Alexander Joel (dir.); Alexia Voulgaridou (Cio-Cio-San); Teodor Ilincai (Pinkerton); Cristina Damian (Suzuki); Lauri Vasar (Sharpless); Jürgen Sacher (Goro); Viktor Rud (Yamadori); Jongmin Park (Bonzo), Ida Aldrian (Kate). Chor der Staatsoper Hamburg. Orchester Philharmoniker Hamburg.
Hasta ahora no había comentado ninguna grabación de Madama Butterfly que no hubiese tenido distribución comercial. La idea de esta discografía comparada que llevo casi un año elaborando es la de intentar poner mi granito de arena, por minúsculo que sea, para que el aficionado que precise de ello pueda hacerse una cierta idea de cuáles son las grabaciones más representativas de este título de ópera, así como las virtudes y carencias de cada una de ellas. Por eso mismo quedan fuera, obviamente, las grabaciones privadas, las “piratas” y todas aquellas que nunca, ni siquiera en el pasado (porque el mercado de segunda mano es siempre una opción interesante) se hayan comercializado ni puesto a disposición del público.
Hoy sí que voy a comentar una filmación que no se ha editado en DVD y que tan sólo puede verse en youtube. La razón es doble: por un lado, al estar completa (en alta calidad y con subtítulos en francés) en el portal de vídeos por excelencia cualquiera puede verla, por lo que no estamos hablando de una versión imposible de localizar a la que sólo tengan acceso algunos privilegiados. Por otro lado, presumo que no hay riesgo de que el vídeo sea retirado por ningún tipo de violación de derechos, pues quien lo ha subido es ni más ni menos que el tenor encargado del papel de Pinkerton. Sería harto extraño que él mismo vulnerase de ese modo los derechos de sus compañeros de reparto, así como del director escénico, por lo que entiendo que el vídeo está subido de forma completamente legal.
La filmación proviene de unas representaciones de la ópera en Hamburgo en noviembre de 2012 emitidas por el canal “Arte”. Aquí está:
Es inevitable detenerse a hablar ampliamente sobre la puesta en escena, pues tiene su miga. Dice Vincent Boussard en una entrevista que le realizan en el entreacto que a la hora de realizar su labor ha querido tener muy en cuenta cuál es la psicología de la joven protagonista y cómo sería ella en nuestro mundo contemporáneo. En mi opinión, esto ya supone una primera decisión de riesgo. No todas las óperas producen resultados satisfactorios al trasladarse los hechos a una época distinta de la que marca el libreto. Hay historias que, obviamente, sufren más que otras y hacen que ese traslado temporal sea poco factible. Por ejemplo, tal vez podamos asimilar, por mucho que nos guste o no, que Don Giovanni pueda ser retratado como un ligón de discoteca del siglo XXI, pero en cambio en una Tosca, con sus alusiones a Napoleón, una idea de este tipo resulta algo más duro de asimilar. En mi opinión, Madama Butterfly pertenece a esas óperas a las que es muy difícil sacar de su contexto de forma creíble. ¿Cómo aceptar tan a la ligera la bigamia de Pinkerton en dos países del primer mundo como EE.UU. y Japón, este último además con un ordenamiento jurídico muy desarrollado?; ¿Cómo aceptar que el emperador de Japón imponga el suicidio a alguien en nuestro mundo contemporáneo?; ¿Cómo aceptar que en pleno apogeo de las redes sociales, de Skype y de la telefonía, una mujer no tenga manera de contactar con su marido para comunicarle que tiene un hijo?
Sé que si nos detenemos a analizar con minuciosidad cualquier libreto de ópera encontraremos siempre aspectos que nos impedirán trasladar los hechos a épocas diferentes, y con ello nos perderíamos enfoques e ideas que pueden ser realmente interesantes desde el punto de vista escénico. Creo, por tanto, que no hay mal en ser permisivo, siempre que el director de escena tenga algo realmente interesante que decir. El problema está, como digo, en que Madama Butterfly es una ópera con una historia tan fuertemente amarrada a un lugar y a una época que la idea de llevarla al siglo XXI se hace tan inverosímil que exige del espectador una especie de “compromiso de falsedad”: como público, aceptamos los desajustes que implica llevar la historia a nuestra época a la búsqueda de lo que se nos quiere transmitir visualmente, sacrificando la forma para centrarnos en el mensaje.
Una vez que se ha asumido ese “compromiso de falsedad”, esa falta de encaje de los hechos con nuestra época, es cuando se puede disfrutar de una escenografía de este tipo. Creo que es una idea interesante, incluso aunque sólo sea a nivel anecdótico, la de retratar a Butterfly como una joven de nuestro tiempo. El problema está, para mí, en que lamentablemente esta puesta en escena no acaba de cuajar en absoluto a pesar de contener un buen puñado de ideas interesantes.
Visualmente hay pocos cambios a lo largo de toda la ópera. En lo que se refiere al decorado de Vincent Lemaire, siempre vemos el escenario casi vacío con unas grandes paredes deslizantes. En el centro de la escena hay una alta escalera metálica de caracol que se hunde en el suelo y por la que aparecen y desaparecen cantantes, representando quizá el ascenso por la empinada colina sobre la que se alza la casa de Butterfly. Boussard dice querer representar la soledad de la protagonista con esta austeridad visual, y lo cierto es que no hay mucho que reprocharle en este aspecto. A esta ópera lo que le sienta bien es precisamente una atmósfera intimista y reservada. Quizá, y esto es una cuestión de gustos, la escalera ocupe un excesivo protagonismo en los movimientos de los cantantes, y las proyecciones de flores que se ven en las paredes son en realidad algo puramente decorativo.
El primer acto, en realidad, es casi convencional comparado con el segundo. Todos los personajes japoneses aparecen vestidos con ropa japonesa, aunque los tocados suelen tener un punto casi caricaturesco, heredero sin duda de la producción de Minghella (de la que hablamos aquí). Lo que se busca es romper un excesivo realismo en la indumentaria de los parientes de Butterfly colocándoles en la cabeza pelucas grandes y con un punto estrafalario. Ella, en cambio, sí luce un aspecto algo más natural. Entra a escena con un quimono rosa pálido y dorado atado a la cintura con un cinturón rojo. Es llamativo que no se trate de un obi, tal y como obliga el libreto, sobre todo porque Suzuki sí que lleva uno (probablemente muy falso, pero con aspecto de obi). Su cara está pintada de blanco y va incomprensiblemente descalza, lo que no debe interpretarse como resultado de la costumbre japonesa de quitarse los zapatos al entrar en casa, pues los otros parientes japoneses sí que aparecen calzados. Probablemente se trate de un mero capricho visual, o quizá de un intento de mostrar una imagen desenfadada e informal de Cio-Cio-San.
En el segundo acto los rasgos japoneses de la historia se atenúan notablemente, pues el personaje se ha occidentalizado, y ahora vemos a Butterfly con la apariencia natural de cualquier persona en su casa. El cabello no aparece arreglado y canta en vaqueros, en lo que viene a ser una imagen equilibrada (lo cual se agradece) entre lo vulgar que sería presentarla en bata y pantuflas y lo inverosímil que implicaría, en cambio, hacerlo con un aspecto demasiado arreglado. Sin embargo, es en este segundo acto en el que Boussard mete la pata hasta el fondo, en mi opinión. Toma prestada una segunda idea de Minghella –la aparición del hijo de Butterfly bajo la apariencia de un muñeco– pero dándole un enfoque para mí erróneo que hace que la historia y la psicología de la protagonista –esa que paradójicamente tanto interesaba a Boussard– se deformen.
Me explico. En esta producción, Butterfly aparece retratada a partir del segundo acto como una persona que se dedica a hacer o coleccionar muñecos, de modo que realmente no se sabe aquí si su “hijo” es real o más bien el delirio de una mente enferma. En la producción de Minghella también se presenta al crío como un muñeco, pero se hace de tal modo que al público no le puede caber duda de que es un ser vivo realmente y no una imaginación de Butterfly. Aquí no queda claro, y a partir del segundo acto Boussard impone a la soprano protagonista toda una colección de gestos extraños y miradas que sugieren desequilibrio psíquico. Quizá el momento más evidente sea cuando, tras avistar el barco de Pinkerton, ella pide a Suzuki que la ayude a vestirse. Aquí, la criada no varía en nada el aspecto exterior de la muchacha, y por tanto todo aquello a lo que alude –el obi del quimono nupcial, el maquillaje, la flor en el pelo– es imaginado, como si se tratase casi de una alucinación.
Boussard incurre, por tanto, en un error de bulto. Más allá de recrear visualmente la historia, hace lo que ningún buen director escénico debe hacer: deformarla en sus pilares esenciales. El hijo de Butterfly no puede ser imaginario. No es aceptable bajo ningún punto de vista que la joven le presente un muñeco a Sharpless y que este le escriba a Pinkerton instándole a que acuda al Japón a cuidar de eso. Creo que toda esta ansia en retratar a Butterfly como un personaje obsesivo, cuando no marcadamente enfermizo, responde a un excesivo interés de Boussard por decir cosas. En mi opinión es preferible decir pocas cosas, pero sensatas, a decir muchas estupideces. Hay aquí un desagradable tufillo pseudo intelectualoide, una palpable intención de buscar ser original si no directamente genial cuando en realidad lo que se está diciendo sólo es puro disparate. Y es una pena, porque de aquí, con pocos cambios, podría haber salido una buena y curiosa producción de esta ópera.
No es muy loable tampoco la dirección escénica, que deja algunos momentos no sólo inverosímiles, sino también irrisorios. Es ridículo el modo en el que Pinkerton tiene que dedicarse a sobarle la nuca a Butterfly durante el “Vogliatemi bene”, por no decir lo disparatado que resulta que al comienzo del segundo acto, cuando la protagonista pregunta a Suzuki por su estado económico, esta emita después su respuesta sin dirigir siquiera una mirada al dinero. Tal vez lo más absurdo esté en la escena de Yamadori, que entra echando pétalos de flores por el suelo que luego, al encontrar a Butterfly reacia a su propuesta matrimonial, se dedica recoger (!).
Quizá haya personas a las que esta propuesta escénica les desagrade simplemente por la idea de trasladar la historia a nuestro tiempo. No es mi caso, pero lamentablemente sí creo que naufraga por otras razones. Boussard dice haberse empeñado en buscar una imagen creíble de Butterfly, y precisamente es eso lo que se le escapa de entre las manos al crear una innecesaria y negativa ambigüedad en lo que concierne a su hijo y a su psicología. Él la sepulta, la entierra, y con ello nos priva de lo que podría haber sido un enfoque interesante. Lástima.
Con independencia de estas cuestiones, el nivel musical de esta filmación es bastante aceptable. La soprano griega Alexia Voulgaridou hace un esfuerzo considerable para cantar una buena Butterfly y consigue un resultado muy estimable, por mucho que su voz no se amolde del todo adecuadamente al personaje. En concreto, resulta evidente que carece de la necesaria extensión vocal que requiere su parte, lo cual se traduce en un recurrente entubamiento en el grave. Al margen de esto, en contadas ocasiones se observa cierto apuro siguiendo a la orquesta en lo que podría interpretarse como la posible consecuencia de un fiato algo corto. Estas carencias se acumulan de forma especialmente evidente en toda la escena de la presentación del niño al cónsul, verdadero punto flaco del trabajo de Voulgaridou, cantante de la que tendría que escuchar más cosas para hacerme una idea más completa de sus medios. Sea como fuere, al margen de estas pocas pegas, la voz tiene un color muy hermoso y canta su parte con elegancia, sin afectación en el primer acto y sin excesos lacrimógenos en el final. Teniendo en cuenta sus medios y aptitudes, creo que el resultado es bastante satisfactorio.
Quizá la sorpresa más grata de todo el reparto haya sido el logrado Pinkerton de Teodor Ilincai, al cual le debemos, como decía antes, la subida del vídeo a youtube. Desconocía a este cantante y me ha parecido un Pinkerton de espléndido nivel, que deja el que quizá sea para mí el mejor momento de toda la filmación con el “Addio fiorito asil”. A todo esto, espero que todo el “alcohol” que consume en el primer acto, primero con Sharpless y luego en la boda, no sea realmente tal, porque ingiere no sé cuantas copas de whisky a una velocidad suficiente como para llegar al último acto con una melopea considerable. También es irreprochable la lograda Suzuki de una impecable Cristina Damian.
Por desgracia, los personajes secundarios tienen en general mal nivel. A Lauri Vasar no le acompaña una bella voz, y canta además un Sharpless un tanto insulso y aburrido. Jürgen Sacher, por su parte, resulta un Goro por completo lamentable, cantado con una fea voz tremolante. El Yamadori de Viktor Rud, aun siendo un papel breve y poco exigente vocalmente, se mantiene justito en eso que podemos llamar la “corrección”, mientras que el bonzo de Jongmin Park, aun estando bien cantado, se presenta de modo inverosímil desde el punto de vista escénico. El monje entra en escena vestido con gorra y chaqueta militar. Cuando lo vi me dio por pensar que tal vez Boussard ambientaba la historia en los primeros años de la década de los cuarenta del pasado siglo, y que sustituía la oposición religiosa del tío de Butterfly hacia el cristianismo por oposición política y militar a EE.UU. Pero no es el caso, pues la estética de la protagonista en el segundo acto no es de esa época, sino plenamente actual. Probablemente se trata sin más de un nuevo capricho visual del director escénico.
El último punto fuerte de la filmación está en la estupenda lectura orquestal que hace Alexander Joel de la partitura. No busca el efectismo ni la espectacularidad y sabe sacar del foso un sonido colorista y delicado que reviste de mayor altura a una versión llena de altibajos.
Tratándose de un vídeo de youtube no puede hablarse de prestaciones como si de un DVD se tratara, pero en el entreacto, como ya he referido, hay unas breves entrevistas, y la filmación viene con subtítulos en francés.
En resumen, la puesta en escena tiene algunas buenas ideas, pero fracasa por su pretenciosidad a la hora de mostrarse atrevida e innovadora. El reparto es irregular, aunque por fortuna, la calidad se concentra en los papeles más importantes, así como en la dirección orquestal.
No está mal, pero podría haber sido muchísimo más.
1 comentarios:
Me autocomento para escribir un par de cosillas. Por un lado, el enlace a youtube ha muerto. Por otro, Arthaus ha anunciado que va a editar esta retransmisión en DVD y Blue Ray. Me haré con él cuando salga y editaré esta entrada (si hay que cambiar algo). De momento dejo el vídeo promocional:
http://www.youtube.com/watch?v=ZIEQVaDCB8E
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