Hace meses que mantengo inactivo el blog a causa de ocupaciones personales ya anunciadas en su momento. A día de hoy continúo sin disponer de tanto tiempo como me gustaría para escuchar música y escribir, pero creo poder afirmar que lo peor ya ha pasado, o cuanto menos, el período más largo de inactividad. Esto quiere decir que mi intención es volver a darle un poco de vida al
blog, aunque a un ritmo pausado. Poco a poco, pero sin grandes silencios que duran meses.
Naturalmente, durante este hiatus bloguero sí he asistido a conciertos, y aunque haya pasado ya cierto tiempo, me gustaría escribir aunque tan solo fuese unas líneas de cada uno de ellos. Hoy quiero narrar, como comprenderá el lector, lo más goloso de todo: la Tosca que ha cerrado la temporada operística del sevillano Teatro de la Maestranza y que para servidor fue un auténtico disfrute plagado de gratas sorpresas. La temporada 14/15 ha sido escasa de títulos, como viene ocurriendo últimamente en Sevilla, pero con la sola excepción de un Don Giovanni meramente aseado y cumplidor, cada una de las óperas que se han ofrecido ha tenido verdadero interés artístico: esto no hay que señalarlo en el caso del Doctor Atomic, que era inédito aún en España antes de estas representaciones sevillanas, y menos aún en los casos de Norma y Tosca, óperas ambas muy trilladas y que por ello tienen precisamente en su contra el hecho evidente de que el público que las conoce lo hace probablemente a través de algunas de las más redondas grabaciones discográficas de la Historia, con la dificultad que ello entraña para que el espectáculo alcance unánimemente la calificación de notable.
Pedro Halffter asumió la dirección orquestal de esta Tosca con unos planteamientos que se me ocurren próximos a los de un Sinopoli, por ejemplo. No enfoca la magistral partitura pucciniana como mero acompañamiento instrumental de los cantantes –sería, además, rasgo innegable de mediocridad con partituras de semejante calibre– ni tampoco, como es lo habitual, como una fuente de belleza, tensión y drama. Además de acompañar y crear el clima propicio, Halffter optó por sumergirse en la orquestación de Tosca y ofrecer al público una amplia variedad de matices y colores escritos por Puccini y que pasan, las más de las veces, inadvertidos. No hubo, además, atisbo de pedantería en esta suerte de “deconstrucción” orquestal, pues el foso, aun con todo lo dicho, estuvo a disposición del lucimiento vocal del reparto, como evidencia, por ejemplo, la pausa tan habitual como criticable introducida por Halffter tras el celebérrimo Vissi d’arte para que el público ovacionase a la soprano.
El reparto vocal fue, de todas formas, lo que más gratamente me impresionó. No hubo fisuras, y el trío de voces principales rindió a un nivel por encima de lo que me esperé al anunciarse la temporada. Hui He compone una Tosca que incide en los aspectos femeninos y hasta coquetos del personaje, mostrándose en el segundo acto más severa y abatida intelectualmente que histérica. Con todo, no es un enfoque que deje precisamente una sensación light, y la voz se encuentra en un estado idóneo para el papel. El archiconocido Vissi d’arte, al que antes me referí, fue precisamente un ejemplo evidente de delicadeza y emoción. Jorge de León, por su parte, hizo un ejemplar Cavaradossi con una bellísima voz puramente lírica, buena proyección para el agudo y un enfoque viril que concede una adecuada personalidad y entidad a su personaje, manteniéndolo muy lejos de ser un mero comparsa de la protagonista destinado a dar lástima. Ambrogio Maestri, por su parte, no consiguió “ponerme firme”, como suele decirse, con su primera aparición (“Un tal baccano…”) pero al margen de esa entrada quizá algo fría estuvo espléndido, con una voz de oscuridad natural y una forma de concebir al personaje definitivamente alejada de la del esperpéntico villano de serie B que tanto se estiló en tiempos pasados. El Te Deum, sobre todo, me pareció fantástico.
Me resta por decir algo de la producción escénica de Paco Azorín. Digamos que para mí su principal mérito estriba en el hecho de que me parece, a un tiempo, clásica y moderna, tradicional y transgresora. El vestuario, salvo, por ejemplo, algunos colorines en la vestimenta del villano, es obviamente el propio de una producción “de las de siempre”, pero el decorado se presenta de tal modo que el realismo se pierde en pos del simbolismo. El palacio Farnesio del segundo acto es exactamente el mismo decorado de la iglesia de Sant’Andrea della Valle del primero pero en su cara opuesta. A medida que el acto avanza, y con él la inhumana presión sobre la protagonista, aparecen varias proyecciones de ojos en las ventanas, incrementando así la sensación de incomodidad, de sentirse observado, de agobio, tensión y malestar.
Brillante fin de temporada operística, como se ve. Continuaré escribiendo estos días sobre el resto de los conciertos a los que he asistió en los últimos meses.
Fotografías: http://julio-rodriguez.blogspot.com.es/
3 comentarios:
Que buen post, me ha dado ganas de verla, lástima que estoy tal lejos
Gracias, Ramón. Con las temperaturas que hay en Sevilla ahora es mejor estar lejos...
Me alegro de que vuelvas. Estoy totalmente de acuerdo con tu crítica. Un abrazo
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