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jueves, 27 de marzo de 2014

Madama Butterfly (De Fabritiis, 1956) – DVD

Oliviero De Fabritiis (dir.); Anna Moffo (Cio-Cio-San); Renato Cioni (Pinkerton); Miti Truccato Pace (Suzuki); Afro Poli (Sharpless); Gino Del Signore (Goro); Pierluigi Latinucci (Yamadori); Dimitri Lopatto (Bonzo), Lella Dori (Kate). Coro y Orquesta de la Radiotelevisión Italiana de Milán. VAI DVD.

El sello VAI tiene el gran mérito de desenterrar viejas filmaciones protagonizadas por grandes mitos de la ópera y ponerlas a disposición del público. Normalmente ocurre que la calidad de imagen no es como para tirar cohetes precisamente, pero al menos se ofrece al aficionado la oportunidad de ver a grandes figuras de la ópera y de captar algo de lo que debía ser el impacto que producía su presencia escénica, más allá de lo reflejado en las grabaciones de audio. Eso sí, la única pega es que el precio de los productos de VAI podría ser bastante más barato.

Este DVD que comento es una vieja –y visualmente modesta– película de Madama Butterfly, protagonizada por una joven Anna Moffo que estaba a punto de despegar como una figura de primera magnitud en el mundo de la ópera. La dirección de este telefilm de 1956 corrió a cuenta de Mario Lanfranchi, que quería a una intérprete joven capaz de resultar visualmente creíble como la dulce

sábado, 9 de noviembre de 2013

Madama Butterfly (De Fabritiis, 1954) – DVD

Oliviero de Fabritiis (dir.); Orietta Moscucci / Kaoru Yachigusa (Cio-Cio-San); Giuseppe Campora / Nicola Filacuridi (Pinkerton); Anna Maria Canali / Michiko Tanaka (Suzuki); Ferdinando Lindonni (Sharpless); Paolo Carloni / Kiyoshi Takagi (Goro); Adelio Zagonara / Tetsu (Satoshi) Nakamura (Yamadori); Plinio Clabassi / Yoshio Kosugi (Bonzo); Josephine Corry (Kate). Coro e Ochestra del Teatro dell’Opera de Roma. CLASSICMEDIA DVD.

Hasta ahora, en mi ya amplio repaso discográfico de la ópera Madama Butterfly, he comentado con amplitud dos versiones fílmicas grabadas como si de películas de cine se tratase: las filmaciones de Jean-Pierre Ponnelle (aquí) y de Frédéric Mitterrand (aquí). Ambas muestran enfoques muy distintos a la hora de mostrar visualmente la historia de la joven japonesa abandonada, y otro tanto ocurre con la película que me dispongo a comentar hoy. Una obra de Carmine Gallone, lo adelanto ya, bastante desconocida y no exenta de ciertos aspectos curiosos.

Se trata de una producción italiano-japonesa de 1954 a cargo de un director, Gallone, que produjo a lo largo de su carrera otras películas de óperas (Tosca, Manon Lescaut, Il trovatore...) y cine de temática musical (películas sobre Puccini y Mozart) entre otros géneros que nada tienen que ver. Se filmó en los estudios de Cinecittà con fotografía en blanco y negro de Claude Renoir, aunque en algún momento debió de colorearse, pues la filmación puede verse al completo –y a color– en youtube merced a un alma caritativa. He aquí el vídeo:



Sea como fuere, tan sólo existe una edición en DVD (o al menos yo solo he localizado una) y afortunadamente es española y de fácil localización en centros comerciales y tiendas de películas. Contiene la versión en blanco y negro, por lo que la opción de verla a color queda desterrada al ámbito de youtube mientras se mantenga el citado vídeo y no se edite una nueva edición en el mercado. A nivel personal, tan sólo he visto el DVD y no he sentido la necesidad de hacer una comparativa con la versión coloreada. Me agrada el blanco y negro.

Lo que resulta muy difícil de asimilar en esta película, tan olvidada, es el enfoque con el que Gallone busca filmar la ópera. Cuesta entender realmente qué es lo que quiere hacer el director. ¿Quiere filmar Butterfly a la manera a la que después lo harían Ponnelle y Mitterrand? Definitivamente no, al menos por tres motivos:

1. Prólogo

La película se abre con una especie de prólogo o introducción antes de que empiece la música en el que vemos aquello que ha sucedido antes de que la historia, tal y como la conocemos, comience. La intención del director no es, por tanto, la de ceñirse exclusivamente a la historia tal y como aparece recogida en el libreto de la ópera, sino que va más allá. En realidad, la filmación puede dividirse claramente en dos partes: este prólogo o introducción de más de diez minutos que funciona exactamente como una película normal, y luego la ópera en sí misma, con los actores haciendo playback. El tránsito entre la interpretación al uso, con un guión, y el canto después no acaba de ser del todo pacífico y el resultado es quizá un poco extraño. 

Durante los primeros diez minutos, la voz de un narrador nos cuenta ciertos aspectos sobre el mundo de las geishas para poner al público en posición de entender quién es el personaje protagonista de la ópera y cuál es su pasado. Lo cierto es que tras leer a Mineko Iwasaki hay que concluir que parte de lo que cuenta esa voz en off es erróneo, concretamente en lo que atañe a la distinción entre las jóvenes maiko y las geiko. La condición de geiko no es retratada como lo que es, es decir, como la progresión natural de la maiko tras el erikae o ceremonia del “cambio de cuello”, sino que se nos dice que estas mujeres eran personas tristes casadas y quizá repudiadas por sus maridos. En su día dediqué una entrada en este blog específicamente para este tema, a la que puede dirigirse el lector interesado en clarificar las ideas. Sólo hay que hacer click aquí.

Con todo, los aspectos más japoneses de la historia están bien cuidados, como es lógico tratándose de una producción parcialmente nipona. Una muestra clara de ello es tocado Tsunokakushi que luce la protagonista sobre su cabeza en la escena de la boda. Sobre ese “sombrero” y el vestuario en general de Madama Butterfly escribí también aquí.


Bien. Dejando al margen lo que nos dice la voz del narrador, lo que nos muestra el prólogo es el modo en el que Butterfly y Pinkerton se conocen. Este último, acompañado de otro marinero no identificado, acude una noche a un ochaya, es decir, un establecimiento en el que trabajan las geishas (nosotros solemos traducirlo de forma no del todo correcta como “salón de té”). Durante el ozashiki (el banquete, la fiesta) varias geishas bailan, y Pinkerton se fija especialmente en Cio-Cio-San, cuya belleza capta especialmente su atención. Mientras tanto, el rico Yamadori, retratado aquí como un “viejo comerciante” (en versión original, “vecchio mercante”) arriba también al ochaya y pregunta por Butterfly, cuya compañía desea también. Sin embargo, la joven no acude al ozashiki de Yamadori, pues a pesar de la dificultad lingüística para comunicarse, la atracción que Pinkerton siente hacia ella es recíproca.

Hay que reconocer que aun siendo prescindible este prólogo inventado por Gallone, hay en él algo de ingenioso en lo que concierne al personaje de Yamadori. En el libreto de la ópera queda sin resolver para el público el enigma de cómo él ha conocido a Butterfly, y la solución que se plantea en la película, aun siendo pura especulación al margen del texto de Illica y Giacosa, resulta a mi entender muy aceptable. El propio libreto retrata a Yamadori como a un hombre algo mujeriego, y no es descabellado en absoluto, puestos a imaginar, visualizarle gastando grandes sumas en ozashiki para rodearse de hermosas jóvenes bien educadas e instruidas en las artes tradicionales de Japón. La compañía de estas no debía resultarle precisamente desagradable a Yamadori. Eran precisamente los hombres adinerados como él los que antes hacían posible el mantenimiento del mundo de las geishas, y muchos encontraban entre ellas a sus esposas ideales. Puestos a reconstruir, pues, lo que no sabemos de la historia de Madama Butterfly, tiene sentido afirmar que la pasión que Yamadori siente hacia la protagonista no nace tras el regreso de Pinkerton a EE.UU., sino mucho tiempo atrás, en la época en la que ella trabajaba.

A todo, esto, y aunque sea algo puramente anecdótico, en el doblaje al castellano se pronuncia mal el nombre de Yamadori, aun siendo tarea harto sencilla. Se dice erróneamente “Chiamadore” (o “Kiamadore”, si se quiere).

Dejando al margen la cuestión de este “prólogo” hay otra escena que Gallone se saca por completo de la manga. En el tránsito de los actos primero a segundo nos muestra cómo Pinkerton abandona la casa de Butterfly para embarcarse para América, y cómo la protagonista se despide de él muy afectada. 

Queda claro, por tanto, que la idea de hacer una película de Madama Butterfly ciñéndose a las cosas tal y como se presentan en el libreto de la ópera estaba lejos de la mente de Gallone al filmar.

2. Actores

He aquí otro aspecto llamativo de la película, que quizá suscite reservas a más de uno. La selección de cantantes/actores es un aspecto problemático a la hora de hacer una película de esta ópera, dado que buena parte del reparto es japonés. Las opciones son tres:

- Opción 1: Recurrir a cantantes para filmar, sin tener en cuenta su raza, y caracterizarlos en la película para que tengan un aspecto lo más japonés posible. Es una apuesta arriesgada que difícilmente puede ofrecer un resultado creíble desde el punto de vista visual. Esta opción es la que vemos en la película de Ponnelle, en la que Mirella Freni es Butterfly y Christa Ludwig Suzuki.

- Opción 2: Encomendar la tarea a cantantes asiáticos. Eso ofrece un resultado más convincente a la vista, aunque implica el problema de que supone reducir considerablemente las posibilidades de elección del reparto. Para los papeles japoneses quedan descartados automáticamente todos los cantantes de rasgos no orientales por brillantes que sean. La película de Mitterrand es ejemplo de esta opción.

- Opción 3: Separar por completo lo que oímos y lo que vemos, es decir, utilizar a los cantantes en el audio y mostrar en la pantalla a actores haciendo playback con las voces de aquéllos. Eso permite ahorrar complicaciones a la hora de seleccionar las voces, aunque al coste de privarnos ver a los propios cantantes actuando. Es esta la elección de Gallone.

Las personas que vemos en esta película, no son por tanto, las que cantan, sino actores haciendo playback. Personalmente me gusta poder ver a los cantantes, pues la ópera implica necesariamente teatro y actuación, pero tratándose de una película, que no es una representación teatral filmada, la opción de Gallone no me parece necesariamente mala. Es más, incluso tiene sus cosas buenas. La más elemental es que esto permite que cada personaje tenga el físico exactamente adecuado para el papel, algo que resulta a veces difícil cuando se trata de utilizar a los propios cantantes –aun orientales– como actores. Tener los ojos rasgados no significa necesariamente convencer como Butterfly visualmente. Y queda bien claro que la elección de actores es aquí cuidadosa, pues todos tienen una apariencia física que mentalmente puedo conectar con los personajes que interpretan. Además, incluso para los actores de cine debe ser tarea complicada una actuación mantenida únicamente a base de gestos y playback (en realidad, un trabajo de cine mudo) sin acudir a la voz. A decir verdad, hasta los propios cantantes que intervienen en la grabación de audio tendrían que hacer playback con sus propias voces de aparecer en la película, y lo harían con un físico quizá no tan ajustado a los personajes.

Puede chocar esta decisión de Gallone, pero tiene su lado bueno.

3. Cortes en la partitura

Sin duda, este es el principal y más grave punto flaco de la filmación. La genial partitura de Puccini, y de manera especial el primer acto, es manipulada y recortada sin piedad. Hay que preguntarse por qué. ¿Se quería quizá evitar una película demasiado larga? Pero aun en ese caso, ¿qué sentido tiene meterle la tijera a la partitura y añadir en cambio ese prólogo de más de diez minutos? Lo triste es que muchos de esos cortes recaen en momentos bien de especial belleza musical, bien de gran trascendencia argumental, aunque a esta cuestión me referiré más ampliamente cuando escriba, más abajo, sobre el trabajo de Oliviero de Fabritiis al frente de la orquesta. En suma, decisión de todo punto lamentable, en mi opinión, que empequeñece notablemente a esta película. 

Una vez terminada mi larga reflexión sobre el trabajo de Gallone con esta Butterfly, debo volver a la pregunta inicial. ¿Qué es exactamente lo que quería filmar?; ¿Cuál es la intención de esta película? A mí me desconcierta no encontrar respuesta a estas preguntas: Gallone no quiere hacer una filmación de la ópera tal cual es, pues añade aspectos del argumento inexistentes en el libreto y amputa continuamente la partitura. Por otra parte, incluye un prólogo que hace pensar incluso que no se va a utilizar la música de Puccini, sino que lo que nos disponemos a ver va a ser la conversión de la historia de la ópera en una película al uso, no musical. Pero no. Eso se acaba a los diez minutos y da paso a la citada versión manipulada de la ópera. Francamente, como filmación es desconcertante.

Con todo, una cosa al menos hay que reconocerle a Gallone. Aunque algunas escenas, principalmente las de exterior, tan de cartón piedra, han envejecido mal, la película refleja en general bastante bien la atmósfera intimista que demanda el libreto. A título puramente personal, me parece especialmente lograda la irrupción del bonzo en el primer acto y la dispersión de los parientes de Butterfly. No es que el hecho en sí se nos presente en absoluto de forma especialmente violenta en lo visual, pero esa masa humana de amigos y familiares agitándose de indignación y huyendo mientras el bonzo aleja consigo a la madre de la infeliz protagonista se me hace especialmente devastadora.

Pasemos ahora a hablar de los personajes. Lo haré separando, naturalmente, al cantante cuya voz escuchamos y al actor al que vemos. Orietta Moscucci canta una Butterfly decente, aunque lejos del nivel que alcanzaban contemporáneas como Callas, Tebaldi o De los Ángeles, o del de posteriores intérpretes destacadas como Scotto o Freni. Su principal lastre, al menos en opinión de quien escribe, es el infantilismo exageradamente dulzón y almibarado que se observa sobre todo en el primer acto. Aunque Moscucci cumple su labor con dignidad, es la suya una Butterfly bastante “blandita” que en absoluto explota la faceta trágica del personaje en comparación con sus destacadas contemporáneas. A quien vemos en la pantalla no es, en cualquier caso, a Moscucci, sino a una Kaoru Yachigusa cuyo trabajo interpretativo sólo puedo describir como extraordinario. Para empezar, y prescindiendo incluso de su faceta actoral, ya el físico es por completo idóneo para el papel. En el televisor vemos a una muchacha menuda de estatura, delgada, de aspecto frágil y de bellísimos rasgos. Vestida con quimono y con el cabello arreglado a la manera tradicional, parece no solamente la imagen arquetípica que una joven japonesa, sino que realmente se presenta como salida de una estampa. No es solo que su atuendo refuerce su exotismo oriental, sino que lo que vemos es a una chica japonesa por los cuatro costados a la que en absoluto nos cuesta imaginarnos bailando mientras luce ricos quimonos o amenizando banquetes gracias a su dominio de la conversación o de las artes tradicionales que estudian las geishas como la interpretación de instrumentos musicales, la ceremonia del té, etc. Lo he dicho: no es solamente japonesa, sino japonesa por los cuatro costados. Físicamente es completamente ideal, y no sólo por sus rasgos asiáticos, sino por su porte elegante y delicado. 

A nivel de actuación, el trabajo de Yachigusa es igualmente exquisito. Además de mostrar un obvio conocimiento y dominio de la ópera aun sin ser la cantante, imprescindible a la hora del playback, está absolutamente extraordinaria en el lenguaje gestual. Miradas, gestos, y si se quiere cierta contención japonesa que lejos de resultar inexpresiva tiene mucho de cándido y conmovedor, amén de huir de histerismos escénicos por completo innecesarios. Por mucho que pueda haber quienes hubieran preferido ver a la propia Moscucci en la película, chapó por Yachigusa. Con ella se ve realmente a Butterfly en la pantalla.

Espléndido el Pinkerton de Giuseppe Campora, mejor incluso que en la grabación de Erede (ver aquí) en la que se le ve quizá algo más forzado. Interpreta el papel un Nicola Filacuridi en quien no vemos a un rudo marinero ni tampoco exactamente a un crápula descerebrado, sino a alguien con aspecto de galán de cine... y con muy poca decencia. Anna Maria Canali está tan correcta en su papel de Suzuki como en la grabación de Gavazzeni del mismo año que comenté en su día. En la pantalla, Michiko Tanaka se nos muestra como una mujer ya no joven y bastante sufriente. Puestos a elegir entre películas, me gusta más el modo en el que Mitterrand enfocaba a este papel, presentándolo no tanto como una figura casi maternal con Butterfly como una amiga aún joven y compañera de distracciones.

En cuanto al cónsul Sharpless, Ferdinando Lindonni es, junto con Josephine Corry (Kate Pinkerton) el único que, además de cantar, aparece como actor en la película. Su voz es muy lírica y compone un personaje dulce, lo cual no es un enfoque habitual a la hora de abordar su parte, aunque al menos puede decirse que tiene personalidad y que no resulta gris como muchos otros. Lo que sí es cierto, en cualquier caso, es que se presenta algo blando y que le falta mucho drama en la tensa discusión que se suscita entre Sharpless y Butterfly tras la lectura de la carta de Pinkerton. Su papel se ve especialmente afectado por los desafortunados cortes a los que Gallone somete a la partitura. Faltan las recriminaciones a Pinkerton antes de la aparición de la novia en el primer acto, lo cual diluye obviamente el lado cabal y prudente del personaje. Además, se le priva del “Io so che alle sue pene”.

Ejemplar Paolo Carloni como Goro (en pantalla vemos a Kiyoshi Takagi), que da una lección de cómo hacer su papel creíble y con la necesaria dosis de malicia, repulsión y comicidad cantando excelentemente y sin amaneramientos. Demasiado aullador, en cambio, el Bonzo de Plinio Clabassi (el actor es Yoshio Kosugi), y por completo ridículo el Yamadori de Adelio Zagonara, cantando con una vocecilla que aproxima al personaje al mundo de la caricatura, a lo cual contribuye la manera en la que se caracteriza a Satoshi Nakamura, al que vemos como un hombre grotescamente serio y envarado y con un enorme mostacho.

Por último, hay que hablar de la dirección orquestal de Oliviero de Fabritiis al frente de la Orquesta de la Ópera de Roma. El trabajo es a todas luces notable, como lo era ya en la muy anterior grabación de Toti dal Monte (¡qué cantante tan cursi y ñoña!) que comenté aquí, pero en esta ocasión, desgraciadamente, no podemos hacernos una idea de conjunto por culpa de los cortes en la partitura e incluso de las manipulaciones en la misma que impone Gallone y a las que debe plegarse De Fabritiis. Por ejemplo, a veces se acude sin ningún sentido para mí a dejar únicamente el fondo orquestal y eliminar las voces (expulsión de Goro de la casa de Butterfly en el segundo acto). En cuanto a los cortes, muchos son tan sangrantes que la música no engarza bien tras ellos, de modo que se hace obvio que han metido la tijera incluso para gente que nunca haya oído esta ópera. Además de los que ya he citado respecto del personaje de Sharpless, hay otros que afectan a pilares esenciales del argumento: por ejemplo, falta casi por completo el “Dovunque al mondo”, en el que como público somos informados por primera vez de la verdadera personalidad de Pinkerton. Otros cortes no afectan al desarrollo argumental de la historia o a nuestro conocimiento de los personajes, pero recaen de manera muy desafortunada en partes especialmente hermosas de la partitura de Puccini: al coro a bocca chiusa se le recortan varios compases, falta por completo el “sueño” orquestal de Butterfly (aunque parte de su música se utiliza en la escena inventada antes citada en la que vemos, entre los actos primero y segundo, el abandono de Butterfly por parte de Pinkerton) y también se abrevia un poco el espléndido dúo de amor que pone fin al primer acto (¡imperdonable!). Los cortes, en suma, son tan continuos e irritantes (principalmente en ese primer acto) que apuntarlos uno por uno es tarea casi inútil.

Ha llegado finalmente el momento de hacer balance. Pocas dudas caben de que esta poco conocida película es cuanto menos curiosa. De entre todas las decisiones arriesgadas por las que opta Gallone, la de cortar tantísimo la partitura constituye para mí un paso fatal que imposibilita tomarnos el resultado en serio como versión fílmica de la ópera de Puccini. No puedo considerar como referencia de una ópera una filmación en la que faltan tantos aspectos de aquélla, pero sí que puede verse como lo que realmente es: una curiosidad, una rareza no siempre fácilmente comprensible en su planteamiento, pero con una música hermosa y visualmente agradable (esto último merced principalmente a Kaoru Yachigusa). Una película a propósito de una ópera, en suma, a la que no hay que acercarse con una expectativa purista en lo musical, sino más bien con la buena disposición de disfrutar con algo construido libremente sobre la base de la genial obra de Puccini.

martes, 23 de julio de 2013

Madama Butterfly (De Fabritiis, 1939)

Oliviero De Fabritiis (dir.); Toti Dal Monte (Cio-Cio-San); Beniamino Gigli (Pinkerton); Vittoria Palombini (Suzuki); Mario Basiola (Sharpless); Adelio Zagonara (Goro); Gino Conti (Yamadori); Ernesto Dominici (Bonzo). Coro y Orquesta de la Ópera de Roma. NAXOS 2 CD.

He aquí la que para muchos es la primera gran grabación en estudio de Madama Butterfly. Una grabación de esas a las que el grueso del colectivo operístico le otorga palabras como “histórica” y otras por el estilo. Una grabación que tiene a una protagonista personalísima y muy diferente, desde luego, y que en lo personal no me gusta.

Sé bien que decir que una grabación de este tipo no gusta es arriesgarse un poco a recibir varios tomatazos, pero precisamente el objeto de tener un blog está en la posibilidad de expresar las propias ideas en lugar de hablar con opinión prestada y repetir los argumentos de otros. La ópera, como cualquier rama del arte o de la estética, es algo en lo que el gusto personal juega un papel trascendental sin que medie, al menos en gran medida, el mero principio de autoridad.

¿Por qué no me gusta esta Butterfly de Toti Dal Monte? Porque encuentro en ella tal exceso de cursilería, de afectación, de antinaturalidad, que, francamente, soy totalmente incapaz de creerme al personaje. Dal Monte recurre a una emisión tan profundamente infantil y almibarada que el papel se desdibuja en la pura y simple caricatura. De hecho, escuchándola uno tiene la sensación recurrente de estar oyendo a algún personaje de dibujos animados, lo que desde luego choca con la corriente verista, y lo que es más importante, con el fondo mismo de la obra. Y es que para colmo de males, por debajo de esa obsesión por sonar como una chiquilla, por cantar como un pajarito, por ser dulce hasta lo empalagoso, no se encuentra tampoco la calidez que sí supieron darle a Cio-Cio-San otras líricas como Freni o De los Ángeles, que acertaron al huir de tanta afectación. Tenemos, por tanto, un exceso tremendo, desmedido, de la forma, y un fondo pobre. Una apoteosis de lo dulce y un resultado que, paradójicamente, no conmueve. O no me conmueve a mí, pues estas cosas, como antes decía, dependen del gusto personal de cada uno. Además, la voz de Dal Monte parece perder aquí y allá esa pátina dulzona dejando entrever algún sonido feo (“Chiamerà Butterfly dalla lontana”; “Piangi e dispera”...).

Así las cosas, podría considerarse que la Butterfly de Dal Monte vendría a ser la antítesis de la de Tebaldi (véase esto y esto), aunque como digo, no opino que la balanza esté precisamente equilibrada entre ambas en términos de calidad. Una es infantil hasta el extremo, y la otra marcadamente adulta y más madura de lo que la mayoría de las intérpretes transmiten. Dos concepciones de un mismo personaje extremadamente opuestas.

Para el aficionado a los cantantes antiguos no bien conocidos la grabación puede tener, no obstante, interés, por cuanto este registro de julio de 1939 es el único que existe de Dal Monte en una ópera completa. Además, en la edición de Naxos Historical, el segundo cedé se cierra con una selección de arias Donizetti, Bellini, Verdi, Mascagni, Bianchini y Sadero cantadas por ella. Ahora bien, como argumento para aconsejar la escucha me parece bastante más importante el de que esta grabación es también la única que realizó el gran Beniamino Gigli de Pinkerton. Está absolutamente deslumbrante. Además de la voz y el estilo, tiene una admirable tendencia a desarrollar muy bien los pequeños detalles que hacen que su intervención, aun en un papel no del todo agradecido, resulte de lo más completa. Sólo hay que oír el modo en el que pronuncia “Anch’esso a doppio fondo” nada más entrar, como dejando entrever una risita traviesa. Son esos pequeños grandes detalles que hacen que la escucha sea algo de lo más disfrutable.

Además, a Gigli hay que otorgarle una virtud que ni siquiera muchos de los más clásicos intérpretes de papel han conseguido: equilibrio entre la concepción de Pinkerton como un hombre elegante y como un sinvergüenza. En él veo una conjunción realmente espléndida entre el depredador (hay que oír cómo dice eso de “Vieni, sei mia”) y el tipo despreocupado y atractivo que es el marinero yankee. Y desde luego, además de la adecuada dosis de frivolidad y perversión, tampoco le falta humanidad en el último acto. Su “Addio fiorito asil” sugiere ciertamente una gran turbación y agitación interna, como si el atormentado personaje estuviese de verdad hecho un flan y temblando como una hoja. Pero sin un exceso. Sin ningún recurso al griterío. Sin usos innecesarios de las lagrimitas para conmover por la vía de lo fácil. Está espléndido.

La lástima es el dúo de amor, pues la conjunción con Del Monte, puro artificio, no funciona. Y no es ya un problema de empaste entre la voces, sino como digo de algo más básico aún que eso: simple conjunción. Él dice una frase plena de musicalidad y belleza, a la que contesta lo que no se sabe si es Madama Butterfly o Pikachu, y así sucesivamente. Uno acaba disfrutando y detestando, alternativamente, lo que oye todo lo que dura el dúo.

Los secundarios más importantes están brillantes, como la Suzuki de Vittoria Palombini y el espléndido Sharpless de Mario Basiola. Es éste un cónsul de voz clara y lírica, muy bien cantado, y verdaderamente cálido en la tierna escena de la carta. Y también es idóneo Adelio Zagonara como Goro. Viene a aportar un equilibrio perfecto entre eso que podemos llamar “gracia”, no exenta de cierto amaneramiento, pseudo oriental, y una línea de canto elegante. Hay que situarle en la primera división de casamenteros, con De Palma y Sénéchal.

El resto ya no es para tanto. Gino Conti (Yamadori) cumple, aunque resulta quizás algo engolado. Más limpia es la emisión de Ernesto Dominici como Bonzo, aunque da la impresión de que se le atragantan varias palabras (“Kami Sarundasico”) como consecuencia del tempo rápido marcado por la batuta. 

No se indican, al menos en la edición de Naxos, los nombres de los demás secundarios. Ni siquiera el de Kate.

Todo esto se encuentra dirigido muy notablemente por un Oliviero de Fabritiis que hace una lectura de la partitura de una altura más que considerable. Apuesta, desde luego, por el intimismo y el recogimiento más que por el espectáculo de lo exótico, y el resultado es bueno. Por cierto, junto con Gavazzeni y Arena (ver aquí y aquí), De Fabritiis es el tercer director que me encuentro que omite la repetición del coro de parientes de Butterfly “Ne vidi già” en el primer acto. ¿Se trata quizá de un asunto de ediciones de la partitura?; ¿O tal vez fue simple costumbre alguna vez esa omisión? Si alguien lo sabe y desea informarme, servidor estará muy agradecido.

La calidad de audio es también bastante buena teniendo en cuenta, lógicamente, la fecha de la grabación. El sonido es aceptablemente limpio y las voces, más que la orquesta, se escuchan muy bien.

En resumen, no me gusta esta Butterfly de Dal Monte, por lo que la grabación viene a perder aproximadamente un setenta por ciento de interés para mí... pero lo que hacen los demás, y sobre todo lo que hace Gigli sí que merece la pena conocerse.

miércoles, 28 de marzo de 2012

La favorita (Cossotto, Kraus, Bruscantini - De Fabritiis)

Ahora que todavía sigo un poco inmerso en la atmósfera de Lucia di Lammermoor, me ha dado por rescatar de la memoria el anterior título donizettiano representado en el Teatro de la Maestranza: La favorita. Comenzamos, como siempre, resumiendo el libreto:

Acto 1: Siglo XIV. En un convento de Santiago de Compostela, Fernando, un joven novicio, relata a su superior Baldasarre cómo se ha enamorado de una desconocida peregrina, lo que le lleva a tomar la decisión de abandonar el convento con gran enojo del fraile.

Tiempo después, Fernando es conducido por Inés con los ojos vendados al lugar en el que se encuentra su enamorada, Leonora. Esta también le manifiesta su amor, pero para gran consternación del joven, le insta a que la olvide para siempre, entregándole un nombramiento militar para que se marche a luchar contra los moros. Fernando queda desconcertado, pues ignora la razón por la que su amada le rehúye de ese modo. Enseguida se anuncia la presencia del rey, lo que motiva la salida apresurada de Leonora. Por su parte, Fernando se decide finalmente a hacerle caso, marchando a la guerra.

Acto 2: El rey Alfonso XI se encuentra en el Alcázar de Sevilla dispuesto a festejar sus últimas victorias militares, en las que el joven Fernando ha jugado un papel destacado. Entra entonces Leonora, entristecida. Ella es la amante del rey y se lamenta ante el monarca de su situación. Alfonso, que la ama, se muestra dispuesto a abandonar a su esposa y convertirla en reina, e incluso trata de acabar con su melancolía sentándola a su lado para presenciar los bailes festivos. Sin embargo, apenas han terminado estos cuando entra Don Gasparo para decirle al rey que Leonora tiene otro amante. Alfonso se encoleriza con la joven, pero ella se niega a revelar que su verdadero amado no es otro que Fernando, el nuevo héroe militar. Entra entonces el fraile Baldasarre, que recrimina al rey la inmoralidad de su infidelidad conyugal. Alfonso responde airado, pero el religioso gana la batalla dialéctica mostrando una bula papal por la que se amenaza al monarca con la excomunión si persiste en su adulterio con Leonora.


Acto 3: Fernando espera ser recibido por el rey en el Alcazar. Alfonso XI se muestra dispuesto a concederle su mayor deseo en premio por su heroicidad militar, y para su gran asombro, el joven manifiesta que nada desea más que casarse con Leonora. El rey ve en ello una excelente oportunidad de alejar de sí a su antigua amante y evitar de ese modo la excomunión, por lo que urge al muchacho a que contraiga matrimonio con ella ese mismo día. Para evitar que Fernando sepa que va a casarse con la amante del rey, Alfonso ordena que Inés sea arrestada, cortando así toda posible comunicación entre los enamorados antes de la boda. Leonora, en efecto, se ve venir la desgracia de lejos y urge a su amiga a que revele la verdad a Fernando, librándole así del deshonor que para él supondría casarse con la amante del rey, pero Inés es detenida por Don Gasparo, que cumple así las órdenes dadas por Alfonso. De este modo, Fernando acude feliz a la ceremonia, ignorando en realidad con quién está a punto de casarse. Leonora, por su parte, se muestra aterrada, pues no sabe si Inés ha transmitido su mensaje y Fernando la ha perdonado o si él, como en realidad ocurre, continúa ajeno a la verdad. Concluida la boda, los cortesanos no pueden evitar mostrarse airados con Fernando, que perplejo, no comprende por qué le acusan de deshonor. Entra entonces Baldasarre, quien finalmente le explica que acaba de casarse con la actual amante del rey. Fuera de sí, Fernando rechaza sus nuevos títulos nobiliarios y su unión con Leonora, arrojando antes de marcharse los pedazos rotos de su espada ante el rey.

Acto 4: Fernando se encuentra de nuevo en el convento, en donde espera ocupar en el futuro la posición del viejo Baldasarre. Recuerda a solas a Leonora, a quien considera culpable de engañarle y deshonrarle, y entra en el monasterio para rezar por el alma de la reina, que ha expirado entristecida por el abandono al que se veía sometida por su esposo, el rey Alfonso. Leonora entra arrastrándose, muy debilitada por el esfuerzo de viajar en solitario a la búsqueda de Fernando para suplicarle su perdón. Cuando se acerca a las puertas del convento, escucha las oraciones fúnebres que se dirigen en el interior por el alma de la reina, y llega a distinguir incluso la voz de Fernando, señalándola a ella como objeto de la infidelidad del rey. Consciente entonces de que él no la ha perdonado, se dispone a marcharse, pero su estado físico está tan deteriorado que apenas puede caminar. Fernando sale del interior, y tras reconocerla, trata de expulsarla de ese lugar santo, pero ella le revela que jamás pretendió engañarle y que ha acudido allí para implorar su perdón. Fernando termina conmoviéndose, y concediéndoselo, propone a su amada que ambos huyan juntos del convento, pero es ya demasiado tarde para Leonora, que muere en sus brazos.

Traducción del libreto al castellano en kareol.


Con libreto de Alphonse Royer y Gustave Vaëz, basado en el drama "Le Comte Comminges" de Baculard d'Arnaud, Gaetano Donizetti estrenó La favorita (inicialmente en francés con el título de La favorite) en la Ópera de París el 2 de diciembre de 1840. La posterior y más popular versión italiana data del año 1847. Confieso que esta ópera nunca ha sido de mis predilectas, aunque desde las representaciones del Teatro de la Maestranza de Sevilla de 2009 mi aprecio hacia ella ha ido aumentado cada vez más. Si bien es obvio que La favorita no se cuenta entre las mejores creaciones de su autor, sí que contiene al menos un buen puñado de ideas musicales que hacen que funcione, como poco, como “ópera de momentos”.

La favorita no es una ópera especialmente afortunada en lo que a grabaciones videográficas se refiere. De hecho, la única que se comercializa “oficialmente” –grabaciones pirata aparte– es la que motiva esta entrada, distribuida desde el año 2007 por VAI. Se trata de una función registrada el 13 de septiembre de 1971 en el Tokyo Bunka Kaikan. Es una producción cuyo diseño, a cargo de Enzo Dehò, resulta hoy tremendamente oscuro –algo que se ve incrementado por la escasa calidad visual de la grabación– y rancio. Es la típica producción rígida, de cartón piedra y totalmente carente de imaginación y de interés visual. Casi todo el tiempo vemos estructuras góticas que simulan ser palacios o monasterios con un uso realmente pobre de la iluminación. Tan sólo el último acto aporta un elemento más arriesgado al presentar en el exterior del monasterio en el que se encuentra Fernando tres cruces a modo de Calvario. El problema es que la posición de las cruces, torcidas como elemento “moderno”, choca con el clasicismo acartonado del resto de la propuesta escénica y termina rechinando al espectador. El vestuario de Salvatore Russo sale algo mejor parado, aun sin resultar tampoco especialmente destacable. Lo mismo ocurre con la dirección escénica de Bruno Nofri, incapaz de romper la rigidez que lo envuelve todo. Todo director escénico de La favorita se enfrenta, además, al problema de cómo resolver el largo ballet del segundo acto. En nuestro caso, el Tokyo City Ballet Troupe cumple adecuadamente su función, aunque si hablamos de estilo, el baile resulta obviamente anacrónico. Sin embargo, si somos sinceros, lo cierto es que la música tampoco permite otra cosa.


Vayamos ahora con lo que realmente importa, que es con las voces. Después de lo escrito a propósito de la producción en sí misma, uno se plantea que muy bien tiene que ir la cosa vocalmente como para que la filmación resulte de algún interés que justifique tenernos ante el televisor en lugar de acudir al disco. Lo cierto es nuestra Favorita tiene un reparto sencillamente espectacular, casi inmejorable, que permite al espectador olvidarse de las carencias escénicas. Para empezar, que no es poco, contamos nada menos con la grandísima Fiorenza Cossotto en el papel principal de Leonora (Leonor de Guzmán), cuya calidad vocal es inversamente proporcional a su atractivo físico. Vamos, que la mujer no está muy creíble como hermosa cortesana, pero vocalmente es probablemente la intérprete referencial de este papel en toda la historia de la ópera grabada. Convence incluso más que en la célebre grabación discográfica de Bonynge, en la que aparece con Pavarotti y en cuyo proceso de grabación manifestó alguna dificultad, según recuerdo haber leído.

¿Y quién puede ser un Fernando a la altura de la mejor de las Leonoras imaginables? ¡Qué pregunta! Pues Alfredo Kraus, así de sencillo. Magistral en todo momento, es él quien arranca el primer aplauso del público tras su espléndida “Una vergine”, y quien borda el célebre "Spirto gentil" del cuatro acto, que se convierte en algo que cuesta imaginar como superable. En realidad, también Kraus es la referencia absoluta en el papel de Fernando, y entiendo que probablemente sólo el joven Pavarotti puede acercársele. El interés de este DVD se debe en buena medida al hecho de que el tenor grancanario, desgraciadamente, no dejó ninguna grabación en estudio de su emblemático Fernando –sí resulta muy recomendable la grabación, procedente del Teatro Colón de Buenos Aires de 1967, dirigida por Bruno Bartoletti– . Probablemente, de las distintas Favoritas de Kraus que fueron grabadas en vivo, esta filmación sea precisamente la que ofrece una mayor calidad sonora. Y ahora, un apunte cómico, al margen de lo musical. Es sabido que el maestro Kraus tenía una excelente y varonil presencia escénica, tal y como se refleja en este tipo de grabaciones. Un factor de importancia, en este sentido, era su magnética y característica mirada azul. Pues bien, la mala calidad de la filmación de esta Favorita hace que en ocasiones tengamos nada menos que a un zombie-Kraus, pues la mirada es tan clara y la iluminación es tan pésima que en ocasiones produce el efecto de que parece que mira con las cuencas de los ojos vacías. Y da yuyu. Pero ver a una cortesana con aspecto de drag queen caer en los brazos de un monje zombie vale la pena.

Ahora los malos. El gran Sesto Bruscantini compone un personalísimo y bien cantado Alfonso XI, si acaso con cierta tendencia a los sonidos nasales (“O ciel! Di quell’alma il puro candor...”). A Baldasarre lo encarna un jovencito Ruggero Raimondi, de treinta años recién cumplidos. Es un cantante que en su carrera no ha convencido como bajo –sombras de su Filippo con Giulini– y que en lo personal tampoco me convence demasiado como barítono salvo en algunas honrosas excepciones, como por ejemplo su siempre notable Escamillo. El caso es que aquí, aun tratándose de un papel de bajo, me gusta. Se le ve cómodo y para nada ajustado en el grave y resulta perfectamente efectivo en su papel. Quizás no sea un Baldasarre con el bellísimo esmalte vocal de un Ghiaurov, pero no hace bajar un ápice el excelente nivel vocal del reparto. Los que acudan a este DVD con reservas al ver el nombre de Raimondi quedarán sorprendidos para bien.


También los secundarios ofrecen un buen nivel. La para mí desconocida Marisa Zotti hace una estupenda Inés, con la adecuada dosis de gracia en su primera entrada (“Bei raggi lucenti”). En cuanto a Don Gasparo, Augusto Pedroni resulta correcto, aunque poco más. No es en absoluto un papel lucido.

Muy bien también el NHK Italian Opera Chorus, dirigido por Nobuaki Tanaka. NHK son las siglas de “Nippon Hoso Kyokai”, que según la más célebre enciclopedia de internet significa “Corporación Emisora de Japón” o “Asociación de Radiodifusión de Japón”. Los japoneses no muestran problemas de dicción italiana y se hace bastante simpático verles vestidos con ropas y peinados occidentales propios de la Edad Media.


En cuanto a la orquesta, el siempre grande Oliviero de Fabritiis parece entenderse también sin problemas con la orquesta nipona (NHK Symphony Orchestra). He localizado un breve corte al final del segundo acto. Ignoro si habrá más.

Y ahora vamos con los datos “accesorios”. Como ocurre siempre con la VAI, el DVD cuesta un ojo de la cara. Yo lo adquirí hace varios años en un 2x1 de un famoso centro comercial –con esta estupenda Poppea–, con lo que la compra me salió, en términos generales, más asequible, pero el precio es abusivo. No hay extras ni nada parecido, aunque al menos sí se incluyen subtítulos en castellano, algo que no siempre ocurre con las filmaciones distribuidas por VAI. El librito interior no contiene nada más que el índice de capítulos. En cuanto a la grabación en sí misma, la calidad visual es similar a la de un VHS, o incluso peor. La imagen es oscura, y la iluminación blanca que predomina en buena parte de la acción resulta en la filmación de un verde bastante feo y antinatural. La imagen, además, está bastante punteada, algo que se deja ver aún más (compruébese, por ejemplo, en la obertura) debido a la oscuridad general que lo envuelve todo. En cuanto al audio, en ocasiones, sobre todo si escuchamos este DVD con los cascos puestos, se escucha levemente al apuntador, lo cual es probablemente debido a la presencia de algún micrófono mal colocado. La calidad de audio resulta, sin embargo, excelente.


Es caro y visualmente de nulo interés. ¿Compensa? Si a usted, como a mí le gusta ver a los grandes, sí. Además, ya he señalado que esta grabación es quizás la de mayor calidad sonora en la que podemos escuchar el emblemático Fernando de Kraus. Si estas razones no le resultan suficientemente convincentes, puede usted refugiarse tranquilamente en la discografía de esta ópera en cedé.










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