martes, 25 de marzo de 2014
La familia Bach en Sevilla
lunes, 24 de marzo de 2014
Los Conciertos de Brandemburgo en el FeMÀS
sábado, 8 de marzo de 2014
¿Un nuevo retrato de Bach?

sábado, 22 de junio de 2013
El día que Sevilla “rescató” a Alemania
lunes, 11 de marzo de 2013
Las “Goldberg” del FeMÀS
viernes, 24 de junio de 2011
Mercero, Romero y el truño brotónico
Volviendo al tema, Mercero es sin duda de lo mejor que ha dado el suelo patrio en lo que se refiere al violín barroco. Eso está claro. El miércoles de la semana pasada vino con un programa que alternaba sonatas para violín y clave de Handel y Bach, empezando por la BWV 1017 de este último, cuyo movimiento inicial tanto recuerda al Erbarme dich, de La Pasión según san Mateo. También abordó notablemente las BWV 1018 y 1021, aunque me gustó más en la exuberancia de colores handeliana de las HWV 359 y 372. Giorgio Paronuzzi acompañó de forma casi austera en las obras de Bach, con pocas pero estudiadas ornamentaciones (seguro que René Jacobs, con el que trabaja, le exige más caña), reservándose para su momento de gloria, que llegó en la segunda parte con una estupenda Vo far guerra en la adaptación al clave de Babell.

Al margen ya del Ciclo de la OBS, el pasado lunes volví de nuevo a Santa Clara, esta vez para asistir al recital lírico de la joven soprano canaria Laura Romero, acompañada al piano por Juan Carlos Ortega. Copio el programa:
I.
Bellini: Eccomi in lieta vesta... o quante volte (I Capuleti e i Montecchi)
Schumann: Widmung
R. Strauss: Morgen
Rossini: Ah voi condur volete... ah dónate il caro sposo (Il signor Bruschino)
Liszt: Oh quand je dors
Donizetti: C’est es donc fait... Salut a la France (La fille du régiment)
II.
Falla: Nana (1914)
Turina: Cantares
Chapí: Canción de la gitana (La chavala)
Vives: Canción de Cosette (Bohemios)
Giménez / Nieto: Me llaman la primorosa (El barbero de Sevilla)
De propina, una sevillana y “La tarántula”. Lo mejor, el Liszt de la primera parte. Ante todo, la voz, claramente lírica, es hermosa y solvente en las coloraturas, aunque me da por pensar que el belcanto de Rossini, Bellini y Donizetti quizás no sea el terreno donde mejor luzca. El volumen es correcto, aunque muy lejos de ser un vozarrón y el ascenso al agudo completamente natural y sin el menor rastro de portamento, aunque a veces un poco brusco, como si necesitara controlar algo más los contrastes de volumen, evitando pasar violentamente de una mezza voce a una emisión estentórea. También hubiera ayudado algo más de arrojo, especialmente en la primera parte, evitando caer en la trampa de limitarse simplemente a “cantar bonito”. Sea como fuere, con estos pros y estos contras, recuerdo que en algún ascenso al agudo, de forma segura y partiendo de una voz perfectamente colocada en su centro, su timbre juvenil me recordaba bastante al de Freni, de quien ha tomado alguna clase magistral según el folleto de mano que se repartió. No soy capaz de lanzar un halago mayor a una soprano que decirle que a veces puede recordar a Freni. En fin, una joven soprano de la que habrá que seguir su evolución y que puede darnos alegrías futuras.

Al día siguiente, el centro cultural de Santa Clara celebró el día europeo de la música con varios conciertos. El más especial fue, sin sombra de dudas, el de la Orquesta Joven de la Orquesta Barroca de Sevilla, integrada por chavales, algunos de ellos de edades bastante tiernas (los violonchelos, por ejemplo). Valentín Sánchez se puso al frente para presentar un programa de esos que resultan típicos a más no poder: Canon de Pachelbel en plan tradicional (osea, con muchas cuerdas y sin la giga final), la obertura de Il Trajano de Mancini, sonata para dos violines de Telemann, el RV 522 de “L’Estro Armonico” de Vivaldi, la sonata “La Follia” (no la bética, la de siempre) de Corelli, y la “Imitation des caracteres de la danse” de Pisendel. Todas las orquestas hacen alguna vez un programa de este tipo, y no es raro que acaben grabándolo en un disco que se llame algo así como “An evening with the [inserte el nombre de la orquesta]”, el que los miembros aparecerán sonrientes en la portada llevando unas copitas en la mano. Los chicos tocaron admirablemente bien.
Tras este concierto, que terminó con la entrega de unas camisetas de recuerdo, asistí también en la misma sala, aunque muy menguada de público, a la actuación de la Academia de Estudios Orquestales de la Fundación Barenboim-Said. El programa era algo completamente anárquico y amorfo. Comenzó con dos movimientos (primero y cuarto) de la sonata para violín, BWV 1003 de Bach, con un Alejandro Piñero Gómez no todo lo preciso que sería deseable en el Allegro inicial y mucho más acertado en el Grave. La absurda dinámica del programa pasaba de Bach a un espanto para violín titulado Et in terra pax de un tal Salvador Brotons, seguramente ateo. La interpretación del joven Samuel García García fue, sin duda, impecable; el problema estaba en la fealdad (en mi subjetiva opinión, claro está) de la obra. El “truño brotónico”. El autor del programa hizo luego otro giro esquizoide para traernos después el cuarteto para flauta, K.285b de Mozart a cargo del Cuarteto Epalí, integrado por las guapísimas Aida Naranjo Mantero (flauta), Laura Rubiales Solís (violín), Ester Casado Cascado (viola) y Pilar Rueda Rodríguez (violonchelo). Siempre me ha parecido una incógnita lo agradablemente bella que es la música que Mozart escribió para la flauta, un instrumento que no era precisamente de su agrado. Sinceramente, después de lo de Brotons fue como tomarse un refresco. Para terminar, Falla (tachán tachán, ya tenemos premio para el programa más raro que he oído en lo que va de año), con sus Siete canciones populares españolas adaptadas para el cuarteto.
Aquí el Cuarteto Epalí con las mismas obras que interpretaron en Santa Clara:
jueves, 9 de junio de 2011
Un excelente flautista
Hazelzet se rebeló no sólo como un extraordinario intérprete, sino como un buen hispanoparlante. En la segunda parte, introdujo la Partita en la, BWV 1013 de J. S. Bach en correctísimo castellano, afirmando que la obra contenía “un poco de todo” e invitando al público a que la escuchase pensando en que se trataba de un cuento. Para terminar, una estupenda Triosonata, Wq. 147 de C. Ph. E. Bach.
La sala, como siempre, estaba completamente llena, hasta el punto de que observé a varias personas de pie al fondo. Hazelzet, por sus gestos, parece un tipo simpático.
viernes, 18 de marzo de 2011
El FEMÁS y la maldición barroca

Desafiar a los elementos y aventurarse a salir a la calle con el inmenso aguacero que cayó en Sevilla el pasado domingo 13 es toda una declaración de amor a la música y al Festival. Por lo que a mí se refiere, ni que decir que mi paraguas “Gold rain” no pudo hacer nada para evitar que zapatos y pantalones estuvieran chorreando cuando llegué al restaurado Convento de Santa Clara, enclave apropiadísimo para muchos de los conciertos de este año. Permite un aforo grande, la acústica del lugar es buena (sin los ecos, por ejemplo, de otras iglesias que ha frecuentado la Orquesta Barroca de Sevilla, como Santa Marina), y no se pasa frío. Pues bien, cuando estaba sentado y empapado, Mercedes Ruiz, intérprete de violonchelo de la OBS de la que ya he hablado algo, se dirigió al público para referir un obligado cambio total de programa. En teoría, debería de haber interpretado con el acompañamiento pianístico de Alfonso Sebastián la Sonata para violonchelo y fortepiano nº.5 Op.102 nº2 en re mayor de Beethoven y la nº2 Op.58 en re mayor de Mendelssohn, junto con el Lied ohne Worte (“Romanza sin palabras”) Op.109 en re mayor beethoveniano. Pues bien, según comentó, el fortepiano que iba a emplearse había sido “destrozado” durante su traslado, creo recordar que desde Madrid, resultando dañado el pedal. Una pena. Dijo que era probable incluyo que el propio Schubert hubiera utilizado ese mismo instrumento. En cualquier caso, debió mediar en todo esto el fantasma barrocófilo del FEMÁS, un espíritu vengativo que desde el más allá impide que el Festival acoja música del siglo XIX, por mucho que pretenda interpretarse con instrumentos históricos. Crucemos los dedos para que su maldición no se repita en el concierto de clausura del próximo domingo, dedicado a Mendelssohn y Schubert.
Como resulta obvio, la imposibilidad de trasladar hasta Sevilla en pocas horas otro instrumento adecuado conllevó el referido cambio de programa. Podrían haber utilizado un piano moderno, claro, pero no hubiera sido lo mismo, y su utilización en el FEMÁS hubiera resultado sin duda más discutible. En lugar de esto, Ruiz y Sebastián contaron con el apoyo de Ventura Rico, cofundador de la OBS, para ofrecernos un variado y atractivo programa barroco que me hizo olvidarme de que mis pantalones podían exprimirse. Ruiz nos brindó dos sonatas para violonchelo y continuo y un movimiento suelto de Geminiani en una interpretación enérgica, de gran personalidad, en absoluto gris ni insípida. Su estilo barroco, con gran fuerza y pasión, me hizo pensar que se asemeja a una especie de Goebel pero al violonchelo. Por decir algo, yo hubiera deseado, eso sí, una mayor sutilidad y lirismo en algunos pasajes.
Por su parte, Alfonso Sebastián deleitó verdaderamente al público con tres sonatas de Scarlatti (“música para ser más feliz”). Siento no recordar una de ellas. Las otras dos fueron la K.380 y la K.159. Pocas notas falsas y sólo algún apuro técnico en la última de las que he citado (una de mis debilidades scarlattianas), con alguna ralentización en el tempo que excedió de las licencias que permite el tempo rubato. Mucho más plano resultó el Preludio, fuga y alegro, BWV 998 de J. S. Bach, en una interpretación quizás excesivamente sobria. Por cierto que cuando presentó la obra, Sebastián se empeñó en retratarla como una referencia a la Santísima Trinidad. Yo es que esas cosas del esoterismo y Bach no termino de encajarlas bien.
Sala llena, a pesar como digo del tiempo desapacible y la intensa lluvia. Pese al cambio de programa, el público acabó encantado, a qué negarlo, yo también.
Al día s

El miércoles 1

A mí me habría hecho mucha ilusión ver brincar a las viejas del público.
lunes, 8 de noviembre de 2010
Crónica del Ciclo de Cámara de la OBS (II)

Como viene siendo habitual, el concierto se vio precedido de una conferencia introductoria a cargo de Pablo J. Vayón, crítico musical de Diario de Sevilla, quien según oí comentar informó erróneamente en dicha publicación sobre la hora del concierto, que tuvo que retrasarse una media hora. Confieso que mis altas expectativas en la conferencia estuvieron a punto de venirse abajo al comienzo de la misma, cuando en el interior del templo Vayón se dirigió al público (en buena medida de cierta edad) con una camisa arrugada y por fuera del pantalón y lo que más me chocó: escondiendo una de sus manos en el bolsillo. Al final el fondo venció a la forma y nos ofreció una conferencia excelente, no exenta de buenos toques de humor agradecidos por el público y en la que se introdujo el programa del concierto de forma erudita pero comprensible para el lego en la materia. Tenemos suerte los sevillanos de contar entre nosotros a quien sin duda es uno de los mejores críticos del país, al menos en materia de música antigua y barroca.
En cuanto a Andoni Mercero, puedo resumirlo todo en que me convenció. Su violín es elegante, nunca cursi ni empalagoso, y exhibe un buen lucimiento técnico sin caer en la artificialidad interpretativa. Es un viejo conocido de nuestra Orquesta Barroca de Sevilla, y aún recuerdo con cariño un concierto suyo de hará no menos de tres o cuatro años en el que, con el acompaño al fortepiano de Sara Erro, me descubrió esa pequeña gran joya que es la Sonata, K.379 de Mozart.
P.S.: Al volver a casa, momento de bajón al enterarme de que también se nos ha ido Shirley Verrett. Vaya añito.
J. S. Bach: Sonata para violín nº 2, BWV 1003: Fuga – Viktoria Mullova
domingo, 24 de octubre de 2010
Crónica del Ciclo de Cámara de la OBS (I)

En cuanto a Coin, no defraudó a nadie, ofreciendo una arrebatadora interpretación en la que la tónica parecía ser el predominio de la sobriedad y lucimiento técnico del instrumentista sin caer en el exhibicionismo barato. A título particular, me dejó sin habla en la Bourrée de la Suite nº 4. De propina, el hermoso Capricho nº 8 para violonchelo de Joseph-Marie-Clément Dall'Abaco.
Aunque es obvio que nada tiene que ver con la música de cámara, la Orquesta Barroca de Sevilla ha ofrecido esta misma hoche un atractivo programa con las dos sinfonías con cello obbligato de Joseph Haydn (nos. 13 y 31) y el desconocido Concierto para violonchelo nº 4 de Bernhard Heinrich Romberg, siempre con la presencia de Coin como chelista. La razón de este concierto, tan ajeno como digo al resto del ciclo, es que la orquesta está grabando para su sello discográfico estas mismas obras. Ni que decir tiene que devoraré el disco en cuanto salga.
Pues bien, el concierto se vio antecedido esta vez de la conferencia de Francisco Callejo, quien superando algunos problemas de la traicionera informática, pudo hacer una sucinta introducción a algunos aspectos destacados de la biografía de Haydn, y lo que es más importante, una exposición bien sencilla de cada una de las tres obras del programa movimiento a movimiento.
En cuanto al concierto en sí, poco puedo añadir a lo que tantas veces he escrito sobre la OBS. Cada escucha de este magnífico conjunto es una reafirmación de que estamos ante una de las mejores orquestas historicistas del mundo. Así como suena. Precisamente por eso me alegra enormemente que la Conserjería de Cultura de la Junta de Andalucía les haya concedido el premio Manuel de Falla, cuya dotación económica cae como agua de mayo en un año en el que la estabilidad del grupo se había visto amenazada por la retirada del apoyo económico que hasta ahora le prestaba Cajasol. Volviendo al grano: la OBS ofreció una encantadora versión de la temprana sinfonía nº 13 haydniana, en cuyo segundo movimiento, completamente concertante para violonchelo, brilló Coin alcanzando un altísimo grado de sutileza. Una verdadera maravilla. Imposible además no acordarse del final de la sinfonía “Júpiter” de Mozart al escuchar el tema del Finale. Siguió el más oscuro concierto de Romberg y, por último, una de mis sinfonías haydnianas favoritas desde hace mucho: la vigorosa nº 31 “Hornsignal” (que podría traducirse por algo así como “la llamada de la trompa”), en la que el único instante de “peligro” se vivió cuando al violín concertino (Pablo Valetti) se le rompió una cuerda en plena faena, algo que ya le había ocurrido previamente al violín de Andoni Mercero. Fue Valentín Sánchez quien estuvo al quite y le entregó rápidamente su instrumento a Valetti, de modo que no hubo necesidad de interrupción. En cuanto a la rotura de las cuerdas, no percibí especial humedad ni frío en el interior de la iglesia, pero ocurrió dos veces, algo desde luego muy infrecuente en los conciertos de la OBS. Supongo que es el peaje que hay que pagar por usar las cuerdas de tripa. Pero qué leches, ¡viva el historicismo!
Seguiré escribiendo sobre los otros dos conciertos que restan en este ciclo de cámara.
Haydn: Sinfonía nº 31 – Allegro: AAM / Ch. Hogwood
martes, 24 de agosto de 2010
Axabeba y la "Accademia de Hamelín"

No pude evitar distraerme en algún momento. La culpa la tuvieron ni más ni menos que las evoluciones de una rata que, vista desde la fila 18, era bien grande. Una señora, sentada junto a mi madre, la vio pasar de refilón y exclamó: “¡Allí hay un gato!” Supongo que una observación más prolongada del animalito la sacó del error, porque tiempo dio de contemplar cómo correteaba de lado a lado por una de las cornisas mientras que los tres músicos permanecían ignorantes. A cada aparición de la rata seguían murmullos varios del público, mientras que los músicos (más cerca de ella que nadie) continuaban a lo suyo, como si de una película cómica se tratase.
Es inevitable que en un jardín de cierta extensión haya bichos, pero ratas... no. Tirón de orejas para los responsables de su mantenimiento, quienes quiera que sean.

Ayer, lunes 23, acudí de nuevo, esta vez para escuchar al cuarteto Axabeba, del que ya tuve una grata impresión en el concierto-maratón de ayuda a Haití que se hizo hace unos meses en la Iglesia de los Terceros a instancias de la Orquesta Barroca de Sevilla. Escuchando los discos de este grupo medieval, resulta evidente la mejora que ha supuesto la inclusión de Alberto Barea, reforzando las voces y aportando el uso del organeto al tiempo que interpreta los vientos (chirimía) junto con un magnífico Ignacio Gil, que se llevó tal vez el mayor aplauso. Mucho más me convenció en esta ocasión María Dolores García, especialmente en el Caritas abundat de Hildegard von Bingen, cantada desde fuera del escenario (concretamente desde una ventana del edificio de atrás) y acompañada por José Luis Pastor, quien además de hacerse cargo de las cuerdas medievales se ocupó de introducir de forma amena cada una de las piezas. Hubo bromas entre los músicos, buen humor y calidad musical en un entorno bello. El programa, titulado “Collage medieval”, se componía de diversas piezas de variado origen de los siglos XIII y XIV: del Llivre Vermell de Montserrat y las Cantigas de Alfonso X a las danzas inglesas o italianas, pasando por canciones sefardíes o por una magnífica “Ecco la primavera” de Landini.
Muy disfrutable.
Tempus transit gelidum / Estampida sobre el tema (Carmina Burana) – Axabeba
martes, 1 de junio de 2010
Las mil caras de Jennifer Larmore

La sorpresa (en realidad la primera de ellas) llegó al leer el programa: junto a una primera parte íntegramente barroca nos plantamos en algo de Rossini en la segunda mitad (hasta aquí todo muy normal en relación a la idea que me hacía de esta mezzo), y nada más ni menos que música de Bizet, Offenbach, Strauss y Humperdinck. Todo un popurrí que constituye uno de los programas más inconexos y extraños a los que he podido asistir. Y para hacerlo aún más exótico, OpusFive. Cinco músicos, como su propio nombre indica, convirtiéndolo todo en música de cámara. Raro, raro, raro... e irresistible.
La primera parte se abrió de forma correcta con el aria de Dejanira “Where shall I fly?” del Hercules de George Frideric Handel, al que regresaríamos luego con una más apasionada interpretación de “Doppo la notte, atra e funesta” de esa maravilla que es Ariodante, cuyo libreto, por cierto, estoy traduciendo. Y ahora Bach: una de las curiosidades del programa ha sido la de intercalar varios fragmentos de “El arte de la fuga” (Contrapunctus I, V y VII) por mucho que nada tuvieran que ver en ocasiones con el carácter de las piezas entre las que se insertaban (¡entre Strauss y Offenbach!). Quizás ello contribuyese a acentuar aún más el profundo carácter reflexivo (y me permito decir que casi místico) de esta música maravillosa. Larmore nos cantó el “Erbarme dich”, ese momento de “La Pasión según San Mateo” en el que al igual que a Jonathan Miller (véase este vídeo) me suele costar contener las lágrimas. Para mí, que prefiero aquí a voces más “claras” (¿cómo expresarlo?) ganó la batalla el violín de Sebastian Hamann, aunque es cuestión de gustos.
Y con esto nos plantamos en la segunda parte. Alguien había instalado una mesita con mantel verde sobre el escenario durante el descanso. Sobre ella, una vela que encendió Larmore nada más sentarse a la mesa, y a la sola luz de esa llama y con el escenario completamente a oscuras cantó angelicalmente la oración nocturna del segundo acto del Hansel y Gretel de Humperdinck, esa ópera que tanto adoro y de la que hablé no hace mucho. Por extraño que se me hiciese, el escaso acompañamiento instrumental dotó aún de mayor intimismo a una escena en la que sólo nos faltó a Gretel para evitar que el dúo se convirtiese en aria. No me importó. A ello siguió, cuando apenas me había recuperado del éxtasis (porque por cursi que suene puedo hablar de éxtasis) un maravilloso “Morgen!” (nº 4) de los “Cuatro Lieder” de Richard Strauss, que terminó en la que fue la primera gran ovación de la noche. Ovación que se repitió, como era de esperar, tras le célebre “Barcarola” de “Los cuentos de Hoffmann” de Offenbach, a la que antecedió el Contrapunctus VIII de Bach. No es que la primera parte fuera inferior, sino que el público aplaude siempre con más entusiasmo aquello que es popular y conoce.
Cuando llegó el momento de la “Chanson Bohémienne” de la “Carmen” de Bizet los músicos se retiraron del escenario y el contrabajo Davide Vittone se dirigió al público. Inmediatamente pensé en un cambio de programa, especialmente porque no me cuadraba demasiado eso de Jennifer Larmore como Carmen (no obstante, sé que hay grabación con Sinopoli). Pero no: lo que dijo aquél simpático italiano era que los músicos estaban muy cansados y que pensaban beber algo en la taberna de Lillas Pastia. Y entre las risas incontenibles del público empezó a desmadrarse el espectáculo, de forma deliberadísima. Los músicos entraron bebiendo tambaleantes, y fingiéndose ebrios se intercambiaron gritos de “¡Borracho!” y alabanzas al Rioja. Luego, empezados ya los primeros compases, apareció Larmore provocando a la sección masculina, lo que por cierto se le da muy bien. Y al margen incluso de la divertida y encantadora escenificación (y aquí, como en la pasada Turandot, vuelvo a discrepar del inconformismo de Moreno Mengíbar en Diario de Sevilla) quedé pasmado de nuevo con esta mujer. ¡Vaya Carmen! Sólo decir que aquello fue absolutamente fabuloso: una versión fogosa (porque Carmen lo es), oscura (porque Carmen lo es) y despreocupada (porque Carmen lo es). Me tragué muy felizmente mis prejuicios estúpidos. Con esa voz y ese físico no hay Don José que lamente hacerse desertor.

La recta final fue puramente rossiniana. Del “Recalling Rossini” (“Recordando a Rossini”) de Domenico Torta, un popurrí instrumental a partir de óperas de Rossini, me quedo con la acertada instrumentación del “Una voce poco fa”. Finalmente, Larmore reapareció para cerrar el programa con el final de “La Cenerentola” (“Non più mesta accanto al fuoco”). Aplausos a rabiar y público en pie. Los del Maestranza fueron buenos y entregaron flores a todos (a la diva, como era de esperar, un ramo grande) y los aplausos se convirtieron en palmas por sevillanas. El bis fue el simpático “Art is calling for me” (“I want to be a primadonna”) de Victor Herbert y Harry B. Smith, cuyo texto puede localizarse aquí. Transcurrió plagado de los cómicos gestos grandilocuentes de diva de Jennifer Larmore, quien además bromeaba con los otros músicos. Al terminar, la reacción del público volvió a ser la misma, y después de mucho hacerse de rogar optó por cantar en español el “Con el vito viene” (una canción a la que por razones de mi infancia tengo enorme cariño). El año pasado le ocurrió algo parecido nada menos a otro peso pesado como Anne Sofie von Otter, que agotó los bises preparados y gritando “¡Gracias!” al público tuvo que “improvisar” el “Bist du bei mir” de Bach con Lars Ulrik Mortensen al clave. Larmore seguía en todo lo suyo, gesticulando cómicamente con los brazos para indicar la irrupción del conjunto antes de cantar, terminado lo cual todos salieron a tropel para evitar que el público insistiese en otro bis. Nunca he visto una salida más precipitada de un escenario. Si la Jenny llega a tropezar habrían rodado los seis por el suelo.
Pues lo dicho: espectacular Larmore (adorablemente payasa en el escenario) y bastante dignos los de OpusFive (Sebastian Hamann y Mirian Müller fueron los violines, Lisa Weiss la viola, Stephanie Meyer el violonchelo y Davide Vittone el contrabajo) cumpliendo en su labor de acompañar a Larmore, que para eso es quien tenía que brillar, y ofreciendo además la curiosísima posibilidad de escuchar de forma tan reduccionista obras de gran exhuberancia orquestal como “Hansel y Gretel” o “Carmen”.
Una noche extraña, con toques incluso de surrealismo y absolutamente deliciosa.
J. S. Bach: El arte de la fuga (Contrapunctus I) / Reinhard Goebel – Musica Antiqua Köln
G. F. Handel: “Va tacito e nascosto” (Giulio Cesare) / Jennifer Larmore – René Jacobs – Concerto Köln
martes, 9 de marzo de 2010
Trevor Pinnock cabalga de nuevo

La fusión de El Monte con Caja San Fernando no ha supuesto la desaparición de este maravilloso ciclo anual de conciertos, que hoy nos lo ha traído de vuelta a Sevilla. Y aunque la primera vez que se ve a un artista al que se admira se siente algo especial, creo haber disfrutado tanto esta noche como lo hice en aquella primera ocasión. Más aún cuando era consciente de que Trevor Pinnock había pasado, al igual que quien esto escribe, un infame año 2009. A finales de 2008 perdió a sus padres y su salud se deterioró en los meses siguientes, pero la feliz aparición hace poco de una nueva grabación de las Sonatas para flauta de Bach sugería una recuperación que hoy mismo he podido ver y oír por mí mismo para mi alegría.
Ha venido con un repertorio francés (Froberger, Couperin, Rameau) acompañado de la Partita nº 4 en re mayor, BWV 828 de Bach, que ya grabara para Archiv en 1985. Y escuchándole es difícil no preguntarse el por qué no ha frecuentado con mayor asiduidad el barroco francés. Pinnock siempre ha sido un clavecinista y director de medios tan sobresalientes que hacen muy desconcertante, por ejemplo, su relativamente escasa discografía en materia de ópera y de música vocal. Lo escuchado esta noche ha tenido, por tanto, el aliciente de tratarse de un Pinnock alejado, con la excepción de Bach, de sus compositores habituales (Handel, Mozart, Haydn...). Me pareció soberbio en la primera mitad, y ya en la segunda logró un sonido intimista en Couperin que me recordó a Rousset. Su interpretación de la Suite en la menor de Rameau (1728) adoleció de algún problemilla perfectamente disculpable (y más tratándose de quien se trata), a lo que contribuyó también un problema con una nota del instrumento, que Pinnock tuvo que arreglar sobre la marcha. Noté al público más entusiasmado que otras veces o quizás sea que mi admiración por Pinnock me llevó a ello. La sala estaba llena más o menos al 80% (en esta ocasión tenía entrada en balcón y divisaba muy bien todo el recinto) y Pinnock fue braveado al saludar. Como propina, una enérgica interpretación de “La Suzanne” de Balbastre.
Y ahora un deseo probablemente imposible: que Pinnock vuelva a dirigir a The English Concert como director titular. Estamos hablando de una de las mejores orquestas historicistas del mundo, que en la década de 1980 alcanzó lo más alto haciendo de la “elegancia británica” su nota más característica. Esta pulcritud tan british contrastaba por aquellos años con la pasión barroca de la Musica Antiqua Köln de Reinhard Goebel y con el virtuosismo al clave de Ton Koopman, encajando más en la línea de directores como Christopher Hogwood o de mi admirado Sir John Eliot Gardiner. Pese a esta disparidad de estilos y a que los criterios de interpretación hayan variado con el tiempo en relación a compositores como Vivaldi, su discografía sigue gozando hoy de plena vigencia, y Pinnock ha mostrado en Sevilla su cara más vitalista después de la oscuridad de la tormenta. Larga vida para él y para la que se mire como se mire será siempre su orquesta.
"La Suzanne" (Balbastre) - Trevor Pinnock
domingo, 14 de febrero de 2010
Música solidaria por Haití

Mi plan era el de acercarme a las cinco para escuchar los cuartetos para flauta de Mozart y volverme a casa cuando me pareciese oportuno. Y eso fue exactamente lo que hice: volví a casa cuando me pareció oportuno... siete horas más tarde, cuando todo acabó. La prolongada experiencia de los conciertos de la Orquesta Barroca de Sevilla en Santa Marina, todo un frigorífico en invierno, ha obrado el milagro de hacer que me concentre más en la música que en las bajas temperaturas. Aún recuerdo una Misa en si menor de Bach con unos músicos ateridos de frío y cantando con bufandas... Ayer sólo hice dos interrupciones: la primera, con el cuerpo cortado, para tomar un café en el Horno San Buenaventura y la segunda en mi casa, para arrojarme sobre la botella de coñac y llenar con algo el estómago. Sin duda, un frío suelo de mármol no hace recomendable permanecer inmóvil durante un largo concierto en invierno, aunque visto por otra parte, las salas de conciertos carecen del encanto de las iglesias para este tipo de eventos, y más obviamente cuando de música sacra se trata. Ayer tuvimos un bonito marco en los Terceros (aunque carezco de conocimientos sobre acústica, me convenció más que la de Santa Marina), con la Virgen del Subterráneo en lo alto de un altar mayor repleto ya de cirios para el Triduo de la semana próxima.
Calculé unas treinta personas aproximadamente a mi llegada. Dos hombres comentaban que el templo había estado prácticamente vacío horas antes. Gratamente la cifra fue incrementándose hasta llegar a una iglesia de los Terceros considerablemente llena durante la actuación de Axabeba, para después disminuir (algo comprensible) a medida que avanzaba la hora. Ignoro qué tal habrá ido la recaudación, pero la convocatoria de gente no me ha parecido nada mal teniendo en cuenta (otra vez) la escasa difusión y publicidad del concierto. Ni siquiera en la web de la Orquesta Barroca de Sevilla he encontrado el menor anuncio o referencia.
En cuanto a las actuaciones, siempre es un placer escuchar a un Mozart bien interpretado. El Cuarteto OCNO se hizo cargo de los Cuartetos para flauta de Mozart, unas obritas encantadoras, de las que hacen que se me ponga cara de bobo y que vuelven muy desconcertante la confesada antipatía que sentía Mozart por ese instrumento, mientras que Miguel Romero y Pablo Almazán bordaron el dúo para violín y viola nº 1, K.423, con una justa ovación del público. Pero los que mayores aplausos arrancaron fueron los componentes de Axabeba, con su exhibición y dominio de los instrumentos medievales, acompañados por la algo pálida voz de María Dolores García y por Alberto Barea, que además de tocar el organeto pasó cantando de la tesitura de tenor a la de contratenor como si tal cosa. Eso sí, para mí la protagonista absoluta de la tarde fue sin duda la viola da gamba de Fahmi Alqhai. Un público embelesado, en absoluto silencio, y un artista que parecía ajeno a cuanto le rodeaba, ensimismado en su instrumento como si se encontrase tocando en mitad del desierto. La música de Hume, y sobre todo la de Marin Marais, con una portentosa y conmovedora interpretación de “Les voix humaines” rompió ese silencio y “obligó” al público a aplaudir Alqhai antes de terminar. Nadie que haya estado ayer en los Terceros, salvo problema de sordera grave, puede describir a este hombre si no es como artista genial.
También J. S. Bach estuvo presente con el violonchelo de Mercedes Ruiz (la primera y más famosa de las Suites que escribió para ese instrumento) y el violín de Ángela Moya, que fue creciéndose en su interpretación de la Chacona de la Partita en re menor, BWV 1004. Sensacional Miguel Rincón con su guitarra barroca, así como el programa dedicado a Forqueray de Alma Sonora y el de Barbara Strozzi.
Por último, música de Purcell (“Hark The Echoing Air” y la Chacona de “The fairy queen”) y de Handel: un poco del Concerto grosso nº 5, HWV 323 y dos bombas del “Giulio Cesare” (atentos el mes que viene a este patio de butacas los aficionados a esa grandísima ópera) como son el “Piangerò” y el “Da Tempeste” con las Cleopatras de Rocío de Frutos y Cristina Bayón, respectivamente. Como perla final, la siempre celebrada “Lascia ch’io pianga” de Rinaldo, de adecuado texto para la triste causa del concierto y bellamente adornada por el violín de Jorge Jiménez, quien además introdujo las distintas piezas al público con sentido del humor.
Tardaré en olvidar estas siete horas de música. Y es que somos afortunados los sevillanos, pese a todo.
El señor que tenía a mi lado... intentó silbar de satisfacción una vez terminado el concierto, pero no le salía y sólo conseguía emitir un resoplido lúgubre y que hasta daba yuyu.
lunes, 9 de noviembre de 2009
Gente a la que admiro: John Eliot Gardiner

Comenzaré con un personaje de hoy, que sigue vivito y coleando y cuyo nombre muchos no habrán oído jamás: el director de orquesta John Eliot Gardiner. En las navidades de 1999/2000, mis tíos me regalaron su espléndida grabación de El rapto en el serrallo de Mozart, y para mí fue toda una revelación. Aquél sonido nada tenía que ver con aquello a lo que estaba acostumbrado: era cristalino, con total ausencia de vibrato en las cuerdas, con el timbre estridente y espectacular de las trompetas naturales. ¿Qué orquesta era esa llamada “The English Baroque Soloists”? Enseguida lo supe: un conjunto de instrumentos de época. Una orquesta historicista, que sólo utilizaba instrumentos originales del tiempo del compositor o réplicas de los mismos.
Por aquél entonces no tenía ni idea de que hubiese cambiado tanto la técnica de construcción de los instrumentos en los últimos siglos, pero así era. Descubrí un sonido completamente nuevo que en ocasiones se me hacía extraño (como escuchar a Mozart no al piano, sino al fortepiano de época) y que, sin embargo, “encajaba”, tenía “sentido” con la música que oía. Y el hallazgo de la orquesta se vio complementado con el del mejor coro que había escuchado en mi vida (hasta el presente): el coro Monteverdi, fundado por el mismo Gardiner hace más de cuatro décadas.
Después del hallazgo me comporté como un auténtico fan adolescente... y naturalmente no me arrepiento. Cuando me interesaba hacerme con una obra, investigaba primero si la había grabado Gardiner, y en caso afirmativo, esa sería la grabación elegida. Después de aquél Rapto me hice con sus Bodas de Fígaro, que desde entonces se ha convertido en mi ópera preferida. Al mismo tiempo, profundizaba en el ámbito del historicismo con las grabaciones de Goebel, Pinnock, Hogwood, Koopman, Brüggen, Harnoncourt, McCreesh...
Pero Gardiner todavía tenía algo que enseñarme. Admito que corría el riesgo de convertirme en un seguidor del historicismo excluyente con cualquier interpretación con instrumentos convencionales y ajena a los criterios históricos. Lo dice él mismo en una entrevista que acompaña a su maravillosa grabación en DVD del Oratorio de Navidad de Bach: el historicismo es tan sólo una vía de interpretación, pero lo verdaderamente importante es la calidad del intérprete. De hecho, es imposible utilizar un criterio historicista al 100%: imaginemos que tal compositor escribió tal pieza para ser interpretada por tal persona. Pues como esa persona está muerta, no podemos cumplir completamente con la voluntad del autor, lo que hace imposible todo intento absoluto de reconstrucción en el siglo XXI. El historicismo es un plus que hace especialmente atractiva a una interpretación, pero lo más importante es que la música esté bien interpretada. Historicismo sí, pero “histericismo” no.

Volviendo al protagonista de nuestra entrada, hay que decir que es un personaje cuanto menos pintoresco. Su abuelo acompañó a Howard Carter en el hallazgo de la tumba de Tutankhamón, y él mismo permaneció en Oriente Medio parte de su juventud. Puede que heredase algo de ese espíritu descubridor, pues nuestro hombre tiene en su haber el haber estrenado y grabado por primera vez Les Borèades de Rameau, ópera que jamás llegó a representarse antes por la muerte del compositor en 1764. De modo que Gardiner forma parte de la historia de la música. Tan simple como eso. Tiene fama de emplear mano dura con sus músicos y cuando se cansa del mundo se quita la pajarita, se enfunda unos vaqueros y se retira a su granja de Dorset.
En los últimos años, destaca el que celebrase el cuarenta aniversario del Coro Monteverdi llevándolos a hacer el Camino de Santiago y poniéndolos a cantar en las paradas. Original, cuanto menos. Pero la mayor “locura” de Gardiner fue otra:
En el curso del año 2000 quiso celebrar el 250 aniversario de la muerte de Johann Sebastian Bach interpretando y grabando las casi doscientas cantatas sacras del genio de Eisenach en diversas iglesias de Europa (incluyendo aquéllas de Alemania en las que trabajó el propio Bach) y América. El proyecto se llamó “Bach Cantata Pilgrimage” (“peregrinaje de las cantatas de Bach”), y para hacerlo más difícil, cada cantata debía interpretarse y grabarse en el día exacto para el que estaba pensada. Deutsche Grammophon se terminó rajando después de haber aceptado inicialmente realizar las grabaciones, pero eso no frenó a nuestro amigo Gardiner, que se ocupó personalmente de que se llevaran a cabo –con los costosos gastos que ello implica– y fundó para editarlas un sello discográfico para él solito: "SDG" (es decir, “Soli Deo Gloria”, frase que aparece escrita de la mano de Bach en muchas de sus partituras). En un documental que acompaña a uno de los DVDs grabados ese año, aparece algo “tocado” al final del proyecto, diciendo que convivir con Bach durante todo un año le ha llevado a replantearse su forma de ser, de actuar, de responder y sus prioridades en la vida. Desde entonces su discografía se ha reducido, pues SDG es un sello sin ánimo de lucro y el dinero de las ventas es el único del que disponen para hacer nuevas grabaciones. Yo me muero por oír sus Conciertos de Brandemburgo, que acaban de salir. Mientras tanto, las estanterías de las tiendas de discos se inundan cada año con lo último de Britnispírs y demás cosas por el estilo, al tiempo que tenemos que ver cómo agonizan o cierran sellos de la categoría de Erato, Teldec, L’Oiseau-Lyre, Archiv... Una lástima.
Una de las cosas que tenía que hacer con mi vida era verle en persona dirigiendo a su Coro Monteverdi y a sus English Baroque Soloists. Pude cumplir ese deseo hace algo más de un año, cuando acudió a la Catedral de Sevilla a dar un concierto completamente gratuito al que, por cierto, acudió también el rector de nuestra Universidad Pablo de Olavide. Pese a que parecía agobiado por el calor, no se retiró al terminar y pude acercarme a que me firmara el programa. Sólo acerté a felicitarle por el concierto (¿cómo explicarle que Dios le utiliza como disfraz?) y con ironía británica respondió que a él le también le había parecido “de la más alta calidad”.
John Eliot, eres un crack.