Como cada año, ayer no pude faltar a la cita de Axabeba en los Jardines del Alcázar. Era el último de los tres conciertos que corrían a cargo del conjunto medieval en la presente edición, y el tema de fondo era el de la música medieval en Andalucía y el Mediterráneo. Como es habitual, en el programa se mezclaron piezas instrumentales con canciones sefardíes y cantigas de Alfonso X.
El grupo acudió en formación de trío, con María Dolores García (canto y percusiones), José Luis Pastor (cuerdas medievales y dirección) e Ignacio Gil (vientos). Vocalmente, María Dolores García sigue siendo especialmente convincente en el apartado sefardí, aunque quizás sobre un poco de “puesta en escena”: me refiero a los movimientos de brazos y manos y a los amagos de danza, que resultan quizá innecesarios. Instrumentalmente todo funcionó espléndidamente, aunque quizá la utilización de una gaita medieval resulte poco ortodoxa en una danza italiana del siglo XIV. Tampoco me convencen los efectos de sonido que tratan de reproducir el ruido del agua o cosas de por el estilo, ni en directo ni en las grabaciones.
Pero lo cierto es que se pasa bien. Se nota que hay muy buena sintonía entre los miembros del grupo (¡todavía siguen haciendo la broma del pandero de la cantante!*) y eso se contagia al público. De propina, Calenda Maia, igual que el año pasado.
(*) La broma en cuestión consiste en aprovechar el momento en el que María Dolores García está preparando el tambor para decir que el instrumento más sensible de todos es “el pandero de la cantante”.
Andalucía y el Mediterráneo en la Edad Media. Romances, danzas y cantigas
| Andalucía y el Mediterráneo
Yo m’enamorí d’un aire. (Tradicional sefardí)
Por qué llorax blanca niña. (Tradicional sefardí)
La Manfredina & su Rota. (Anón. Siglo XIV, instrumental)
Los bilbilícos. (Tradicional sefardí)
Por amar a una doncella. (Tradicional sefardí)
Saltarello (Anón. Siglo XIV, instrumental)
Quantas saberedes amar, amigo. (Martín Códax, s. XIII)
Hacía tiempo que no destripaba sin piedad un DVD de los que considero malos malísimos. De hecho, creo que la última vez que me puse realmente ácido fue a propósito de la puesta en escena de La clemenza di Tito de la colección “M22”. Para no perder la costumbre, he aquí mi comentario a la Zaide de la misma colección. Pero aviso desde ya que el visionado es bastante insufrible y que puede dejar secuelas psicológicas en personas sensibles al mal gusto. Comencemos, como siempre, resumiendo el libreto:
Acto 1: Turquía, a mediados del siglo XVII. Gomatz, un joven cristiano convertido en esclavo del sultán Soliman, se encuentra extenuado por el trabajo y cae dormido. Zaide observa su sueño con ternura y queda enamorada del muchacho. Ella es la favorita del harén del sultán, a quien rehúsa amar, pues también es cristiana y proviene, al igual que Gomatz, de España. Sin despertar a su amado, deja a su lado un retrato y unas joyas. Gomatz despierta y descubre perplejo esos presentes, enamorándose al punto de la mujer que aparece pintada en el retrato. Zaide se descubre entonces y ambos se declaran su amor, aunque ello implique traicionar a Soliman. Con el valor de las joyas pretenden escapar de los dominios del sultán y embarcarse para España, pero son descubiertos por otro esclavo llamado Allazim. Sin embargo, este último tiene buen corazón, y en lugar de apresar a los fugitivos decide colaborar con ellos.
Acto 2: Soliman ha descubierto la fuga y se encuentra furioso. Se siente traicionado por Zaide y es incapaz de comprender por qué ella ha desdeñado a un sultán para entregar su amor a un esclavo. Su carácter cruel aflora sin freno y pide sangre y venganza. Osmin, uno de sus sirvientes, intenta tranquilizarle afirmando que los tres fugitivos serán arrestados antes de que abandonen Turquía. A solas, Osmin se muestra feliz de ganar puntos en lo que se refiere a la confianza del sultán.
Tal y como Osmin había predicho, Zaide, Gomatz y Allazim son detenidos antes de llegar al puerto y conducidos ante el colérico Soliman, que les condena a muerte sin pensárselo dos veces. En ese momento, Allazim lanza una reflexión en voz alta sobre el mal pago que se recibe a cambio de las acciones virtuosas: por ayudar a unos amantes se le condena a morir, del mismo modo que quince años atrás fue vendido como esclavo por unos piratas que le capturaron después de que consiguiese salvar a una nave turca de su ataque. El sultán escucha perplejo estas palabras, pues él viajaba en aquél barco turco y reconoce a Allazim como el salvador de su vida. En agradecimiento, revoca su sentencia de muerte, aunque persiste en su intención de ejecutar a Zaide y a Gomatz. La muchacha trata sin éxito de exculpar a su amado arrojando sobre sí misma toda la culpa, y finalmente son las súplicas de Allazim las que acaban conmoviendo a Soliman. El sultán le convierte entonces en su consejero y permite que la pareja de enamorados se embarque rumbo a España.
Wolfgang Amadeus Mozart escribió Zaide entre 1779 y 1780, interrumpiendo la composición al instalarse en Viena, ciudad en la que recibiría pronto el encargo de escribir otra ópera de temática similar: El rapto en el serrallo. A la muerte del compositor, su viuda vendería los quince números escritos de la ópera a J. A. André. En 1838 fueron publicados por primera vez, y fue entonces cuando se otorgó a la ópera inconclusa el título de Zaide.
El paralelismo entre los libretos de Zaide (escrito por Johann Andreas Schachtner) y el de El rapto es evidente. Ambas óperas “turcas” están protagonizadas por una pareja de españoles (Zaide y Gomatz; Konstanze y Belmonte) que tratan de escapar de Turquía. En las dos obras, la protagonista femenina vive en el harén del sultán (Soliman; Selim) y rechaza su amor, mientras que el masculino se encuentra a su servicio, como esclavo en el caso de Gomatz y como arquitecto en el de Belmonte. El intento de fuga se lleva a cabo con la colaboración de otro esclavo (Allazim y Pedrillo, mientras que la Blonde del Rapto no encuentra un equivalente en Zaide) y se ve frustrado a causa de un sirviente del sultán que en ambos casos recibe el nombre de Osmin. Antes de ser ejecutados los protagonistas se produce una revelación importante relacionada con el pasado del sultán: en el caso de Zaide, que este fue salvado del ataque de unos piratas por uno de los ahora condenados, y en el del Rapto, que Belmonte es hijo de su enemigo. Finalmente, la clemencia vence en ambos casos a la crueldad y el sultán concede el perdón.
Con todo, el libreto de Zaide no deja de ser muy poco convincente, y se sitúa bastante por debajo del de El rapto, aun sin contarse este entre los mejores textos a los que Mozart puso música. Tomemos por ejemplo el personaje de Osmin. En El rapto le vemos como un patán cruel hasta llegar a la comicidad, que encarna ridículamente el carácter salvaje que muchos europeos atribuirían al enemigo turco en el siglo XVIII. El Osmin de Zaide, en cambio, es un personaje difuso y mal perfilado. Tampoco convence desde el punto de vista argumental la importante revelación que hace Allazim y que cambia el curso de los acontecimientos al final de la obra. En realidad, lo que ocurre es que el libretista se encuentra en un aprieto y necesita algo que haga cambiar de parecer a Soliman y que permita un final feliz. El resultado es una referencia a un hecho ocurrido hace muchos años que hace que el sultán esté en deuda con Allazim y acceda a sus peticiones. Un recurso barato, en mi opinión, pues se introduce un elemento ajeno totalmente a la trama que hemos visto desarrollarse en el escenario y que ha devenido irresoluble de otro modo.
Con todo, los quince números escritos por Mozart para Zaide son de gran belleza musical, en mi opinión, y entre ellos se encuentra, naturalmente, el celebérrimo Ruhe sanft de la protagonista, que constituye una de las arias más aclamadas de Mozart. El problema viene a la hora de representar la obra. ¿Debe completarse Zaide encargando a un compositor que escriba música para los números que faltan o es preferible convertir esos fragmentos del libreto en simples diálogos? Esta última opción resta credibilidad teatral a la obra, mientras que la primera, a mi entender, plantea un doble problema: si escribimos música imitando el estilo de Mozart el trabajo carecerá probablemente de interés, pues Mozart ya existe y la nueva música tendrá tan solo el carácter de imitación, de caricatura incluso. Si en cambio escribimos esos números en un estilo musical más contemporáneo romperemos la coherencia musical de la obra.
El Festival de Salzburgo de 2006 no se inclinó por ninguna de estas posibilidades para su colección “M22”. La compositora israelí Chaya Czernowin se encargó de escribir la música que ocupa el lugar de los números que faltan, aunque no se sigue el libreto, sino que se introduce una historia paralela en esos “huecos”. El resultado es desoladoramente desafortunado. La música atonal de Czernowin casa pésimamente con los números de autoría mozartiana y no cumple bien con su labor de enlazarlos de forma creíble. Además, el hecho de que la compositora prescinda del libreto implica que es imposible seguir los acontecimientos de Zaide, pues la historia está llena de agujeros que no son cubiertos y se pierde el sentido argumental.
Cabe preguntarse por qué Czernowin evita poner música a los fragmentos del libreto no compuestos por Mozart, como cabría esperar. La respuesta, como decía, es que la compositora israelí introduce, o al menos eso se supone, una historia “paralela” a la de Zaide, que es la de “Adama” ("tierra", en hebreo). Cuando suena la música de Mozart vemos la historia de Zaide y Gomatz, y cuando suena la de Czernowin la de una chica judía llamada Adama y enamorada de un joven palestino. ¿Y cómo es “Adama” musicalmente? En mi opinión es un engendro infumable. Otros, más aficionados que yo a la música contemporánea de este tipo, quizá le vean mayor interés. La “música” –en realidad se trata más bien de ruidos, en mi opinión– de “Adama” es interpretada por una orquesta situada sobre el mismo escenario con un director que hace como que dirige, o eso me parece. Básicamente consiste en hacer un montón de ruido mientras en el escenario se dicen palabras sueltas e inconexas. He aquí una representación gráfica de esta forma tan intelectual de componer:
Al final, para servidor la cosa acaba convirtiéndose en una tortura que hace que el visionado de este DVD ponga a prueba mi sentido del ridículo y de la pérdida de tiempo. Nunca he agradecido más la llegada de la música de Mozart que en esta filmación, que permite que los oídos descansen un poco de tanto gritito y tanto ruidito. Impagable, en este sentido, la escena que sigue a la primera aria de Allazim, en la que puede escucharse claramente el apareamiento de la marmota (hi, hi, ha, hu, oaaaaaah, ñañañaña, bum). La lástima es que, en el colmo de la pretenciosidad y del mal gusto, algunos de esos ruidos llegan a interferir en la música de Mozart. Incluso se varía el título de la obra, que en lugar de llamarse Zaide pasa a llamarse Zaide – Adama. Por último, se prescinde del final feliz, dando a entender al público un desenlace trágico de la historia. Lo que es absolutamente impresentable es que el resumen del libreto que se incluye en la cajita –escrito por Julia Spinola– dé a entender que los personajes son, efectivamente, ejecutados, para que el texto concuerde con la distorsionada filmación. Sinceramente, no es algo honesto: si tienes que resumir el libreto –yo lo he hecho en esta entrada– lo haces y punto, pero no lo modificas sustancialmente para adaptarlo a una propuesta que se pasa por el forro la intención originaria del libretista. Inaceptable en un producto que lleva el sello de Deutsche Grammophon.
De Claus Guth hablé hace unos meses en términos muy halagüeños a propósito de su notable Così fan tutte de 2009 en Salzburgo. Lamentablemente, no puedo hacer extensible a esta entrada mi satisfacción de entonces. La acción, ambientada en la actualidad, transcurre en una habitación en la que todo es de un tamaño desmesurado (mesa, silla, puerta...), de modo que los cantantes parecen liliputienses recorriéndola. En las paredes se realizan proyecciones en varios momentos de la filmación, mientras que por el escenario deambulan unos personajes grotescos enfundados en trajes oscuros que portan unas feas máscaras gigantes. Soliman y Osmin son dos de esos “cabezones”. Durante el primer acto solamente hay uno, pero su número crece durante el segundo, con la intención probablemente de crear un clima más opresivo. En cuanto a la dirección escénica, muchos de los movimientos de los cantantes son de todo punto ridículos (¡esos temblores tan falsos de Gomatz!; ¡esos movimientos con las manos!) y antinaturales. En mi modesta opinión, el montaje de Guth vale tanto como la “Adama” de Czernowin: ni un céntimo.
Lo triste es que vocalmente la cosa no está nada mal. Sinceramente, hubiera preferido que todo fuera un desastre absoluto, porque el hecho de contar con un reparto solvente en algo tan infumable es bastante descorazonador. Es triste ver que hay elementos como para que esta Zaide hubiese valido la pena, y que sin embargo el resultado sea una soberana tomadura de pelo. Para empezar, me gusta mucho la Zaide de Moja Erdmann, que encarna a su personaje de forma bastante angelical e inocente, aunque sabe sacar carácter adecuadamente en el Tiger! wetze nur die Klauen. En realidad, ella es la artífice de la fuga, por lo que es Zaide y no Gomatz quien sirve realmente de equivalente al Belmonte de El rapto.
Como Gomatz tenemos a Topi Lehtipuu, tenor lírico que ya ha aparecido alguna vez por el blog y que no acaba de entusiasmarme demasiado. No hay duda de que la voz es bonita, de que canta bien y de que tiene presencia escénica, pero en su conjunto no acaba de parecerme ni de lejos un tenor mozartiano de primera fila. Solvente y honesto en su canto, pero con una voz modesta.
De los secundarios, la sorpresa me la dio el potente Allazim de Johan Reuter, muy bien cantado. John Mark Ainsley, por su parte, es un Soliman adecuadamente colérico. Le veo más o menos como a Lehtipuu: canta su papel sin problemas vocales y sabe dotarlo de la adecuada intención dramática, pero su voz, sin ser fea, tampoco es que sea como para el recuerdo. Además, Guth le hace cantar empapado de kétchup (ver foto de arriba). Quiero pensar que ese líquido rojo y espeso que sale, efectivamente, de una botella de kétchup no es realmente eso, ya que tiene que ser realmente repugnante permanecer dos horas con la cara y la ropa empapadas de esa salsa. De hecho, todos los cantantes acaban al final ensuciándose de rojo. Eficaz sin más Renato Girolami en su modesto papel de Osmin.
En cuanto a la dirección musical, Ivor Bolton dirige muy correctamente a la orquesta del Mozarteum de Salzburgo en el interior del foso, mientras que los números de Adama corren a cargo, como decía, de otra orquesta (Österreichisches Ensemble für Neue Musil, OENM), dirigida por Johannes Kalitzke. Ya he dicho suficiente sobre lo que pienso del trabajo de estos últimos, por lo que no tiene sentido repetirme aquí. Baste decir que el público, que no es que aplauda mucho al final y no lo hace al término de ningún número, abuchea a Kalitzke, y sobre todo a Czernowin. Jamás había visto un DVD que se comercializara con abucheos incluidos, con la salvedad de los que le dispensa el público de Glyndebourne a la bruja del Hänsel und Gretel de 2008 a modo de broma (y quizá no tanto).
Un último detalle impresentable para coronar el pastel: todo en cuestión dura poco más de dos horas y cabe de sobra en un DVD, pero se comercializa en dos y se vende a precio más caro.
Si alguna vez tienen cerca esta Zaide, corran como si no hubiera un mañana y no miren atrás.
Ayer viví una de las mejores tardes musicales que se han producido en Sevilla en lo que llevamos de año. Me refiero, naturalmente, al concierto de Daniel Barenboim al frente de su orquesta árabe-israelí West-Eastern Divan en el Teatro de la Maestranza. Si hay algo en lo que son expertos Barenboim y su todavía joven orquesta es en el repertorio beethoveniano, y eso se hizo notar anoche. ¡Y de qué manera! El programa reunía las sinfonías 1, 2 y 8 –en unos días las interpretarán todas en los Proms de Londres–, lo que quizás pudiese causar cierta decepción a aquellos que no salen de las más populares tercera, quinta, sexta, séptima y novena. Lo cierto es que son obras brillantes, llenas de momentos de esplendor y que ocupan injustamente un lugar secundario –pienso sobre todo en la octava– respecto de las antes citadas.
En las dos primera sinfonías, Barenboim fue lo suficientemente inteligente como para reducir los efectivos de la orquesta y evitar así un sonido excesivamente denso que rompiese el enfoque, esencialmente clásico, de ambas obras. Sin embargo, estas lecturas de Barenboim no guardan particular relación con la corriente historicista: es un Beethoven puramente tradicional y robusto, impregnado de la personalidad de un director que sabe ofrecer cosas nuevas en un repertorio tan trillado. Creo que el ejemplo más claro de esto pudo escucharse con la primera sinfonía, enfocada de modo bastante personal por Barenboim: parece huirse del carácter haydniano que se atribuye habitualmente a la obra, aunque sin llegar a sacarla de los cauces del clasicismo y convertirla precipitadamente en una obra romántica. La revolución de la Eroica aún no ha llegado, aunque algo se intuye.
He hablado fugazmente del Beethoven historicista y no quiero malas interpretaciones: pienso que se han hecho grandes cosas con la música del sordo bajo esta corriente, aunque en materia de sinfonías la competencia con las lecturas convencionales es tan salvaje que no existe ningún ciclo historicista capaz de superar a los grandes beethovenianos de siempre. Sólo Gardiner, en mi opinión, tiene uno realmente estimable, aunque su enfoque electrizante, revolucionario y casi podría decirse que violento poco tiene que ver con el de Barenboim, que es de quien hablamos.
En resumen, salí encantado. Ya me esperaba que la cosa iba a ser muy buena porque había leído comentarios muy entusiastas en el blog Ya nos queda un día menos. Además, la tienda del Maestranza ofrecía el nuevo ciclo de sinfonías de Beethoven con la WEDO al módico precio de veintitrés euros, por lo que acabé comprándolo y llevándomelo firmado a casa, pues Barenboim tuvo la gentileza de ponerse a firmar. Lo cierto es que probablemente es el día que más caja se ha hecho en la tienda del teatro en lo que va de año.
Por cierto, bonito discurso del maestro al terminar el concierto. Repartió las flores de su ramo entre los miembros de la orquesta y demostró que no es ajeno a las críticas de aquellos que hablan de politización con la WEDO. Golpeó con guante de seda afirmando que con independencia del color político del gobierno de turno, la orquesta tiene unos vínculos irrompibles con Andalucía y que la convivencia de aquellos que están enfrentados es su razón de ser.
La religión juega un papel importante en la historia de Cio-Cio-San. El comienzo de los problemas de la joven geisha tiene lugar tras la celebración de su boda, cuando sus familiares descubren con indignación que la novia ha abandonado su antigua religión para bautizarse al cristianismo. En esta entrada exploraremos las tres religiones que aparecen en el libreto.
Cabe preguntarse, en primer lugar, cuál es esa antigua religión familiar de Butterfly, a la que ella renuncia. Podría tratarse del sintoísmo o del budismo, pero una lectura mínimamente informada del libreto nos decanta por la segunda opción. Veamos por qué:
- Los ottoké: Es una obvia referencia budista. En el primer acto, Butterfly muestra a Pinkerton estos “muñecos” que, según dice, representan a las almas de sus antepasados. En realidad, los ottoké no tienen forma de muñeco (“pupazzi”, según el erróneo libreto), sino que se trata más bien de unas tablillas con los nombres de los familiares difuntos a las que se les reza y se hacen ofrendas en casa. Se conservan en el hotokesana. En cierto sentido, a los occidentales podría recordarnos a las imagines maiorum conservadas en el atrio de las antiguas casas romanas.
Imagen de un “hotokesana”
- El tío bonzo: Es la pista más evidente de que la familia de Cio-Cio-San practica el budismo. Un bonzo (bonsan) es un monje budista, no sintoísta. En Occidente, y supongo que quizás también en Japón, es famosa la expresión “quemarse a lo bonzo” desde el suicidio de Thich Quang Duc en 1963.
La que sí practica el sintoísmo es Suzuki, la criada de Butterfly, que reza a las siguientes divinidades:
- Kami: Es una palabra japonesa de amplio significado que se refiere a los dioses y espíritus de la religión Shinto. Suzuki los nombra en su plegaria del comienzo del segundo acto. Sin embargo, es un gravísimo error del libreto que los familiares de Butterfly y hasta el mismo bonzo, inequívocamente budistas, los invoquen.
- Izagi e Izanami: En esta ocasión, el libreto contiene un error de escritura. Se trata, en realidad, de los dioses Izanagi e Izanami, encargados por los otros dioses primigenios de traer el orden a la Tierra al principio de los tiempos. No me resisto a contar sucintamente la historia de estas divinidades, que presenta un asombroso parecido con algunas figuras de la mitología grecorromana.
Para pacificar la Tierra, ambos dioses se situaron en el puente que une el mundo mortal con el divino (¿se refiere a esto Butterfly cuando dice a Kate que es la más feliz bajo el gran puente del cielo (“sotto il gran ponte del cielo”?). Allí instalados, sumergieron una lanza en el océano, y al recuperarla, una gota cayó nuevamente a las aguas por efecto de la gravedad formando misteriosamente una isla. Allí se instalaron y engendraron a numerosos kamis. La pobre Izanami murió abrasada al dar a luz al kami del fuego (Kagutsuchi), lo que desesperó a Izanagi, que sin embargo pudo continuar engendrando él solito a más kamis. Con la intención de recuperar a su esposa y llevarla de nuevo a la Tierra, Izanagi viaja al mundo de los muertos, pero no puede cumplir su deseo porque ella ya ha probado el alimento de allí (¡Proserpina!). Además, se ordena a Izanagi que evite mirar a su esposa, pero él es incapaz de obedecer (¡Orfeo!). Izanami se indigna entonces de que su esposo se haya atrevido a contemplar su cadáver en descomposición y le persigue para matarle, por lo que Izanagi no tiene más remedio que huir del inframundo, cuya entrada bloquea con una piedra. Enfurecida, Izanami promete matar diariamente a mil hombres en venganza, a lo que Izanagi responde que en ese caso nacerán mil quinientos hombres cada día. Justo después de huir del inframundo, Izanagi se sumerge en un río y nacen nuevos kamis, incluida la diosa solar Amaterasu (extraído de aquí).
- Ten-Sjoo-Daj: Es Tensho Daijin. Se trata precisamente de Amaterasu, quien también protege a la familia imperial.
- Sarundasico: Otra divinidad shinto cuyo nombre aparece de forma incorrecta en el libreto. Se trata de otro dios solar llamado Sarutahiko (príncipe mono).
La tercera religión que aparece en la ópera es, obviamente, el cristianismo, que ha tenido una larga historia de prohibiciones y permisiones en el país nipón hasta el día de hoy, en el que es un culto minoritario. Ignoramos exactamente a qué rama del cristianismo se adhiere Butterfly, que se burla de los dioses sintoístas a los que invoca Suzuki calificándolos de perezosos y obesos (“pigri ed obesi”) en comparación con el Dios cristiano, en lo que parece ser una referencia a Jesús, representado siempre como un hombre joven y en buena forma física. Debido a las misiones de San Francisco Javier en el siglo XVI, el catolicismo tiene en Japón una raigambre histórica más profunda que el protestantismo, aunque siendo Pinkerton estadounidense, lo más lógico es que Butterfly fuese protestante, religión que, además, supera en número de practicantes a la católica en Japón.
Como he venido haciendo los últimos años (véase aquí y aquí), ayer asistí al concierto de clausura de la Universidad de Sevilla en el Teatro de la Maestranza. En esta ocasión, el programa –dedicado a la ópera en su primera parte y a la zarzuela en la segunda– corría a cargo de la soprano Yolanda Auyanet (la Condesa de las Bodas de esta temporada) y del barítono Joan Martín-Royo, con la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla dirigida por Santiago Serrate.
No tengo dudas de que fue un concierto hermoso, aunque ciertamente lo considero algo por debajo de otras ediciones. La cosa se abrió espléndidamente con una sensacional obertura de Don Pasquale, pero vocalmente hemos visto cosas mejores en estos conciertos del CICUS. Auyanet, que salió en inferioridad de condiciones respecto del barítono, con un aria menos en la primera mitad, supo cantar bien, aunque su voz resulta a veces de débil proyección y quedó sepultada por una orquesta a cuyo director le faltó sensibilidad para impedirlo. Menos convincente fue Martín-Royo. La voz no me parece demasiado atractiva y evidenció obvios problemas de legato en una olvidable “Come un ape” de La Cenerentola (¡inexplicablemente alabada en Diario de Sevilla!), en la que también incurrió en algunas exageraciones cómicas que resultan prescindibles si se sabe explotar adecuandamente la comicidad intrínseca en la música de Rossini sin necesidad de añadir gracietas extra.
El público, en cualquier caso, respondió bien, aunque no terminó de llenar el teatro. Una tarde agradable.
1ª Parte
G. Donizetti
Selección de Don Pasquale
Sinfonía
Malatesta, “Bella si come un’ angelo” (Joan Martín-Royo)
Dúo Norinna/Malatesta, ”Pronta io son " (Yolanda Auyanet, Joan Martín-Royo)
G. Rossini
Il Signor Bruschino, obertura
Guillermo Tell, Rec y Aria "S'allontano al fine-Selva Opaca” (Yolanda Auyanet)
La Cenerentola, “come un Ape nei giorni d’aprile-Ma al finir…” (Joan Martín-Royo)
Aria y Cabaletta de Dandini
2ª Parte
R. Chapí
El Tambor de Granaderos, preludio
Agustín Pérez Soriano
El Guitarrico, Suena Guitarrico Mío, jota de Perico (Joan Martín-Royo)
G. Giménez
La Tempranica, Sierras de Granada (Yolanda Auyanet)
P. Sorozábal
Don Manolito, Dile (Joan Martín-Royo)
P. Luna
El Niño Judío, de España Vengo (Yolanda Auyanet)
Soutullo y Vert
La del Soto del Parral, “Ya mis horas felices” (Joan Martín-Royo)
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