sábado, 15 de mayo de 2010

Don Giovanni (Álvarez, D'Arcangelo, Antonacci - Muti)

Si bien el mes pasado abordamos el fabuloso DVD de Las bodas de Fígaro de John Eliot Gardiner, ahora es el turno de Don Giovanni. Kierkegaard decía que se trataba de la mayor obra de arte jamás creada por la Humanidad. Ese tipo de afirmaciones grandilocuentes carecen para mí de todo sentido (habría que hablar de obras “preferidas” personalmente en lugar de generalizar y mostrarse tan categórico), pero al menos queda claro que estamos ante una de las cumbres no de la ópera, sino de toda la historia de la música. Que no es poco. Se trata en realidad de una obra extraña, un “dramma giocoso”, esto es, una historia que si la visualizamos en frío es realmente trágica y que se nos muestra en muchas ocasiones desde la perspectiva de lo cómico. Así, el “libertino castigado” del título es responsable a lo largo de la acción de un asesinato, dos intentos de violación, una injusta instigación al asesinato de su propio criado, etc., etc., etc. Su paso por el mundo es un verdadero terremoto que desestabiliza a todos los personajes de la obra, a los que cambia la vida para siempre.

Como es costumbre consolidada en el blog, vayamos ya con el tradicional resumen del libreto, que puede localizarse traducido al castellano aquí.

Acto 1. Sevilla, siglo XVII. El criado Leporello espera a su señor Don Giovanni en el exterior de la casa del Comendador. Aparece Don Giovanni enmascarado, perseguido por Donna Anna, a quien acaba de intentar violar. La irrupción del anciano Comendador dispuesto a defender a su hija obliga al burlador a batirse en duelo con él, matándole. Cuando regresa Donna Anna con su prometido Don Ottavio, tanto Don Giovanni como Leporello han desaparecido, quedando tan sólo en escena el cadáver del Comendador. Donna Anna hace jurar a Don Ottavio que vengará la muerte de su padre.

Don Giovanni se encuentra discutiendo con Leporello en plena calle cuando aparece Donna Elvira, una mujer a la que prometió matrimonio y dejó abandonada en Burgos. Aún enamorada de Don Giovanni, Donna Elvira descubre de la mano de Leporello su licencioso estilo de vida cuando este le muestra la interminable lista de conquistas abandonadas por Don Giovanni casi en cualquier parte del mundo.

La acción se desplaza a la boda de los campesinos Zerlina y Masetto. Don Giovanni enseguida pone sus ojos en la novia y ordena a Leporello que conduzca a su casa a la totalidad de los invitados para quedarse a solas con ella. Masetto, nada dispuesto a dejar a su novia con ese desconocido, es sacado a la fuerza. Ya a solas, Don Giovanni trata de seducir a Zerlina, lo cual queda en un mero intento gracias a la irrupción de Donna Elvira primero y de Donna Anna y Don Ottavio después. Tras la salida de Don Giovanni, Donna Anna le reconoce al fin como el asesino de su padre, insistiendo a Don Ottavio en que debe vengar su honor.

Mientras tanto, Don Giovanni se reúne con Leporello, que se ha deshecho ya de los invitados, para darle instrucciones sobre una nueva fiesta en su casa de la que espera obtener nuevas conquistas que engrosen su “catálogo”. Observa a Zerlina y al enfurruñado Masetto en el exterior y les invita a tomar parte en la celebración, a la que también acuden enmascarados Donna Anna, Don Ottavio y Donna Elvira, dispuestos a vengarse de Don Giovanni. Este último trata de abusar de Zerlina durante el baile, lo que hace que los enmascarados revelen su identidad manifestando estar al corriente de sus fechorías, lo que obliga a Don Giovanni a huir de su propia casa.

Acto 2: Leporello muestra a Don Giovanni su descontento por su estilo de vida, pero permanece a su servicio gracias a unas monedas. Don Giovanni ha puesto ahora sus ojos en la criada de Donna Elvira, y puesto que no puede introducirse en la casa de aquella, decide cambiar sus ropas con las de su criado. Aparece Donna Elvira y Leporello, vestido como Don Giovanni, se hace pasar por este, diciendo que se encuentra arrepentido de su forma de vida. Cuando la pareja ha salido, Don Giovanni (con las ropas de Leporello) tiene vía libre para introducirse en la casa. La llegada de Masetto, dispuesto a dar una paliza a Don Giovanni, se lo impide. Naturalmente, el campesino confunde al burlador con Leporello y es él quien se termina llevando los golpes.

Mientras tanto, el pobre Leporello no sabe cómo deshacerse de Donna Elvira, que cada vez da más señas de estar enamorada de Don Giovanni. Aparecen Donna Anna, Don Ottavio, Zerlina y Masetto dispuestos a vengarse de este último, por lo que Leporello tiene que revelar su verdadera identidad, dejando confusa a Donna Elvira y consiguiendo escapar después.

Don Giovanni y Leporello se encuentran durante la noche en el cementerio, donde tras recuperar cada uno sus ropas escuchan una voz fantasmal proveniente de la tumba del Comendador. Burlón, Don Giovanni obliga a Leporello a invitar a la estatua de piedra que corona la sepultura a tomar venganza contra su asesino a la hora de la cena, a lo que la estatua responde afirmativamente con una inclinación de cabeza.

Tras una escena en la que Donna Anna y Don Ottavio hablan de venganza, nos trasladamos a la casa de Don Giovanni, en donde el libertino está cenando despreocupadamente. Entra Donna Elvira para insistirle por última vez en que abandone su forma de vida. Tras la negativa de Don Giovanni aparece en la habitación la estatua del Comendador, que tiende la mano a Don Giovanni y le pide que le acompañe. Al contacto con la mano de piedra, Don Giovanni comienza a sentirse morir, pero pese a ello responde negativamente a la petición de la estatua de cambiar de vida. Aparece entonces un coro de espíritus que arrastran a Don Giovanni en vida al infierno.

Cuando la escena se ilumina de nuevo, entran en ella todos los personajes dispuestos a arrestar a Don Giovanni. Leporello emerge tembloroso de debajo de la mesa y explica lo ocurrido. Donna Anna y Don Ottavio acuerdan casarse al año siguiente, Donna Elvira recluirse en un convento, Zerlina y Masetto celebrar su unión con alegría y Leporello buscar a un nuevo y mejor señor.


Don Giovanni es una ópera afortunada en lo que se refiere a grabaciones en DVD. Yo mismo tengo cuatro, pero en realidad ninguna de ellas me satisface plenamente. Lo mismo me ocurría con La traviata, tal vez por tratarse de obras populares y bien conocidas de las que esperamos y exigimos más que del resto. Nos encontramos, como todo el mundo debe saber, ante la segunda colaboración entre Wolfgang Amadeus Mozart y el libretista Lorenzo Da Ponte, escrita para ser representada en Praga en 1787 tras el enorme éxito de Las bodas de Fígaro, de la que ya hablamos el mes pasado. Luego llegaría la hora de representarla en Viena, y pese a que Mozart se preocupó de modificar la obra al gusto de los vieneses, el éxito no fue el esperado. Por cierto que los cortes y añadidos incorporados por el salzburgués en la versión “vienesa” de la obra siguen planteándonos problemas doscientos años después. ¿Cómo optar por la versión original de Praga sin representar la encantadora “Dalla sua pace” de Don Ottavio, añadida por Mozart para la representación en Viena? Y si nos inclinamos entonces por la opción vienesa, ¿debe eliminarse la escena final tras la entrada del Comendador, dejando un final impactante pero mal resuelto argumentalmente? Ni siquiera los musicólogos e historiadores están de acuerdo en cómo pudieron ser aquellas representaciones en Viena, por lo que hoy suele acudirse a una especie de “mezcla” de ambas versiones.


Grabado en el Teatro an der Wien los días 26 y 27 de junio de 1999, el DVD del que me ocupo es una de las opciones más sólidas en este formato (el disco, gracias a Dios, es otra cosa en donde hay mucho, muchísimo más donde escoger). Me hice con él gracias a la extraordinaria colección de óperas en DVD que sacó el diario “El Mundo” el año pasado. Ojalá se viesen con mayor frecuencia iniciativas de este tipo, por cierto bien acogidas por el público. Prueba de ello es que la colección de la que hablo tuvo tan buen éxito que terminó ampliándose en dos entregas “extra” no previstas inicialmente.

Entrando de lleno en nuestro “Don Giovanni”, donde hay tela que cortar es en la puesta en escena de Roberto de Simone. Lo primero (y en realidad lo único) que llama la atención del espectador son los continuos cambios de vestuario por parte del reparto. El estilo de la ropa (diseñada por Zaira de Vincentiis) va evolucionando desde el siglo XVII hasta lo que parece el tipo de moda de la época del colonianismo europeo de finales del siglo XIX. Ello provoca sin duda cierto desconcierto al espectador, que no puede “acostumbrarse” a ver a los personajes de un modo mínimamente uniforme durante ni siquiera media hora. ¡Con decir que hasta a Don Ottavio le crece el bigote! La cuestión es que nada hay en Don Giovanni que justifique esos continuos cambios de vestuario, que podrían darse igualmente en “El barbero de Sevilla” o “Carmen”, por ejemplo, con idéntico resultado. A mí me gustan las “cosas raras” cuando las entiendo y tienen una función, o al menos cuando evidencian que el director escénico ha estudiado y entiende la obra, pero en esta ocasión nos encontramos ante lo que parece un simple capricho visual que no viene a cuento. En cualquier caso, justo es reconocer el importante trabajo de vestuario que se esconde tras esta extraña puesta en escena, por lo demás carente de cualquier imaginación. El escenario, compuesto por unas escaleras y dos paredes que se desplazan, apenas sufre cambios a lo largo de la acción, y la casi permanente iluminación azulada se hace cansina. A ello hay que añadir lo absurdo de presentar en ocasiones unas láminas con pinturas espantosas que no pintan nada y escenas mal resueltas teatralmente. En la escena primera, Don Giovanni forcejea con Donna Anna con la cara descubierta (ignoro el por qué de la ausencia de algo tan simple como una máscara), y para que esta no le vea el bueno de Álvarez tiene que recurrir a taparse a duras penas la cara con las manos, con el lógico resultado de que se le ve perfectamente. Peor aún es el baile absurdo de Leporello y Masetto al final del primer acto, llevando cada uno y nadie sabe por qué unos enormes sables en la mano. Lo dicho: lo único llamativo de esta producción son los continuos y desconcertantes cambios de vestuario, que son perfectamente innecesarios.



Dejemos la “peculiar” escenografía y vayamos con la música. Carlos Álvarez es un fabuloso Don Giovanni, representando un justo equilibrio entre los cantantes “clásicos” del pasado que han cantado ese rol con oscura voz (aquí, pese a las enormes diferencias estilísticas, habría que escuchar las portentosas recreaciones de Cesare Siepi o Nicolai Ghiaurov, por ejemplo) y los más modernos y de voz menos “pesada” (por decirlo de alguna manera) como pueden ser los casos de Gilfry, Schrott o llevando el ejemplo hasta el extremo, el cantante de la grabación de Jacobs, de cuyo nombre no quiero acordarme. Uno de los enormes aciertos de la interpretación de Álvarez (de quien, por cierto, espero que haya salido definitivamente recuperado de los problemas que le han mantenido últimamente alejado de los escenarios) es el de transmitir con acierto el aire aristocrático del personaje. Siepi también lo consiguió, aunque partiendo de una concepción diferente de la música de Mozart. Hay que pensar que uno de los rasgos que hacen atractivo al protagonista es su posición social y el evidente desahogo económico en el que vive y que parece acusar Zerlina en el primer acto cuando él le prometa “cambiar su suerte”. Esa apariencia de triunfador, que él emplea como arma de conquista, le sirve igualmente como escudo frente a cualquier ataque, pues el propio Don Ottavio queda desconcertado ante la posibilidad de que un caballero como Don Giovanni pueda ser en realidad un violador y un asesino.

Lo arriba escrito es otro de los rasgos interesantes de Don Giovanni. Él no es aún el “Don Juan Tenorio” de Zorrilla, capaz de arrepentirse a las puertas de la muerte de su vida disoluta. Debemos partir del “Burlador de Sevilla” de Tirso de Molina para aproximarnos algo a la compleja psicología de un personaje que se nos presenta de forma mucho menos romántica que la imagen prototípica del Don Juan. Detrás de esa fachada luminosa y fascinante de la que antes hablábamos se esconde un verdadero monstruo carente del menor rasgo de moralidad y que en lo que parece un rasgo infantil lleva la cuenta por escrito de todas sus fechorías. Mozart y Da Ponte le revisten a veces incluso de un halo de comicidad, haciendo que no se coma una rosca durante la totalidad de la acción. Presentar al público esa doble faceta de Don Giovanni (la atractiva y aristocrática y la repulsiva y enfermiza) sin que una predomine sobre la otra (pensemos por ejemplo en el Don Giovanni de Terfel, evidentemente lascivo pero carente de la necesaria apariencia noble que desconcierta a Don Ottavio) es todo un reto para el intérprete, superado con creces por Álvarez.

No quiero abandonar al personaje principal sin hacer antes una breve reflexión: ¿qué representa Don Giovanni? He oído decir que esta ópera vendría a ser una crítica a la Ilustración y un llamamiento a los valores morales y religiosos más tradicionales. Visto así, Don Giovanni sería el ejemplo extremo de “racionalidad” (hasta el punto de carecer de sentimientos afectivos y de reírse de lo sobrenatural, o sea, de lo aparentemente irracional) y terminaría destruido por sus propios valores. Pero a mí se me ocurre que también cabe una interpretación radicalmente contraria, entendiendo la existencia del libertino como ejemplo de desorden y decisiones basadas únicamente en caprichos irracionales. Don Giovanni caería víctima de los fantasmas emanados de una vida alejada de la razón, como el famoso “capricho” de Goya titulado “El sueño de la razón produce monstruos”. Como es lógico, cada cual tendrá su propia apreciación personal de uno de los personajes más complejos salidos de la pluma de Mozart. Para mí es un monstruo atractivo que nos repugna y al tiempo nos divierte. La música que canta no parece transmitir patetismo alguno ni invita al público a tener compasión por el personaje. El público asiste así a las andanzas de un libertino cuyos esquemas mentales, al menos en mi caso, ni acierta a comprender ni siente tampoco la menor inclinación por intentarlo.



Leporello es la contrapartida cómica de Don Giovanni. Desde el primer momento le vemos apesadumbrado por el estilo de vida de su señor, a quien lamenta servir. No es ningún héroe, sino que actúa movido en exclusiva por intereses mundanos que parecen tener más fuerza en él que sus propias convicciones personales, como evidencia el hecho de que por mucho que censure a Don Giovanni decida mantenerse a su servicio por unas monedas. Es un personaje íntegramente cómico y de una mordacidad que aún asombra, como en su primer recitativo con Don Giovanni tras la muerte del Comendador:

DON GIOVANNI
(en voz baja)

Leporello, ¿dónde estás?

LEPORELLO
Estoy aquí, para mi desgracia.
¿Y vos?

DON GIOVANNI
¡Estoy aquí!

LEPORELLO
¿Quién ha muerto? ¿Vos o el viejo?

DON GIOVANNI
¡Qué pregunta más tonta! El viejo.

LEPORELLO
¡Bravo!
Dos impresionantes hazañas;
¡violar a la hija y matar al padre!

DON GIOVANNI
Él lo ha querido de este modo.

LEPORELLO
Y Donna Anna, ¿qué ha querido?

La cruda ironía de Leporello llega a su máxima expresión en la famosa “aria del catálogo”, tal vez lo más cruel que escribió Mozart nunca, especialmente en la frase final “con tal de que lleve faldas, vos ya sabéis lo que hace” (“Purché porti la gonnella, voi sapete quel che fa”).

Ildebrando D’Arcangelo ya había grabado un extraordinario Leporello en la grabación de Sir John Eliot Gardiner a los veinticinco años. No hay grandes diferencias entre ese registro y lo escuchado en el presente DVD. Voz juvenil y sin embargo consistente y apropiada para el papel del criado, que gustará más a las damas que el propio Don Giovanni, papel con el que por cierto ha probado suerte no hace mucho. Quizás lo único malo, que nada tiene que ver con sus excelentes condiciones vocales, sea lo sobreactuado de su actuación, debida en parte al director de escena como ya apuntábamos antes.

Seguimos con Donna Elvira, quizás mi personaje favorito y bordado por una esplendorosa Anna Caterina Antonacci, cantante que con los años se ha ganado una merecida fama y que es a día de hoy una de las mejores “Carmenes” del panorama lírico actual, con permiso de la gran Elina Garança. Es sin duda el personaje más humano de la acción, y su enorme complejidad mental se hace accesible al público, a diferencia de los fantasmas que nublan la mente de Don Giovanni. En ella se mezcla el rencor y la sed de venganza contra el libertino por su abandono y al mismo tiempo una pasión casi irrefrenable hacia él que no disminuye después de conocer su siniestra forma de vivir. Donna Elvira experimenta entonces la típica fascinación por la figura del “malo”, por lo prohibido, y anhela ser ella quien posibilite el cambio hacia una rectitud que sabe probablemente imposible. Y lo peor es que Don Giovanni lo sabe perfectamente (así lo prueba la seguridad con la que al comienzo del segundo acto afirma a Leporello que intercambiando sus ropas ella sucumbirá rápidamente a sus encantos y se alejará con él), sin que ello parezca conmoverle lo más mínimo. Justo antes de la escena de la estatua del Comendador, el libertino expondrá a Donna Elvira sus nulas intenciones de cambiar de vida del modo más crudo: “deja que coma y si te place come conmigo” (“Lascia ch'io mangi, e se ti piace, mangia con me”), un modo de decir “esto es lo que hay, y lo tomas o lo dejas”. Su final en un convento nos obliga a recordar a la doña Inés del “Tenorio” de Zorrilla, quien encarna también a la enamorada de un Don Juan que en esta ocasión también la ama y se deja redimir. Claro que el Don Juan Tenorio de Zorrilla poco o nada tiene que ver con ese animal que es el Don Giovanni de Mozart ni con su predecesor de Tirso de Molina.


La pareja “vengadora” de Donna Anna y Don Ottavio recae en Adrianne Pieczonka, que le echa genio y poderosa voz a su personaje, y de ese gran tenor mozartiano que es Michael Schade, capaz de cantar con gran sutileza sin convertir a su personaje en el típico “papel pastelito”. Pero vayamos por partes. Donna Anna es un personaje ya obsesionado con la venganza desde su primera frase, aun antes de que Don Giovanni mate a su padre. Esa furia interior, que roza casi lo histérico, queda plasmada brillantemente en el aria “Or sai chi l’onore”, una de mis favoritas, cuyas primeras frases están lanzadas sobre un inquieto fondo de cuerdas para luego incidir en las palabras “Vendetta ti chiedo, lo chiede il tuo cor” (“Te pido venganza, lo pide tu corazón”). Recuerdo que en una conferencia organizada en el Teatro de la Maestranza de Sevilla con motivo de la representación de Don Giovanni en la temporada 2007-2008 (a la que pude asistir) el ponente señaló que tal vez esa a veces desmesurada ansia de venganza por parte de Donna Anna oculte una pasión secreta por Don Giovanni, lo que volvería aún más misterioso lo ocurrido en su dormitorio justo antes del comienzo de la acción. Me parece ir demasiado lejos, pero en el fondo no estamos sino ante otra prueba más de la riqueza intelectual que Mozart supo imprimir en sus personajes.

Michael Schade es un brillante Don Ottavio, premiado con la encantadora aria “Dalla sua pace” añadida por Mozart para el estreno vienés de Don Giovanni. Le escuché por primera vez en la sensacional “Flauta mágica” de Gardiner tanto en vídeo (vergonzoso que Deutsche Grammophon aún no la haya editado en DVD) como en CD y me sigue pareciendo un Tamino impecable: valiente, enigmático, apasionado... Pero no estamos aquí para hablar de “La flauta mágica” sino del señor Schade, a quien ya tengo ganas de ver en su Clemenza di Tito con Harnoncourt en DVD, acompañado de lo que parece un gran reparto. Don Ottavio suele caer mal. En teoría, el hecho de que el mismísimo cielo termine anticipándosele en dar venganza a Don Giovanni mientras él se dedica a cantar arias de amor a Donna Anna parece indicar que se trata, si no de un cobardica, sí al menos de un personaje de enorme flema y pasividad. A esta imagen de papel soso contribuye en no poca medida el que por alguna razón incomprensible el papel haya sido cantado en demasiadas ocasiones por voces incapaces de mostrar el menor arrojo o pasión dramática. Pues bien, como a mí me gusta llevar la contraria diré que a mi jamás me ha caído mal Don Ottavio ni veo que sea ningún cobarde: si leemos el libreto no encontraremos nada absolutamente que pueda llevarnos a la idea de que engaña a Donna Anna y no desea acabar con Don Giovanni. Pero también parece un hombre con la cabeza bien ordenada y no se dedica a matar gente porque sí. Necesita pruebas que corroboren la acusación de Donna Anna y por eso se dirige al baile de Don Giovanni, donde observa con sus propios ojos la conducta de aquél. Durante el segundo acto le vemos ya realmente dispuesto a vengarse, y a punto está de hacerlo equivocadamente sobre la persona de Leporello disfrazado, quien de no haber revelado su identidad habría muerto allí sin la menor duda. Por otra parte, él sigue amando y tratando de consolar a Donna Anna sin preguntar siquiera por lo ocurrido en el dormitorio hasta la escena undécima, lo que no deja de ser un signo de delicadeza por su parte.

Zerlina es otro personaje interesante con el que es demasiado fácil cometer el error de considerarlo un mero papel cómico que, junto a Masetto, sirva de contraste a la pareja “seria” formada por Donna Anna y Don Ottavio. Zerlina es algo más que un mero divertimento literario brillantemente musicado por Mozart. Su indiscutible tierno afecto por Masetto choca con su encantadora turbación y debilidad por Don Giovanni. Como Donna Elvira, sabe (o mejor, intuye) desde el primer momento que debe desconfiar, pero poco le falta para caer en las garras del libertino. Pero Mozart quiere dejar las cosas en su sitio y nos evidencia que Zerlina es, pese a todo, fiel a Masetto: así lo evidencia su aria “Vedrai carino”, una de las más grandes arias románticas salidas de la mano de Mozart y que aleja al personaje del carácter trivial que en principio podría suponérsele. De Angelika Kirchschlager hablamos ya con ocasión a su interpretación de Sesto en el Giulio Cesare de Handel en Glyndebourne. Posee una voz juvenil, rallante a veces en lo infantil, apta tanto en la faceta cómica como el la más tierna del personaje y competente en las agilidades, que aquí tampoco son demasiadas (al menos, aparentemente). La tenemos acompañada por un Masetto excelentemente cantado por Lorenzo Regazzo, enfocado aquí por el director de escena como un auténtico zoquete. Lástima, porque Masetto no lo es, y confundir su humilde condición de campesino con una más que supuesta incompetencia intelectual es un error de bulto. De hecho, y excluyendo a Leporello por razones obvias, es absolutamente el único personaje de la acción a quien Don Giovanni no consigue engañar en ningún momento acerca de su condición de libertino. Al menos, tenemos a un Masetto bastante cálido y tierno con Zerlina desde el punto de vista teatral. Algo es algo, aunque no comparto esta concepción del personaje.


Terminamos con el muy correcto Comendador de Franz-Josef Selig, de voz suficientemente contundente, aunque podría inspirar más miedo.

Riccardo Muti, una de las mayores batutas de nuestros días, dirige la Orquesta del Wiener Staatsoper con tempi rápidos (en ocasiones rozando incluso lo excesivo, como es el caso del “Mi tradi” de Donna Elvira) y con una sonoridad de corte bastante historicista pese a tratarse de una orquesta de instrumentos modernos. Prueba de ello es la utilización de lo que a mis oídos es un fortepiano en toda regla para acompañar los recitativos. Muy bien el coro en sus breves intervenciones.

Terminaré diciendo que se trata de un Don Giovanni absolutamente extraordinario desde el punto de vista musical (aunque para muchos sea absurdo, en mi opinión la cosa llegaría a alcanzar la matrícula de honor de haberse utilizado instrumentos de época) y que desgraciadamente flaquea en su puesta en escena. Una lástima, sí, pero pese a todo, no es motivo suficiente como para desaconsejar su compra, pues no deja de tratarse probablemente de la mejor versión de esta ópera en DVD... musicalmente hablando. Recomendable mientras seguimos a la espera de otra versión igualmente rotunda en lo musical y con mejor escenografía.

Tengo que ir alguna vez al Teatro Nacional de Praga, donde el propio Mozart estrenó su Don Giovanni un 29 de octubre de 1787. Ver esa misma ópera allí, y conozco a amigos que han podido cumplir ese sueño, sería para mí una verdadera experiencia.




















lunes, 10 de mayo de 2010

Apoteosis italiana

La Obra Social de Cajasol sigue deleitándonos (¿o sería mejor escribir "nos ha deleitado hasta ahora"?) con los maravillosos conciertos de la Orquesta Barroca de Sevilla al más que asequible precio de cinco euros la entrada más barata y diez la más cara. Bajo el título de “De Venecia a Madrid” se ofrecía ayer un sugerente programa integrado en principio por obras de Antonio Vivaldi y Domenico Scarlatti (ese compositor con nombre de malo de película de James Bond). Y digo “en principio” porque la ausencia de Carlos Mena (debida, según informaron, a que su señora estaba dando a luz) obligó a un repentino cambio de programa. La presencia de Mena fue sustituida por la soprano británica Julia Doyle, quien en lugar del anunciado “Nisi Dominus” de Vivaldi cantó el primer movimiento del motete “Nulla in mundo pax sincera” y un “Salve Regina” de Handel.

La OBS, con Andoni Mercero como violín concertino, lució como siempre un nivel que le permite no tener nada que envidiar a las grandes orquestas historicistas del mundo, haciendo alarde de vigor en la obertura de “L’Olimpiade” y exhibiendo una exquisita delicadeza en el Concerto grosso en fa menor nº 1 de Scarlatti. Julia Doyle, cuya aparición fue precedida de un magnífico Concerto pero archi, RV 114 de Vivaldi, cantó con enorme gusto y delicadeza, luciendo unos hermosos apianamientos y un toque de intimismo que hacían pensar que se encontraba cantando en el salón de casa rodeada de amigos. Su irrupción en escena estuvo rodeada de murmullos (al menos en el patio, donde me encontraba) motivados por la recién anunciada ausencia de Mena, y que terminaron convirtiéndose en murmullos de aprobación tras concluir su “Nulla pax”.


Durante el descanso caí preso de la fiebre barrocófila de la OBS y me dirigí sin pensarlo a hacerme con el disco de Scarlatti-Avison que se vendía por quince euros en una mesa situada en el exterior. Precisamente incluye el “Salve Regina” (cantado por Mena) que se ofreció en la segunda mitad. Como propina, una maravillosa “Tornami a vagheggiar” de la “Alcina” de Handel.

Siempre que escucho a la Orquesta Barroca de Sevilla tengo la sensación de estar en una especie de paraíso que por la desidia de quienes realmente pueden amenaza con hundirse, como si fuese algo demasiado bello para ser real. ¿Cuál es la imagen que pretende transmitir Cajasol no sólo recortando el presupuesto de una de las mejores orquestas de Europa, sino también dinamitando desde dentro la hasta ahora estupenda Obra Social agujereando así la vida cultural de los sevillanos? Que cada cual piense lo que quiera, pero por lo que a mi se refiere, Cajasol corre el riesgo de quedar a la altura del betún.

Espero que al menos todo haya ido bien para la señora de Mena y que a la hora a la que escribo haya en el mundo un nuevo melómano barrocófilo en miniatura.


Scarlatti: Salve Regina (“O clemens”). Carlos Mena – Orquesta Barroca de Sevilla


Handel: “Tornami a vagheggiar” (Alcina) – Eiddwen Harrhy, Richard Hickox

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