miércoles, 19 de octubre de 2011

La clemenza di Tito (Schade, Kasarova, Röschmann - Harnoncourt)

Ahora que ya he escrito algunos comentarios sobre versiones en DVD de las óperas más populares de Mozart, considero oportuno no desaprovechar la oportunidad de referirme a otras obras del salzburgués que no por ser menos representadas y famosas tienen que ser necesariamente inferiores. Este mes será el turno de La clemenza di Tito. He aquí, como siempre hago, un breve resumen del argumento:

Acto 1: Vitellia, que ansía convertirse en emperatriz de Roma, se siente rechazada por el emperador Tito Vespasiano, que ha elegido a Berenice como esposa. Para vengar su orgullo herido, la muy arpía seduce a Sesto (Sexto), amigo íntimo del césar y trata de convencerle nada menos de que provoque un incendio y le asesine durante el posterior tumulto. Sesto se muestra reticente al principio y ensalza las muchas virtudes del emperador, pero el chiquillo es tan calzonazos como poco listo y al final acaba cediendo al chantaje emocional de Vitellia. Justo en ese punto entra Annio (Anneo), un amigo de Sesto, comunicando que Tito ha roto su compromiso con Berenice. Vitellia, que ve nuevas esperanzas de convertirse en emperatriz, ordena a Sesto que suspenda el atentado.

Cuando Sesto y Annio se quedan a solas, este último confiesa su amor por Servilia, la hermana del primero. Entra entonces Tito dando muestras de gran generosidad. El emperador comunica entonces su decisión de casarse con Servilia, lo que produce un gran horror en Annio, que sin embargo, sabe encajar el golpe con filosofía. Cuando corre a decirle a su amada que han de romper su unión para que ella pueda convertirse en emperatriz, Servilia se niega y confiesa a Tito su amor por Annio. El emperador, lejos de encolerizarse, se muestra agradecido de que aún le rodeen personas dispuestas a incomodarle con la verdad que ofende.

Vitellia, por su parte, se ha enterado de las intenciones de Tito de casarse con Servilia, aunque no está al tanto de los últimos acontecimientos. Así que se vuelve loca otra vez y de nuevo instiga a Sesto para que mate a Tito. Y allá se va el tío carajote a incendiar el Capitolio. Como el chaval no es muy despierto, a la hora de cargarse a Tito, va, se equivoca y apuñala a uno de los suyos. Así, como suena. Pero los presentes dan por muerto a Tito y el primer acto concluye de forma lúgubre, especialmente para Vitellia, que acababa de recibir la noticia de que el emperador había decidido convertirla finalmente en su esposa.


Acto 2: Avergonzado de ser un traidor, Sesto recibe con alegría la noticia de la supervivencia de Tito y se dispone a exiliarse, confesando su delito a Annio. Este, más despierto, le recomienda no abandonar Roma y mantenerse cerca del emperador, pues nada hay que le implique en la conjura y huir equivale a delatarse. Vitellia, en cambio, le apremia para que abandone la ciudad porque tiene miedo de que sea arrestado y la descubra como responsable del complot asesino. En ese momento entra Publio, el prefecto de los pretorianos, para arrestar a Sesto. La persona a la que había apuñalado tomándola por Tito (Léntulo) ha sobrevivido y le ha descubierto. Con gran consternación, Vitellia observa cómo él es arrestado y conducido ante el Senado por Publio.

Mientras Sesto declara, Tito es incapaz de asimilar la idea de que su amigo haya intentado matarle, mientras que Publio trata de consolarle. Annio acude para pedir clemencia para su amigo justo cuando el pretoriano comunica al emperador que Sesto ha confesado su culpabilidad. Horrorizado, Tito solicita hablar con él a solas antes de firmar la sentencia de muerte, pero por más que intenta sacarle una disculpa, apelando incluso a su antigua amistad, no la obtiene. Pese a ello, cuando Sesto se retira, Tito se decide a perdonarle, prefiriendo ser recordado en el futuro más por su clemencia que por su rigor.

Annio y Servilia nada saben de la decisión de Tito de absolver a Sesto y corren a buscar a Vitellia para que, como futura emperatriz, interceda por él ante el emperador. Sólo en ese momento ella siente remordimientos por su conducta y decide renunciar a sus esperanzas de convertirse en la esposa de Tito confesándose como principal culpable de la conjura y exculpando así a Sesto. Justo cuando el emperador está a punto de perdonar públicamente a éste último, entra ella narrando la verdad de los acontecimientos. Tito queda confuso, pero decide mantenerse fiel a sí mismo y perdona a los dos.

Traducción al castellano del libreto aquí.

La clemenza di Tito es la última ópera de Wolfgang Amadeus Mozart, escrita con motivo de la coronación de Leopoldo II como emperador de Bohemia. El libreto es una adaptación de Caterino Mazzolà sobre el texto de Pietro Metastasio y era un tema recurrente sobre el que numerosos compositores habían compuesto óperas. Autores como Caldara, Hasse, Veracini, Gluck o Jommelli, entre otros, habían escrito sus propias “Clemencias” en los años precedentes a Mozart. El encargo de componer la ópera para la coronación del nuevo emperador debía haber recaído, según parece, en Antonio Salieri, que rechazó el ofrecimiento hasta en cinco oportunidades debido al exceso de trabajo que suponía para él hacerse cargo del Teatro Imperial de la Corte de Viena sustituyendo a Joseph Weigl, quien se encontraba ausente representando su cantata Venere ed Adone en Esterháza con motivo de las celebraciones por el nombramiento del príncipe Anton Esterházy como lugarteniente del condado de Oedenburg. La prolongada ausencia de Haydn, que se hallaba en Inglaterra, explica el hecho de que el príncipe recurriera a Weigl, alumno aventajado de Salieri, para la ocasión. Así las cosas, Mozart recibió el encargo de escribir Tito a mediados de julio de 1791, viéndose obligado a completar la obra con gran precipitación y a confiar la composición de los recitativos secco a su alumno Franz Xaver Süssmayr, el mismo que meses más tarde tomaría parte en la finalización del Réquiem. En sus biografías dedicadas a Mozart, Nissen y Niemetschek apuntan que el compositor completó la música de La clemenza en tan solo dieciocho días, y por mucho que suene a exageración, la cronología de los hechos conduce a considerar que Mozart no dispuso realmente de mucho más tiempo (una exposición detallada y amena sobre este punto puede encontrarse en la magnífica obra de H. C. Robbins Landon, 1791, el último año de Mozart).

Lo cierto es que la cronología de la composición de la obra es aún todo un misterio. A día de hoy parece incuestionable el hecho de que Mozart escribió el Non più di fiori, o al menos la parte final de éste, con anterioridad a recibir el encargo de componer la ópera, lo que se antoja extraño. Tal vez la compusiera como aria de concierto y la insertase posteriormente en la ópera, pero en este caso, Mozart la hubiera incluido sin duda en su catálogo de composiciones, cosa que no hizo. ¿Significa esto que el compositor planeaba tal vez componer su propia versión de Tito aun antes de recibir el encargo tras la negativa de Salieri? Es una hipótesis arriesgada, pero que quizás ayuda a entender mejor la oscura cronología de la composición. Esta fue la segunda vez que Mozart ponía música a un tema rechazado por Salieri, algo que ya había ocurrido anteriormente con Così fan tutte. El estreno tuvo lugar el 6 de septiembre en el que hoy llamamos Teatro de los Estados de Praga (entonces era el Teatro Nacional; también se le llamó Teatro Tyl), el mismo en el que Mozart estrenó su Don Giovanni en 1787. La última función, y en la que mejor respondió el público, fue el 30 de septiembre, el mismo día que Mozart estrenaba La flauta mágica en Viena. Se dice que la emperatriz María Luisa calificó a La clemenza de porcheria tedesca, y lo cierto es que la posteridad no ha sido especialmente benévola con esta obra extraordinaria. Sólo desde bien entrada la segunda mitad del siglo XX se le ha venido dando una parte del reconocimiento que merece.


Reivindicar La clemenza di Tito bien merecería una amplia entrada independiente de este blog. Lo cierto es que la música no baja nunca del nivel de lo extraordinario, y la precipitación de su composición y las especiales condiciones en las que ésta tuvo lugar, pues parece que Mozart pasó enfermo los últimos días que empleó en escribirla, contribuyen aún más a valorar el gigantesco genio del autor. Tomemos, por ejemplo, el acto primero. La potente obertura ya anticipa el carácter de opera seria del drama (que Mozart no cultivaba desde Idomeneo) y el especial papel reservado a los vientos en la instrumentación. En el dúo Come ti piace imponi, el personaje de Sesto, en su condición de enamorado, comienza trazando una frase tierna a la que responde Vitellia de modo airado, lo que se traduce musicalmente en el modo en el que Mozart hace agitar la cuerda en su intervención (Prima che il sol tramonti). Ello implica que Sesto abandone su carácter meloso y responda enérgico “Già il tuo furor m’accende”. A este maravilloso dúo sigue la no menos extraordinaria primera aria de Vitellia (Deh, se piacer mi vuoi), en la que ya se asoman los primeros graves que han de poner a prueba a la intérprete. Siempre me ha encantado la extraordinaria sinuosidad musical con la que Mozart reviste a la palabra “aletta”. Tras el breve dúo de Sesto y Annio (Deh, prendi) sigue la maravillosa entrada de Tito y su primera y meditativa aria, Del più sublime soglio. El siguiente número, el dúo Ah, perdona de Annio y Servilia constituye sin duda una de las páginas más hermosas de toda la partitura, y consigue recordar de alguna manera al Könnte jeder brave Mann de Pamina y Papageno en La flauta mágica. Por último, todo lo relativo al incendio resulta extraordinario. En el Parto, ma tu ben mio de Sesto tenemos ya al clarinete jugando un papel de importancia en la orquesta, del mismo modo que ocurrirá posteriormente con el Non più di fiori de Vitellia en el segundo acto. El clarinetista de las primeras representaciones en Praga era nada menos que el célebre Anton Stadler, para el que Mozart, como amigo, escribió auténticos tesoros como el concierto (K.622) y el quinteto para clarinete (K.581). El primer acto se cierra con el magnífico y muy movido trío Vengo, aspettate, el patético recitativo accompagnato de Sesto y el fúnebre quinteto final con coro. No es un final de acto violento, y la tristeza que sabe transmitir la magnífica música de Mozart tiene también una carga de ternura y melancolía por el recuerdo de aquél a quien se cree muerto que contribuye en no poca medida a sumar dramatismo a la escena. Puede recordar en cierto modo al Crucifixus de la llamada “Misa del orfelinato” (K.139), escrita cuando Mozart tenía doce años.

También el segundo acto resulta memorable de principio a fin. El protagonismo de las maderas de la orquesta vuelve a resurgir en la intervención solista del oboe del Se al volto mai ti senti. Los compases musicales que introducen el encantador coro Ah, grazie si rendano pueden traer a la mente el Ah, che tutta in un momento del Così fan tutte, aunque sin el carácter irónico que aportaba la orquesta a aquélla escena por medio de la intervención de las flautas. Destacan, obviamente, las grandes arias de Sesto (Deh, per questo istante) y de Tito (Se all’impero), esta última de carácter casi heroico. El rondó de Vitellia (Non più de fiori) constituye sin duda la página más conocida de la ópera, y abre paso al vibrante coro Che del ciel, che degli dei, uno de los mejores que puedan encontrarse en la óperas de Mozart. En el desenlace (Tu, è ver), se entremezcla el coro, que pide a los dioses una larga vida al emperador, con la voz del propio Tito, que les suplica la muerte el día en el que servir al pueblo deje de ser su prioridad.


A raíz de las celebraciones del 250 aniversario del nacimiento de Mozart en 2006, los sellos Decca y Deutsche Grammophon sacaron bajo el nombre de “Mozart 22” (M22) la totalidad de las óperas del compositor en formato DVD, aunque por alguna razón incomprensible se excluyó Thamos, del que no existe que yo sepa ningún registro videográfico en el mercado. La omisión de este título se antoja especialmente oscura si tenemos en cuenta que sí se incluyen en la colección dos oratorios del salzburgués, como son La obediencia del primer mandamiento y La Betulia liberata. En lo que atañe a La clemenza di Tito, se optó por incluir una filmación distribuida por Arthaus que data de unas representaciones del Festival de Salzburgo de 2003. Es, por tanto, el único título de la colección que no se grabó en el año 2006, fecha en la que se repuso la misma producción pero con algunos cambios de reparto, y que no es distribuido por Universal.

Cuando uno lee los nombres de los cantantes que integran el reparto, inmediatamente piensa que la cosa tiene que funcionar necesariamente: todos y cada uno de ellos son intérpretes jóvenes que brillan en el campo mozartiano, pero por las razones que en seguida paso a detallar, este DVD es una gran decepción.

El principal artífice de que las cosas salgan mal y de arruinar lo que podría haber sido una esplendorosa filmación de esta ópera es Martin Kušej, responsable de una de las direcciones escénicas más bochornosas e impresentables que haya visto jamás. Es el mismo que perpetró el Don Giovanni de la colección M22, con todas esas chicas en ropa interior sobre el escenario. Ya el libro que acompaña al DVD trata de explicar el carácter alternativo de la propuesta escénica, aunque sin entrar en detalles ni justificar lo que de ninguna manera resulta justificable. El problema de esta Clemenza, obviamente, no está en el hecho de que el director de escena traslade los acontecimientos al mundo contemporáneo, sino en la inadmisible pretensión de imponer una visión distorsionada de la obra que traiciona al libreto y a las intenciones del compositor. Es su visión personal del personaje de Tito la que se me antoja de todo punto intolerable, pero antes de entrar en ello prefiero ir paso a paso en mi exposición sobre por qué la propuesta escénica de Kušej es un horror. Quienes lean este blog, sabrán que siempre huyo de hacer afirmaciones gratuitas.


En esta producción, el amplio espacio del Felsenreitschule está ocupado por la estructura de un edificio en cuya parte central se aprecian unas columnas de orden corintio como guiño clásico. Jens Kilian es el responsable del diseño escénico, que podrá gustar más o menos según la persona. Ese no es el problema. El problema es, lo repito una vez más, la dirección escénica de Kušej. Durante la obertura aparece Tito llamado a alguien por teléfono con cara de preocupación y buscando algo o a alguien. No sabemos a quién llama ni qué es lo que busca, pues el drama aún no se ha desatado, y para añadir confusión a la confusión, en los últimos compases de la obertura irrumpen en escena varios niños en gayumbos que tampoco pintan nada. Así que uno, nada más sentarse a ver esta Clemenza, tiene la sensación de que o bien el director escénico está pretendiendo mostrar algo tan intelectual y sublime que se escapa al común de los mortales, o bien que nos está tomando el pelo, “rellenando” la obertura escénicamente de la forma más arbitraria que pueda imaginarse. Y esto es sólo el principio de una larga lista de horrores.

Cuando el coro entra a mitad del primer acto anunciando la llegada de Tito (Serbate, oh dei custodi) el espectador quedará pasmado nuevamente. Lo que se nos presenta no es el séquito del emperador, sino un numeroso grupo de turistas que se apiñan desordenadamente haciendo fotografías y cosas por el estilo. Al desorden y la confusión escénicas que suponen la irrupción del coro de este modo hay que añadir, y esto es lo grave, el hecho de que lo que cantan nada tiene que ver con lo que hacen. Están cantando un recibimiento al soberano mientras se dedican a hacer “turismo” por el escenario, ignorando totalmente a Tito. También podrían estar cantando “Mi carro”, de Manolo Escobar, que para esta infame propuesta escénica habría sido lo mismo.

Sigo destripando sin piedad ni “clemencia”. Escena del incendio. Si hasta ese momento hemos visto bastantes cosas grotescas, el fin del primer acto es ya la apoteosis. Sesto “mata” a Tito antes de que, según el texto del libreto, acuda a asesinarle. Cuando dice a Annio Io vado, io vado...lo saprai, oh Dio, per mio rossor (“Voy, voy... lo sabrás, oh Dios, por mi rubor”) se supone que se dirige a acabar con el emperador, pero para entonces le hemos visto ya apuñalarle. Incomprensible e hilarante al mismo tiempo, pues en esta producción Sesto apuñala a Léntulo por error a causa del pasamontañas con el que éste cubre su cabeza. Está claro. Según parece, hay que deducir que Tito Vespasiano solía usar un pasamontañas para estar por casa. Como todo el mundo. Para rematarlo todo, nada mejor que romper el sobrecogimiento que produce en el espectador el fúnebre coro Oh, nero tradimento, oh, giorno di dolor cerrando el acto con un buen bombazo en el escenario. Púm, catapúm.

La cosa no mejora ni mucho menos en el segundo acto, destacando, por mala, la dirección escénica de los cantantes en el trío Se al volto mai ti senti de Sesto, Vitellia y Publio. En el coro final, un último detalle escalofriante para que el espectador se vaya a casa con mal cuerpo y con la sensación de haber asistido a algo siniestro: de nuevo aparecen esos niños con el torso desnudo, que esta vez son tumbados en unas mesas en cada una de las cuales hay sentados un hombre y una mujer frente por frente. Sólo falta que alguien les traiga los cubiertos para que puedan cenar niños tiernos y sabrosos. ¿Qué significa eso? Espero que nada. Yo no lo entiendo y quiero seguir así.


Tito, con la dulce expresión en el rostro de un gobernante sabio, clemente y muy equilibrado

Y ahora hay que hablar del personaje principal, Tito Vespasiano. Quien más le traiciona en esta producción no es Sesto, no. Es de nuevo Kušej. El Tito que vemos en el escenario no es el gobernante sensible y justo del que nos habla el libreto, sino un demente capaz incluso de amenazar con degollar a Publio antes del aria de éste último (Tardi s’avede). Michael Schade, de quien hablaré en seguida, está aquí forzado a exhibir toda una amplia colección de muecas, de tics nerviosos con los labios y las manos y de miradas espeluznantes destinadas a retratar al personaje como un enfermo mental. La imagen que se nos transmite con ello está más cerca de la visión popular de un Calígula demente que del monarca modélico del que trata la ópera. Convirtiendo a Tito en un loco, la distorsión de la obra es total y lleva a la propuesta escénica a entrar en abierta contradicción con la propia obra que representa. Esta última pierde su carácter obviamente moralizante –recordemos las circunstancias de su composición, esto es, la coronación de Leopoldo II– al hacer que la clemencia del gobernante no emane de su sentimiento de la humildad y la justicia, valores por los que deben guiarse los soberanos y por los que los pueblos deben estimarles, sino por la demencia. Kušej se cree aquí más importante que Mozart. Impone su (pésima) visión personal contradiciendo y arrollando irreverentemente a uno de los mayores genios que haya dado el mundo y al mensaje de la obra en cuestión. ¿Y todo para qué?; ¿Es acaso menos mediocre esta infame propuesta por el hecho de que Tito se comporte como un lunático memo de gestos infantiles?

El encargado de dar vida al emperador es, como decíamos, Michael Schade, un estupendo tenor mozartiano del que ya hemos hablado y que grabó un maravilloso Tamino para Gardiner. Aquí borda un Tito rotundo, con una preciosa voz lírica y un buen dominio de la técnica. Véase, por ejemplo, su ascenso limpio, evitando el portamento en el tutto è tormento il resto de su aria Del più sublime soglio. También resulta magnífico en Se all’impero, pese a que se muestra algo corto de fiato en la coloratura. Así las cosas, uno podría plantearse la posibilidad de apagar el televisor para evitarse sus horrendas muecas y poder concentrarse así en su buen hacer vocal. Lamentablemente, la sombra de la pésima dirección escénica es tan alargada que obliga a Schade y a otros miembros del reparto a berrear algunas frases de los recitativos (“Partite”), rompiendo así el discurso musical de los mismos. Cuando he escrito que esta producción lesiona no solamente el mensaje de la obra, sino también a lo que atañe a la música, no lo he hecho en vano, por mucho que ello sea doloroso contándose con buenos intérpretes como Schade.

Por lo demás, el personaje de Tito reúne en sí mismo algo de Sarastro y algo de la Condesa. Del primero tiene la firmeza y la autoridad, así como los valores éticos de la fraternidad y la ayuda a los necesitados. ¿No recuerda también en cierto modo la solemne entrada de Tito a la más grandiosa de Sarastro? De la segunda tiene la ternura de corazón y la incapacidad de obstinarse en el enojo, entregándose al perdón. Tito no es el típico héroe monolítico que se nos antoja tan perfecto como distante, sino que sufre y se atormenta. El triunfo de su clemencia no es tanto la consecuencia natural de su carácter, lo que conllevaría dibujar una imagen poco realista y humana del personaje, sino de la superación personal de sus propias inquietudes y malos sentimientos a través de la ética y la fraternidad. Esto, obviamente, debía interesar a Mozart sobremanera, dada su condición de francmasón. En este punto, resulta sin embargo curioso que en el retrato humano del personaje que constituyen el libreto y también la música, se huya llamativamente de profundizar en los afectos amorosos del emperador. Tal vez no era tan importante mostrar a un Tito enamorado ante Leopoldo II como uno clemente y modélico en sus formas de gobierno, como si se tratase de una especie de “santo” político. Sin embargo, este vacío en la psicología amorosa del personaje no deja de ir en detrimento de una visión completa del mismo: Tito tiene tres novias en un solo día y en el ámbito amoroso parece guiarse más por la mera conveniencia política que por sentimientos más profundos.

Sesto es idiota. Lo es hasta tal extremo que se dispone a asesinar a su mejor amigo, al que le debe su alta posición, para satisfacer el ansia de venganza de una mujer que le trata con inmenso desprecio. Su frase, al final del primer acto, Ei t'innalzo per fati il carnefice suo (él te elevó para que te convirtieras en su verdugo) es calcada al men servasse, ut essent qui me perderent? del Juicio de las armas de Pacuvio, pronunciada en los funerales de Julio César (Suetonio, Divus Iulius, 84.2). De este modo, Sesto es el vivo ejemplo de cómo muchos actos de violencia no son sino la consecuencia de las actuaciones de un imbécil siguiendo las directrices de un malvado. Es un papel escrito para castrato, y nosotros tenemos a Vesselina Kasarova, que es quien se lleva los mayores aplausos por parte del público al término de la representación. La voz es bella, salvo cuando hace cosas raras como entubarse en el descenso (véase, por ejemplo, el Come ti piace imponi). Defiende muy bien su aria del segundo acto Deh, per questo istante, y al igual que ocurría con Schade, la dirección escénica la obliga lamentablemente en ocasiones a limitarse a declamar algunas frases en los recitativos (Annio parla così?). Por lo demás, Kasarova se revela como una buena actriz, dando vida a un Sesto quizá más dramático y trágico de lo acostumbrado, como ocurre, por ejemplo, en su dúo con Annio del primer acto (Deh, prendi un dolce amplesso), en el que se supone que su personaje no tiene que mostrarse necesariamente abatido.


Dorothea Röschmann, convertida en un mamarracho

Nuestra Vitellia, la mala malísima, es la estupenda soprano mozartiana Dorothea Röschmann, de la que escribí a propósito de su Pamina en Covent Garden. Es una cantante muy estimable dueña de una hermosa voz, pero que nunca debió cantar Vitellia. Resulta muy obvio que no se encuentra cómoda en el papel y que los exigentes graves (aquí se requiere de una soprano de amplísima tesitura) están fuera de sus posibilidades, como queda patente en el Non più di fiori. De todas formas mejora en el segundo acto respecto del primero, mostrándose menos brusca y gruñona. Es una lástima escribir esto de una cantante tan estimable, pero el papel no es para ella. Al igual que Schade y Kasarova, grita en algún recitativo (“la tua bontà”), hay que suponer que por exigencias escénicas. Precisamente nuestra repulsiva propuesta escénica también recurre a mostrar con ella un erotismo zafio e injustificado haciéndola palpar la entrepierna de Sesto mientras pronuncia Renderti fortunato può la mia mano? (¿Puede hacerte feliz mi mano?).

Aun tratándose de personajes secundarios, la pareja de Annio y Servilia tiene un notable interés no sólo musical, sino también psicológico. Él es infinitamente más racional que Sesto y es el único que le ofrece un sabio consejo una vez que ha consumado la conjura, pero las presiones interesadas de Vitellia hacen que su voz caiga en saco roto. Mientras que Tito es aún incapaz de asimilar la culpabilidad de Sesto, Annio ya lucha ante el emperador a favor del amigo común y se somete, dócil, cuando este está a punto de perjudicarle involuntariamente al arrebatarle a su amada. Annio es generoso e inteligente. En contrapartida, Servilia es más pasional que él, pero también más fuerte, y no le tiembla la voz al confesar al emperador que no está dispuesta a dejar de amar a Annio ni aun a cambio de un imperio. Como Annio, tenemos ni más ni menos que a la mismísima Elina Garanča, sin duda una de las mejores voces actuales de la ópera. Es claramente el único miembro del reparto al que es imposible encontrarle ninguna pega, algo que, desgraciadamente, no podemos considerar en el caso de Schade debido a las exigencias del director de escena. Su Torna di Tito al lato, aria sencilla y sincera, es uno de los mejores momentos musicales de toda la filmación. Servilia, por su parte, corre a cargo de Barbara Bonney, soprano que ganó fama como mozartiana en los años ochenta y noventa. El timbre, cálido y con poco vibrato, es carnoso y grato al oído, aunque su defecto, si hay que señalar alguno, es que sus interpretaciones tienden en ocasiones a ser algo planas, cosa que no ocurre aquí en un papel tan corto. Resulta convincente y adecuadamente persuasiva en S’altro che lacrime. Por cierto que hablando de cantantes “planos”, este calificativo sí que puede aplicarse esta vez al Publio de Luca Pisaroni, defendido con profesionalidad aunque de forma totalmente impersonal. A todo esto, un detalle de vestuario (a cargo de Bettina Walter): Si en esta propuesta escénica la obra está ambientada en la actualidad, ¿por qué Publio lleva falda, al igual que Tito?

Correcto el Coro de la Ópera de Viena, dirigido por Rupert Huber, aunque en mi opinión quizás resulte excesivamente numeroso. Convence más en el primer acto que en el segundo, en el que el Che del ciel se resiente probablemente a causa de su colocación sobre el escenario.


Dirigiendo a la Orquesta Filarmónica de Viena tenemos a Nikolaus Harnoncourt. Harni es un director de base historicista –fue, de hecho, uno de los pioneros en este ámbito– y como mozartiano ha hecho aportaciones muy notables a la discografía. Lo que pasa con este hombre es que es capaz de ser sublime cuando quiere y tosco, árido y aburrido el resto de las veces. Tomemos por caso, sin alejarnos de Mozart, su integral de la música sacra. Todos los discos tienen un nivel sobresaliente, pero este se desploma al llegar a dos obras de suma importancia como son la Gran Misa en do menor o el Réquiem. Así que cuando uno se enfrenta a una grabación de Harnoncourt tiene que preguntarse obligatoriamente: ¿tendrá el día bueno o malo? En esta Clemenza, mitad y mitad. Abrevia algunos recitativos (por cierto que al clave está Herbert Tachezi, habitual en las grabaciones de ópera de Harnoncourt), algo que puede resultar disculpable, pero su decisión de cortar por lo sano el primer recitativo de Tito y la repetición de su marcha de entrada del primer acto es muy desafortunada. Precisamente hasta ese recitativo hemos oído de labios de otros personajes (Sesto y Annio) lo bondadoso que es Tito, pero el retrato del personaje no queda completo para los espectadores hasta que el emperador no aparece por primera vez y decide destinar importantes tesoros a reparar los daños ocasionados por la erupción del Vesubio. Tito se nos muestra así desde el primer momento como un gobernante atento a las necesidades de los más desfavorecidos, y más centrado en satisfacerlas que en obtener provecho y riquezas de su posición. Además, estas omisiones dejan a Publio sin pronunciar palabra en su primera aparición en el escenario, de forma que su presencia se convierte en algo innecesario. Por lo demás, Harnoncourt muestra tendencia por unos tempi algo erráticos, en ocasiones muy rápidos (como la referida marcha de entrada de Tito) y las más de las veces tirando a lentos. Su dirección es bastante estimable, aunque hace aguas justo al final, en el que acaba durmiéndose al introducir un tempo lento que esta vez sí resulta obviamente inadecuado.

En cuanto al DVD en sí mismo, la filmación es impecable, como corresponde nada menos que a Brian Large, con una estupenda calidad de imagen. Lo que es de broma es que se distribuya en dos discos cuando cabe en uno solo, incrementándose así el precio de venta hasta lo abusivo.

Puede ser que La clemenza di Tito no cuente con una discografía tan amplia como otras óperas mozartianas, pero existen en el mercado grabaciones muy estimables (Gardiner, Hogwood, Davis, Wentz...). La pregunta es obligada: ¿vale la pena este DVD? Yo voy a dar una respuesta totalmente personal y subjetiva: lo que justifica la compra de un DVD y no de un cedé es precisamente la posibilidad de visualizar la obra escénicamente, y si lo que se ve en el televisor es tan irritante que uno desea cerrar los ojos, la adquisición no tiene ningún objeto. Quizá a los fans de Garanča o de alguno de los otros cantantes pueda interesarle, pero en su conjunto, este Tito es un ejemplo de cómo la mediocridad de unos pocos puede dar al traste con el buen hacer de muchos.

Para salir corriendo.















jueves, 13 de octubre de 2011

Felicidades a la Orquesta Barroca de Sevilla


Soplan vientos favorables para la Orquesta Barroca de Sevilla. Después de un año 2010 que comenzó de forma sombría, los últimos meses parecen marcar un período de transición en el que el grupo sevillano afianza su merecido lugar como una de las mejores orquestas historicistas de España y de Europa. Y no me refiero al excelso nivel de calidad que está alcanzando el grupo en cada una de sus actuaciones y grabaciones –al frente de la OBS se han puesto figuras de la talla de Diego Fasolis, Gustav Leonhardt, Monica Huggett, Christophe Coin, Giuliano Carmignola...– ni a su encomiable labor de recuperación histórica de obras injustamente olvidadas, sino al hecho, mucho más dificultoso, de que las entidades públicas se muestren sensibles y ofrezcan el apoyo que amerita una institución como la orquesta hispalense. Primero fue el Premio Manuel de Falla, que aportó un colchón económico que ha permitido la supervivencia del grupo justo cuando Cajasol lo dejó en la estacada en mayo del año pasado. Por otra parte, las gestiones para la adquisición de una sede permanente en el convento de Santa Clara parecen ir por buen camino (véanse las entradas sobre el Ciclo de Músicas Históricas de la OBS de este año). Ahora, y parece que de forma bastante inesperada, es nada menos que el Premio Nacional de Música, con una nada desdeñable dotación económica de treinta mil euros.

Si las cosas siguen su curso natural, la espiral de éxitos de la OBS debe continuar en un futuro que hoy se antoja más prometedor que nunca.

Ah, pero que no desaparezcan nunca los conciertos gratuitos.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Muti contra Berlusconi

“Sí, estoy de acuerdo en que viva Italia. Ya no tengo treinta años, y por tanto, ya he hecho mi vida. Como italiano que viaja por el mundo me siento muy dolorido por lo que está ocurriendo. Por ello, si repito, tal y como me pedís, el “Va pensiero”, no lo hago únicamente por razones patrióticas; cuando el coro cantaba “o mia patria sì bella e perduta” (“oh, mi patria bella y perdida”) yo pensaba que asesinando a la cultura sobre la que se cimenta la historia de Italia es como realmente convertiremos a nuestra patria en algo bello y perdido.

Puesto que nos encontramos en un clima tan italiano y que Muti ha hablado a los sordos durante muchos años, y dado que estamos en nuestra casa (el teatro de la capital) habiendo cantado el coro magníficamente e interpretado la orquesta muy bien, me gustaría, si les parece, que se unieran a nosotros y cantáramos juntos.”

Son palabras de Riccardo Muti, uno de los mayores directores vivos, en la Ópera de Roma con motivo de una representación de Nabucco el pasado 12 de marzo, fecha en la que se cumplía el 150 aniversario de la unificación de Italia. El primer ministro, Silvio Berlusconi, se encontraba presente, y hubo de soportar que el público, de pie y emocionado, entonara el Va pensiero como protesta contra la decadencia de la política del país. No hay cosa que haga vibrar más de emoción que la cultura libre de ataduras y servilismos como elemento vertebrador del bien común. Verdi lo aplaudiría.

Añadido (13-10-11): Felicidades también a Muti por el premio Birgit Nilsson.

martes, 11 de octubre de 2011

Y ahora, Wixell


Hace apenas unos días que hablaba de Ingvar Wixell y de su controvertido Rigoletto. Hoy, algo tarde, me he enterado de la noticia de su fallecimiento el pasado día 8. Fue un cantante honesto que consiguió hacer carrera pese a que sus medios nunca fueron especialmente agraciados por la naturaleza.

Seguimos con la mala racha, y la desaparición de estas figuras de la ópera pone de manifiesto la precariedad del panorama actual de voces baritonales. Nadie duda de la valía de Bruson o de Nucci, pero ¿quién puede ser hoy un barítono joven capaz de tomar el relevo de MacNeil? Aunque este se nos fue hace poco, son muchos ya los años, más o menos unos treinta, que han pasado desde su retirada profesional. La crisis baritonal es mucho más evidente que en otras cuerdas.

Descanse en paz, Ingvar Wixell.

lunes, 3 de octubre de 2011

Caballé, entre gatos y arañas

Ayer, apenas repuesto de la muy favorable impresión causada por Las bodas de Fígaro del Maestranza, tuve la oportunidad de cumplir uno de esos sueños que cada vez se antojan más irrealizables para los melómanos jóvenes: asistir a un recital de una leyenda en vida de la ópera como lo es la gran Montserrat Caballé. Naturalmente, uno sabe a lo que va y no puede pretender que la soprano catalana esté como para cantar Toscas. Se trataba, al menos para mí, ni más ni menos que de ver y oír al mito en directo, de poder decir “yo la escuché cantando a apenas unos metros delante mía”. La actuación fue una gala lírica solidaria en beneficio de la asociación Nuevo Futuro, presidida por la Duquesa de Alba. Allí estaba esta última, sentada en el centro del teatro junto con el que el miércoles será su nuevo esposo y el alcalde de la ciudad. Su presencia arrastró al Maestranza un número considerable de personajes más o menos famosos a los que uno jamás ve en ningún espectáculo musical de la ciudad, y mira que yo voy a muchos. Pero había cámaras y fotógrafos, claro, y eso da glamour. De hecho, nunca he visto tanta prensa en el Maestranza. Los fotógrafos se situaron inicialmente frente al escenario, delante de los asientos centrales del patio de butacas, hasta que el personal del teatro les indicó que se dispusieran a derecha e izquierda del patio. Ya comenzado el recital, el ruido de las cámaras fue tan molesto que alguien se quejó y la prensa desapareció después de que un miembro del personal del teatro conversara sospechosamente con ellos. Lo mismo sucedió en el otro extremo del patio: una amiga sentada allí me comentó que también hubo queja, conversación y desaparición. Comprendo que la prensa hace su trabajo, pero también puede hacerse en armonía con el trabajo de los artistas que están sobre el escenario y con el respeto a un público que ha pagado para escuchar música en vez del ruido de las cámaras fotográficas. Su presencia no me hubiera incomodado de haber hecho fotos durante los aplausos, que fueron muchos.

En cuanto a la gala en sí misma, ya fue un privilegio estar tan cerca de Caballé en el patio de butacas y oírla cantar. No voy a entrar en nada más porque a una diosa no se le puede aplicar la misma vara de medir que a las demás. Eso es de bárbaros, y ella ya no tiene nada que demostrar. Salió a escena apoyándose en una muleta después de una reciente caída. Su hija, Montserrat Martí, que acaba de ser mamá, me sorprendió muy gratamente, con una hermosa voz de lírica pura y con squillo en el agudo. Mucho menos me convenció el tenor Sergi Giménez, dueño de una voz de tenor lírico de débil proyección y que se entubaba en el descenso durante la primera parte. Abordó el Pourquoi me réveiller sin saber transmitir el patetismo enfermizo de Werther, pero mejoró en la segunda parte, dedicada a la zarzuela, en el No puede ser. Muy bien el acompañamiento al piano de Manuel Burgueras.

Las propinas, presentadas por la propia Caballé, comenzaron con el Tonight de West Side Story a cargo de Giménez y Martí. Luego siguió el Lippen schweigen de La viuda alegre convertido en trío, y por último... redoble de tambor: ¡el dúo de los gatos de Rossini! Ya me puedo morir tranquilo. Lo he escuchado en vivo. Ya iba emocionado por oírla cantar La tárantula y voy y me encuentro con los gatos. Además, para superarlo, después subieron Los del Río con una guitarrita (sí, sí, como suena) y cantaron una canción rociera (Gloria a la Blanca Paloma), con lo que la Caballé, pese a su muleta, se puso a bailar. Qué grande es.

Programa

I
Vincenzo Bellini (1801-1835)
Angiol di Pace (Montserrat Caballé - Montserrat Martí)
Vaga luna (Sergi Giménez)

Gaetano Donizetti (1802-1861)
In questo semplice de Betly (Montserrat Martí)
L’amante spagnuolo (Montserrat Caballé)
Gioachino Rossini (1801-1835)
Bolero (Monserrat Caballé - Montserrat Martí)

Jules Massenet (1842-1912)
Pourquoi me réveiller? de Werther (Sergi Giménez)

Léo Delibes (1847-1948)
Viens Malika de Lakmé (Montserrat Caballé - Montserrat Martí)

II
Manuel Penella (1880-1939)
Habanera de Don Gil de Alcalá (Montserrat Caballé - Montserrat Martí)

Jerónimo Giménez (1854-1923)
Ay, Malaya de La boda de Luis Alonso (Montserrat Caballé)

Pablo Sorozábal (1897-1988)
No puede ser de La tabernera del puerto (Sergi Giménez)

Manuel Fernández Caballero (1835-1906)
Yo quiero a un hombre de El cabo primero (Montserrat Martí)

Federico Moreno Torroba (1891-1982)
Subir, subir de Luisa Fernanda (Montserrat Caballé – Sergi Giménez)

Gerónimo Giménez (1854-1923)
La tarántula de La tempranica (Montserrat Caballé - Montserrat Martí)

Manuel Penella (1880-1939)
Torero quiero ser de El gato montés (Montserrat Martí – Sergi Giménez)

domingo, 2 de octubre de 2011

Fígaro resucitado


Cuando se hizo pública la temporada 2011-2012 del Maestranza, algunos criticaron la escasa originalidad de los títulos y el hecho de que el teatro se inclinara por óperas populares para garantizar el lleno en las butacas. La cuestión es que, en mi opinión, acudir a los títulos más celebrados de la ópera no solamente me parece una receta adecuada a los tiempos que corren, sino que su inclusión es simplemente necesaria en una programación que se precie y que no aspire a estar dirigida a los gustos particulares de unos pocos. Puede ser que mis argumentos no satisfagan a los detractores de la temporada de Halffter, pero yo doy infinitas gracias de vivir hoy por hoy en Sevilla y no en Madrid, por triste que sea. Tenemos unas Bodas de Fígaro preciosas visual y musicalmente y seguimos con la Tetralogía wagneriana en el montaje de La Fura. Mariola Cantarero, que hizo caerse el Maestranza en su Traviata de hace dos temporadas, vuelve con Lucia di Lammermoor, y Madama Butterfly, por mucho que se haya representado ya varias veces por aquí, no deja de ser una obra inmensa de la que, personalmente, soy incapaz de cansarme. De lo bueno uno nunca se cansa. La ópera barroca, y con ella la formidable Orquesta Barroca de Sevilla, estará representada, aunque sea en versión concierto, con Il trionfo del tempo e del disinganno de Handel, y los amantes de propuestas menos conocidas tienen su oportunidad de disfrute con Cristóbal Colón. En suma, hubiera sido deseable, desde luego, una programación más amplia y con la presencia de algún título verdiano, pero yo no habría hecho nada que no haya hecho Halffter. No levantaré mi voz contra una programación de la que, sinceramente, sé que voy a disfrutar de cada uno de sus títulos.

Esta programación, que podríamos considerar incluso benéfica y “medicinal” para la salud del teatro, amenazada sin duda por el virus de la falta de inversión, ha comenzado, como decía, con unas Bodas de Fígaro en una producción propia estrenada hace doce años y que, por tanto, no ha costado nada. Y funciona. Estuve ayer dispuesto a disfrutar de la que es mi ópera favorita, y me pareció una propuesta preciosa y tradicional, sin elementos fuera de tono y con una dirección escénica, a cargo de José Luis Castro, inteligente, divertida y eficaz. La escena del sillón, por ejemplo, está resuelta de forma brillante. A su vez, el dormitorio de la Condesa y el jardín están recreados de modo especialmente bello, y el uso de la iluminación, que varía de tono conforme avanza el “loco día de Fígaro” aporta claroscuros que dotan de credibilidad visual a la historia y que, por ejemplo, contribuyen a dibujar escénicamente un conmovedor Dove sono con luz crepuscular. También resultó muy efectista la coreografía de Cristina Hoyos para el baile del tercer acto, despojada gracias a Dios de las castañuelas.

Si hay algo que criticar a la puesta en escena, sería el hecho incomprensible de que el cuarto acto comenzase todavía en el mismo salón en el que se desarrolla el tercero en lugar de hacerlo en el jardín, lo que obligó a introducir una molesta pausa tras el recitativo Barbarina, cos’hai? para el cambio de escena. Ya situados en el jardín, se omitió por alguna razón incomprensible el recitativo de Barbarina Nel padiglione a manca.


Roberto Tavigliani, que debuta estos días en el papel, hizo un digno Fígaro, adecuadamente cantado e interpretado sin caer en la fácil trampa de la sobreactuación. Se olvidó de decir “Mia madre” en la última escena. Le acompañó la Susanna de Olga Peretyatko, de voz algo pequeña y, en mi opinión, de excesivo vibrato. Fue la más discutible del reparto, aunque supo aprovechar la oportunidad del Deh vieni para exhibir unos delicadísimos filados y pianissimi que sí convencieron totalmente. Además ornamentó la última frase de forma hermosa. Fue el único miembro del reparto que lo hizo.


Por su parte, Paul Armin Edelmann, hijo de Otto Edelmann, fue un muy digno Conde, adecuadamente incisivo en el Vedrò. Se anunció por megafonía que Yolanda Auyanet, la Condesa, cantaría pese a encontrarse enferma, lo cual no se dejó notar en absoluto. Su bellísima voz lírica tiene más cuerpo que la de Peretyatko, y convenció más en el Dove sono (servidor se emocionó) que en el Porgi amor.


Entrando en los secundarios, se aclamó al simpatiquísmo Cherubino de Jana Kurucová, de hermosa y cálida voz. Supo dibujar un muy erótico Non so più, centrándose no sólo en la estética encantadora de la música, sino en el carácter pasional e impulsivo que transmite. A modo del guiño para el oyente mozartiano, la melodía que entró tarareando en su entrada del cuarto acto fue el Finch’han dal vino de Don Giovanni. Un imposible histórico –Don Giovanni se escribió un año después que Fígaro– pero que no deja de tener su gracia. También tuvimos al mejor Bartolo que puede tenerse hoy en día en la presencia de un bajo bufo de la categoría de Carlos Chausson, que arrancó la primera ovación de la noche con La vendetta. No solamente es la voz, algo mate y que ni siquiera resulta especialmente hermosa al oído, sino la interpretación en sí misma: Chausson es un profesional del belcanto especialmente ducho en terrenos rossinianos y sabe cantar con enorme gracia y efectividad. Incluso su deambular por el escenario y sus movimientos obligan al espectador a olvidarse momentáneamente del resto de los personajes y a centrar la vista en él. Un lujo del que espero que volvamos a disfrutar pronto en Sevilla.

Cerrando el reparto, tuvimos a una correcta Marcellina en Anna Tobella. Aurora Amores supo sacar provecho del breve papel de Barbarina con una L’ho perduta quizá más dramática de lo que habitualmente se acostumbra. Véase, por ejemplo, su modo de separar el Chi sa dove sarà? del suspiro triste que le antecede (Ah... chi sa...). No es mala idea la de evitar cantar la cavatina como si de una cancioncilla infantil se tratara, especialmente si tenemos en cuenta que Anna Golttlieb, la primera Barbarina de Mozart, fue posteriormente la encargada de estrenar el papel de Pamina en La flauta mágica. Minusvalorar los papeles secundarios de Mozart y entregarlos a voces de poca valía es un error en el que se cae de forma demasiado frecuente. Giancarlo Tosi fue un Antonio tosco, más gritado que cantado y que dio la sensación de perderse momentáneamente en el Finale del segundo acto. También fue endeble el Basilio de Manuel de Diego, mejor en la parte actoral que en la vocal, donde mostró una voz algo leve y frágil. Mejor parado salió el Don Curzio de José Manuel Montero y las campesinas encarnadas por Inmaculada Águila y Rocío Botella.

De disco estuvo el Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza, tanto al completo como las voces femeninas en el Ricevete, oh padroncina.


Pedro Halffter hizo una gran labor al frente de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, exhibiendo una tendencia general a los tempi rápidos y ágiles y con una estupenda explosión de sonido en el Questo giorno di tormenti. Sólo las trompas patinaron levemente al final del Aprite un po’, y quizás hubiera sido deseable que se escuchara un poco más el pizzicati de las cuerdas en el Se vuol ballare. Los recitativos estuvieron muy bien llevados por Alejandro Casal al clave y por la siempre estupenda Mercedes Ruiz, chelista de la OBS.

El público respondió muy bien, y resulta especialmente conmovedor el ver cómo la gente aún sigue riendo con las bromas ingeniadas hace dos siglos por Mozart y Da Ponte en una propuesta que, precisamente, huye de buscar elementos alternativos a los exigidos por el libreto. Mozart vive.

Fotografías: http://julio-rodriguez.blogspot.com/

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