Conocí Thaïs gracias a las entradas que sobre esta ópera escribió Maac en su blog a cuenta de su representación en Valencia el año pasado. Ya entonces se rumoreaba que la misma obra se representaría pronto en Sevilla, la ciudad en la que vivo, por lo que en los meses siguientes me propuse conocerla bien. Los rumores acabaron por confirmarse y la adquisición de este DVD fue uno de los resultados de esa tarea de “preparación”. Ahora me dispongo a dejar por escritas mis impresiones. Como siempre que abordo una ópera nueva en el blog, me gusta comenzar haciendo un resumen del libreto, como si estuviera dirigiéndome a alguien que jamás ha oído hablar de la obra en cuestión. Además, el resumen argumental está aquí doblemente justificado, ya que no he conseguido encontrar ninguna traducción del libreto al castellano en internet.
Acto 1: Estamos en Egipto en el s. IV. Sobre el escenario vemos a unos monjes que pertenecen a una comunidad cristiana presidida por el sacerdote Palémon. Esperan a su compañero Athanaël, que cuando aparece comunica su intención de dirigirse a Alejandría para convertir al cristianismo a una cortesana llamada Thaïs. Palémon trata de retenerle aconsejándole no mezclarse en los asuntos mundanos, pero Athanaël desoye su advertencia.
Ya en Alejandría, Athanaël consigue ingresar, no sin dificultad, en el palacio de su amigo Nicias, en el que sabe que se encuentra Thaïs. Nicias es un personaje opuesto a Athanaël: se trata de un hombre entregado a los placeres y que vive rodeado de riquezas despreciando burlonamente el ascetismo de su viejo amigo. También es el amante de Thaïs, aunque decide dar a Athanaël la oportunidad de conversar con la muchacha, pues está seguro de que ella no se dejará convencer. De este modo, Athanaël es vestido, no sin ciertas protestas, con ricos ropajes, para evitar desentonar con los adinerados invitados que asistirán con Thaïs al convite de esa noche. Al final, las cosas acaban sucediendo exactamente como Nicias había previsto: Thaïs no está interesada en una vida de penitencia y meditación, aunque queda en encontrarse más tarde con el religioso.
Acto 2: Sola en sus aposentos, Thaïs reflexiona sobre lo efímero de la belleza, y pide a los cielos conservarse siempre joven y hermosa. Entra entonces Athanaël y conversa con ella. La muchacha presta en esta ocasión más atención y en cuanto vuelve a quedarse a solas se decide a ingresar en un convento, al que espera ser conducida por Athanaël.
Antes de marchar a través del desierto con destino al convento, Athanaël pide a Thaïs que queme su lujosa casa y cualquier vestigio de su vida pasada, incluyendo una estatuilla de Eros que ella lleva consigo. Sin embargo, son descubiertos en su huida por Nicias y los suyos. Indignada por la marcha de Thaïs, la turba comienza a atacarla a ella y a Athanaël con piedras, de modo que Nicias arroja dinero al suelo para distraer a la gente y permitir la fuga de sus propios invitados.
Acto 3: Caminando a través del desierto, Thaïs se encuentra desfallecida hasta tal punto que Athanaël se olvida por un momento de su dureza de carácter y comienza a sentir ternura y compasión hacia ella. Observa con pesar sus pies malheridos y le trae agua con la que refrescarse. Finalmente, la conduce hasta el convento y emprende el camino de regreso para unirse nuevamente al grupo de Palémon.
Sin embargo, Athanaël no es capaz ya de recuperar la paz de antaño. Se muestra esquivo con Palémon y el resto y mortifica su carne continuamente. Destruido mentalmente, acaba confesando a Palémon que la causa de su tormento es que ama en secreto a Thaïs. El sacerdote le recuerda entonces su advertencia pasada de no intervenir en asuntos tan mundanos, y Athanaël, en su sueño, ve nuevamente a Thaïs y recibe la revelación de que esta está a punto de morir en el convento.
Allí se dirige a buscar a su amada. Si hasta ese momento siempre se había negado a atravesar sus puertas, ahora penetra sin rubor hasta el interior, en donde encuentra, en efecto, a una Thaïs moribunda, aunque plenamente feliz. Athanaël le confiesa su crisis de fe, y reconociendo su amor, afirma que todas sus enseñanzas pasadas son falsas. Thaïs, sin embargo, no se inmuta y afirma ver el cielo abriéndose al tiempo que muere.
Jules Massenet estrenó Thaïs en 1894. El libreto es obra de Louis Gallet y se basa en la novela homónima de Anatole France. La historia viene a ser, con las lógicas distorsiones, la de Santa Thais, una rica cortesana alejandrina que se convirtió al cristianismo. La posterior visita de un religioso, no bien identificado, terminó por convencerla de quemar sus propiedades e ingresar en un convento, en el que se entregó a la vida contemplativa hasta su muerte. En realidad es poco lo que se sabe acerca de la Thais histórica, hasta el punto de que incluso se ha cuestionado la existencia real del personaje. En cualquier caso, el libreto presenta las siguientes diferencias con lo que podríamos llamar la “historia tradicional” de esta santa:
- Desconocemos el verdadero nombre del religioso que la convence para abrazar el cristianismo, así como su rango eclesiástico. ¿Posibles candidatos? San Pafnucio, San Besarión y San Serapión de Alejandría. Ninguno de ellos se llama, por tanto, Athanaël.
- Es invención el amor que Athanaël profesa a Thaïs al término de la obra.
- Es invención el personaje de Nicias, así como el de Palémon y el resto de los secundarios.
- En la ópera, Thaïs muere a los veinte días aproximadamente de su ingreso en el convento. Santa Thaïs, en cambio, permaneció encerrada tres años en su celda conventual. Murió quince días después de abandonarla.
Vayamos ya con el DVD. Grabada en diciembre de 2008 en el Met de Nueva York, esta filmación contiene la muy atractiva producción escénica de John Cox. Los hechos no están ambientados en el siglo IV, sino en los primeros años del siglo XX, aunque ese traslado temporal de la historia resulta casi irrelevante y no supone ningún tipo de distorsión. Los decorados, sin ser austeros, no resultan sobrecargados en ningún momento y la dirección escénica es igualmente notable. A destacar muy mucho el muy logrado vestuario de Christian Lacroix.
En el apartado musical, tanto Renée Fleming como Thomas Hampson habían grabado ya juntos Thaïs años atrás en un notable estudio con Ybes Abel.
Renée Fleming es responsable hasta cierto punto de lo que podría llamarse la resurrección moderna del interés por la ópera y el personaje protagonista. Convence tanto en la faceta inicialmente hedonista de Thaïs como en su posterior carácter meditativo y cristiano. Dice Fleming en una de las entrevistas que se adjuntan como “bonus” al DVD que tiene la sensación de estar cantando un papel escrito expresamente para ella, lo cual resulta exagerado al hacerse evidente que el color de su voz no es uniforme a lo largo de todo el registro, siendo el grave su evidente punto flaco.
Por lo demás, el personaje es indudablemente interesante y vocalmente arriesgado. Sin embargo, no deja de ser interesante el hecho de que Massenet privase a su heroína de la clásica escena en solitario de remordimiento y conversión final, entregándole la célebre “meditación” del personaje al violín solista. Quizás influyese en el libretista y el compositor el hecho de que Thaïs ya tiene una escena en solitario al comienzo del segundo acto, y que un nuevo monólogo podría hacerse repetitivo. ¿Quién sabe? Lo cierto y verdad es que la “meditación”, a cargo como decía de la orquesta y el violín, constituye sin duda el momento más hermoso y celebrado de toda la obra, cuyo tema se expondrá en más ocasiones en el curso de la misma.
Al final, cosas de la vida, Thaïs acaba saliéndose con la suya y es joven por siempre, al morir antes de experimentar la vejez, alcanzando además la paz que le faltaba en su anterior vida como cortesana. Es curioso el modo en el que Cox representa escénicamente esta escena final: ella no agoniza en un lecho, sino que se encuentra sentada en algo que puede asemejarse más o menos a un altar, y lleva puesto un vestido que parece tallado en madera. La sensación que se transmite es que Thaïs se ha convertido en la imagen de una santa colocada en su altar.
Thomas Hampson, por su parte, retrata a un muy humano Athanaël, de atisbos incluso tiernos. Está realmente bien en la primera escena del segundo acto (conversión de Thaïs), superando a una Fleming que ahí se muestra sobrepasada por la partitura. El papel es más interesante si cabe que el de la protagonista. Él no es sólo un ascético religioso, sino un místico, pues recibe revelaciones certeras a través de sus sueños hasta en dos ocasiones (escenas primera del primer acto y segunda del tercero). Cambió una vida de lujos y riquezas junto con el acaudalado Nicias, que le sigue considerando amigo, por el rigor del desierto. Es, en suma, un personaje radicalmente opuesto a Thaïs que nos plantea la clásica dicotomía entre lo que en el mundo antiguo era representado a través del hedonismo y del estoicismo. Y siempre se ha dicho que los polos opuestos, claro está, se atraen, de modo que al término de la ópera Athanaël y Thaïs se cambian las tornas. Si él ha mostrado durante todo el tiempo una arrolladora inflexibilidad de carácter, ahora sucumbe como un adolescente al amor de Thaïs y reniega de su fe, entrando en una fortísima crisis mental que deja al personaje totalmente confundido y destruido al término de la ópera. La conclusión de la obra es demoledora para Athanaël. Thaïs, en cambio, presta tan poca atención a las palabras ardientes del religioso como él mismo hubiera hecho si se las hubiese proferido una muchacha cualquiera un mes antes. La que había vivido descarriada alcanza así la redención, y el que había vivido creyéndose justo y por encima de los pecadores acaba perdiéndose.
Ya entre los secundarios, debo decir que esperaba algo más del Nicias de Michael Schade, un tenor al que considero muy notable al menos en el ámbito mozartiano. El personaje no es sólo un hedonista, sino que el hedonismo es su propia cosmovisión. Ello queda claro cuando invita a Athanaël abiertamente a disfrutar de sus mujeres sin sentir un ápice de celos. La visión del mundo de Nicias choca, por tanto, radicalmente con la de Athanaël, aunque a diferencia de este último, el rico juerguista le guarda cierto respeto: le permite acceder a Thaïs, a quien desea sin embargo para sí, y hace posible la fuga de ambos. Athanaël, en cambio, le maldice.
El resto de los secundarios cumplen, aunque resulta obviamente insuficiente el Palémon de Alain Vernhes, muy desgastado vocalmente. La bailarina solista del tercer acto es una muy adecuada Zahra Hashemian, que resulta sensual sin caer en ningún exceso que choque con la música.
Me gusta mucho, por último, la sensible dirección de Jesús López-Cobos al frente de la orquesta del Met. Puede sorprender su presencia en una ópera como Thaïs, pero el resultado me parece estupendo.
La filmación, en HD, es obviamente de gran calidad visual. Cada vez que cae el telón vemos a los tramoyistas realizar los cambios de decorado, algo que sinceramente no termina de gustarme. Esas cosas pueden adjuntarse como bonus al DVD, pero la filmación en sí misma debe ser, según mi modesta opinión, ininterrumpida, exactamente igual que si fuéramos uno de los espectadores del teatro. Esas personas deambulando en vaqueros por el escenario no forman parte del resultado final de la producción, que es lo que debe ver el espectador exclusivamente. Si verlo fuese importante, entonces habría que dejar el telón abierto. Tampoco me parece necesaria en absoluto la presencia de Plácido Domingo presentando cada acto tras caer el telón.
A modo de bonus, el propio Plácido Domingo entrevista brevemente a Fleming y a Hampson. También se incluye una entrevista a la responsable de vestuario, que muestra con cierto detalle tres de los seis vestidos que luce Fleming en esta producción.
Thaïs y Athanaël haciendo un “Titanic”.
Esta es la única Thaïs de la que dispongo en DVD, aunque la verdad es que me tiene bastante satisfecho y no preveo de momento ninguna nueva adquisición al respecto.