Lorenzo Molajoli (dir.); Rosetta Pampanini (Cio-Cio-San); Alessandro Granda (Pinkerton); Conchita Velasquez (Suzuki); Gino Vanelli (Sharpless); Giuseppe Nessi (Goro); Aristide Baracchi (Yamadori); Salvatore Baccaloni (Bonzo), Cesira Ferrari (Kate). Orchestra e Coro del Teatro alla Scala. BONGIOVANNI 2 CD.
He aquí la primera grabación completa que se realizó de Madama Butterfly tal y como la concibió Giacomo Puccini (existe una anterior, de 1924, cantada en inglés), efectuada tan sólo cinco años después de su fallecimiento. La importancia histórica de este registro es, por tanto, incuestionable, y su calidad
artística es bastante notable, aunque en algunos aspectos es hijo de su tiempo y podría considerarse hoy como anticuado. De eso me ocuparé enseguida.
Existen varias ediciones en disco de esta grabación (Arkadia, Centaur...). Yo tengo la de Bongiovanni que se corresponde con la carátula de arriba, y debo decir que la calidad de audio es sorprendentemente nítida. Como siempre suele ocurrir, la orquesta sale más perjudicada que las voces con la pérdida de claridad de audio, pero conozco grabaciones radiofónicas muy posteriores (de los años sesenta y setenta) que ofrecen una calidad sonora muy inferior. Así que, aun teniendo en cuenta que estamos ante un registro de 1929, creo que el tema de la calidad de audio no debe ser un elemento desalentador para nadie a la hora de hacerse con esta grabación, al menos en lo que se refiere a la edición de Bongiovanni.
Para esta grabación se escogió a Rosetta Pampanini para el papel de Cio-Cio-San, en el que había triunfado en la Scala en 1925 bajo la dirección de Toscanini y acompañada nada menos que de Pertile como Pinkerton. Escucharla a día de hoy me produce sentimientos encontrados: de un lado, se hace palpable a cada momento la gran artista que fue esta mujer, mientras que del otro nos obliga a sufrir de manera continua los excesos veristas tan propios de su tiempo que “manchan” su interpretación. Sé bien que muchos no pensarán así, pero creo que el tiempo ha terminado dando la razón a quienes pensamos que las óperas de Puccini funcionan mejor sin recurrir a un efectismo tan barato. Durante todo el primer acto se hace palpable cómo Pampanini se preocupa (demasiado) en sonar cándida e infantil, y para ello recurre voluntariamente a buscar un sonido nasal. Esta marcada nasalidad no es aquí síntoma de pobreza técnica en su utilización de los resonadores, sino una obvia elección voluntaria de la cantante dirigida a producir un efecto teatral muy concreto, como es el infantilismo. El resultado no acaba de ser satisfactorio, en mi opinión, pues tal exceso de artificio arroja como resultado una interpretación que parece más dirigida a conmover en la forma que en el fondo, llegando a veces a sonar incluso con cierta indiferencia en pasajes de obvia intensidad emocional (“Io seguo il mio destino”). Con todo, este infantilismo tan falso no deja de ser comedido en comparación con lo que haría diez años después la insufriblemente almibarada Toti Dal Monte, de cuya grabación hablé aquí.
Dejando a un lado esa búsqueda –para mí mal resuelta– del infantilismo, no se le puede reprochar demasiado a la Pampanini que incurriese en las exclamaciones, grititos, risotadas (a veces verdaderamente molestas, como en la retirada de Yamadori) y llantos tan habituales en su época para este repertorio. Toda la grabación está salpicada de exclamaciones (“Ah!”; “Oh!”) interpoladas por Pampanini, que llega incluso a introducir palabras inexistentes en el libreto, siguiendo la práctica habitual de su momento, afortunadamente superada en nuestros días. Concretamente, esto se ve en el “Viene la sera”, que ella aborda con cierta afectación. Pinkerton dice “Ma intanto finor non m’hai detto”, y ella, sorprendentemente, responde “Cosa?”. Enseguida prosigue él con su “Ancor non m’ahi detto che m’ami”, a lo que ella responde con un improvisado “È vero”. Más adelante Pampanini vuelve a hacer lo mismo: cuando Pinkerton dice “E tu lo sai perchè?” se la escucha responderle “No”, y cuanto él prosigue con la frase “Perchè non fuga più” ella profiere uno de sus suspiritos, como haciendo ver que ha comprendido. Todo esto hace que, para mí, Pampanini sea una cantante con la voz de Butterfly (eso nadie lo discute) pero sin una interpretación convincente a oídos del oyente moderno, curtido con las grabaciones clásicas de Scotto, Freni o De los Ángeles, entre otras. Esa forma de interpretación pertenece ya al pasado, y hoy la vemos casi con una simpatía condescendiente, como si fuera una especie de reliquia.
El Pinkerton que acompaña aquí a Pampanini no es el gran Pertile, sino un Alessandro Granda verdaderamente fantástico, a la altura de los grandes en la discografía del papel. Su prestación es especialmente interesante precisamente en el dúo de amor del que tanto he hablado arriba, pues sus incisivos “Vieni, vieni” contrastan marcadamente con el infantilismo de Pampanini, aumentando así la sensación de que su personaje es un asaltacunas sinvergüenza. Los secundarios, sacados de las filas de la Scala, también funcionan muy bien. Conchita Velasquez resuelve bien su papel de Suzuki, pero me parece mucho más interesante el Sharpless de Gino Vanelli, riquísimo en matices expresivos y sin recurrir a ninguno de los excesos de los que antes hablaba. El cónsul de Vanelli es quizá, desde la escena de la lectura de la carta, el más apesadumbrado y atormentado de la discografía. Incluso en el último acto el cantante muestra más interés en mostrarse anímicamente abatido que cortante hacia Pinkerton, que es lo más habitual. En resumen, un Sharpless ejemplar tanto por voz como por interpretación.
Mucho menos interesante es, a mi entender, la labor meramente correcta de Aristide Baracchi en el breve e ingrato papel de Yamadori. Giuseppe Nessi, en cambio, hace un Goro muy bien cantando, con una voz lírica mucho más sólida que la de muchos otros que han abordado el papel con peor fortuna, y sin un ápice del habitual amaneramiento con el que tantos suelen revestir al personaje. Como anécdota, tanto Baracchi como Nessi participaron en el célebre estreno de Turandot a las órdenes de Toscanini, el primero como mandarín y el segundo como Pong. Por último, también resulta muy satisfactorio el bonzo de Salvatore Baccaloni, verdaderamente electrizante (sólo hay que oír cómo dice aquello de “Ci ha rinnegato tutti”) y sin confundir lo que debe ser el enojo (incluso extremo) con la falta de musicalidad.
La dirección de Lorenzo Molajoli es estimable, aunque la calidad de audio afecta más, como decía, a la orquesta que a las voces. Escoge en general tempi rápidos e introduce un par de cortes breves en la partitura: el primero es el habitual del coro de parientes de Butterfly antes del “O amico fortunato”, mientras que el segundo se da en el dúo de las flores, justo antes de que Suzuki diga “Spoglio è l’orto”. Este breve corte, y quizá incluso la habitual celeridad del tempo, obedece quizá a la necesidad de que la grabación se ajustase a una duración determinada a efectos de su comercialización en disco.
2 comentarios:
Que interesante me ha parecido este artículo de Butterfly, la desconocía y claro, hay que pensar en que quizá para el público de la época no resultara extraño que Butterfly, tal y como comentas, hiciera exclamaciones que no aparecen en el libreto e incluso seguramente que les parecería gracioso que acentuara su corta edad, pero a día de hoy, se puede ver un poquito ridículo. A mí personalmente no me gusta y efectivamente Puccini no necesita de artificios.
En estos momentos estoy escuchando Manon Lescaut con Tebaldi y Del Monaco y dirigiendo Molinari-Pradelli, me gustaría saber tu opinión Pablo. A mi me encanta.
Un saludo.
Pues ayer la escuché de nuevo y he escrito hoy mismo mi impresión. Sus deseos son órdenes:
http://elpatiodebutacas.blogspot.com.es/2014/04/manon-lescaut-molinari-pradelli-1954.html
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