martes, 28 de septiembre de 2010

Un año de blog

Hoy hace un año desde que abrí el blog. No puede decirse que sea longevo, pero su existencia ha estado pensada siempre en el corto plazo, de modo que no deja de sorprenderme a mí mismo el haber llevado esta página como si tal cosa durante doce meses. Doce meses en los que, como digo, en ningún momento he apostado por la supervivencia del blog a corto plazo. He escrito siempre bajo la premisa mental de que en cualquier momento puedo sufrir un cortocircuito mental que me lleve a hacerlo desaparecer como si nunca hubiera existido, pero hasta ahora no ha sido así.

Tener un blog pensando únicamente en el corto plazo no me ha impedido recopilar en una lista (me encanta hacer listas) aquellos temas pendientes de los que me gustaría escribir. Manteniendo mi línea de cuatro o cinco entradas mensuales, podría escribir hasta entrado el año 2012 sin tener que pensar ningún texto que no lo esté ya en la lista. Obviamente, y aunque me tomo el listado como algo ciertamente orientativo, no es ese mi propósito.

Hablando de temas de los que escribir, he de decir que este blog ha sido un éxito y en cierto modo también un fracaso para mi persona. Desde el comienzo nació “bicéfalo”, como lugar donde escribir sobre música (de ahí el nombre de “El patio de butacas”) y como espacio donde plasmar mis reflexiones personales sobre lo humano y lo divino (“Y digo yo”). Pues bien, tengo la impresión de que, a diferencia de las entradas sobre música, esta segunda y para mí más enriquecedora faceta del blog apenas se ha desarrollado como a mí me gustaría. Con la idea de superar el problema llegué a pensar incluso en la idea de dividir el blog en dos: uno para música y otro para mis cosas. Al final, este “patio de butacas” ha cumplido su primer aniversario conservando la misma estructura extraña con la que nació. Precisamente en relación a esta faceta íntima y personal no siempre bien desarrollada en mis escritos (me refiero a mis entradas etiquetadas como “Y digo yo...” o “Reflexiones profundas como un pozo”) en demasiadas ocasiones sufro incluso cierta angustia ante la idea de que esos pensamientos y vivencias personales estén ahí, al alcance de quienquiera. Pero por otra parte, y aclaro que no sé por qué, siento el impulso, casi la necesidad de que así sea. Son las entradas más importantes que escribo, y en consecuencia, las menos leídas. Son las que menos me cuesta escribir y las que más me cuesta ver escritas.

Seguiré escribiendo, aunque lo haré del mismo modo que hasta ahora y con independencia de que me lean muchas o pocas personas, o de si este blog cumple o no las expectativas con las se pensó. Me ha entretenido, y eso ya es bastante.

viernes, 24 de septiembre de 2010

La Máquina del Tiempo: Pompeya


Tuve oportunidad de visitar las ruinas de Pompeya hace varios años, en una de las paradas de un inolvidable crucero por el mediterráneo que realicé junto con mis amigos y compañeros de carrera. Recuerdo que debíamos escoger entre visitar las citadas ruinas y dar una vuelta por Capri. Yo mismo contribuí a que las hermosas vistas de esta última tuvieran que esperar a mejor ocasión, mostrando a mis compañeros en los días previos lo interesante de la visita a Pompeya. Para mi suerte, no encontré la menor oposición. Hay ocasiones en las que soy incapaz de disimular mi interés por determinados temas y mostrarme imparcial, y a fin de cuentas, mis amigos me conocen.

Recuerdo bien la visita. Alguien dijo que allí no había más que piedras, lo que no deja de ser cierto y falso a un tiempo. La percepción de la genuina magia de un lugar depende en gran medida de la “sensibilidad”, por decirlo de algún modo, del visitante. Sinceramente, y aunque ya me hacía una idea de lo que me esperaba, Pompeya me impresionó. Aún conservo en mi mente el recuerdo del silencio. Un silencio atronador que, implacable, lo envolvía todo y que sólo se veía quebrado por nuestra presencia y la de algún otro grupo. Recuerdo la ligera brisa que jugueteaba entre el laberinto de las calles, y la amenazadora presencia del Vesubio. Y más aún que los moldes de las víctimas me impactó algo que nunca hubiera esperado: la desconcertante sensación de actualidad y de identificación con el lugar. Hay quienes no son capaces de ver más que piedras, pero la repentina desgracia de la ciudad ha permitido conservarla del mismo modo que si el tiempo se hubiese congelado. Es una ciudad viva y muerta al mismo tiempo: acá vemos el local de un herrero, y cerca tal vez una casa en cuya entrada un mosaico o pintura no advierta “cave canem” o “cuidado con el perro”. No es difícil, pues, imaginar los golpes del martillo sobre el metal acompañados de los ladridos del animal, o acaso el caminar de los paseantes saltando sobre los resaltos de piedra que se dispersan por las calles para conservar los pies secos durante los días de lluvia. La sensación, a qué negarlo, era de cercanía. No somos esencialmente distintos de aquellos hombres, por mucho que nos engañemos pensando lo contrario. El haber nacido con posterioridad nos sitúa, sí, en una posición de ventaja en muchos campos (científico, médico, etc.) pero no por ello debemos caer en el equívoco de considerarnos superiores o más inteligentes que estos hombres del pasado. Quien así lo piense no tiene más que dar un paseo por Pompeya, preferiblemente sólo y en silencio. Son muchos los que, sin duda, piensan –tal vez incluso de forma inconsciente– en la tragedia de Pompeya desde un punto de vista de superioridad cultural, como el adulto que mira a un niño pequeño o a un bebé. El problema es que ese mundo “adulto” nuestro también puede entrar en grave crisis a causa, sin ir más lejos, de una nube volcánica que siembre el desconcierto en toda Europa y el caos en cada aeropuerto, trayendo consigo la incomunicación a nuestro mundo globalizado.

A medida que caminábamos por Pompeya, me tocó a mí hacer de guía y explicar a mis compañeros la historia de la erupción. Lo hice con gusto, aunque de lejos hubiera preferido el silencio.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Madama Butterfly (Freni, Domingo, Ludwig - Karajan)

Siento un cariño especial por Madama Butterfly. Fue mi primera ópera, y de manera más concreta, la película sobre la que escribiré a continuación constituyó mi bautismo en el género cuando todavía era un niño. Recuerdo que mis padres, que nunca habían sentido especial atracción por la ópera, tenían un disco de vinilo en el que se escuchaban varios fragmentos de esta obra, aunque en arreglos orquestales, sin voces. En la contraportada se leía un breve resumen del argumento. Aquél disco me gustó tanto que las navidades siguientes mis padres me regalaron la cinta de VHS, que aún conservo con cariño, aunque hace tiempo que la sustituí por el DVD, con la filmación de Ponnelle. Supongo que mis padres, que poco o nada sabían de intérpretes, se decidieron por esa cinta al ver en ella los conocidos nombres de Plácido Domingo y de Herbert von Karajan. Les estoy muy agradecido, porque además de constituir mi primera experiencia con la ópera, ello me permitió descubrir a la que desde entonces (y puedo por tanto decir que desde siempre) ha sido mi cantante preferida: Mirella Freni.

Acto 1: Nagasaki, entorno a 1900. Benjamín Franklin Pinkerton es un marinero estadounidense que se dispone a contraer matrimonio con Cio-Cio-San, una geisha de quince años conocida por todos como Butterfly. El casamentero Goro se encuentra mostrándole la casa en la que ambos habrán de instalarse, situada en lo alto de una empinada colina con vistas al puerto, cuando aparece el primer invitado: Sharpless, cónsul de Estados Unidos en Nagasaki. Pinkerton se sincera con éste último y le manifiesta que su boda japonesa constituye para él algo así como una aventura exótica de la que piensa disfrutar únicamente hasta su partida a América, donde espera encontrar una esposa estadounidense. Sharpless, desconcertado, trata de convencerle de lo hiriente que ello puede ser para Butterfly, pero el marinero no le escucha.

Acompañada de sus parientes y del resto de los invitados, Butterfly hace su aparición, y en cuanto se queda a solas con Pinkerton en el interior de la casa le confiesa que, para contentarle, se ha hecho bautizar al cristianismo. La ceremonia nupcial tiene lugar, pero la fiesta es interrumpida por las imprecaciones de su tío, un bonzo que ha descubierto el abandono por parte de Butterfly de la religión de sus ancestros. Repudiada por su familia al completo, la joven es consolada por Pinkerton, a quien cree su marido para siempre.

Acto 2: Primera parte: Hace tres años desde que Pinkerton abandonó a Butterfly, que le sigue esperando con ansia frente al escepticismo de su criada Suzuki. Aparece el cónsul Sharpless para llevarle una carta de Pinkerton, cuya lectura ni siquiera puede dar comienzo ante la llegada de Goro con Yamadori, un rico príncipe. El casamentero trata de convencer bruscamente a Butterfly de que, según la ley japonesa, el abandono de la mujer equivale al divorcio y que le sería ventajoso salir de sus penurias económicas mediante la unión con Yamadori. Butterfly, que se considera una mujer occidental, le rechaza.

De nuevo a solas con ella, Sharpless trata de leer a la joven la carta de Pinkerton, en la que este escribe sobre su inminente llegada a Japón y sus nulas intenciones de reencontrarse con Butterfly. Deshecha, esta última muestra ante el cónsul a un niño de tres años, engendrado por Pinkerton antes de su partida y cuya existencia éste ignora. Completamente sobrepasado por la situación, el cónsul se compromete a informar a Pinkerton sobre la existencia de su hijo y Butterfly sueña con que ello le hará volver a su lado.

Aparece entonces por la casa Goro, quien resentido por la historia de Yamadori se ha dedicado a esparcir por la ciudad rumores contra Butterfly y contra su hijo, por lo que es expulsado de forma violenta. Justo después se escucha el cañón del puerto y junto con Suzuki, Butterfly observa emocionada la llegada del barco de Pinkerton. Ambas decoran la casa con flores y Butterfly vuelve a vestirse su traje de novia antes de permanecer toda la noche en vela, esperando la llegada de Pinkerton.

Segunda parte: Ha amanecido y Butterfly, agotada por la vigilia, accede a dormir un poco dejando a Suzuki de guardia. Es entonces cuando aparecen en la casa Sharpless junto con Pinkerton y su esposa americana, llamada Kate. Informado de la existencia de su hijo y de los precarios medios económicos de la madre, Pinkerton ha acudido con el propósito de llevarlo a Estados Unidos y darle una educación occidental y con mejores medios. Sin embargo, al ver la casa que él mismo compró tres años antes adornada de flores a la espera de su llegada, es incapaz de soportar el remordimiento y abandona el lugar.

Butterfly despierta y acude a encontrarse con Suzuki, descubriendo la presencia del cónsul y de la desconocida Kate. Sin necesidad apenas de palabras, ella comprende la situación y pide que suban a recoger al niño en media hora. La joven japonesa, cuyo mundo se ha venido abajo en cuestión de un solo momento, se despide de su hijo antes de tomar entre sus manos el mismo sable con el que su padre se quitó la vida años atrás. Butterfly muere mientras se escucha la voz de Pinkerton, acercándose desde el exterior.

Podemos encontrar una traducción del libreto al castellano en kareol.


Madama Butterfly fue la última colaboración conjunta entre Giacomo Puccini y los libretistas Luigi Illica y Giuseppe Giacosa. El libreto, de tinte sobradamente sentimental, se basa en el drama de David Belasco, que a su vez toma como referencia la Madame Chrysanthème de Pierre Loti. Cierto es que bajo el trasfondo romántico de la historia de Butterfly y de Pinkerton se plasman algunas cuestiones interesantes, como la del inevitable “choque” de culturas: la negativa de la protagonista a considerarse soltera, según establece la ley japonesa; el rechazo familiar a causa del cambio de religión; la práctica del suicidio no sólo a consecuencia de una crisis emocional, sino también como reparación del honor manchado ante la familia y ante sí misma; la referencia de Pinkerton a las estatuillas de los antepasados de Butterfly como “muñecos”... En referencia al libreto, se ha hablado algunas veces de racismo, aunque a mi modo de entenderlo, el “lado americano” no sale mejor parado en esta obra que el japonés.

Pese al interesante trasfondo que se encierra en una historia tan simple en apariencia, es perfectamente sabido el monumental fiasco que supuso su estreno en la Scala, el 17 de febrero de 1904. Ignoro si el fracaso estaba amañado de antemano por parte de los enemigos de Puccini (algo probable) o si fue una reacción espontánea del público, pero el grado de grosería de los asistentes pareció desmesurado. Cuentan, y esto tiene cierto saborcillo a leyenda, que en un momento del segundo acto el viento hinchó las ropas de la protagonista y alguien gritó “¡Butterfly está embarazada de nuevo!”. Naturalmente, habría que preguntarse cómo es posible que sople semejante viento en el interior de un teatro.

Portada de la grabación en CD con Luciano Pavarotti en el papel de Pinkerton

En cualquier caso, y pese a lo amargo de lo escrito arriba, es posible que el fracaso trajese consigo una importantísima consecuencia positiva, que no es otra que el hecho de que Puccini revisase la obra hasta convertirla en la pieza maestra que conocemos hoy. Y es que el Puccini exótico resulta siempre fascinante: Butterfly carece obviamente de la riqueza orquestal de Turandot, como corresponde a un drama intimista cuya esencia rehuye en cierto modo de la excesiva espectacularidad visual y sonora. Precisamente en encontramos un tema, el del susurrante y amenazador coro de parientes que repudian a Butterfly al final del primer acto, que a mi oído se asemeja en cierto modo al de la ejecución del príncipe de Persia en Turandot. Por lo demás, la partitura de Puccini contiene páginas de incomparable belleza: aparte del consabido “Un bel dì vedremo”, todo el final del primer acto forma parte de la música más bella escrita por el autor, en la que se plasma de forma magistral la diferente visión que cada uno de los dos personajes tiene de su propia unión: las palabras de ella en referencia al cielo estrellado contrastan con los menos etéreos y más eróticos “vieni” de él. Precisamente encontramos una espléndida grabación de este final tanto en el DVD que propongo hoy como en el CD “hermano”, calificada como la más bella jamás registrada por el mismísimo Rodolfo Celletti. Otros momentos, más breves, en los que se alcanza lo sublime son la entrada de Butterfly (“Ancora un passo or via”), su “Ieri son salita”, o el delicado brindis de Pinkerton (“O Kami”), cuya suave melodía es bruscamente interrumpida por la inquietante aparición del bonzo, lo que acentúa aún más lo brusco de sus recriminaciones (“Cio-cio-san! Abbominazione!”).


Jean-Pierre Ponnelle, de quien ya hablamos el mes pasado en relación a su célebre Barbero de Sevilla, fue el encargado de realizar la versión filmada que tomaría como base la grabación de audio dirigida por Herbert von Karajan en 1974. El reparto que vemos en la película es, por tanto, idéntico al que encontramos en CD, con la diferencia de que aquí el papel de Pinkerton lo asume Plácido Domingo (en la grabación en disco corrió a cargo de Luciano Pavarotti, quien por otra parte, nunca se sintió cómodo en el papel), lo que implicó realizar una nueva toma sonora, nunca distribuida en disco, esta vez con Domingo. Se dice que Karajan decidió prescindir de Pavarotti en el vídeo por meras razones de estética visual.

Sin duda, lo más polémico de la cinta de Ponnelle es el final del primer acto, al que antes hacía referencia. Se filmaron dos versiones: la primera insinuaba una relación sexual entre la pareja protagonista y fue considerada inapropiada para el público germánico, más conservador. La segunda versión, mucho más moderada, es la que se incluyó finalmente en la película. Hoy, gracias a la magia de Youtube, nos es posible visualizar ese primer final erótico y olvidado, y lo cierto es que tampoco es nada del otro jueves. Además, la práctica reiterada de congelar las imágenes se hace molesta, al menos en mi caso. He aquí este final “inédito”:



Desgraciadamente, la segunda y definitiva versión de este bellísimo final no es mucho mejor. Soy el primero a quien le gustan los montajes y filmaciones de corte “clásico”, pero justo es reconocer que parece aquí como si a Ponnelle se le hubiesen acabado las ideas: ahora aparece Domingo de forma algo cursi llevando una mariposa en la mano, ahora con Freni en brazos, ahora él tumbado sobre ella en el suelo...

El segundo momento “crítico” a la hora de filmar cualquier Butterfly es el largo preludio orquestal que antecede a la segunda parte del segundo acto (en realidad casi podría hablarse de tres actos). La filmación de este tipo de pasajes orquestales, así como de las oberturas, suele solventarse en las películas registradas del directo en un teatro mediante el recurso de dirigir las cámaras y enfocar al director y a los músicos de la orquesta. En una versión “película”, esa posibilidad se vuelve impracticable, por lo que el director debe “rellenar” el hueco visualmente del mejor modo posible. Durante la espera nocturna de Butterfly, Ponnele recurre a mostrar al espectador los sueños de la joven japonesa: la llegada de Pinkerton y el modo en que este la lleva a vivir a América junto a su hijo, donde es recibida nada menos que por el tío Sam, un vaquero y una abuelita venerable. Después de estos ensueños, Ponnelle nos presenta a Butterfly situada entre dos bandos enfrentados: el japonés y el occidental. La solución visual que se propone me parece muy bien ideada, si bien peca en algunos momentos de excesivamente edulcorada. Claro que, por otra parte, se trata de los sueños de la joven y algo inmadura Butterfly...

Ponnelle utiliza una fotografía terrosa que sienta bien a la filmación, dándole lo que para mí es un delicioso y probablemente pretendido saborcillo a antiguo. Una decisión claramente discutible, en cambio, es la de mostrar al público al hijo de Butterfly desde el comienzo del segundo acto, evitando que el espectador sienta la misma perplejidad y confusión que siente Sharpless cuando esta se lo muestra (“E questo?”).

Otro de los aspectos llamativos de la filmación es el modo en que se nos muestra el suicidio de la protagonista. Desde un primer momento me llamó la atención la forma algo compleja en la que muere Butterfly en esta película, que en nada se asemeja al acto casi no meditado de clavarse un puñal en el pecho víctima de un ataque de desesperación. Busqué en internet y confirmé mis sospechas: el historiado modo en que muere Butterfly es una aproximación que hace Ponnelle, en la medida en que lo permite la propia partitura, al ritual de “jigai”, o para entendernos, el harakiri femenino. Butterfly se ata las piernas, con la ayuda de Suzuki, para caer de forma digna, y sostiene el sable con un pañuelo antes de hundírselo en el cuello. Ojalá este esfuerzo por el realismo se hubiera visto también igualado en otros aspectos, evitando las horrendas pelucas que lucen buena parte de los personajes.


Pasemos ahora a hablar de Mirella Freni y de su extraordinaria recreación de Butterfly. Antes de decir yo una sola palabra, dejaré que sea ella misma quien lo haga, pues me he tomado la libertad de traducir al castellano un fragmento de la entrevista que Marilisa Lazzari le realizó para la web Operaclick en Torre del Lago el 20 de diciembre de 2006 y que pueden leer completa aquí.

Como mujer, sentía curiosidad por hablar sobre la Butterfly de Ponnelle, una película bella con una escena de amor muy sensual. ¿Es cierto que se hizo una versión especial para el público alemán, algo más mojigato en la época?

No, no. No tenía nada de especial. Sólo cambiamos algunas escenas porque no eran bien vistas.

Pero yo he visto la versión que no está en circulación, y a usted con la espalda desnuda...

No (ríe), yo sólo llevaba la espalda desnuda y Plácido llevaba sólo los pantalones (echa a reir). Me gusta mucho esa producción. Era la primera vez que Ponnelle hacía Butterfly, igual que yo, y también la primera vez que nos encontrábamos. También tuvimos la fortuna de tener un cámara extraordinario y de una gran sensibilidad: se acercaba a nosotros en los momentos más importantes, los sentía y respondía con intensos primeros planos. Fue de una gran ayuda para todos.

Esta Butterfly fue uno de los primeros ejemplos de óperas filmadas. Después no se han hecho muchos...

Sí, y aunque no era la primera vez que lo hacíamos, en esta ocasión fue algo particular: se grabó en un verdadero estudio cinematográfico (se ríe). ¡Pero que fatiga levantarse cada mañana a las cuatro! Y las sesiones de maquillaje larguísimas... Tenía que tirarme de la cara, ¿sabes? para los ojos (coloca las manos en su cara y se estira los ojos), y luego todo aquél blanco en la cara (ríe alegremente, como una niña).

Es todavía una película bellísima, y repito, muy sensual respecto a cosas que vemos hoy. Escenas de desnudos gratuitos en el teatro...

Está bien como está. Así se deja espacio para la imaginación (como siempre, me responde con una sonrisa en los labios).

Hasta aquí lo que nos interesa de la entrevista. Lo cierto es que Mirella Freni jamás interpretó el papel completo en escena, limitándose al presente DVD y al citado registro sonoro con Pavarotti, junto con el más tardío de Giuseppe Sinopoli, en el que aparece acompañada de Carreras y Berganza. Las razones por la que la soprano modenesa rechazó incorporar de forma estable a su repertorio un papel que sin duda le hubiera dado enorme fama y reconocimiento son algo oscuras. En una entrevista realizada por Martín de Sagarmínaga para la revista Scherzo (nº 39, correspondiendo al mes de noviembre de 1989), Freni expresa sus razones para no frecuentar Butterfly:

"Porque es un rol muy dramático en el que no puedo controlar mi propia emoción. El segundo acto me produce tanta emoción que pondría en peligro la estabilidad de mi voz. Lo he hecho en disco y también en vídeo [...] y creo que podría hacerlo sobre el escenario, pero no quiero porque me emociono demasiado cantándolo. Me ocurre lo mismo que con Suor Angelica. [...] Lo que ocurre es que empiezo a llorar y pierdo el control del personaje. En una grabación puedo cantarla porque si me emociono demasiado le digo al director que pare la orquesta y esperamos un par de minutos. Pero sobre un escenario eso no se puede hacer."

Meses después, durante una Manon Lescaut en Barcelona, Freni reincide en su incapacidad para abordar el personaje frente al público (justo al final del primer vídeo y al comienzo del segundo):





Es posible que la emoción, en efecto, la embargase. Otra razón, menos poética pero igualmente respetable, es la de que considerase tal vez el papel como demasiado pesado para su voz, que supo conservar fresca y juvenil hasta el final de su carrera. En cualquier caso, el hecho de que Freni sólo interpretara Butterfly en estudios plantea un problema que sólo puede resolver el oyente de forma individual. En mi opinión, Mirella es la Butterfly más perfecta que pueda imaginarse. Otros, en cambio, no la considerarán la mejor en el papel por no haberlo cantado en vivo, como si las grabaciones en estudio fueran algo así como una aproximación secundaria y artificial. Para ellos, la balanza bien puede inclinarse a favor de la extraordinaria Butterfly de Renata Scotto, cuya grabación con Barbirolli es antológica. Yo, que nunca he tenido la fortuna de oír a Freni en directo, sólo puedo acercarme a ella a través de las grabaciones, y su Butterfly es con diferencia la que más disfruto. Se trata de una cuestión personal, como digo. La voz de Freni en aquél 1974 era plenamente la de una soprano lírica alejada ya del repertorio lírico-ligero, y estremece, al igual que en el caso de su “hermano de leche” Luciano Pavarotti, la aparente simplicidad y falta de esfuerzo con la que interpreta, alcanzando de forma sobresaliente un magistral agudo final en la escena de su entrada, cantado en un etéreo pianissimo.

Por otra parte, adoro el carácter infantil de la protagonista, en el que incide Freni sin caer en la ñoñería. Precisamente, su limpísima y cálida voz angelical sorprende enormemente en los pasajes más trágicos en los que se oscurece el carácter de la geisha, momentos que suenan especialmente demoledores. Me refiero a la magistral escena de la carta con Sharpless (“Ah! no, no! questo mai!”) y a la desgarradora escena final del suicidio, con la despedida de su hijo. No podemos olvidar que Butterfly es un personaje que vive en un mundo de ilusiones construido por ella misma, y que nosotros, como espectadores, sabemos falso por la sencilla razón de que hemos escuchado la conversación de Pinkerton con Sharpless en el primer acto. Cuando la protagonista descubre que ese mundo ilusorio no se corresponde con la realidad muere absolutamente sola, incluso sin su hijo, porque todo lo que había constituido su existencia se ha venido abajo.


Esta cinta muestra una retrato de Pinkerton algo más humano de lo habitual. Resulta muy acertado ver la expresión, entre perpleja y conmovida, de Plácido Domingo en el “Ieri son salita”, es decir, en la escena en la que Butterfly le comunica haberse bautizado. Este Pinkerton de Ponnelle conoce en su fuero interno la sinceridad del afecto que Butterfly le profesa, pero prefiere hacer oídos sordos y continuar con su vida egoísta construida sobre la desgracia de muchas “bellas”, desgracia de la que él sólo saca placer. Es un personaje negativo al que sólo asalta el remordimientos al final de la acción –de hecho, se supone que son muchas las mujeres que, al igual que a Butterfly ha abandonado– y hasta es más que probable que esos remordimientos sean los primeros que experimenta. Ni siquiera tiene la entereza de permanecer en la casa para encontrarse con Butterfly y decirle la verdad, abandonando el lugar mientras reconoce patéticamente su cobardía.

He leído algunas críticas a Plácido Domingo a cuenta de este DVD. Críticas negativas, no siempre bien justificadas, que no termino de compartir. Me gusta este Pinkerton cantado por un Domingo aún joven y en plenitud de medios. Cierto es también que escuchando a Pavarotti en la grabación en CD, tampoco me parece éste el intérprete de referencia para el papel. Pese a su voz de lírico, Pavarotti consigue imprimir al personaje, supongo que de forma estudiada, una cierta rudeza que no es exactamente habitual. Digamos que la aproximación de Domingo se sitúa a medio camino entre esto y la elegancia de un Bergonzi.

Precisamente el propio Domingo, en su libro “Mis personajes; mi vida” escribe que, en su opinión, el papel de su esposa Kate debe interpretarlo una cantante de aspecto seco y frío, acentuando así el contraste con Butterfly, de la que el público se ha encariñado desde el primer momento. Esta es exactamente la idea de Ponnelle en esta película, en la que se nos muestra a una Elke Schary de aspecto gélido. Pero la que sobresale claramente de entre los secundarios es la estupenda Suzuki de Christa Ludwig, capaz de expresar la continua turbación y miedo del personaje y de convertir el dúo de las flores en uno de los momentos más hermosos y hasta “espirituales” de la grabación.

El resto de secundarios está perfectamente escogido. Michel Sénéchal incide en el lado más cómico del cansino Goro, un personaje tan culpable como Pinkerton de la desgracia de Butterfly, solo que a diferencia de aquél, lo que mueve a este no es precisamente la lujuria sino el afán de lucro. Ponnelle nos lo muestra comportándose con crueldad: se introduce en la casa de la protagonista y espía la conversación en la que Suzuki le revela a su señora encontrarse al borde de la pobreza. Goro se alegra y sonríe ante esta desgracia y al poco le vemos aparecer con Yamadori, encarnado por un simplemente correcto Giorgio Stendoro. Este último personaje suena afectado, gris y aburrido, como tal vez sea el propio príncipe, o al menos como Butterfly le ve. Mucho más me gusta la encarnación que hace Robert Kerns como el cónsul Sharpless. Su voz transmite la sensación de no ser muy grande, pero al mismo tiempo es capaz de insinuar vocalmente la experiencia y hasta el cansancio de un hombre de edad sin que su voz deje de sonar firme. Es el suyo un Sharpless que ni siquiera en el primer acto parece mostrar mucha simpatía por Pinkerton y que en el segundo se encuentra completamente sobrepasado por la situación creada por la ausencia de aquél y la actitud de Butterfly. Por último, perfectamente colérico Marius Rintzler como el “bonzo furibondo”.


La dirección de Herbert von Karajan al frente de la Filarmónica de Viena merece la matrícula de honor. Como todo el mundo sabe, por aquellas fechas Karajan se creía Karajan, y es posible que su lectura se antoje a muchos como algo lenta, pomposa y en busca de lo espectacular. Tengamos en cuenta, sin embargo, que estamos ante una ópera de corte exótico en la que el concepto del espectáculo es buscado deliberadamente por el propio compositor, y que el campo del verismo le sentaba a Karajan como anillo al dedo.


















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