domingo, 24 de octubre de 2010

Crónica del Ciclo de Cámara de la OBS (I)

El Ciclo de Cámara anual de la Orquesta Barroca de Sevilla tuvo un arranque de excepción el pasado jueves con la actuación del cellista Christophe Coin interpretando las Suites 2, 3, y 4 de Johann Sebastian Bach en la Iglesia de los Terceros. Un verdadero lujo. Previamente al inicio del concierto pude asistir a una interesante y muy completa conferencia de José Mendoza Ponce, quien explicó con sencillez no exenta de erudición los entresijos de las obras que integraban el programa: desde qué es una Suite y las partes que habitualmente la integran hasta las tendencias enfrentadas entre historicismo y llamémosle romanticismo a la hora de interpretar y escuchar estas obras, todo ello apoyándose en extractos sonoros. Lástima que justo al término de la estupenda conferencia nos endiñase este vídeo, que para mí roza lo grotesco:



En cuanto a Coin, no defraudó a nadie, ofreciendo una arrebatadora interpretación en la que la tónica parecía ser el predominio de la sobriedad y lucimiento técnico del instrumentista sin caer en el exhibicionismo barato. A título particular, me dejó sin habla en la Bourrée de la Suite nº 4. De propina, el hermoso Capricho nº 8 para violonchelo de Joseph-Marie-Clément Dall'Abaco.

Aunque es obvio que nada tiene que ver con la música de cámara, la Orquesta Barroca de Sevilla ha ofrecido esta misma hoche un atractivo programa con las dos sinfonías con cello obbligato de Joseph Haydn (nos. 13 y 31) y el desconocido Concierto para violonchelo nº 4 de Bernhard Heinrich Romberg, siempre con la presencia de Coin como chelista. La razón de este concierto, tan ajeno como digo al resto del ciclo, es que la orquesta está grabando para su sello discográfico estas mismas obras. Ni que decir tiene que devoraré el disco en cuanto salga.

Pues bien, el concierto se vio antecedido esta vez de la conferencia de Francisco Callejo, quien superando algunos problemas de la traicionera informática, pudo hacer una sucinta introducción a algunos aspectos destacados de la biografía de Haydn, y lo que es más importante, una exposición bien sencilla de cada una de las tres obras del programa movimiento a movimiento.

En cuanto al concierto en sí, poco puedo añadir a lo que tantas veces he escrito sobre la OBS. Cada escucha de este magnífico conjunto es una reafirmación de que estamos ante una de las mejores orquestas historicistas del mundo. Así como suena. Precisamente por eso me alegra enormemente que la Conserjería de Cultura de la Junta de Andalucía les haya concedido el premio Manuel de Falla, cuya dotación económica cae como agua de mayo en un año en el que la estabilidad del grupo se había visto amenazada por la retirada del apoyo económico que hasta ahora le prestaba Cajasol. Volviendo al grano: la OBS ofreció una encantadora versión de la temprana sinfonía nº 13 haydniana, en cuyo segundo movimiento, completamente concertante para violonchelo, brilló Coin alcanzando un altísimo grado de sutileza. Una verdadera maravilla. Imposible además no acordarse del final de la sinfonía “Júpiter” de Mozart al escuchar el tema del Finale. Siguió el más oscuro concierto de Romberg y, por último, una de mis sinfonías haydnianas favoritas desde hace mucho: la vigorosa nº 31 “Hornsignal” (que podría traducirse por algo así como “la llamada de la trompa”), en la que el único instante de “peligro” se vivió cuando al violín concertino (Pablo Valetti) se le rompió una cuerda en plena faena, algo que ya le había ocurrido previamente al violín de Andoni Mercero. Fue Valentín Sánchez quien estuvo al quite y le entregó rápidamente su instrumento a Valetti, de modo que no hubo necesidad de interrupción. En cuanto a la rotura de las cuerdas, no percibí especial humedad ni frío en el interior de la iglesia, pero ocurrió dos veces, algo desde luego muy infrecuente en los conciertos de la OBS. Supongo que es el peaje que hay que pagar por usar las cuerdas de tripa. Pero qué leches, ¡viva el historicismo!

Seguiré escribiendo sobre los otros dos conciertos que restan en este ciclo de cámara.



Haydn: Sinfonía nº 31 – Allegro: AAM / Ch. Hogwood

sábado, 23 de octubre de 2010

Altibajos de Jonas Kaufmann


Nadie duda de la buena presencia escénica del tenor Jonas Kaufmann. Le gusta a las féminas y es probablemente el tenor más explotado comercialmente de los últimos años, por debajo siempre del estupendo Juan Diego Flórez. Su canto, en cambio, dista bastante de ser atractivo para mí, y conste que le he dado oportunidades. Ayer mismo acudí a su recital en el Maestranza sevillano con la intención de dejarme convencer de una vez por todas por su voz y con la esperanza de que el directo limara buena parte de las asperezas de su canto. El programa era ideal para ello: el ciclo liederístico “La bella molinera” de Franz Schubert con el acompañamiento pianístico de un sobresaliente Helmut Deutsch. Y sucedió exactamente lo que era previsible. Ignoro el por qué de la obsesión de Kaufmann en oscurecer su voz, ofreciendo un canto constantemente engolado. Tanto que durante uno de los aplausos pude oír cómo un señor sentado a mi espalda murmuraba a su esposa: “parece un barítono”. Cuando escucho a un cantante así llego a terminar yo mismo con la garganta cansada, pese permanecer obviamente en silencio. Es algo psicológico. La otra pega para mí son sus agudos en pianissimo: Kaufmann tiene la virtud de conseguir con sonido redondo, sólido, masculino más allá del pasaje de registro, pero en aquellos momentos que exigen del intérprete un mínimo de sutileza su voz sonó apagada, descolorida, completamente inconsistente.

El público, como era previsible, aplaudió efusivamente, y Kaufmann, que se hizo bastante de rogar, tuvo que ofrecer dos bises. Por cierto que en relación al público ayer se vivió un momento entre cómico y grotesco en el Maestranza, cuando medio teatro empezó a aplaudir justo antes de “Pausa”. Explicación: la gente vio el título en la pantalla instalada sobre el escenario y pensó erróneamente que el artista se despedía momentáneamente para un descanso. Supongo, eso sí, que Kaufmann quedaría encantado con la “falsa” ovación.

Aún creo que este hombre puede llegar a hacer cosas dignas con su voz. Continuaré rezando a San Judas Tadeo para que se enmiende.

domingo, 17 de octubre de 2010

Salome (Ewing, Devlin, Riegel - Downes)

Siempre comienzo mi “ópera del mes” en DVD con un resumen argumental del libreto. En el caso de la Salome de Richard Strauss debo, por primera vez, comenzar apuntando un breve antecedente histórico, que nos ayudará a entender mejor el curso de la acción: Herodes, tetrarca de Judea, se encuentra casado con Herodías, viuda de su hermano, lo que le ha valido los reproches de Jokanaan (Juan el Bautista), que considera el matrimonio incestuoso. Salomé es hija del anterior matrimonio de Herodías y en la obra de Wilde, el tetrarca, lejos de comportarse con ella como un padrastro, la desea apasionadamente para sí.

Resumen del argumento: Nos encontramos en el palacio de Herodes, donde se celebra una fiesta. Custodiada por unos guardias, cerca de ese lugar se halla la entrada a una oscura cisterna que sirve de prisión a Jokanaan. Narraboth, jefe de la guardia, observa embelesado la belleza de Salomé, hasta que las lascivas miradas de Herodes provocan que la muchacha huya de la fiesta. Es entonces cuando la joven escucha la voz de Jokanaan desde el interior de la cisterna. Picada por la curiosidad, insiste a Narraboth en que le permita ver al prisionero. Él trata de negarse, pero termina cediendo a los encantos de Salomé y ordena sacar de la cisterna a Jokanaan. La figura de este último provoca una sensación de fascinación y rechazo al mismo tiempo en Salomé, que apenas escucha las palabras del profeta exhortándola a ir en busca del Hijo del Hombre. Salomé, presa de una verdadera fiebre erótica hacia el Bautista, intenta besarle, lo que provoca que Narraboth, incapaz de ver la escena por más tiempo, se suicide.

Herodes, acompañado de su protestona esposa Herodías, abandona la fiesta a la búsqueda de Salomé, resbalando con la sangre de Narraboth. Vuelve a escucharse la voz de Jokanaan, lo que irrita a Herodías, que sabe dichas palabras dirigidas contra ella. El tetrarca trata de justificar su impasibilidad con los reproches del prisionero afirmando que tal vez sea un hombre santo que ha visto a Dios, lo que motiva una enojosa discusión teológica por parte de algunos rabinos presentes. Hastiado, Herodes pide a Salomé que le distraiga con un baile, a lo que esta se niega inicialmente. El tetrarca, incapaz de soportar la enrarecida atmósfera, llega a prometerle que satisfará cualquier deseo suyo a cambio de que baile para él. Salomé acepta, pese a la oposición de su madre, y baila ante todos la danza de los siete velos, tras lo cual pide que le sea traída en una bandeja de plata la cabeza de Jokanaan. Horrorizado, el tetrarca trata de disuadirla de su propósito, llegando a preferir ofrecerle su reino antes que ofender a Dios acabando con la vida del profeta. Para regocijo de Herodías, Salomé se mantiene firme en su petición, y Herodes, que no puede incumplir su promesa ante todos los presentes, ordena que Jokanaan sea decapitado.

Cuando Salomé toma en sus brazos la cabeza del profeta, besa sus labios mientras la ilumina la luz de la luna, lo que provoca tal horror en Herodes que ordena a sus guardias que la maten en ese instante, muriendo Salomé aplastada bajo sus escudos.

Traducción del libreto en kareol.


El gran Oscar Wilde publico su Salomé en idioma francés en 1892, partiendo del relato bíblico que narra la decapitación de San Juan Bautista (primo de Jesús) por orden del tetrarca Herodes Antipas. En realidad, si leemos con atención los Evangelios de Mateo y Marcos (los únicos que refieren el suceso) observaremos que ninguno de ellos menciona el nombre de la princesa. De hecho, es gracias a las “Antigüedades judías” del historiador Flavio Josefo que podemos dar nombre a nuestra heroína: Salomé.

Mc 6,14-29 La fama de Jesús llegó a oídos del rey Herodes. Unos decían: "Ése es Juan Bautista, que ha resucitado y tiene el poder de hacer milagros"; otros decían: "Es Elías", y otros: "Es un profeta como los antiguos". Pero Herodes, al oír hablar de esto, decía: "Es Juan, a quien yo mandé cortar la cabeza, que ha resucitado". Y es que Herodes había detenido a Juan y lo había metido en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, que él tenía como esposa. Porque Juan le decía: "No te está permitido tener la mujer de tu hermano". Herodías odiaba a Juan y quería matarlo; pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, pues reconocía que era un hombre justo y santo, y lo protegía; cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. Y llegó el día oportuno. Herodes ofrecía un banquete en su cumpleaños a los magnates, a los tribunos y a los grandes personajes de Galilea. La hija de Herodías en persona entró, danzó y agradó a Herodes y a los invitados. Entonces el rey dijo a la muchacha: "Pídeme lo que quieras y te lo daré". Y juró: "Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella salió y preguntó a su madre: "¿Qué pido?". Su madre contestó: "La cabeza de Juan el Bautista". Corrió de nuevo a donde estaba el rey, entró y dijo: "Quiero que me des inmediatamente la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja". El rey se entristeció mucho, pero no quiso desairarla por el juramento y por los invitados. Inmediatamente el rey mandó a un verdugo que trajera la cabeza de Juan. Él fue a la cárcel, le cortó la cabeza, la trajo en una bandeja y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Sus discípulos, al enterarse, fueron, recogieron el cadáver y lo sepultaron.

Mt 14, 1-12 Por entonces la fama de Jesús llegó a oídos del virrey Herodes, el cual dijo a sus cortesanos: "Ése es Juan Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso tiene poder de obrar milagros". Y es que Herodes había detenido a Juan, lo había encadenado y lo había metido en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo; pues Juan le decía: "No te es permitido tenerla". Quiso matarlo; pero tuvo miedo del pueblo, que lo tenía por profeta. Al llegar el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías bailó en presencia de todos, y tanto agradó a Herodes, que juró darle lo que pidiera. Ella, instigada por su madre, le dijo: "Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan Bautista". El rey se entristeció, pero por el juramento y por los invitados ordenó que se la dieran, y envió a cortar la cabeza de Juan en la cárcel. Trajeron la cabeza en una bandeja y se la entregaron a la muchacha, la cual se la llevó a su madre. Sus discípulos fueron, recogieron el cadáver y lo sepultaron. Fueron después a decírselo a Jesús.


Como vemos, la obra de Wilde, así como su adaptación al libreto en alemán de Hedwig Lachmann, presenta importantes cambios y distorsiones históricas, tales como:

- Todo lo concerniente al personaje de Narraboth, llamado “el joven sirio” en la obra de Wilde.
- La pasión erótica de Salomé hacia Juan. Si atendemos al relato evangélico, con toda probabilidad nunca se vieron.
- La iniciativa de Salomé en dar muerte al profeta. En las Escrituras es Herodías quien indica a su hija que pida la cabeza de Juan en obsequio por su baile, por lo que la Salomé histórica parece actuar como títere de su madre.
- La muerte de Salomé.

En resumen, Wilde dibuja a la perfección un clima opresivo, salvaje, casi enloquecedor, partiendo del relato bíblico, lo que levantó no pocas suspicacias en su momento. De hecho, el propio Richard Strauss, ansioso de escribir una gran ópera llena de verdadero exotismo, no se vio ajeno a los problemas de la supuesta “inmoralidad” del argumento. Sabida es la negativa de Marie Wittich, la Salomé del estreno, a hacer esto o lo otro por ser “una mujer decente”. Strauss quería a una princesa adolescente “con la voz de una Isolda”, lo que a Wittich se le antojaba nuevamente imposible. Con todo, el estreno, acontecido el 9 de diciembre de 1905, fue todo un éxito, y no es para menos. Cuanto más se fija uno en la partitura de Strauss más salvaje le parece. Se trata de una música que va a más y que busca dejar sin respiro al oyente en cada momento. Incluso la trivial escena de los rabinos y su discusión sobre la posibilidad de ver a Dios, por ejemplo, está compuesta de tal modo que consiga marear y agobiar al espectador enredando las voces de los cantantes y repitiendo constantemente un simple tema de cuatro notas. En resumen, una de las mejores partituras del siglo.

Grabado en el Covent Garden londinense en 1992, el DVD que motiva esta entrada cuenta con la escenografía de Sir Peter Hall, quien por aquellos años fuese marido de Maria Ewing. Lo cierto es que a mis ojos, la puesta en escena ha envejecido mal para ser de fecha relativamente reciente, pero no deja de ser cierto que, pese a ello, refleja muy bien esa atmósfera casi insoportablemente opresiva de la que escribía antes. Para ello se utiliza una iluminación oscura, que a veces cambia de color de forma monstruosa. Como no podía ser de otro modo, todo el escenario está presidido por una luna de aspecto extraño y casi siniestro, “como una mujer muerta”.


Salomé es un personaje de gran complejidad, que mezcla el infantilismo aún propio de la adolescencia con el ardor sexual habitual de esa edad. En suma, estamos ante una especie de “femme fatale” adolescente que causa la desgracia de los hombres que la rodean (Narraboth, Jokanaan). A estos elementos habría que sumarle el que hay algo de enfermizo en su persona, y más concretamente, en su atracción por Jokanaan: ni siquiera parece darse cuenta de la muerte de Narraboth, que cae desplomado a sus pies, mientras ella trata en vano de seducir a su objetivo, de carácter imperturbable. Hay quien dice, a propósito de esta obra, que también Juan se siente atraído por Salomé, lo que a mí me parece más que dudoso. Si atendemos al texto, parece que Juan, enfocado por Wilde como “un fanático”, ni siquiera se digna a mirar a la protagonista. También la música nos muestra a un Jokanaan solemne, rígido, distante, mientras que la princesa es la viva encarnación de la sensualidad. Son dos mundos diferentes que nunca pueden alcanzar a tocarse, lo que desespera a la princesa. ¿Qué es lo que la lleva a pedir la muerte de Juan?; ¿Es el orgullo herido por el rechazo o tal vez el deseo erótico insatisfecho de besarle, aunque sea después de muerto? Probablemente, y siempre según mi entender, es una mezcla de ambas cosas. En su amplio soliloquio con la cabeza de Jokanaan entre las manos, ella lanza contra él recriminaciones que parecen indicar que es el orgullo lo que la ha llevado a acabar con él:

Hablaste contra mí,
en contra de Salomé,
hija de Herodías,
princesa de Judea.
¡Pues bien!
¡Yo vivo, pero tú estás muerto,
y tu cabeza, tu cabeza me pertenece!
Puedo hacer con ella
lo que me plazca.
Puedo arrojársela a los perros
y a las aves.
Lo que dejen los perros
se lo comerán las aves.

Sin embargo, acto seguido, encontramos palabras de amor hacia el profeta que revelan el deseo insatisfecho que la consume:

¡Ah! Jokanaán, Jokanaán,
eras tan hermoso.
Tu cuerpo era
una columna de marfil
edificada sobre pies de plata.
Era un jardín lleno de palomas,
sembrado de lirios de plata.
Nada en el mundo
era tan blanco como tu cuerpo.
Nada en el mundo
era tan negro como tus cabellos.
En el mundo entero
nada era tan rojo como tu boca.
Tu voz olía como un incensario
y, cuando te miraba,
oía una música misteriosa.

En resumen, estamos ante un personaje de oscurísima psicología, cuya arrolladora necesidad de tomar entre sus manos la cabeza decapitada de Juan y besarla (necrofilia) es expresada con terquedad infantil en su larga disputa con Herodes. Después de que el verdugo baje a acabar con la vida de Juan, ella creerá por un momento erróneamente que este no se ha atrevido a matarle, lo que provoca que el personaje abandone definitivamente su apariencia de “niña buena” y muestre lo que en toda regla es un ataque histérico enfermizo y asesino, exigiendo a los soldados que acaben con Juan, e incluso amenazándoles de muerte mientras Herodes y Herodías la miran pasmados. Como decía al empezar, infantilismo, erotismo y perversión son para mí los rasgos característicos de Salomé, y es el primero de ellos el que tal vez haga del personaje algo más monstruoso si cabe.

Debo decir que Maria Ewing nunca ha sido santo de mi devoción. Otros más capacitados que yo podrán referir más exactamente sus carencias vocales desde el punto de vista técnico, pero por lo que a mí respecta, su entonación vacilante y su tendencia a veces a la sobreactuación y al griterío son los elementos que más me echan para atrás. Y es una pena, porque lo que me parece malo no es su voz, sino la falta de control sobre la misma. Con todo, debo decir que esta Salome es, con notable diferencia, lo mejor que le he visto a Ewing. Mi Salomé de referencia, a fecha de hoy, es Hildegard Behrens en la magnífica grabación de Karajan en el sello EMI. Ewing lo hace con mucha dignidad, y sobre todo sorprenderá satisfactoriamente, como fue mi caso, a quienes aborden el DVD temiéndose lo peor.


Hablando de Ewing, es preciso hacer referencia, cómo no, a su danza de los siete velos. Para empezar, estamos ante un momento altamente conflictivo a la hora de interpretarse, por la sencilla razón de que los cantantes no son bailarines y aquí se exige que la protagonista dance convincentemente bien durante siete u ocho minutos. No nos engañemos: viendo muchas de las filmaciones que rulan por ahí, el resultado es las más de las veces grotesco. Pues bien, es de justicia decir que Ewing se defiende bastante mejor que otras muchas que he visto en esto del baile, que al menos aquí no parece ridículo. Su físico es cuestión aparte. No hay problemas en cuanto a su figura, pero en lo concerniente a su rostro habrá quienes hablen de “extraña belleza” o simplemente, de fealdad. Por lo que a mí respecta, me limito a decir que sus rasgos no me motivan, pero para gustos los colores. ¿A dónde voy con todo esto del físico? Muy simple: su marido Sir Peter Hall decidió irse de transgresor y hacer una danza de los siete velos... de verdad: Ewing se quita siete prendas y queda completamente desnuda al final, algo que han hecho posteriormente otras cantantes como Catherine Malfitano. El propio DVD avisa, de forma bastante mojigata, con un “Warning” que advierte del desnudo, y he comprobado que en Youtube figura este fragmento como contenido para adultos. ¡Qué exageración! Estamos hablando de un desnudo que no busca precisamente el erotismo, sino que es de tipo artístico, y efectuado además por alguien de muy dudosa (pero dudosa de verdad) belleza física. Pues como muestra de que me río de tanta ñoñería, he aquí la foto del momento en cuestión. No hay “contenido inadecuado” por ningún lado, como tampoco lo veo en una fotografía de tipo artístico o en una pintura de un desnudo.

Más que erotismo, el efecto que produce en mí el desenlace de este baile es de una gran... confusión. La música enloquece al final, y cuando Ewing comienza a quedarse en paños menores uno piensa “no puede ser”, “no puede ser”, y al final... es. Uno queda con la impresión de que a Salomé (no ya a Ewing) se le ha ido la cabeza y que es capaz de cualquier cosa con tal de lograr su objetivo. Todo un personaje.


Jokanaan se me antoja, en principio, como un personaje menos interesante desde el punto de vista psicológico. Se le ve como alguien distante, que vive mentalmente en otro mundo, como una especie de iluminado cuyas palabras son de difícil comprensión y que parece situarse más allá de las pasiones humanas. En definitiva, le vemos como a un santo o un loco (cada cual es libre de elegir la apreciación que guste), como un hombre en el que el polo espiritual es tan profundamente arrollador como lo es el carnal en Salomé. Si ella es incapaz de ceder, él tampoco. Es esa firmeza espiritual o fanatismo (repito, según se mire al personaje) que le lleva a no pronunciar la menor queja de su cautiverio lo que le hace distante y le convierte en alguien con quien cuesta identificarse. Strauss incide en ello aportando para él una música solemne, lineal y con predominio de los metales de la orquesta, por contraposición a la sinuosidad de Salomé.

En el papel tenemos a un poco convincente Michael Devlin. Poco convincente no por problemas con su canto, que no los encuentro, sino por la falta de contundencia de su voz. Devlin no es capaz de hacerme sentir la firmeza mental del personaje, y su caracterización escénica como la reencarnación del mismísimo Tarzán tampoco ayuda. Un Tarzán de enorme melena que le llega hasta casi la cintura y que, sin embargo, muestra un afeitado impoluto.

Si Jokanaan es el personaje masculino predominante durante aproximadamente la primera mitad de la ópera, el segundo es el tetrarca Herodes, interpretado aquí sobresalientemente por un estupendo Kenneth Gilbert, poseedor de una clara voz de tenor lírico capaz de expresar la sinuosidad malévola que encierra para él la música de Strauss en aquellos momentos en los que se muestra bajo el influjo erótico de Salomé, o bien la desesperación atormentada en su negativa a dar a aquella la cabeza de Juan o la locura que parece envolver de cuando en cuando al personaje al percibir ruidos y sensaciones inexistentes y comportarse como un lunático. Un lunático, porque así es como Strauss entiende a Herodes: un personaje dominado por la lascivia y el miedo supersticioso a Jokanaan, un miedo que se empeña en negar de forma patética. Un personaje cuyos cambios de humor (por ejemplo, en lo concerniente a la muerte de la princesa) y cuyos extrañísimos problemas de memoria le hacen parecer como un enfermo, pero no del cuerpo como parece apuntar Herodías, sino de la mente. Salomé y Jokanaan son personajes terribles que guardan en común un carácter “todoterreno” e inflexible. La volubilidad del tetrarca, en contraste, convierte al personaje en algo parecido a una caricatura ridícula y hasta repugnante. Hay que insistir: ¡qué gran trabajo de teatro y música!

En cuanto a los secundarios, encuentro muy satisfactorio el Narraboth de Robin Leggate, cuya hermosa y cálida voz al principio pasa a convertirse en auténtica desesperación mientras Salomé trata de besar a Jokanaan. Es un personaje cálido, y así lo parecen sus sentimientos amorosos para con Salomé, a diferencia de la lascivia brutal que envuelve a Herodes. Pero Narraboth no significa nada para la princesa: es una ficha que utiliza para lograr su objetivo, y su muerte no es capaz de provocar ninguna reacción en Salomé. Porque Narraboth muere, del mismo modo que Jokanaan o la princesa. Él es el primero, junto con el paje, en contemplar el extraño aspecto de la luna que preside el escenario y que, con la salvedad de Juan, parece inyectar de cierta locura a los personajes. Así lo prevé el paje amigo de Narraboth nada más comenzar la acción (“algo terrible ocurrirá”). La única pega de este Narraboth concierne a su vestuario cursi y edulcorado, como si se pretendiera incidir en el carácter inocente del sirio y en su insignificancia al ser literalmente arrollado por Salomé.

Por último, bien la Herodías de Gillian Knight y el paje de Fiona Kimm. En cuanto a los soldados, sencillamente espantoso el segundo de ellos (Eric Garrett), así como el capadocio de Colin Iveson. Cualquiera canta mejor en la ducha. Como curiosidad, entre los rabinos judíos se encuentra Francis Egerton, de quien ya hablé a propósito de su interpretación de Basilio en Las bodas de Fígaro de Gardiner en DVD.

Estupenda la dirección de Edward Downes al frente de la orquesta de la Royal Opera House.

La fotografía podría ser mejor para tratarse de una filmación de 1992, pero al menos es aceptable. Lo que me parece simplemente bochornoso es que el DVD sólo tenga subtítulos en inglés.

Una representación llena de altibajos que consigue, no obstante, captar muy bien la atmósfera asfixiante de la obra.





lunes, 11 de octubre de 2010

Homenaje a las grandes voces


2010 está siendo un año triste para los aficionados a la ópera. A las recientes pérdidas de buenos cantantes como Lázló Polgár o Philip Langridge hay que añadir también nombres de gran importancia como los de Giulietta Simionato, Hildegard Behrens o Giuseppe Taddei, que son mi Salomé y mi Scarpia de referencia, respectivamente. Y ahora se nos va una de las más grandes: Joan Sutherland, la stupenda. Una verdadera leyenda del repertorio belcantista. Fue, o mejor dicho, es Lucia di Lammermoor. También, y pese a las objeciones que algunos puedan ponerle, es mi Turandot de referencia junto con Nilsson. Supongo que es una irremediable cuestión de edad lo que explica que en el momento presente estemos perdiendo a aquéllas voces que deslumbraron en la ópera en las décadas pasadas. Me refiero, claro está, a los cantantes que podemos llamar “clásicos”, y con cuyos discos hemos crecido. Por eso mismo dudo que yo sea el único aficionado del mundo que viva últimamente con la sensación de recibir golpe tras golpe.



Pero además de Sutherland quiero destacar también otras dos pérdidas recientes que me han encogido el ánimo y que también merecen aquí su particular homenaje. El primero de ellos es el gran Cesare Siepi, mi primer Don Giovanni en aquélla película de Furtwängler que mis padres me regalaron en vídeo hace ya muchas navidades. Es posible, incluso, que siga siendo mi Don Giovanni de referencia, aunque nunca me lo he planteado en serio, y ello pese a que mi inclinación por el historicismo en las interpretaciones juega en su contra. Como Felipe II no tenía rival, Ghiaurov aparte, claro.




Por último, y perteneciente a un ámbito distinto como es el de la música barroca, no puede olvidársenos el nombre de Anthony Rolfe Johnson, que sin duda firmó las grabaciones historicistas más bellas con voz de tenor en óperas como el Orfeo monteverdiano o La clemenza di Tito e Idomeneo, de Mozart, por no hablar de su Handel y su Bach.



Nos han hecho felices, y estoy seguro de que lo seguirán haciendo. ¿Puede alguien hacer algo más bello con su vida? Justo es que los aficionados les digamos GRACIAS.

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