corte sin la menor sensibilidad).

Lo triste es que al margen de la mala calidad sonora del registro, los cantantes principales tampoco acaban de estar bien. A favor de la Butterfly de la gran Magda Olivero hay que señalar su enfoque juvenil y muy femenino del personaje, cantado con una hermosísima voz cristalina desde el “Ancora un passo”, que remata evitando el agudo final potestativo. En contra, en cambio, veo dos cosas: de un lado, el uso y abuso del lloriqueo y, sobre todo, de las risitas infantiloides, que llegan al nivel de lo irritante en el “Rido, quanto lo dovremo aspettar?”. Más graves, en cualquier caso, son los problemas de memoria que lastran su segundo acto y ponen en apuros al resto del reparto. Aunque se escucha en esta grabación la voz del apuntador, Olivero cae en despistes o entra muy perdida y a destiempo. Concretamente, esto ocurre tres veces: Al comienzo del segundo no pronuncia las palabras “son persuasa” y se pierde con la orquesta, aunque la cosa se recompone y cosecha muchos gritos de “bis” minutos después tras el “Un bel dì”. Enseguida entra Yamadori, y ella pronuncia su frase “Già legata è la mia fede” tan antes de tiempo que debe repetirla después en el momento correcto, haciendo así aún más evidente la metedura de pata. Por último, tampoco entra adecuadamente a tiempo en el “Due cose potrei far” en el que vuelve a estar perdida. Por tanto, haciendo balance, creo que tenemos aquí a una gran cantante y a una preciosa voz, pero probablemente en una mala noche. 

Otro tanto puede decirse del Pinkerton de Renato Cioni, del que escribí muy favorablemente a propósito de su registro con Scotto de seis años después, distribuido también por Opera d’Oro (véase esto). La voz es perfectamente adecuada para el papel y canta con estilo y elegancia, pero a diferencia de lo que sucedía en aquélla otra grabación, aquí parece claramente incómodo en el dúo de amor del primer acto, hasta el punto de que lo cierra soltando un “gallo” en el agudo final. Si quiere conocerse el Pinkerton de este tenor, resulta con mucho preferible el de la grabación de 1967. 

Los secundarios sí tienen un buen nivel generalizado. Fernanda Cadoni defiende sin problemas su papel de Suzuki, y Mario Zanasi es un Sharpless contundente. Cumple el bonzo de Aldo Giannini y Mario Cioffi hace un buen Yamadori. La excepción la marca aquí el mediocre Goro de Mariano Caruso, que aun teniendo una voz adecuada para el papel se dedica a declamarlo más que a cantarlo.

La labor de Nicola Rescigno al frente de la orquesta se ve muy perjudicada por la mala calidad de audio, que no permite captar con claridad colores y texturas. En cualquier caso, parece un trabajo muy en la línea de Rescigno: competente, funcional y efectivo, aunque sin especial personalidad. Es un buen acompañamiento, sin duda, aunque no es su dirección del tipo de las que suscitan interés por sí mismas, prescindiendo incluso del reparto. Como en tantas otras grabaciones, el coro de parientes de Butterfly inmediatamente anterior al “O amico fortunato” se presenta abreviado, y no hay pajaritos haciendo su "pío pío" en la sección final del "sueño".

El interés de esta grabación es más bien moderado, y es recomendable principalmente a los más admiradores del arte de Magda Olivero. Pero incluso estos deben tener presente que esta no fue su mejor noche.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Madama Butterfly (Pappano, 2009)

Antonio Pappano (dir.); Angela Gheorghiu (Cio-Cio-San); Jonas Kaufmann (Pinkerton); Enkelejda Shkosa (Suzuki); Fabio Capitanucci (Sharpless); Gregory Bonfatti (Goro); Roberto Valentini (Yamadori); Raymond Aceto (Bonzo), Cristina Reale (Kate). Coro e Ochestra dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia. EMI 2 CD.

Esta grabación de Madama Butterfly es quizá el último registro importante de esta ópera realizado en estudio. Da la sensación de que actualmente el mundo del DVD es más activo que el del disco, al menos en lo que a Butterfy se refiere. En mi opinión, la grabación de Pappano cuenta con un reparto equilibrado pero no brillante, lo que se traduce en que mantiene un nivel medio bastante aceptable, aunque bastante lejos de las grandes grabaciones históricas.

Vayamos por partes. Para empezar tenemos como protagonista a una Angela Gheorghiu que resulta bastante más convincente en el primer acto, en el que se la ve muy bien, que en todo lo que sucede a partir del segundo, en el que no se la acaba de ver cómoda en un papel que quizá resulte demasiado pesante para ella. La cosa se resume en que cumple su cometido con sensibilidad y corrección, aunque sin deslumbrar. Por otra parte, y a pesar del buen trabajo de Gheorghiu, no considero que esta soprano sea la que cuente actualmente con mejores medios para ser Butterfly. A lo largo de la discografía comparada que he realizado este año de esta ópera hemos podido ver a otras cantantes actuales hacer interpretaciones más redondas y con una mejor adecuación vocal al personaje. Y aunque puedan lloverme los tomates, diré también que Gheorghiu me ha parecido siempre una cantante sensible, elegante y de buen gusto, pero con una voz que en términos de belleza no es para tanto. Es una cuestión cargada de subjetividad, lo admito.

No me acaba de convencer el Pinkerton de Jonas Kaufmann, bastante plano durante toda la primera mitad del primer acto y claramente soso en el “Dovunque al mondo”, en donde le falta un necesario toque de picardía, o mejor dicho, de desvergüenza. Digamos que Kaufmann esboza un Pinkerton serio a la manera de Carreras, bien cantando, elegante y sensible siempre, pero también apoyado en la gola, como es habitual en el alemán.

La Suzuki de la para mí desconocida Enkelejda Shkosa está bien defendida, aunque en mi opinión tal vez le sobre un poco de vibrato. Fabio Capitanucci, por su parte, no pasará a la historia de los grandes intérpretes de Sharpless ni por belleza canora ni por recrear al personaje desde ninguna perspectiva que pueda resultar especialmente humana o sensible. Funcionan mejor los secundarios menores, como el adecuado Goro de Gregory Bonfatti y los solventes Yamadori y Bonzo de Roberto Valentini y Raymond Aceto, respectivamente.

Lo que sí me parece excelente es la preciosista dirección de Antonio Pappano, que firma una exuberante lectura de la partitura de esas que hacen que el oyente escuche cosas de esas que habitualmente no se oyen. Es la de Pappano una dirección vívida y colorista que sirve como brillante soporte a un reparto que de otra manera sólo podría producir una grabación de moderado interés.

En resumen, la orquesta, brillante. El resto, correcto, aunque lejos de la excelencia.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Madama Butterfly (Reggioli, 2013) – DVD

Giovanni Reggioli (dir.); Hiromi Omura (Cio-Cio-San); James Egglestone (Pinkerton); Sian Pendry (Suzuki); Barry Ryan (Sharpless); Graeme Macfarlane (Goro); Samuel Dundas (Yamadori); Jud Arthur (Bonzo), Nicole Car (Kate). Opera Australia Chorus. Orchestra Victoria. OPERA AUSTRALIA DVD.

Hace apenas unos meses que el sello OPERA AUSTRALIA ha lanzado al mercado este DVD de Madama Butterfly, compuesto a partir de unas representaciones del 26 y 29 de noviembre del pasado año en el Arts Centre Melbourne que se emitieron en cines. Como me hallo inmerso en la tarea de realizar una discografía comparada de esta ópera y es imposible disponer de todas las grabaciones existentes, decidí en principio prescindir de esta filmación a la espera de leer críticas que pudiesen ser lo suficientemente buenas como para empujarme a hacerme con él. A fin de cuentas desconocía a los cantantes, por lo que no tenía la menor idea de si el resultado podía ser espléndido o catastrófico. Pero al final la curiosidad me ha podido, y una vez visto, creo que aunque el nivel musical no es comparable al de otras filmaciones, el conjunto tiene indudable encanto, y sobre todo, tenemos a una buena protagonista y a una puesta en escena que me ha gustado mucho.

Aunque hay producciones escénicas más espectaculares y hermosas a la vista, esta de Peter England y Russel Cohen es probablemente la que más se acerca a lo que, para mí, sería un montaje ideal de esta ópera. Para empezar, es una propuesta a la que podemos clasificar sin miedo como “clásica”, en la que no hay ningún ánimo transgresor, y que cuenta con el gran mérito de parecer muy moderna visualmente. No hay aquí nada de acartonado ni de pretencioso, y de hecho, todo es de un minimalismo que invita al intimismo y al recogimiento. Según dicen los directores en el librito que se adjunta al DVD, hay varias influencias importantes en su trabajo.

De un lado, el teatro nō. No conozco esta forma tradicional del teatro japonés, pero según se nos hace saber, la disposición del escenario se inspira en él. Se trata de una tarima situada sobre una especie de estanque, lo cual reduce el espacio por el que deben moverse los cantantes. De fondo hay unos grandes paneles deslizantes sobre los que, una vez cerrados, se realizan proyecciones, como el bellísimo cielo estrellado al que alude la pareja protagonista durante el dúo de amor que cierra el primer acto.

Por otro lado tenemos una influencia del kabuki, variedad teatral cuyo nombre es al menos más popular para el occidental, en los movimientos estilizados y hasta cierto punto antinaturales de los personajes japoneses. Como es sabido, los montajes de Robert Wilson están muy influenciados por este tipo de teatro japonés, aunque difícilmente puede hablarse aquí de imitación, pues la estética de esta producción en nada se parece a la de la Butterfly de Wilson (de la que por cierto hablaré muy pronto por este blog). Hay aquí además un aspecto interesante: los personajes occidentales (Pinkerton, Sharpless, Kate) deambulan con perfecta naturalidad por el escenario en oposición a los orientales, lo que en cierto modo rompe la coherencia escénica. Lo que se nos quiere transmitir es una imagen estilizada, ilusoria e irreal del mundo oriental como un lugar maravilloso y enigmático, tal y como Pinkerton podía percibirlo.

Por último, un tercer punto de influencia lo constituye precisamente el gusto por lo exótico tan de moda durante buena parte del siglo XIX. Como digo arriba, todo lo japonés se enfoca con cierta magia y exotismo, con un punto de irrealidad que nos hace situarnos mentalmente más en el plano de los personajes occidentales que en el de los orientales. Y eso, en mi opinión, encaja espléndidamente bien con un libreto que busca exactamente lo mismo, pues desde el comienzo obliga al espectador a ser consciente de que el amor de Pinkerton hacia Butterfly no es más que un capricho pasajero, y que por tanto todas las esperanzas de ella en que su marido regrese a buscarla no son más que una burbuja que estallará inevitablemente. Los directores dicen haberse inspirado en este punto en pinturas de James Whistler, que muestran a mujeres occidentales en quimono.

Lo que nos encontramos, por tanto, es con un montaje minimalista pensado para que nos posicionemos un poco en el lugar de Pinkerton y nos sorprendamos ante el descubrimiento de un mundo diferente al nuestro. El resultado, en mi opinión, es espléndido, y otro punto destacable es el respeto por los aspectos japoneses del libreto, que se muestra de manera clara en dos momentos concretos:

1. Boda: Durante la escena del enlace entre Butterfly y Pinkerton, se nos muestra cómo cada uno de ellos se acerca tres veces a lo boca un recipiente para beber de su contenido, hasta el punto de que la orquesta debe ralentizar un poco el tempo. En una boda sintoísta, los contrayentes deben beber el o-miki (sake), que se distribuye en tres platos diferentes. Cada uno de los novios ha de acercarse cada plato a la boca por tres veces, bebiendo únicamente la tercera, lo que se traduce en nueve tragos aparentes y sólo tres verdaderos.

Quizá la presencia de una soprano japonesa como Hiromi Omura en el papel principal haya servido de ayuda a los directores escénicos para cuidar estos rasgos orientales de la historia, o quizá simplemente ellos se hayan preocupado por acercarse, aunque sea un poco, a lo que es una boda sintoísta dentro de lo que permiten la música y el libreto. El caso es que, lógicamente, la mayoría del público occidental no debe saber muy bien cómo es una ceremonia de este tipo, y por tanto, mucha gente interpretará esos tres sorbos simplemente como algo inventado por el director escénico. En mi opinión, hacer las cosas bien aun sabiendo que van a pasar desapercibidas es signo de trabajo serio, y merece elogiarse. 

2. Jigai. La muerte de Butterfly constituye un momento que suele representarse mal en escena y que aquí se resuelve de manera bastante satisfactoria. Las más de las veces la soprano se limita a clavarse un cuchillo en el pecho, pero lo cierto es que cuando leemos el libreto se advierte con claridad que sus autores trataron de transmitir la idea de que la protagonista se practica el jigai, es decir, la variante femenina del seppuku (parece que a los japoneses no les gusta la palabra harakiri). A diferencia de lo que ocurre con el varón, la mujer que se mata de este modo se ata antes las piernas para evitar que queden vulgarmente abiertas tras los últimos espasmos, y el corte, en lugar de realizarse en el estómago, se lleva a cabo en el cuello. Sobre este aspecto, tan sombrío como curioso, escribí una entrada completa aquí.

Antes de cerrar el apartado de los elogios a la puesta en escena y abrir el de las críticas, que aunque pequeñas las hay, quiero hacer referencia a algo que ocurre justamente en la escena del suicidio de Butterfly. En ese momento final, la protagonista toma una cruz y una pequeña bandera estadounidense que decoraban su casa y las arroja al agua. Aunque el libreto no nos informa de si Butterfly muere o no considerándose todavía una mujer occidental, aquí se nos transmite la idea de que en el plano mental ella regresa a su mundo japonés tras mostrarse como falso a sus ojos todo cuanto Pinkerton encarna. Ponnelle, en su película, tiene la misma idea, haciéndola rezar en su momento final no ante una imagen de Jesús, sino ante un altar budista. Para mí, esta decisión no encuentra un sustento directo en el libreto, pero sí es una buena interpretación de aquello sobre lo que precisamente guarda silencio. A fin de cuentas, el cristianismo desaprueba el suicidio, que en cambio, para la cultura tradicional japonesa ha sido una forma recomendable para poner un honorable punto final a una vida que no puede seguir llevándose sin honor. Resulta casi obvio, por tanto, que en los últimos instantes de Butterfly hay un alejamiento de la doctrina cristiana y un acercamiento a la incompatible concepción japonesa de la muerte honrosa y auto-provocada. El desdén final hacia lo occidental no viene, por tanto, expresamente en libreto, pero es una interpretación de cierta lógica.

Este obvio afán por recrear con cierta corrección los rasgos japoneses de la historia es la guinda que corona un pastel ya de por sí suculento. Hay algunas cosas, empero, que podrían haberse cuidado más, como la aparición de los ottoké como figurillas, cosa que no son por mucho que Pinkerton las describa de ese modo (más información, para quien la quiera, aquí). Lo más insatisfactorio es que se cae aquí en la “trampa del obi”. En el segundo acto, Butterfly pide a Suzuki que le traiga su obi nupcial, es decir, el largo cinturón de tela que se ata a la espalda, sujetando el quimono a la cintura. En muchas producciones, sin embargo, Suzuki trae una prenda que no es un obi, como un velo de novia o precisamente un quimono. Aquí, por desgracia, también ocurre, aunque me niego a aceptar que se trate de una cuestión de ignorancia. Es impensable que Hiromi Omura no sepa lo que es un obi, y se hace raro pensar que tampoco lo sepan unos directores escénicos que sí parecen saber lo que es la ceremonia nupcial del San-San-Kudo, como decía arriba. Creo, por tanto, que más bien se prescinde intencionadamente del obi porque sería poco factible cambiárselo en escena a la protagonista. Atar un obi no es tarea sencilla que se despache en segundos, y la única solución que veo realmente factible sería la de acudir a uno falso que se enganchase o abrochase con alguna cremallera o abotonadura, del mismo modo que existen las corbatas de elástico. Creo que con eso se solventaría mejor el problema, y sobre todo, no se jugaría contando de antemano con la ignorancia del público.

Otro aspecto no bien resuelto, y que esta vez sí que tiene fácil solución, es el hecho de que el hijo de Butterfly y Pinkerton tenga el cabello negro y no rubio, lo que obliga al intérprete de Sharpless a modificar su frase “I bei capelli biondi” por “capelli bruni”. No creo que cueste tanto encontrar a un niño rubio o incluso castaño, sobre todo teniendo en cuenta que no tiene por qué tener rasgos asiáticos. Es también hijo de Pinkerton, y en esta producción, personajes japoneses como Suzuki, Goro o Yamadori están interpretados por occidentales.

Sea como fuere, las cosas que no funcionan o que resultan mejorables tienen un carácter más o menos anecdótico frente a las virtudes de esta producción tan rica en contrastes: clásica y moderna, austera y colorista, teatral y creíble. Personalmente, me gusta mucho.

En el ámbito musical, me temo que no hay tantas cosas de las que hablar, y mucho menos con pasión. Pero sí que tenemos lo más importante, que es una buena Butterfly en la persona de Hiromi Omura, poseedora de una voz rica en squillo a lo largo de todo el registro, cuyo único punto flaco es la zona grave. Lo cierto es que compone a una Cio-Cio-San más próxima a la mujer que a la niña, aunque no de forma tan marcada como Tebaldi, sino más bien en el punto intermedio de, por ejemplo, Cedolins. Busca ser contenida en la expresión, de un lado evitando ser fría, y del otro, huyendo de mostrar una imagen excesivamente lacrimógena. Se maneja con el italiano mejor que sus compañeros de reparto en general, y en este sentido, el apartado de lo negativo lo constituiría una breve equivocación en las palabras “Amore mio” que abren paso a su boda con Pinkerton y que bien podrían haberse editado a la hora de componer el DVD.

El Pinkerton de James Egglestone es mediocre por más de dos y de tres razones graves. Para empezar, está permanentemente lastrado por una muy penosa dicción italiana y por una casi completa falta de sintonía con el texto. Ignoro cuáles son los conocimientos de este tenor sobre esta bellísima lengua, pero el resultado es tremendamente plano y pobrísimo en expresión, como si cantase más atendiendo al contexto argumental de la escena que a las palabras exactas del libreto. Además, muestra incomodidad siguiendo a Omura y a la orquesta en el dúo de amor del primer acto, especialmente hacia el final. Francamente, creo que con su voz, aun sin ser un prodigio de belleza, se puede hacer mucho mejor. En realidad, creo que todas las taras de este Pinkerton se reducen a una cuestión de base: falta de estudio. Estudio de la lengua italiana, de la dicción, del sentido exacto de cada una de las palabras que se cantan y de su adecuación a la partitura, para así entenderla. Es en mi opinión algo básico, como los cimientos de una casa, que si no son sólidos impiden construir algo estable. No solamente no funciona el Pinkerton de este hombre, sino que se me hace incluso difícil creer que pueda funcionar de esta manera en nada de la ópera italiana. Para colmo, el pobre da un resbalón al salir a saludar al término de la función y por poco no acaba en el suelo.

Tampoco los secundarios tienen bien nivel en general, por lo que Omura se encuentra prácticamente sola en el reparto en lo que a calidad vocal se refiere. Sian Pendry es una Suzuki meramente correcta, mientras que Graeme Macfarlane es una verdadera calamidad en su papel de Goro. Tosquísimo y hasta con un desagradable punto ronco, no se explica su presencia sobre un escenario. Mucho mejor es el Sharpless de Barry Ryan, que aun sin tener una dicción perfecta y adoleciendo de excesiva brusquedad en su enfrentamiento con Butterfly tras la escena de la carta, resulta el más sólido de los secundarios.

Jud Arthur arruina su breve aparición como bonzo con su mala dicción. Entra pintado de rojo como si de un demonio se tratase, y aunque con ello se rompe la credibilidad visual del momento, el resultado está espléndidamente bien logrado a nivel escénico. Por último Samuel Dundas es un Yamadori tan tremendamente engolado que la voz podría salirle por la nuca si tal cosa fuese posible.

No se salvan de la mediocridad musical general ni el director ni la orquesta. Giovanni Reggioli abre el acto primero con bastante brusquedad y brocha gorda, y bien podría haber trabajado más el empaste de la orquesta, que más de una vez resulta cuestionable. Se une a la tradición de los directores que en el primer acto recortan brevemente el coro de parientes de Butterfly previo al “O amico fortunato”. En realidad, al margen incluso de que la suya no sea una lectura especialmente rica ni vibrante de la partitura de Puccini, tampoco la orquesta parece estar en condiciones de ofrecer muchas posibilidades. El sonido es a veces inadecuadamente insuficiente, casi camerístico, producto de una orquesta que no es gran cosa bajo una batuta que tampoco lo es.

En conclusión, el DVD contiene una puesta en escena en general muy bien pensada que en lo personal se corresponde bastante con lo que yo exigiría como ideal. En el plano musical, Omura hace un trabajo interesante en el complicado papel principal, mientras que casi todo los demás carece aquí de interés. Por lo tanto, a la hora de recomendar este DVD o de desaconsejarlo, es preciso hacer balance. A mí me gusta por la puesta en escena y porque musicalmente se consigue (y sólo esto) ofrecer lo más importante, que es una buena Butterfly. Pero si el lector de esta entrada prefiere ante todo tener un reparto potente y de calidad uniforme, entonces esta no es su versión. 

Por último, debo decir que OPERA AUSTRALIA distribuye para el ámbito anglosajón (DVD región 1) otra filmación anterior de la misma producción con Cheryl Baker como protagonista y Patrick Summers a la batuta. Quedo a la espera de una reedición en región 2 ó 0, aunque a la vista del lanzamiento de esta versión con la misma puesta en escena, dudo que vaya a editarse por estos lares.



lunes, 16 de diciembre de 2013

Madama Butterfly (Joel, 2012)

Alexander Joel (dir.); Alexia Voulgaridou (Cio-Cio-San); Teodor Ilincai (Pinkerton); Cristina Damian (Suzuki); Lauri Vasar (Sharpless); Jürgen Sacher (Goro); Viktor Rud (Yamadori); Jongmin Park (Bonzo), Ida Aldrian (Kate). Chor der Staatsoper Hamburg. Orchester Philharmoniker Hamburg.

Hasta ahora no había comentado ninguna grabación de Madama Butterfly que no hubiese tenido distribución comercial. La idea de esta discografía comparada que llevo casi un año elaborando es la de intentar poner mi granito de arena, por minúsculo que sea, para que el aficionado que precise de ello pueda hacerse una cierta idea de cuáles son las grabaciones más representativas de este título de ópera, así como las virtudes y carencias de cada una de ellas. Por eso mismo quedan fuera, obviamente, las grabaciones privadas, las “piratas” y todas aquellas que nunca, ni siquiera en el pasado (porque el mercado de segunda mano es siempre una opción interesante) se hayan comercializado ni puesto a disposición del público.

Hoy sí que voy a comentar una filmación que no se ha editado en DVD y que tan sólo puede verse en youtube. La razón es doble: por un lado, al estar completa (en alta calidad y con subtítulos en francés) en el portal de vídeos por excelencia cualquiera puede verla, por lo que no estamos hablando de una versión imposible de localizar a la que sólo tengan acceso algunos privilegiados. Por otro lado, presumo que no hay riesgo de que el vídeo sea retirado por ningún tipo de violación de derechos, pues quien lo ha subido es ni más ni menos que el tenor encargado del papel de Pinkerton. Sería harto extraño que él mismo vulnerase de ese modo los derechos de sus compañeros de reparto, así como del director escénico, por lo que entiendo que el vídeo está subido de forma completamente legal. 

La filmación proviene de unas representaciones de la ópera en Hamburgo en noviembre de 2012 emitidas por el canal “Arte”. Aquí está:



Es inevitable detenerse a hablar ampliamente sobre la puesta en escena, pues tiene su miga. Dice Vincent Boussard en una entrevista que le realizan en el entreacto que a la hora de realizar su labor ha querido tener muy en cuenta cuál es la psicología de la joven protagonista y cómo sería ella en nuestro mundo contemporáneo. En mi opinión, esto ya supone una primera decisión de riesgo. No todas las óperas producen resultados satisfactorios al trasladarse los hechos a una época distinta de la que marca el libreto. Hay historias que, obviamente, sufren más que otras y hacen que ese traslado temporal sea poco factible. Por ejemplo, tal vez podamos asimilar, por mucho que nos guste o no, que Don Giovanni pueda ser retratado como un ligón de discoteca del siglo XXI, pero en cambio en una Tosca, con sus alusiones a Napoleón, una idea de este tipo resulta algo más duro de asimilar. En mi opinión, Madama Butterfly pertenece a esas óperas a las que es muy difícil sacar de su contexto de forma creíble. ¿Cómo aceptar tan a la ligera la bigamia de Pinkerton en dos países del primer mundo como EE.UU. y Japón, este último además con un ordenamiento jurídico muy desarrollado?; ¿Cómo aceptar que el emperador de Japón imponga el suicidio a alguien en nuestro mundo contemporáneo?; ¿Cómo aceptar que en pleno apogeo de las redes sociales, de Skype y de la telefonía, una mujer no tenga manera de contactar con su marido para comunicarle que tiene un hijo?

Sé que si nos detenemos a analizar con minuciosidad cualquier libreto de ópera encontraremos siempre aspectos que nos impedirán trasladar los hechos a épocas diferentes, y con ello nos perderíamos enfoques e ideas que pueden ser realmente interesantes desde el punto de vista escénico. Creo, por tanto, que no hay mal en ser permisivo, siempre que el director de escena tenga algo realmente interesante que decir. El problema está, como digo, en que Madama Butterfly es una ópera con una historia tan fuertemente amarrada a un lugar y a una época que la idea de llevarla al siglo XXI se hace tan inverosímil que exige del espectador una especie de “compromiso de falsedad”: como público, aceptamos los desajustes que implica llevar la historia a nuestra época a la búsqueda de lo que se nos quiere transmitir visualmente, sacrificando la forma para centrarnos en el mensaje.

Una vez que se ha asumido ese “compromiso de falsedad”, esa falta de encaje de los hechos con nuestra época, es cuando se puede disfrutar de una escenografía de este tipo. Creo que es una idea interesante, incluso aunque sólo sea a nivel anecdótico, la de retratar a Butterfly como una joven de nuestro tiempo. El problema está, para mí, en que lamentablemente esta puesta en escena no acaba de cuajar en absoluto a pesar de contener un buen puñado de ideas interesantes.

Visualmente hay pocos cambios a lo largo de toda la ópera. En lo que se refiere al decorado de Vincent Lemaire, siempre vemos el escenario casi vacío con unas grandes paredes deslizantes. En el centro de la escena hay una alta escalera metálica de caracol que se hunde en el suelo y por la que aparecen y desaparecen cantantes, representando quizá el ascenso por la empinada colina sobre la que se alza la casa de Butterfly. Boussard dice querer representar la soledad de la protagonista con esta austeridad visual, y lo cierto es que no hay mucho que reprocharle en este aspecto. A esta ópera lo que le sienta bien es precisamente una atmósfera intimista y reservada. Quizá, y esto es una cuestión de gustos, la escalera ocupe un excesivo protagonismo en los movimientos de los cantantes, y las proyecciones de flores que se ven en las paredes son en realidad algo puramente decorativo.

El primer acto, en realidad, es casi convencional comparado con el segundo. Todos los personajes japoneses aparecen vestidos con ropa japonesa, aunque los tocados suelen tener un punto casi caricaturesco, heredero sin duda de la producción de Minghella (de la que hablamos aquí). Lo que se busca es romper un excesivo realismo en la indumentaria de los parientes de Butterfly colocándoles en la cabeza pelucas grandes y con un punto estrafalario. Ella, en cambio, sí luce un aspecto algo más natural. Entra a escena con un quimono rosa pálido y dorado atado a la cintura con un cinturón rojo. Es llamativo que no se trate de un obi, tal y como obliga el libreto, sobre todo porque Suzuki sí que lleva uno (probablemente muy falso, pero con aspecto de obi). Su cara está pintada de blanco y va incomprensiblemente descalza, lo que no debe interpretarse como resultado de la costumbre japonesa de quitarse los zapatos al entrar en casa, pues los otros parientes japoneses sí que aparecen calzados. Probablemente se trate de un mero capricho visual, o quizá de un intento de mostrar una imagen desenfadada e informal de Cio-Cio-San.

En el segundo acto los rasgos japoneses de la historia se atenúan notablemente, pues el personaje se ha occidentalizado, y ahora vemos a Butterfly con la apariencia natural de cualquier persona en su casa. El cabello no aparece arreglado y canta en vaqueros, en lo que viene a ser una imagen equilibrada (lo cual se agradece) entre lo vulgar que sería presentarla en bata y pantuflas y lo inverosímil que implicaría, en cambio, hacerlo con un aspecto demasiado arreglado. Sin embargo, es en este segundo acto en el que Boussard mete la pata hasta el fondo, en mi opinión. Toma prestada una segunda idea de Minghella –la aparición del hijo de Butterfly bajo la apariencia de un muñeco– pero dándole un enfoque para mí erróneo que hace que la historia y la psicología de la protagonista –esa que paradójicamente tanto interesaba a Boussard– se deformen.

Me explico. En esta producción, Butterfly aparece retratada a partir del segundo acto como una persona que se dedica a hacer o coleccionar muñecos, de modo que realmente no se sabe aquí si su “hijo” es real o más bien el delirio de una mente enferma. En la producción de Minghella también se presenta al crío como un muñeco, pero se hace de tal modo que al público no le puede caber duda de que es un ser vivo realmente y no una imaginación de Butterfly. Aquí no queda claro, y a partir del segundo acto Boussard impone a la soprano protagonista toda una colección de gestos extraños y miradas que sugieren desequilibrio psíquico. Quizá el momento más evidente sea cuando, tras avistar el barco de Pinkerton, ella pide a Suzuki que la ayude a vestirse. Aquí, la criada no varía en nada el aspecto exterior de la muchacha, y por tanto todo aquello a lo que alude –el obi del quimono nupcial, el maquillaje, la flor en el pelo– es imaginado, como si se tratase casi de una alucinación.

Boussard incurre, por tanto, en un error de bulto. Más allá de recrear visualmente la historia, hace lo que ningún buen director escénico debe hacer: deformarla en sus pilares esenciales. El hijo de Butterfly no puede ser imaginario. No es aceptable bajo ningún punto de vista que la joven le presente un muñeco a Sharpless y que este le escriba a Pinkerton instándole a que acuda al Japón a cuidar de eso. Creo que toda esta ansia en retratar a Butterfly como un personaje obsesivo, cuando no marcadamente enfermizo, responde a un excesivo interés de Boussard por decir cosas. En mi opinión es preferible decir pocas cosas, pero sensatas, a decir muchas estupideces. Hay aquí un desagradable tufillo pseudo intelectualoide, una palpable intención de buscar ser original si no directamente genial cuando en realidad lo que se está diciendo sólo es puro disparate. Y es una pena, porque de aquí, con pocos cambios, podría haber salido una buena y curiosa producción de esta ópera.

No es muy loable tampoco la dirección escénica, que deja algunos momentos no sólo inverosímiles, sino también irrisorios. Es ridículo el modo en el que Pinkerton tiene que dedicarse a sobarle la nuca a Butterfly durante el “Vogliatemi bene”, por no decir lo disparatado que resulta que al comienzo del segundo acto, cuando la protagonista pregunta a Suzuki por su estado económico, esta emita después su respuesta sin dirigir siquiera una mirada al dinero. Tal vez lo más absurdo esté en la escena de Yamadori, que entra echando pétalos de flores por el suelo que luego, al encontrar a Butterfly reacia a su propuesta matrimonial, se dedica recoger (!).

Quizá haya personas a las que esta propuesta escénica les desagrade simplemente por la idea de trasladar la historia a nuestro tiempo. No es mi caso, pero lamentablemente sí creo que naufraga por otras razones. Boussard dice haberse empeñado en buscar una imagen creíble de Butterfly, y precisamente es eso lo que se le escapa de entre las manos al crear una innecesaria y negativa ambigüedad en lo que concierne a su hijo y a su psicología. Él la sepulta, la entierra, y con ello nos priva de lo que podría haber sido un enfoque interesante. Lástima.

Con independencia de estas cuestiones, el nivel musical de esta filmación es bastante aceptable. La soprano griega Alexia Voulgaridou hace un esfuerzo considerable para cantar una buena Butterfly y consigue un resultado muy estimable, por mucho que su voz no se amolde del todo adecuadamente al personaje. En concreto, resulta evidente que carece de la necesaria extensión vocal que requiere su parte, lo cual se traduce en un recurrente entubamiento en el grave. Al margen de esto, en contadas ocasiones se observa cierto apuro siguiendo a la orquesta en lo que podría interpretarse como la posible consecuencia de un fiato algo corto. Estas carencias se acumulan de forma especialmente evidente en toda la escena de la presentación del niño al cónsul, verdadero punto flaco del trabajo de Voulgaridou, cantante de la que tendría que escuchar más cosas para hacerme una idea más completa de sus medios. Sea como fuere, al margen de estas pocas pegas, la voz tiene un color muy hermoso y canta su parte con elegancia, sin afectación en el primer acto y sin excesos lacrimógenos en el final. Teniendo en cuenta sus medios y aptitudes, creo que el resultado es bastante satisfactorio.

Quizá la sorpresa más grata de todo el reparto haya sido el logrado Pinkerton de Teodor Ilincai, al cual le debemos, como decía antes, la subida del vídeo a youtube. Desconocía a este cantante y me ha parecido un Pinkerton de espléndido nivel, que deja el que quizá sea para mí el mejor momento de toda la filmación con el “Addio fiorito asil”. A todo esto, espero que todo el “alcohol” que consume en el primer acto, primero con Sharpless y luego en la boda, no sea realmente tal, porque ingiere no sé cuantas copas de whisky a una velocidad suficiente como para llegar al último acto con una melopea considerable. También es irreprochable la lograda Suzuki de una impecable Cristina Damian.

Por desgracia, los personajes secundarios tienen en general mal nivel. A Lauri Vasar no le acompaña una bella voz, y canta además un Sharpless un tanto insulso y aburrido. Jürgen Sacher, por su parte, resulta un Goro por completo lamentable, cantado con una fea voz tremolante. El Yamadori de Viktor Rud, aun siendo un papel breve y poco exigente vocalmente, se mantiene justito en eso que podemos llamar la “corrección”, mientras que el bonzo de Jongmin Park, aun estando bien cantado, se presenta de modo inverosímil desde el punto de vista escénico. El monje entra en escena vestido con gorra y chaqueta militar. Cuando lo vi me dio por pensar que tal vez Boussard ambientaba la historia en los primeros años de la década de los cuarenta del pasado siglo, y que sustituía la oposición religiosa del tío de Butterfly hacia el cristianismo por oposición política y militar a EE.UU. Pero no es el caso, pues la estética de la protagonista en el segundo acto no es de esa época, sino plenamente actual. Probablemente se trata sin más de un nuevo capricho visual del director escénico.

El último punto fuerte de la filmación está en la estupenda lectura orquestal que hace Alexander Joel de la partitura. No busca el efectismo ni la espectacularidad y sabe sacar del foso un sonido colorista y delicado que reviste de mayor altura a una versión llena de altibajos.


Tratándose de un vídeo de youtube no puede hablarse de prestaciones como si de un DVD se tratara, pero en el entreacto, como ya he referido, hay unas breves entrevistas, y la filmación viene con subtítulos en francés.

En resumen, la puesta en escena tiene algunas buenas ideas, pero fracasa por su pretenciosidad a la hora de mostrarse atrevida e innovadora. El reparto es irregular, aunque por fortuna, la calidad se concentra en los papeles más importantes, así como en la dirección orquestal.

No está mal, pero podría haber sido muchísimo más.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Madama Butterfly (Basile, 1967)

Arturo Basile (dir.); Renata Scotto (Cio-Cio-San); Renato Cioni (Pinkerton); Franca Mattiucci (Suzuki); Alberto Rinaldi (Sharpless); Franco Ricciardi (Goro); Silvio Maionica (Yamadori); Vito Susca (Bonzo), Luciana Palombi (Kate). RAI Symphony Orchestra & Chorus, Turin. OPERA D’ORO 2 CD.

Durante varios meses he tenido por casa esta versión de Madama Butterfly sin escucharla, y debo decir que su audición ha supuesto para mí una grata sorpresa. Se trata de una grabación registrada en directo en Turín el 12 de septiembre de 1967 que Opera d’Oro distribuye con una aceptable calidad de sonido. 

A la vista de las dos grandes grabaciones de estudio que realizó Renata Scotto del papel protagonista (véase esto y esto), pensé que este registro sería poco menos que una curiosidad que poco podría aportar, y he de decir que me equivoqué al crearme ese prejuicio. No es ya que el trabajo de Scotto sea de indudable estima, sino que aquí podemos captar algo de lo que debía ser ella interpretándolo en directo. Creo que a falta de vídeos, quizá esta grabación sea la que mejor pueda transmitirnos a nosotros por qué Scotto hizo de Cio-Cio-San su caballo de batalla. Aquí lleva al personaje a unas alturas estratosféricas, e incluso me gusta más el primer acto que firma aquí que el de la mítica grabación con Barbirolli del mismo año. Consigue sacar a flote el lado tierno y cándido del personaje transmitiendo menos sensación de teatro y artificio. Debía ser un espectáculo tenerla justo delante en un teatro. El segundo acto resulta también espléndido (con pucheritos y sollozos al final, eso sí), pero globalmente me satisface más el primero.

Afortunadamente, el interés de esta versión no se reduce exclusivamente al espléndido trabajo de Scotto, pues está acompañada de un equipo sobradamente solvente. Renato Cioni muestra una perfecta adecuación al estilo pucciniano, amén de contar con una voz adecuada para su papel, aunque con tendencia a veces a sonar nasal. Hace un “Addio fiorito asil” lleno de patetismo y fuerza expresiva. Franca Mattiucci es una Suzuki impecable, mientras que Alberto Rinaldi (Sharpless) es para mí el único “lunar” de la grabación. Dispone sin duda de una buena voz para cantar el cónsul, pero especialmente durante el primer acto suena algo monocorde, casi permanentemente en forte. Mejora en matices a lo largo del segundo, pero su Sharpless no deja de ser globalmente un tanto áspero.

El resto se defiende nuevamente sin problemas. Franco Ricciardi es un Goro vocalmente impecable, aunque tal vez demasiado serio. Es correcto el Yamadori de Silvio Maionica, y resulta curioso el modo en el que Vito Susca (el bonzo) hace uso del rubato en el “Ci ha rinnegato tutti”, sosteniendo por más de lo esperado la tercera sílaba de “rinnegato” y acentuando así la intensidad del momento y de lo que implica la frase. Interesante.

Arturo Basile dirige ante todo con sensibilidad y delicadeza, amén de esforzarse con buenos resultados en mantenerse elegante cuando la partitura busca impactar al espectador por medio de auténticas explosiones de sonido. Óigase la primera entrada del hijo de Butterfly para comprobar lo que digo. Basile se suma, eso sí, a los directores que recortan brevemente el coro de familiares de Butterfly previo a la boda (“Ne vidi già”).

La calidad de audio es naturalmente modesta, aunque lejos de lo que yo calificaría como mala. La opacidad del sonido, en todo caso, afecta más a la orquesta que a las voces, y además no se aprecia el menor ruido por parte del público pese a tratarse de una grabación registrada en directo. No hay aplausos ni toses.

En suma, una agradable sorpresa.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Madama Butterfly (De Fabritiis, 1954) – DVD

Oliviero de Fabritiis (dir.); Orietta Moscucci / Kaoru Yachigusa (Cio-Cio-San); Giuseppe Campora / Nicola Filacuridi (Pinkerton); Anna Maria Canali / Michiko Tanaka (Suzuki); Ferdinando Lindonni (Sharpless); Paolo Carloni / Kiyoshi Takagi (Goro); Adelio Zagonara / Tetsu (Satoshi) Nakamura (Yamadori); Plinio Clabassi / Yoshio Kosugi (Bonzo); Josephine Corry (Kate). Coro e Ochestra del Teatro dell’Opera de Roma. CLASSICMEDIA DVD.

Hasta ahora, en mi ya amplio repaso discográfico de la ópera Madama Butterfly, he comentado con amplitud dos versiones fílmicas grabadas como si de películas de cine se tratase: las filmaciones de Jean-Pierre Ponnelle (aquí) y de Frédéric Mitterrand (aquí). Ambas muestran enfoques muy distintos a la hora de mostrar visualmente la historia de la joven japonesa abandonada, y otro tanto ocurre con la película que me dispongo a comentar hoy. Una obra de Carmine Gallone, lo adelanto ya, bastante desconocida y no exenta de ciertos aspectos curiosos.

Se trata de una producción italiano-japonesa de 1954 a cargo de un director, Gallone, que produjo a lo largo de su carrera otras películas de óperas (Tosca, Manon Lescaut, Il trovatore...) y cine de temática musical (películas sobre Puccini y Mozart) entre otros géneros que nada tienen que ver. Se filmó en los estudios de Cinecittà con fotografía en blanco y negro de Claude Renoir, aunque en algún momento debió de colorearse, pues la filmación puede verse al completo –y a color– en youtube merced a un alma caritativa. He aquí el vídeo:



Sea como fuere, tan sólo existe una edición en DVD (o al menos yo solo he localizado una) y afortunadamente es española y de fácil localización en centros comerciales y tiendas de películas. Contiene la versión en blanco y negro, por lo que la opción de verla a color queda desterrada al ámbito de youtube mientras se mantenga el citado vídeo y no se edite una nueva edición en el mercado. A nivel personal, tan sólo he visto el DVD y no he sentido la necesidad de hacer una comparativa con la versión coloreada. Me agrada el blanco y negro.

Lo que resulta muy difícil de asimilar en esta película, tan olvidada, es el enfoque con el que Gallone busca filmar la ópera. Cuesta entender realmente qué es lo que quiere hacer el director. ¿Quiere filmar Butterfly a la manera a la que después lo harían Ponnelle y Mitterrand? Definitivamente no, al menos por tres motivos:

1. Prólogo

La película se abre con una especie de prólogo o introducción antes de que empiece la música en el que vemos aquello que ha sucedido antes de que la historia, tal y como la conocemos, comience. La intención del director no es, por tanto, la de ceñirse exclusivamente a la historia tal y como aparece recogida en el libreto de la ópera, sino que va más allá. En realidad, la filmación puede dividirse claramente en dos partes: este prólogo o introducción de más de diez minutos que funciona exactamente como una película normal, y luego la ópera en sí misma, con los actores haciendo playback. El tránsito entre la interpretación al uso, con un guión, y el canto después no acaba de ser del todo pacífico y el resultado es quizá un poco extraño. 

Durante los primeros diez minutos, la voz de un narrador nos cuenta ciertos aspectos sobre el mundo de las geishas para poner al público en posición de entender quién es el personaje protagonista de la ópera y cuál es su pasado. Lo cierto es que tras leer a Mineko Iwasaki hay que concluir que parte de lo que cuenta esa voz en off es erróneo, concretamente en lo que atañe a la distinción entre las jóvenes maiko y las geiko. La condición de geiko no es retratada como lo que es, es decir, como la progresión natural de la maiko tras el erikae o ceremonia del “cambio de cuello”, sino que se nos dice que estas mujeres eran personas tristes casadas y quizá repudiadas por sus maridos. En su día dediqué una entrada en este blog específicamente para este tema, a la que puede dirigirse el lector interesado en clarificar las ideas. Sólo hay que hacer click aquí.

Con todo, los aspectos más japoneses de la historia están bien cuidados, como es lógico tratándose de una producción parcialmente nipona. Una muestra clara de ello es tocado Tsunokakushi que luce la protagonista sobre su cabeza en la escena de la boda. Sobre ese “sombrero” y el vestuario en general de Madama Butterfly escribí también aquí.


Bien. Dejando al margen lo que nos dice la voz del narrador, lo que nos muestra el prólogo es el modo en el que Butterfly y Pinkerton se conocen. Este último, acompañado de otro marinero no identificado, acude una noche a un ochaya, es decir, un establecimiento en el que trabajan las geishas (nosotros solemos traducirlo de forma no del todo correcta como “salón de té”). Durante el ozashiki (el banquete, la fiesta) varias geishas bailan, y Pinkerton se fija especialmente en Cio-Cio-San, cuya belleza capta especialmente su atención. Mientras tanto, el rico Yamadori, retratado aquí como un “viejo comerciante” (en versión original, “vecchio mercante”) arriba también al ochaya y pregunta por Butterfly, cuya compañía desea también. Sin embargo, la joven no acude al ozashiki de Yamadori, pues a pesar de la dificultad lingüística para comunicarse, la atracción que Pinkerton siente hacia ella es recíproca.

Hay que reconocer que aun siendo prescindible este prólogo inventado por Gallone, hay en él algo de ingenioso en lo que concierne al personaje de Yamadori. En el libreto de la ópera queda sin resolver para el público el enigma de cómo él ha conocido a Butterfly, y la solución que se plantea en la película, aun siendo pura especulación al margen del texto de Illica y Giacosa, resulta a mi entender muy aceptable. El propio libreto retrata a Yamadori como a un hombre algo mujeriego, y no es descabellado en absoluto, puestos a imaginar, visualizarle gastando grandes sumas en ozashiki para rodearse de hermosas jóvenes bien educadas e instruidas en las artes tradicionales de Japón. La compañía de estas no debía resultarle precisamente desagradable a Yamadori. Eran precisamente los hombres adinerados como él los que antes hacían posible el mantenimiento del mundo de las geishas, y muchos encontraban entre ellas a sus esposas ideales. Puestos a reconstruir, pues, lo que no sabemos de la historia de Madama Butterfly, tiene sentido afirmar que la pasión que Yamadori siente hacia la protagonista no nace tras el regreso de Pinkerton a EE.UU., sino mucho tiempo atrás, en la época en la que ella trabajaba.

A todo, esto, y aunque sea algo puramente anecdótico, en el doblaje al castellano se pronuncia mal el nombre de Yamadori, aun siendo tarea harto sencilla. Se dice erróneamente “Chiamadore” (o “Kiamadore”, si se quiere).

Dejando al margen la cuestión de este “prólogo” hay otra escena que Gallone se saca por completo de la manga. En el tránsito de los actos primero a segundo nos muestra cómo Pinkerton abandona la casa de Butterfly para embarcarse para América, y cómo la protagonista se despide de él muy afectada. 

Queda claro, por tanto, que la idea de hacer una película de Madama Butterfly ciñéndose a las cosas tal y como se presentan en el libreto de la ópera estaba lejos de la mente de Gallone al filmar.

2. Actores

He aquí otro aspecto llamativo de la película, que quizá suscite reservas a más de uno. La selección de cantantes/actores es un aspecto problemático a la hora de hacer una película de esta ópera, dado que buena parte del reparto es japonés. Las opciones son tres:

- Opción 1: Recurrir a cantantes para filmar, sin tener en cuenta su raza, y caracterizarlos en la película para que tengan un aspecto lo más japonés posible. Es una apuesta arriesgada que difícilmente puede ofrecer un resultado creíble desde el punto de vista visual. Esta opción es la que vemos en la película de Ponnelle, en la que Mirella Freni es Butterfly y Christa Ludwig Suzuki.

- Opción 2: Encomendar la tarea a cantantes asiáticos. Eso ofrece un resultado más convincente a la vista, aunque implica el problema de que supone reducir considerablemente las posibilidades de elección del reparto. Para los papeles japoneses quedan descartados automáticamente todos los cantantes de rasgos no orientales por brillantes que sean. La película de Mitterrand es ejemplo de esta opción.

- Opción 3: Separar por completo lo que oímos y lo que vemos, es decir, utilizar a los cantantes en el audio y mostrar en la pantalla a actores haciendo playback con las voces de aquéllos. Eso permite ahorrar complicaciones a la hora de seleccionar las voces, aunque al coste de privarnos ver a los propios cantantes actuando. Es esta la elección de Gallone.

Las personas que vemos en esta película, no son por tanto, las que cantan, sino actores haciendo playback. Personalmente me gusta poder ver a los cantantes, pues la ópera implica necesariamente teatro y actuación, pero tratándose de una película, que no es una representación teatral filmada, la opción de Gallone no me parece necesariamente mala. Es más, incluso tiene sus cosas buenas. La más elemental es que esto permite que cada personaje tenga el físico exactamente adecuado para el papel, algo que resulta a veces difícil cuando se trata de utilizar a los propios cantantes –aun orientales– como actores. Tener los ojos rasgados no significa necesariamente convencer como Butterfly visualmente. Y queda bien claro que la elección de actores es aquí cuidadosa, pues todos tienen una apariencia física que mentalmente puedo conectar con los personajes que interpretan. Además, incluso para los actores de cine debe ser tarea complicada una actuación mantenida únicamente a base de gestos y playback (en realidad, un trabajo de cine mudo) sin acudir a la voz. A decir verdad, hasta los propios cantantes que intervienen en la grabación de audio tendrían que hacer playback con sus propias voces de aparecer en la película, y lo harían con un físico quizá no tan ajustado a los personajes.

Puede chocar esta decisión de Gallone, pero tiene su lado bueno.

3. Cortes en la partitura

Sin duda, este es el principal y más grave punto flaco de la filmación. La genial partitura de Puccini, y de manera especial el primer acto, es manipulada y recortada sin piedad. Hay que preguntarse por qué. ¿Se quería quizá evitar una película demasiado larga? Pero aun en ese caso, ¿qué sentido tiene meterle la tijera a la partitura y añadir en cambio ese prólogo de más de diez minutos? Lo triste es que muchos de esos cortes recaen en momentos bien de especial belleza musical, bien de gran trascendencia argumental, aunque a esta cuestión me referiré más ampliamente cuando escriba, más abajo, sobre el trabajo de Oliviero de Fabritiis al frente de la orquesta. En suma, decisión de todo punto lamentable, en mi opinión, que empequeñece notablemente a esta película. 

Una vez terminada mi larga reflexión sobre el trabajo de Gallone con esta Butterfly, debo volver a la pregunta inicial. ¿Qué es exactamente lo que quería filmar?; ¿Cuál es la intención de esta película? A mí me desconcierta no encontrar respuesta a estas preguntas: Gallone no quiere hacer una filmación de la ópera tal cual es, pues añade aspectos del argumento inexistentes en el libreto y amputa continuamente la partitura. Por otra parte, incluye un prólogo que hace pensar incluso que no se va a utilizar la música de Puccini, sino que lo que nos disponemos a ver va a ser la conversión de la historia de la ópera en una película al uso, no musical. Pero no. Eso se acaba a los diez minutos y da paso a la citada versión manipulada de la ópera. Francamente, como filmación es desconcertante.

Con todo, una cosa al menos hay que reconocerle a Gallone. Aunque algunas escenas, principalmente las de exterior, tan de cartón piedra, han envejecido mal, la película refleja en general bastante bien la atmósfera intimista que demanda el libreto. A título puramente personal, me parece especialmente lograda la irrupción del bonzo en el primer acto y la dispersión de los parientes de Butterfly. No es que el hecho en sí se nos presente en absoluto de forma especialmente violenta en lo visual, pero esa masa humana de amigos y familiares agitándose de indignación y huyendo mientras el bonzo aleja consigo a la madre de la infeliz protagonista se me hace especialmente devastadora.

Pasemos ahora a hablar de los personajes. Lo haré separando, naturalmente, al cantante cuya voz escuchamos y al actor al que vemos. Orietta Moscucci canta una Butterfly decente, aunque lejos del nivel que alcanzaban contemporáneas como Callas, Tebaldi o De los Ángeles, o del de posteriores intérpretes destacadas como Scotto o Freni. Su principal lastre, al menos en opinión de quien escribe, es el infantilismo exageradamente dulzón y almibarado que se observa sobre todo en el primer acto. Aunque Moscucci cumple su labor con dignidad, es la suya una Butterfly bastante “blandita” que en absoluto explota la faceta trágica del personaje en comparación con sus destacadas contemporáneas. A quien vemos en la pantalla no es, en cualquier caso, a Moscucci, sino a una Kaoru Yachigusa cuyo trabajo interpretativo sólo puedo describir como extraordinario. Para empezar, y prescindiendo incluso de su faceta actoral, ya el físico es por completo idóneo para el papel. En el televisor vemos a una muchacha menuda de estatura, delgada, de aspecto frágil y de bellísimos rasgos. Vestida con quimono y con el cabello arreglado a la manera tradicional, parece no solamente la imagen arquetípica que una joven japonesa, sino que realmente se presenta como salida de una estampa. No es solo que su atuendo refuerce su exotismo oriental, sino que lo que vemos es a una chica japonesa por los cuatro costados a la que en absoluto nos cuesta imaginarnos bailando mientras luce ricos quimonos o amenizando banquetes gracias a su dominio de la conversación o de las artes tradicionales que estudian las geishas como la interpretación de instrumentos musicales, la ceremonia del té, etc. Lo he dicho: no es solamente japonesa, sino japonesa por los cuatro costados. Físicamente es completamente ideal, y no sólo por sus rasgos asiáticos, sino por su porte elegante y delicado. 

A nivel de actuación, el trabajo de Yachigusa es igualmente exquisito. Además de mostrar un obvio conocimiento y dominio de la ópera aun sin ser la cantante, imprescindible a la hora del playback, está absolutamente extraordinaria en el lenguaje gestual. Miradas, gestos, y si se quiere cierta contención japonesa que lejos de resultar inexpresiva tiene mucho de cándido y conmovedor, amén de huir de histerismos escénicos por completo innecesarios. Por mucho que pueda haber quienes hubieran preferido ver a la propia Moscucci en la película, chapó por Yachigusa. Con ella se ve realmente a Butterfly en la pantalla.

Espléndido el Pinkerton de Giuseppe Campora, mejor incluso que en la grabación de Erede (ver aquí) en la que se le ve quizá algo más forzado. Interpreta el papel un Nicola Filacuridi en quien no vemos a un rudo marinero ni tampoco exactamente a un crápula descerebrado, sino a alguien con aspecto de galán de cine... y con muy poca decencia. Anna Maria Canali está tan correcta en su papel de Suzuki como en la grabación de Gavazzeni del mismo año que comenté en su día. En la pantalla, Michiko Tanaka se nos muestra como una mujer ya no joven y bastante sufriente. Puestos a elegir entre películas, me gusta más el modo en el que Mitterrand enfocaba a este papel, presentándolo no tanto como una figura casi maternal con Butterfly como una amiga aún joven y compañera de distracciones.

En cuanto al cónsul Sharpless, Ferdinando Lindonni es, junto con Josephine Corry (Kate Pinkerton) el único que, además de cantar, aparece como actor en la película. Su voz es muy lírica y compone un personaje dulce, lo cual no es un enfoque habitual a la hora de abordar su parte, aunque al menos puede decirse que tiene personalidad y que no resulta gris como muchos otros. Lo que sí es cierto, en cualquier caso, es que se presenta algo blando y que le falta mucho drama en la tensa discusión que se suscita entre Sharpless y Butterfly tras la lectura de la carta de Pinkerton. Su papel se ve especialmente afectado por los desafortunados cortes a los que Gallone somete a la partitura. Faltan las recriminaciones a Pinkerton antes de la aparición de la novia en el primer acto, lo cual diluye obviamente el lado cabal y prudente del personaje. Además, se le priva del “Io so che alle sue pene”.

Ejemplar Paolo Carloni como Goro (en pantalla vemos a Kiyoshi Takagi), que da una lección de cómo hacer su papel creíble y con la necesaria dosis de malicia, repulsión y comicidad cantando excelentemente y sin amaneramientos. Demasiado aullador, en cambio, el Bonzo de Plinio Clabassi (el actor es Yoshio Kosugi), y por completo ridículo el Yamadori de Adelio Zagonara, cantando con una vocecilla que aproxima al personaje al mundo de la caricatura, a lo cual contribuye la manera en la que se caracteriza a Satoshi Nakamura, al que vemos como un hombre grotescamente serio y envarado y con un enorme mostacho.

Por último, hay que hablar de la dirección orquestal de Oliviero de Fabritiis al frente de la Orquesta de la Ópera de Roma. El trabajo es a todas luces notable, como lo era ya en la muy anterior grabación de Toti dal Monte (¡qué cantante tan cursi y ñoña!) que comenté aquí, pero en esta ocasión, desgraciadamente, no podemos hacernos una idea de conjunto por culpa de los cortes en la partitura e incluso de las manipulaciones en la misma que impone Gallone y a las que debe plegarse De Fabritiis. Por ejemplo, a veces se acude sin ningún sentido para mí a dejar únicamente el fondo orquestal y eliminar las voces (expulsión de Goro de la casa de Butterfly en el segundo acto). En cuanto a los cortes, muchos son tan sangrantes que la música no engarza bien tras ellos, de modo que se hace obvio que han metido la tijera incluso para gente que nunca haya oído esta ópera. Además de los que ya he citado respecto del personaje de Sharpless, hay otros que afectan a pilares esenciales del argumento: por ejemplo, falta casi por completo el “Dovunque al mondo”, en el que como público somos informados por primera vez de la verdadera personalidad de Pinkerton. Otros cortes no afectan al desarrollo argumental de la historia o a nuestro conocimiento de los personajes, pero recaen de manera muy desafortunada en partes especialmente hermosas de la partitura de Puccini: al coro a bocca chiusa se le recortan varios compases, falta por completo el “sueño” orquestal de Butterfly (aunque parte de su música se utiliza en la escena inventada antes citada en la que vemos, entre los actos primero y segundo, el abandono de Butterfly por parte de Pinkerton) y también se abrevia un poco el espléndido dúo de amor que pone fin al primer acto (¡imperdonable!). Los cortes, en suma, son tan continuos e irritantes (principalmente en ese primer acto) que apuntarlos uno por uno es tarea casi inútil.

Ha llegado finalmente el momento de hacer balance. Pocas dudas caben de que esta poco conocida película es cuanto menos curiosa. De entre todas las decisiones arriesgadas por las que opta Gallone, la de cortar tantísimo la partitura constituye para mí un paso fatal que imposibilita tomarnos el resultado en serio como versión fílmica de la ópera de Puccini. No puedo considerar como referencia de una ópera una filmación en la que faltan tantos aspectos de aquélla, pero sí que puede verse como lo que realmente es: una curiosidad, una rareza no siempre fácilmente comprensible en su planteamiento, pero con una música hermosa y visualmente agradable (esto último merced principalmente a Kaoru Yachigusa). Una película a propósito de una ópera, en suma, a la que no hay que acercarse con una expectativa purista en lo musical, sino más bien con la buena disposición de disfrutar con algo construido libremente sobre la base de la genial obra de Puccini.

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