Giuseppe Patané (dir.); Maria Chiara (Cio-Cio-San); James King (Pinkerton); Trudeliese Schmidt (Suzuki); Hermann Prey (Sharpless); Ferry Gruber (Goro); Anton Rosner (Yamadori); Richard Kogel (Bonzo), Eileen Broady (Kate). Chor des Bayerischen Rundfunks. Münchner Rundfunkorchester. RCA 2 CD.
¿A quién se le ocurrió cambiarle el nombre a Pinkerton en esta grabación de Madama Butterfly? El desvergonzado marino que abandona a una chica japonesa embarazada no se llama aquí Pinkerton, sino Linkerton, con “L” de Logroño. Al oírlo por primera vez pensé que sería un simple despiste del cantante, o quizá que no había escuchado bien, pero al final resulta que todos los miembros del reparto acaban pronunciando el nombre de esa manera tan extraña... y tan irritante. Es francamente molesto, y al menos para mí carece de ningún sentido.
Al margen de esta anécdota, la grabación no es que sea tampoco para tirar muchos cohetes. Maria Chiara muestra como Butterfly una afinación pulcra como pocas veces se habrá podido escuchar, pero durante el primer acto aparece distante y poco comunicativa, al menos para un servidor, a nivel expresivo. Mejora algo en implicación a partir del segundo acto, que de otra manera se desmoronaría al exigir de obvias dotes dramáticas, pero no llega a conmover. En cuanto a “Linkerton”, James King fue un tenor de segunda en su época por el que hoy se pelearían probablemente los teatros. Le tocó la mala fortuna de desarrollar su carrera en una época en la que la competencia era feroz. Aquí, en esta Butterfly, no acaba de convencer. Durante los primeros minutos del acto primero incurre en el error de echarse la voz atrás, con lo que la emisión pierde naturalidad y pasa a sonar forzada. Más adelante, a partir de la primera entrada del cónsul, abandona este vicio, pero dibuja a un Pinkerton tosco y muy pobre de matices expresivos, cantado casi siempre en forte. Entra como un elefante en una cacharrería en el “Bimba dagli occhi”, que exige una obvia sutileza por parte del tenor, y su brusquedad hace que todo el dúo de amor se resienta (ahí están, para comprobarlo, sus ásperos “Vieni, vieni”). Tampoco acaba de aprovechar King la oportunidad del último acto para enmendarse, y hace que su Pinkerton suene afectado antes que atormentado. En suma, el tenor tiene la voz –cuando quiere dejarla correr sin forzarla– pero no una interpretación convincente.
Del Sharpless de
Hermann Prey es mejor no decir mucho. Está mal, a mi entender. Al margen de exhibir un
vibrato por momentos molestísimo, muestra una línea de canto horrenda llena de impurezas, en la que continuamente arrastra las notas desde abajo con
portamenti incluso cuando no se trata precisamente de agudos comprometidos. Es un
miscast evidente aquí. A decir verdad, los únicos que se salvan de los secundarios son los correctos
Trudeliese Schmidt (Suzuki) y
Anton Rosner (Yamadori).
Ferry Gruber es un Goro de voz gastada, y
Richard Kogel, el bonzo, se engola y resulta más tosco de lo que debería (una cosa es que el personaje esté indignado y otra es que ladre).
La dirección de Giuseppe Patané es muy irregular y en mi opinión está lejos de contarse entre las más logradas de la partitura. Dirige con efectismo y se recrea en la belleza sonora, apostando en general por tempi rápidos. El problema es que tanta prisa es enemiga a veces de conseguir un resultado convincente. La escena de la primera aparición del hijo de Butterfly, por ejemplo, se resiente mucho por el tratamiento de la orquesta, privada de intesidad dramática. El “Gran ventura” está dirigido de modo burdamente rutinario, como si se tratase de una mera escena de transición sin importancia sobre la que se puede pasar de puntillas. También suenan estridentes los metales del “Dovunque al mondo”, y es cursi a más no poder el modo en el que detiene el sonido en el “Chi sará?”, justo en medio del “Un bel dì”.
No es en absoluto una grabación imprescindible. Para coleccionistas de versiones.