En los últimos días se nos han ido dos figuras musicales de importancia, dos artistas cuyo legado no guarda relación entre sí, pero en los cuales sí se observa al menos un denominador común: estos hombres consiguieron obtener resultados de importancia, cada uno en su plano (el canto en un caso, la dirección orquestal en otro), superando limitaciones hacen de ellos artistas
llenos de claroscuros. Me refiero a Jon Vickers y a Alan Curtis.
De Vickers creo que he escrito ya alguna vez mis impresiones en este blog. Tenor dramático dotado de una voz leñosa, no siempre libre de asperezas ni grata al oído, demostró cómo pueden alcanzarse las más altas cotas de calidad en el canto aun con un instrumento que a priori no se presentaba como el más atractivo, y una técnica probablemente nunca insuficiente pero que no le bastó para evitar continuos cambios de color a lo largo del registro. ¿Puede decirse entonces de Vickers el cliché de que se trata del típico artista que, con medios discretos, consigue llegar lejos con “buen oficio”, “capacidad dramática” o “presencia escénica”? Rotundamente no: ni los medios del canadiense merecen la calificación de “discretos” ni superó a fuerza de ingenio una mediocridad que en su caso no existió. Vickers es, sencillamente, importante, especialmente en el campo wagneriano (Tristan, Siegmund) y verdiano (Otello, Radamés). En este último punto, es justo atribuirle una “humanización” del complejísimo papel del moro de Venecia tras lo que podemos llamar la “era Del Monaco”, que resultaba tan espectacular como marcial. Sabía bien Vickers cantar papeles dolientes de forma sobrecogedora sin recurrir, al menos en demasía, a recursos fáciles y baratos. A la lista de los papeles ya mencionados habría que sumar, al menos, sus memorables recreaciones de roles como Canio, Fidelio o Peter Grimes y con ello veremos que se nos ha ido un pedacito no poco importante de la historia de la ópera de las décadas pasadas.
Curtis era otra cosa. Director historicista centrado en el barroco, centró su carrera musical principalmente en la figura de Handel, y más concretamente, en sus óperas más desconocidas (lo que equivale a decir prácticamente todas), a las que desempolvó y grabó con elencos vocales de altura. Se le reprocha, no sin cierta razón, cierta blandura expresiva y falta de tensiones, esto es, el ser un director con tendencia a resultar monótono y aburrido. Da la sensación de que Curtis se movía en ocasiones impulsado más por motivos divulgativos que artísticos o expresivos, como si entendiese que su principal y casi único cometido fuese el de recuperar óperas ignotas a la espera, quizá, de que otros artistas pudiesen profundizar en ellas posteriormente.
Sea como fuere, se nos han ido dos imprescindibles pertenecientes a mundos diferentes y llenos de claroscuros: quien desee conocer la obra de Handel en profundidad tiene que sumergirse forzosamente en las grabaciones de Curtis, del mismo modo que todo aquél que desee saber un poco de qué va esto de la ópera terminará descubriendo, tarde o temprano, la figura de Vickers. Descansen ambos en paz.
1 comentarios:
Espero que retome esta web de tanta calidad. Mis felicitaciones por el trabajo realizado y mis ánimos para que vuelva a deleitarnos. Un saludo.
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