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miércoles, 31 de octubre de 2012

Danielle De Niese en el Festival Plácido Domingo

La presencia estos días de Plácido Domingo en Sevilla no se está limitando a las funciones de Thaïs en el Teatro de la Maestranza. El Festival Plácido Domingo está trayendo a artistas de considerable interés a Sevilla y Málaga. En su día, solicité entradas, por cierto gratuitas, para los conciertos de Pinchas Zukerman y Danielle De Niese en el Salón de los Tapices del Alcázar sevillano. Conseguí las de este último y allí me encaminé ayer por la tarde a disfrutar del recital.

El Alcázar de Sevilla es un edificio que impone de por sí sólo, pero debo decir que ayer por la noche lucía realmente precioso pese al tiempo nuboso, con una acertada iluminación azulada y un sendero de farolillos por el que los espectadores debían transitar. Por si fuera poco, se invitó a todos los presentes a una copa gratis de media hora larga antes del comienzo del recital. Ya en el Salón de los Tapices, en el que había una considerable cantidad de asientos reservados, hizo su entrada Danielle De Niese para ser acompañada al piano por Cameron Stowe. Hace un par de años que no escribo nada en el blog sobre esta soprano, concretamente desde mi entrada dedicada al notable Giulio Cesare de Glyndebourne, pero lo cierto es que mis opiniones se mantienen inmutables. El principal problema que podemos achacar a De Niese no es de técnica, sino de estética. Lo que no siempre es grato en ella son sus medios vocales naturales, o dicho de otro modo, una voz que no siempre es bella por bien trabajada que esté. La primera parte fue para mí mejor que la segunda, ya que estuvo dedicada exclusivamente a arias del siglo XVIII, que es lo que viene siendo hasta ahora el repertorio más afín a esta cantante. Con todo, resultó algo plana en sus arias handelianas, aunque ornamentó con buen gusto, sin resultar discreta ni tampoco caer en el artificio. Se echó en falta un puntito mayor de carácter en el Bella mia fiamma de Mozart, aunque curiosamente sí me gustó bastante en Al desio de chi t’adora (aria alternativa al Deh vieni de Las bodas de Fígaro), en el que un devoto de Fígaro como yo resulta exigente.

La segunda parte fue un popurrí menos uniforme, que comenzó con canciones de Bizet y Les filles de Cadix, siempre socorrida para meterse al público en el bolsillo. Como rossiniana –faceta suya que hasta ayer desconocía– no resolvió de forma especialmente brillante los pasajes de coloratura y tiró en más de una y más de dos ocasiones del portamento. La segunda parte concluyó con el Quel guard il Cavaliere del Don Pasquale, que interpretará en la próxima edición del festival de Glyndebourne. El resultado es tan simpático como vocalmente discreto. El recital terminó con dos canciones de Gershwin a modo de propina. 

Lo que resulta obvio es que a pesar de sus limitaciones, que las tiene, Danielle De Niese es una cantante que tiene cierto encanto, y no me refiero a su belleza física (me sigue repeliendo leer que haya llegado a donde ha llegado sólo por eso). Irradia jovialidad y simpatía, y transmite la sensación de que estás asistiendo a un recital de una amiga tuya de toda la vida, con la que saldrás de fiesta en cuanto acabe. Por cierto, es curioso el modo en el que el público lanza suspiritos cada vez que se canta en un recital el Lascia ch’io pianga o el Babbino.


Al término de la primera parte me acerqué a estrecharle la mano a Plácido Domingo justo cuando se retiraba a descansar (acababa de oírle decir a la Duquesa de Alba que se marchaba porque hoy le tocaba cantar en el Maestranza). Pude fotografiarme con él y me firmó el libreto del Trovatore de Mehta, que tuve la precaución de echarme en el bolsillo al salir de casa. Me comentó que aquella había sido su primera grabación completa de una ópera, cosa que ya sabía, y le respondí diciéndole lo mucho que me gustaba la Azucena de la inconmensurable Fiorenza Cosstto. “No había otra”, fueron sus palabras. Esta es una de las cosas más atractivas de Domingo: su impecable buen trato y disponibilidad, y la humildad de quien es considerado grande por la mayoría. Ayer pude comprobarlo en persona.

En fin, ya puedo decir que he discutido de ópera con Plácido Domingo... Esta noche me toca asistir a Thaïs, así que mañana volverá a haber crónica.

First Half: Baroque and Mozart Arias:

HANDEL: Let the Bright Seraphim
HANDEL: Ombra Mai Fu
HANDEL: Gia Nel Seno
HANDEL: Lascia ch’io pianga
MOZART: Giunse alfin il momento… Al Desio di chi t’adora K.577
MOZART: Bella mia fiamma, addio... Resta, o cara K. 528

Second Half: French songs and Italian Arias:

BIZET: Chanson d’Avril
BIZET: Adieu de l’hotesse arabe
DELIBES: Les Filles de Cadix
ROSSINI: La Promessa
ROSSINI: Di Piacer mi balza il Cor
PUCCINI: O Mio babbino Caro
DONIZETTI: Quel guard il Cavaliere…So anch’io la virtu magica

lunes, 1 de marzo de 2010

Giulio Cesare (Connolly, De Niese, Dumaux - Christie)

Parece que mi costumbre, ya consolidada, de comentar una “Ópera del mes” en DVD tiene éxito entre los lectores. No hay cosa más subjetiva que las impresiones personales en cuestiones artísticas. Dicho de otro modo, lo escrito aquí, no va a misa, sino que se trata tan sólo de apreciaciones subjetivas que como mucho podrían tener un interés meramente informativo. Lo mismo ocurre al comentar una función o concierto. No hay nada más absurdo que ver a dos melómanos peleando sobre lo que es emocionante y lo que no. Cada persona es un mundo, y el único requisito exigible a un artista es el de una ejecución correcta desde el punto de vista musical (que un cantante no emita un gallo, que un pianista no se equivoque, etc.). El resto es subjetivo. Mucho de lo que escribo son, y deben ser, palabras lanzadas al viento destinadas a “experimentar” por uno mismo e invitar a quien me lea a elaborar una opinión propia e independiente de los que supuestamente “saben”. En absoluto descalifico a los críticos, aunque entre ellos haya algún papafrita (como en cualquier otro oficio), pero el que una opinión esté consolidada entre ellos no significa que tenga que estarlo para mí. Cada uno es libre de pensar por sí mismo y de acertar y equivocarse. Es jugar a ser crítico, con la modestia de reconocer que estamos jugando. En realidad, aunque nada fuera así, este género musical llena tantas horas de mi vida que no podría dejar de referirme a él en el blog. No estoy dispuesto a cometer el error de escribir pensando en lo que pueda atraer a mis lectores, aunque ello no sea un problema en el caso de este tipo de entradas. Escribo sobre lo que verdaderamente me atrae. Si alguien encuentra algo de provechoso en ello lo consideraré un triunfo, mientras que si el eventual lector no siente el menor interés por el tema no me disgustaré porque ignore estas entradas. Lo que menos me preocupa de mi blog, se me crea o no, es el contador de visitas.

Hasta aquí los preámbulos. Hace años que Glyndebourne viene “malacostumbrándonos” con producciones espectaculares que luego salen en DVD. Sirvan como ejemplo las filmaciones que he comentado hasta ahora en el blog: de seis óperas, tres de ellas se deben a este maravilloso festival inglés, que cuenta en su haber con los méritos de diseñar temporadas atractivas año tras año, con artistas para quitarse el sombrero (mención especial a la colaboración desde hace algunos años de la Orchestra of the Age of Enlightenment), muchos de los cuales son jóvenes intérpretes que adquieren fama internacional gracias a Glyndebourne (caso de Sarah Connolly, de la que hablaremos hoy), y filmando las producciones para su salida en DVDs (y últimamente en formato Blue-ray) de excelente presentación y calidad de imagen y sonido. Si tomamos como referencia reciente el año 2005, los DVDs de este festival que en mi opinión merecen verse sin reservas son Giulio Cesare, Così fan tutte, La Cenerentola, L’incoronazione di Poppea, Hänsel und Gretel... Una media de al menos un DVD altamente recomendable por año y temporada. Y aunque esa media se reduzca inevitablemente en mi blog en los próximos meses, la estadística sigue manteniéndose, porque ahora mismo hay anunciado un Falstaff con una pinta estupenda... Larga vida a Glyndebourne.

Hoy toca la que es, en mi opinión, la obra maestra de George Frideric Handel: “Giulio Cesare in Egitto”. La duración de esta obra (cuatro horas) hace que no me atreva a recomendar al profano en la ópera su escucha integral como primera introducción al género, pero sí le recomendaría explorarla poco a poco, aria a aria, como si de un fascinante mosaico musical se tratara, hasta descubrir que la ópera completa es en su conjunto una maravilla que no se nos hace larga. Y es que no podemos olvidar que estamos hablando tal vez de la más lograda ópera de Handel y hasta es posible que de todo el barroco. Ahí es nada. Mi experiencia personal es la de haberme hecho con las grabaciones de Jacobs y Minkowski y de “resucitarlas” del olvido con ocasión de su puesta en escena en la pasada temporada en el Maestranza sevillano. Lástima que algunos aspectos del montaje de Wernicke implicasen “meter mano” a la partitura handeliana, pero de todos modos disfruté como un enano en el teatro y desde entonces me “obsesioné” con Cesare.

El libreto de Nicola Francesco Haym cuenta la conocida estancia de César en Egipto, que culmina con la entronización de Cleopatra (enlace a la traducción castellana). Aquí un breve resumen:

Acto 1: Julio César llega a Egipto persiguiendo a su enemigo Pompeyo. El faraón Tolomeo (Ptolomeo) decapita a este último y entrega la cabeza como regalo a César, pensando que le agradará. Lejos de ser así, el dictador romano se enfurece y pide audiencia con el faraón. Mientras tanto, Cornelia y Sesto (Sexto), viuda e hijo de Pompeyo respectivamente, juran venganza.

Cleopatra, hermana de Tolomeo, ansía desplazar a su hermano en el trono y gobernar Egipto, empresa para la que decide valerse de sus encantos con César. La tensa entrevista entre este y Tolomeo se produce, y cuando César se retira, el joven Sesto se abalanza contra el faraón puñal en mano, por lo que es arrestado. Cornelia es entregada como premio a Achilla (Aquilas), hombre de confianza de Tolomeo.

Acto 2: El eunuco Nireno, sirviente de Cleopatra, organiza un encuentro entre ella (disfrazada de criada y haciéndose llamar Lidia) y César, que queda enseguida conmovido por su belleza. Mientras tanto, Cornelia se niega a ceder a las pretensiones sexuales de Achilla.

Tolomeo, decidido a acabar de una vez por todas con la presencia romana en Egipto, lanza sus ejércitos contra los de César, abriendo una guerra directa contra Roma. Cleopatra, después de revelar a César su verdadera identidad, lamenta la posibilidad de que este muera en combate. Mientras tanto, también el faraón desea a Cornelia para sí y se la arrebata a Achilla.

Acto 3: Decepcionado por la traicionera actitud de su señor, Achilla decide unirse a César en la guerra. A su vez, Tolomeo apresa a su hermana, consciente de sus artimañas para arrebatarle el trono.

La batalla se produce y el ejército de César resulta vencido. El dictador romano deambula melancólico por el campo de batalla cuando encuentra a Achilla malherido, quien antes de morir le entrega un sello que permite el acceso a las habitaciones de Tolomeo. César lo entrega a Sesto (ya liberado), al considerar que a él le corresponde vengar la muerte de su padre y corre a encontrarse con Cleopatra. Valiéndose del sello, Sesto se introduce en el harén de Tolomeo (donde se encuentra su madre) y cuando este se presenta –lógicamente desarmado– le apuñala. César entrega el trono de Egipto a Cleopatra y se embarca de regreso a Roma.


El libreto tiene, como se ve, un considerable rigor histórico: son ficticias las desventuras de Cornelia y Sesto, así como la muerte de Tolomeo (a quien vemos aquí como adulto y no como el jovencito que nos dice la Historia) a manos de aquél y la batalla “perdida” por César, pero son episodios que revisten al conjunto de la historia de una emocionante teatralidad que el espectador agradece. Por ejemplo, sin la patraña de la derrota del ejército romano (una deformación literaria de la rebelión egipcia y de parte del ejército contra César, de la que aquel, lejos de derrotado, saldría airoso pidiendo refuerzos a Roma), Cleopatra no cantaría su “Se pietà di me non senti”, momento crucial en la interesante evolución del personaje y en el desarrollo de la acción. Súmese a ello el que el libreto es (o a mí me lo parece) literariamente bello y veremos que Handel tenía todos los ingredientes para crear su obra maestra.

De entre toda la discografía de esta ópera, existen dos grabaciones vencedoras en CD: René Jacobs y Marc Minkowski (a ellos me referí antes), si bien yo resuelvo personalmente el empate en favor del primero (la culpa la tienen, entre otras cosas, un par de “tijeretazos” en la grabación de Minko). Del mismo modo, hay también dos DVD que se imponen, por la calidad de sus intérpretes, al resto: el de William Christie con Sarah Connolly y el de Lars Ulrik Mortensen con Andreas Scholl. Hoy me centro en el primero de ellos. Al de Mortensen espero poder dedicarle otra entrada en el futuro, pues bien la merece pese al “peculiar” montaje de Francisco Negrín, que por lo que he leído ha mejorado considerablemente en su reciente “Partenope”, que aún no he visto.


El director escénico David McVicar sitúa los hechos en la época colonial inglesa y hace moverse a los cantantes en un escenario que experimenta pocos cambios a lo largo de los tres actos de la ópera. En ocasiones aparece en el fondo el busto semidestruido de Pompeyo, protagonista fantasmal y silencioso del libreto. La decisión de McVicar de trasplantar a época más reciente a personajes tan difícilmente extrapolables de su tiempo como César o Cleopatra puede no ser para todos los gustos (se respetan, sin embargo, algunos aspectos históricos como el de presentar a Cleopatra ante César envuelta en una alfombra justo antes del “V’adoro pupille”, aunque no conste en el libreto), pero también cuenta con el acierto de presentarlos como personajes cercanos a nosotros y a nuestro mundo actual. Lo que vemos en escena no es algo que le ocurra a “otra gente”. En cualquier caso, el mayor acierto de la puesta en escena es otro. McVicar concibe con increíble acierto la sucesión de arias que conforman el Giulio Cesare como música bailable fácilmente reconocible en sus formas por los oyentes del siglo XVIII. Algo que hemos perdido hoy inevitablemente y que es “resucitado” en esta producción con una intensa actividad física de los cantantes, que además de cantar las difíciles melodías handelianas y adornar los da capo, deben bailar con gracia al compás de la orquesta. El resultado es todo un acierto desde el punto de vista visual, y por ello le perdono a McVicar que suprima unas líneas del recitativo que antecede al “L’empio, sleale, indegno”, aria en la que Tolomeo “lucha” con Aquilas, mientras que según el libreto debería estar solo. Después de lo de Wernicke...

Handel escribió el papel de César para el castrato Senesino, lo que plantea un problema a la hora de abordar hoy el personaje. ¿Mezzosoprano o contratenor? La primera opción implica el riesgo de afeminar personajes masculinos, mientras que la segunda lleva implícito el rechazo (para mí absurdo) de muchos contra los esforzados falsetistas. Curiosamente, los dos DVDs que he recomendado de esta ópera marcan ambos extremos: en el de Mortensen encontramos a un maravilloso Andreas Scholl, mientras que en la producción de Glyndebourne que nos ocupa, el papel corre a cargo de Sarah Connolly.

Connolly tuvo como escuela el Monteverdi Choir de Sir John Eliot Gardiner a comienzos de los noventa, y el presente Giulio Cesare la consagró como una de las más aclamadas cantantes barrocas de nuestros días. Convincentemente masculina (y adecuadamente caracterizada a tal efecto), ofrece una inteligentísima interpretación de su personaje, embelleciendo cada una de las repeticiones de sus arias de forma en ocasiones endiablada. Pero también explota a la perfección el lado más sereno del personaje (muy cálida su interpretación de “Alma del gran Pompeo”), captando el dificilísimo aire de sospecha en el “Va tacito”, momento en el que expresa sus dudas sobre la supuesta lealtad a Roma de Tolomeo. Fue idea de Connolly el embellecer de forma eficacísima el “Se in fiorito prato” (con el violín de Nadja Zwiener) imitando con su voz el canto de los pájaros.



Pese al título, Cleopatra es el gran personaje de la ópera. Salvo ella, cuya mentalidad evoluciona a lo largo de la acción, la totalidad de los personajes se muestran estáticos desde el punto de vista de sus emociones: César clemente, justo y enamorado; Tolomeo perverso; Sesto ansioso de venganza, Cornelia depresiva... Sólo Achilla sufre, como Cleopatra, una transformación mental, pero en su caso de mucho menor interés y movida no por el convencimiento de que César sea justo, sino por su sed de venganza contra el faraón.

La hermosa reina de Egipto se nos muestra inicialmente en el libreto como una muchacha dispuesta a ofrecer sus favores sexuales por un trono, algo en lo que recuerda a Poppea, de la que hablamos aquí. La diferencia está en que en la ópera de Monteverdi ignoramos lo que la seductora protagonista siente. ¿Es amor por Nerón, fascinación por su poder, ambición política o una mezcla de las tres cosas? En el caso de Cleopatra encontramos un definitivo punto de inflexión en el “Se pietà di me non senti”: César está combatiendo a una turba de gente enviada por Tolomeo para asesinarle y es posible que muera. La futura reina de Egipto muestra a solas consigo misma todos los temores de verdadera amante que agitan su alma por primera vez. Aquí tampoco escuchamos una alegre y despreocupada melodía como las de otras arias anteriores de un personaje por entonces más superficial (Non disperar”, “Tu la mia stella sei”, “Venere bella”...) y que tampoco tendrán nada que ver ya con esa otra maravilla que es el “Piangerò la sorte mia”, delicadísima expresión de un dolor callado y que nada tiene que ver con la pérdida de las aspiraciones políticas, sino más bien por la creencia de que el ser amado ha muerto. Y es que a quien no se le salten las lágrimas oyendo esto está sordo y merece estarlo.

Danielle de Niese saltó, por decirlo así, al “estrellato operístico” con esta encarnación de Cleopatra, un personaje bendecido con un rosario de arias que son un verdadero caramelito para el oyente. De Niese triunfa en su encarnación del personaje, si bien adolece en ocasiones de cierta brusquedad, algo de lo que ya hablé a propósito de su Poppea, también en Glyndebourne. Son preferibles las Cleopatras de Imger Dam-Jensen, Sandrine Piau o Cecilia Bartoli, quien acaba de triunfar en este papel en París. Arias como la seductora “V’adoro pupille” (aquí con una orquesta aparte sobre el escenario) requieren de una voz delicadísima, casi etérea, que haga justicia a una música de belleza arrebatadora. En contrapartida, De Niese le echa ganas al “Da Tempeste”, en donde sí me convence más. Su formación como bailarina es un plus para un montaje como el de McVicar, en el que De Niese tenía necesariamente que triunfar como una Cleopatra graciosa, seductora y bien cantada.

Algunas voces se han levantado contra esta cantante tras su triunfo en este Giulio Cesare. Sus cedés monográficos de Handel y Mozart han recibido una acogida desigual, y L’incoronazione di Poppea no es una ópera que levante pasiones a gran escala. Próximamente se ha anunciado la aparición de un nuevo DVD de “Acis y Galatea” en el que podremos escucharla de nuevo en un título más conocido. Veremos qué tal lo hace y veremos también las críticas. Sin duda no es la gran soprano barroca de nuestros días, pero también considero de todo punto injustas las tan repetidas acusaciones de que Danielle de Niese ha llegado a donde ha llegado sólo por su físico. Me gustaría oír a muchos de los que cacarean este tipo de acusaciones cantando obras tan difíciles (bueno, siendo sincero no me gustaría). Si aplicamos la regla de que un cantante guapo triunfa sólo por su físico habría que despreciar todas las grabaciones de Anna Moffo... y no pronuncio el nombre de Plácido Domingo para no dárselo servido al frente anti-dominguista.


La producción de McVicar tiene una cosa en común con la de Negrín a la hora de enfocar los personajes: la maldad de Tolomeo es vista desde el punto de vista de lo cómico, presentándolo como un ser ridículo y afeminado y convirtiendo sus caprichos y explosiones de carácter en un espectáculo patético que el público ríe a gusto, aunque aquí en menor grado que en el caso de Negrín. Leyendo el libreto no encontramos esa concepción cómica del malvado personaje, aparte de las humillaciones verbales a las que le somete su hermana, pero su mentalidad es tan retorcidamente miserable que esa comicidad sirve como contraste de las palabras que pronuncia, convirtiéndolo en un ser grotesco que no llega a la suela de los zapatos a César, visto aquí como el gran héroe de la ópera. Ni siquiera hay nada en el texto ni en la música de Handel que permita defender que ama a Cornelia, sino que más bien parece arrebatársela a Achilla por puro capricho y egoísmo. A diferencia del DVD de Mortensen, en el que encontramos a un Christopher Robson muy cómico pero vocalmente horrible, aquí tenemos a un cantante joven de categoría. Christophe Dumaux salió del “Jardin des voix” de William Christie, triunfó como Tolomeo en esta producción de Glyndebourne y vuelve ahora a la carga tras un período de relativo silencio. Precisamente ahora acaba de anunciarse una nueva grabación de Orlando con Dumaux en el papel principal bajo la dirección de Jean-Claude Malgoire. Un contratenor de bellísima voz que, así lo espero, aún tiene muchas alegrías que darnos.

A Patricia Bardon se le ha criticado su voz algo oscura y de excesivo vibrato en su encarnación de Cornelia. Tampoco es que el personaje contribuya a ganarle especial simpatía: su música es hermosa, sí, pero a fin de cuentas es un lamento continuado en todas sus apariciones desde el comienzo al fin del la ópera. En cualquier caso, es preferible la Cornelia de Randi Stene en el DVD de Mortensen, y no digamos ya la espléndida recreación del personaje que hizo Bernarda Fink en la grabación de Jacobs. Mucho mejor es el Sesto de Angelika Kirchschlager, que no muestra aparentemente el agotamiento físico del que se queja la soprano en la entrevista que acompaña al DVD. El joven Sesto es un papel difícil: no es un héroe a la manera de César, pero tampoco estamos ante el papel insustancial de un adolescente sin cerebro. Es un “proyecto de héroe”, si se me permite la expresión: se trata de un personaje demasiado joven e impulsivo, sin duda algo irreflexivo, pero con un elevado y maduro sentido de la dignidad y del honor que le empuja a retar a Tolomeo y a conseguir su muerte. Handel le premió con algunas de las mejores arias de la ópera, como la famosa “Svegliatevi nel core”. Y no puedo dejar de mencionar el desgarrador dueto “Son nata a lagrimar” de Cornelia y Sesto que cierra el acto primero. Belleza en estado puro. En cualquier caso, y con perdón de la muy lograda interpretación de Kirchschlager, sigo prefiriendo el Sesto de Tuva Semmingsen en el DVD de Mortensen, que ofrece la mejor versión del “Cara speme” que haya oído nunca.

El resto de los secundarios cumple sobradamente. Christopher Maltman canta un convincente Achilla con voz algo oscura. Prefiero aquí también el timbre más fogoso de Palle Knudsen. Por cierto que Achilla es un personaje que bien merece de una reflexión. Se trata de un villano “humanizado” por el libreto y por la música de Handel, algo que no ocurre, por ejemplo, con Tolomeo. Es malo, cruel, se regocija de presentar la cabeza cortada de Pompeyo ante César y recomienda a su señor el asesinato de éste último, pero sus sentimientos por Cornelia parecen sinceros. Permanece verdaderamente atormentado por la indignada indiferencia que le profesa Cornelia, y a diferencia de Tolomeo él no está dispuesto a emplear la fuerza contra ella, esto es, a violarla. Pero, desconcertantemente tampoco le vemos como un amante infeliz a la manera de Cleopatra al final del segundo acto y al comienzo del tercero. Sus arias “románticas” carecen de la espiritualidad de un “V’adoro pupille”. ¿Ha querido Handel ir con su música más allá de lo que dicen las palabras del libreto y presentar el amor de Achilla como puramente carnal? Hay cosas en el personaje que parecen sugerirlo y otras que lo desmienten. A la imaginación de cada uno queda el elaborar un juicio sobre el que para mí es el personaje más ambiguo y enigmático de la obra.

Achilla aparte, Alexander Ashworth se encarga del intrascendente papel de Curio, mientras que un simpático Rachid Ben Abdeslam borda el rol del eunuco Nireno, mostrando un amaneramiento cómico que ríe el público de Glyndebourne. Christie le premia con el aria “Qui perde un momento” (añadida por Handel en 1725, un año después del estreno), terminando aquí curiosamente en un pizzicato de las cuerdas.


La dirección orquestal de William Christie, al frente de la Orchestra of the Age of Enlightenment, merece la matrícula de honor. El director americano es, junto con Marc Minkowski, el mayor experto mundial en barroco francés (sus grabaciones de Rameau son monumentales), y muchos han criticado un cierto “afrancesamiento” en su Handel. Quizás se deba en parte a que vinculemos el sonido de su orquesta, Les Arts Florissants, al repertorio francés, de modo que al abordar campos distintos sigamos atribuyendo la “voz” de esa orquesta con compositores como Rameau, Lully o Charpentier. En cualquier caso, es a una sobresaliente Orchestra of the Age of Enlightenment a la que tenemos aquí, con un primer violín de categoría como el de Alison Bury, quien lo fue ya durante muchos años en los English Baroque Soloists de Gardiner. Tal y como declara el propio Christie en la entrevista del “Bonus”, su visión del trabajo de la orquesta no pasa precisamente por una labor lineal de mero acompañamiento de los cantantes (como probablemente ocurría en época de Handel, cuando ni siquiera se invertía demasiado tiempo en ensayar), sino por hacerla verdaderamente partícipe y protagonista del acontecimiento musical, explotando al máximo las posibilidades y colores de la partitura handeliana. Pocos pero inevitables cortes en una obra de semejante duración: “Tutto può donna vezzosa”, de Cleopatra; “Se a me non sei crudele”, de Achilla y “L’aura che spira” de Sesto. Hubiera deseado también algo más de vivacidad en algunas ocasiones, como en el caso del “Va tacito”, pero me reafirmo en lo ya escrito: un director y una orquesta de matrícula de honor.

Creo que a diferencia de lo que ocurre en el mundo del disco, existen muy pocos DVDs de ópera realmente imprescindibles. Este es uno de ellos. No tengo la menor duda de que es un DVD redondo (no sólo en su forma, sino también en su contenido) y de conocimiento obligado para todo seguidor del barroco y de la ópera. La única pega es su prohibitivo precio (¿qué puede esperarse tratándose de tres discos?), aunque siempre cabe la posibilidad de adquirirlo de oferta (yo mismo lo adquirí hace tiempo en el Cortinglé a mitad de precio). Imprescindible.


















sábado, 14 de noviembre de 2009

L'incoronazione di Poppea (De Niese, Coote, Mumford - Haïm)

Después de haber comentado el mes pasado la película de Tosca de De Bosio, quiero abordar hoy un estilo operístico absolutamente distinto por el que siento verdadera pasión: la ópera barroca. Y existen varias razones para que La coronación de Popea sea la obra elegida:

- Poppea fue mi primera ópera barroca y marcó mi conversión a Monteverdi. Recuerdo como si fuera hoy mismo que fue la mañana del 12 de septiembre de 2001 (día fácil de recordar, por otra parte) cuando me hice con la interesante grabación de Gardiner, que me dejó verdaderamente impresionado. No era para menos con un reparto espectacular que reunía las voces de McNair, Fink, Von Otter, etc. Tratándose de mi patio de butacas, haré que la historia se repita y será ésta y no otra la primera ópera barroca que comente.

- El DVD del que escribo es novedad absoluta, pues está acabadito de salir, por lo que además de escribir sobre esta ópera comento de paso una novedad discográfica. Se trata de una función del prestigioso festival de Glyndebourne de 2008, que acaba de sacar la casa DECCA hace pocos meses. Yo me hice con él el pasado jueves, aprovechando que hay rebajas en el Tajo Anglosajón.

Antes de entrar definitivamente en materia, daré unas pinceladas históricas sobre esta ópera. Como ya escribí en su momento, no soy muy partidario de perderme en ese tipo de digresiones, pero en el caso de Poppea son sin duda necesarias. Esta obra plantea todo un misterio en cuanto a su autoría: como tal, la ópera es de Claudio Monteverdi, pero es sabido que el compositor murió en 1643 dejándola probablemente inconclusa. Lo realmente desconcertante es la existencia de dos versiones diferentes de la obra: la tradicional veneciana y una versión posterior de Nápoles, más larga y que ha dado pie a la idea de que compositores como Ferrari o Cavalli intervinieron en su composición. Misterio.

Desgraciadamente no existe disponible en internet ninguna traducción castellana del libreto, por lo que me tomaré la libertad de explayarme un poco en el resumen argumental:

Prólogo: La Fortuna, la Virtud y el Amor (Cupido), discuten sobre cuál de ellas es la divinidad más influyente sobre los hombres. El Amor se propone demostrar su supremacía cambiando el curso de la Historia en un solo día.

Acto 1: Estamos en Roma, en la época de Nerón. Aún no ha amanecido cuando Otón llega a la casa de Popea, su antigua amada. Descubre la presencia de guardias de Nerón custodiando la entrada, por lo que se retira celoso. En efecto, en el interior duermen juntos Popea y el emperador, que se propone repudiar a su esposa Octavia para entronizarla. Cuando Nerón se ha marchado, Popea se encomienda al Amor y rechaza los consejos de su sirvienta, que le recomienda alejarse de la peligrosa política y del emperador.

Mientras tanto, la emperatriz Octavia se lamenta de su suerte y pide ayuda al filósofo Séneca, antiguo preceptor de Nerón. El filósofo se entrevista entonces con su antiguo pupilo y le recomienda olvidar el repudio de su esposa, pero con ello tan sólo consigue provocar la ira de Nerón. Aprovechando la coyuntura, Popea decide librarse de tan peligroso enemigo presionando a Nerón, que termina ordenando la inmediata muerte de Séneca.

Por su parte, Otón, rechazado por la ambiciosa Popea, decide entregar su vida a una joven llamada Drusila.

Acto 2: Séneca recibe calurosamente al emisario de Nerón que le ordena morir ese mismo día. Sus amigos y familiares manifiestan su terror ante la sola idea de la muerte, pero el filósofo se mantiene firme y se quita la vida. Sigue a continuación una simpática pero intrascendente escena en la que dos criados del emperador admiten haberse enamorado.

Aparece después Nerón, muy contento con la muerte de su maestro y entonando cantos con el poeta Lucano.

Mientras tanto, la emperatriz Octavia ha decidido eliminar a su rival Popea y ordena a Otón que la apuñale, amenazándole con acusarle ante Nerón de abusos hacia ella en caso de negarse. Otón, destrozado ante la idea de tener que acabar con su antiguo amor, corre a ver a Drusila, quien le viste con ropas femeninas para evitar ser descubierto durante el crimen. Travestido, Otón se acerca puñal en mano a Popea, que duerme al aire libre en el jardín, pero la aparición del Amor evita el crimen. Popea despierta y observa la apresurada huida de quien por sus ropas parece ser Drusila.

Acto 3: Nerón es inmediatamente informado del intento de asesinato de su amante y Drusila es arrestada. Para salvar a Otón, ella decide admitir ser la autora del crimen, exponiéndose así a la furia del emperador. Aparece entonces Otón revelando la verdad: el culpable ha sido él mismo vistiendo las ropas de Drusila y actuando por orden de la emperatriz. Nerón le envía al destierro, a donde le sigue Drusila voluntariamente. Igualmente destierra a su esposa Octavia y convierte a Popea en su emperatriz.

Como vemos, tenemos un libreto que mezcla elementos históricos y de ficción, manipulando la Historia en ocasiones a fin de conformar un puzzle coherente y atractivo para el público. En efecto, y por poner sólo un ejemplo, la caída de Séneca nada tuvo que ver con Popea, pero sirve para delimitar el carácter calculador de nuestra protagonista y añadir emoción a la obra. Los protagonistas no son retratados como grandes héroes de la antigüedad, sino como personajes consumidos por las pasiones humanas y de una moralidad más que cuestionable. De este modo, L’incoronazione di Poppea se aleja del tópico tan propio del barroco del encumbramiento del protagonista hasta llegar a deshumanizarlo por completo. Popea es un ser ambicioso y dispuesto a utilizar el sexo para hacer política, mostrándose despiadada con Otón y Octavia. Es además la causante directa (y plenamente consciente) de la muerte de Séneca. En cuanto a Nerón, baste decir por ahora que es simplemente Nerón. Octavia, que sí reúne los requisitos para convertirse en alguien de moralidad intachable, termina instigando a Otón al asesinato, y este último, por mucho debate interno que sufra, se dispone a obedecer. Así las cosas, los únicos personajes que muestran una ética aceptable son Drusila y Séneca, y ambos acaban mal. Poppea no es, por tanto, la típica obra que transmite como mensaje el triunfo del bien sobre el mal, pues recordemos que la Virtud y la Fortuna, a las que podemos ver reflejadas en las figuras de Séneca y la emperatriz, son derrotadas. Es muy poético que venza el Amor, pero en nuestro caso lo hace utilizando a una pareja despiadada. No es por tanto una obra de intenciones moralizantes, y eso la hace aún más moderna.

Además de retratar a personajes llenos de claroscuros, pues hubiese sido mucho más simple el crear “buenos buenos” y “malos malos”, el libreto de Giovanni Francesco Busenello es de indudable calidad, salpicado aquí y allá de escenas cómicas que rebajan la tensión de los acontecimientos y de algunas reflexiones profundas que se alejan mucho de la típica moralina solemne y aburrida tan propia de los libretistas barrocos. Y tenemos, por supuesto, la música de Monteverdi (o de quien sea, que es lo de menos), recitada en buena medida aunque con momentos absolutamente memorables, como el suicidio de Séneca o el bellísimo dúo final de Popea y Nerón (Pur ti miro), que constituye en mi opinión una de las páginas más bellas que se hayan escrito en la historia de la ópera. Las voces de los amantes se entrelazan repitiendo una y otra vez las mismas palabras, creando una sensación de una entrega casi física, de profundo deleite y en cierto modo, también de dolor. Pero no nos perdamos.

L’incoronazione es una ópera larga y quizás algo “dura”, por expresarlo de algún modo, para comenzar en la ópera barroca (aunque yo lo hice, servidor es así de burro), pero su escucha integral es toda una experiencia que vale muy mucho la pena. Es una obra maestra de conocimiento obligado antes o después.


Ahora vamos por fin al comentario de nuestro reciente DVD. La puesta en escena de Robert Carsen sitúa los hechos no en el año 65 d.C., como reza el libreto, sino en la actualidad. La disputa entre los dioses que constituye el Prólogo de la ópera se desencadena a raíz de una butaca del teatro. Simpático, aunque innecesario. Hace tiempo que dejaron de chocarme los montajes que alteran el lugar y el tiempo de los hechos, y a día de hoy, lo que de verdad agradezco, por encima del tipo de ropa que vistan los personajes, es que el montaje contenga ideas teatralmente interesantes. Y no puede negarse que el de Carsen tiene sus méritos, como la casi permanente presencia del Amor en escena (acertadísima Amy Freston), dirigiendo silenciosamente los acontecimientos sin ser vista. El decorado es casi completamente inexistente: tan sólo vemos una enorme tela roja en el suelo y en ocasiones una cama deshecha, algunas sillas, una mesa y una bañera. Nada más. Mantener con tan poco la atención del espectador en una ópera de semejante duración no es tarea fácil, y Carsen lo consigue. Absténganse por tanto los más puristas de la “verdad” escénica (concepto en realidad inexistente). Lo cierto es que yo prefiero un montaje que, pese a tomarse sus licencias, consiga decirme algo a uno de tipo histórico y sin embargo teatralmente mediocre. Quizás lo ideal sería un equilibrio entre ambas posturas, pero en ningún caso excluyente con estas visiones “alternativas” que, en mi opinión, sí que tienen interés.

En Danielle de Niese encontramos a una Poppea más seductora física que vocalmente. En este DVD se han confirmado mis impresiones con su Giulio Cesare (que también comentaré más adelante): en De Niese se echa de menos algo más de delicadeza, y su timbre algo ancho y con una peligrosa tendencia al tembleque la aleja a veces del aire seductor que se supone que debe transmitir la protagonista. Pero para nada estoy de acuerdo con los que se dedican a decir por ahí que De Niese ha llegado a donde ha llegado sólo por su físico. Cantar Popea no es nada fácil, como tampoco lo era cantar Cleopatra. ¿Estoy diciendo que es una mala cantante? De ninguna manera. Simplemente digo que como soprano es resultona, con momentos muy buenos y otros menos afortunados, sin llegar a la altura de las grandes voces barrocas de la actualidad (Kozena, Genaux, Piau, Bartoli, etc.). En su Giulio Cesare me gusta su Da tempeste y me parece mejorable su V'adoro pupille, mientras que en Poppea siento algo parecido: muy bien, por ejemplo, su modo de abordar el Hor che Seneca è morto, pero algo brusco el comienzo de Speranza, tu mi vai.

Ahora bien, no podemos olvidarnos de que la ópera no es sólo música, sino también teatro, y en esto último sí que sale ganando nuestra Danielle. Es obvio que sobran los comentarios acerca de su físico y de su juventud, a lo que hay que añadir su simpatía y desenvoltura en el escenario, lo que hace que por encima de algunas insuficiencias vocales (e insisto en lo de "algunas", que la cosa no es tan tremenda como algunos se empeñan) lleguemos a creerla en su papel de malévola seductora.

Más original es el planteamiento que Carsen nos ofrece de Nerón, interpretado por la mezzo Alice Coote. El libreto ya deja muestras de la crueldad del César, pero nuestro director escénico va más allá y lo presenta como un ser completamente repulsivo, incluso a nivel físico. Nerón no es aquí sólo irreflexiva crueldad, sino un desquiciado absolutamente desenfrenado sexualmente con ambos sexos, que sale de borrachera para celebrar que ha matado a su maestro y ahoga después al poeta Lucano. Esto último no consta en el libreto, pero no deja de ser histórico... a medias. Lucano era sobrino de Séneca, lo que hace improbable que celebrase su muerte con Nerón tal y como se observa en la ópera. Más bien al contrario, Nerón le eliminó del mismo modo que a su tío, o sea, acusándole (quizás falsamente) de participar en la conjura de Pisón. Así que la licencia de Carsen no anda descarriada, pues Nerón sí fue realmente responsable de la muerte de Lucano.

Una idea muy clara del carácter del emperador la obtenemos de su entrevista con Séneca en el primer acto: la razón, dice, debe usarla quien obedece y no quien ordena. Toda una declaración de intenciones. A él le da igual si sus deseos son buenos o malos, justos o injustos, pues está decidido a hacerlos cumplir y la única opción “razonable” (por la cuenta que trae) es obedecerle:

SÉNECA
No irrites al pueblo ni al Senado.

NERÓN
El pueblo y el Senado me traen sin cuidado.

SÉNECA
Que te importen al menos tu buen nombre y tu fama.

NERÓN
Arrancaré la lengua de quien ose insultarme.

SÉNECA
Cuanto más los silencies más hablarán.


... y Nerón le condena a morir. El papel de Séneca es de carácter majestuoso, solemne, pero en absoluto distante, pues su última lección de estoicismo a sus amigos y discípulos, afrontando la muerte sin lamentos, debe conmover al espectador. Se requiere aquí una poderosa voz de bajo que además de firme sea capaz de emocionar. Paolo Battaglia hace un buen Séneca, si bien el color de su voz no es tampoco demasiado bello (hay quien lo ha descrito con acierto como “seco”), y no alcanza la última nota –verdaderamente asesina– del Amici, è giunta l’ora. Pasable, aunque sin llegar a mi Séneca de referencia, que es el de Francesco Ellero d’Artegna en la antes referida grabación de Gardiner. Y sí, es cierto que el reparto de este último puede no ser demasiado monteverdiano, pero lo mismo es extensible entonces a este DVD.

Las mejores voces las encontramos entre los personajes secundarios de mayor importancia: la Ottavia de Tamara Mumford y la atractiva Drusilla de Marie Arnet. Del mismo modo, el resto cumple sobresalientemente. Iestyn Davies es un Ottone cálido cuando hace falta, aunque su personaje (que no su interpretación) adolezca quizás de algo de arrojo, sobre todo a lo largo del episodio del chantaje de Octavia y del intento de asesinato de Popea. Claro que igual son cosas mías, porque como digo la voz es bellísima. Graciosas las criadas (travestidos), con un impagable streptease de Arnalta y muy bien la omnipresente Amy Freston (el Amor), sobre todo en su Dorme, l’incauta dorme. Como apuntaba antes, nunca es vista por los personajes "mortales", de modo que cuando Otón se dispone a acabar con Popea escucha la voz del Amor en su cabeza (¿remordimientos?) y baja el puñal. Es una forma muy original de evitar lo extraño de hacer contactar a personajes terrenales y divinos, que se repite en la escena en la que Mercurio, como mensajero de los dioses, anticipa a Séneca su muerte antes de la llegada del emisario. Con esta imaginativa y acertada ocurrencia de Carsen, los dioses comparten el escenario con los mortales y estos escuchan sus voces en sus conciencias sin ser capaces de verlos.

Emmanuelle Haïm, buena directora handeliana, dirige con brío a la Orchestra of the Age of Enlightenment, con instrumentos de época (como debe ser). Utiliza la versión clásica de Venecia, por lo que estamos ante otra oportunidad perdida de popularizar la versión napolitana de esta ópera. En cualquier caso, la dirección de Haïm me parece excelente.

En conclusión, una filmación cuyo montaje puede no ser del agrado de todos los gustos, de exquisita dirección y desigual reparto, y que yo he disfrutado como un enano.

Me gustaría poder adornar este post incluyendo algunas muestras de youtube, pero lamentablemente el DVD es tan reciente que salvo el trailer promocional que aquí os dejo nadie ha colgado nada. Espero editar más adelante esta entrada para incluir más vídeos.

Añadido (26/01/2010): Llevo tiempo dándole vueltas a la ocurrencia de Carsen de ahogar a Lucano. Este poeta tuvo la "osadía" de competir con Nerón en un recital de poesía, lo que le acarreó la prohibición (que él ignoró) de seguir recitando. ¿A dónde quiero ir con esto? En el libreto de L'incoronazione di Poppea, Lucano aparece celebrando la muerte de Séneca con Nerón (un imposible histórico, como digo más arriba) y entonando cantos de amor para Popea. Pensando en su amada, el emperador debe decir "Ídolo mío, celebrarte quisiera, pero mis palabras no son sino llamas vacilantes comparadas con tu sol" ("Idolo mio, celebrarti io vorrei, ma son minute fiaccole cadenti dirimpetto al tuo sole i detti miei"). Lo curioso es que en el montaje de Carsen Nerón parece dirigir esas palabras no pensando en Popea, sino mirando de frente a Lucano, a quien ahoga a continuación. ¿Ha querido Carsen mostrarnos la envidia artística de Nerón o estoy viendo donde no hay?

Añadido (24/03/10): Libreto en castellano.




















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