Zubin Mehta (dir.); Plácido Domingo (Manrico); Leontyne Price (Leonora); Sherrill Milnes (Conde de Luna); Fiorenza Cossotto (Azucena); Bonaldo Giaiotti (Ferrando); Elizabeth Bainbridge (Inés); Ryland Davies (Ruz); Stanley Riley (Gitano); Nielson Taylor (Mensajero). Ambrosian Opera Chorus. New Philharmonia Orchestra. RCA 2 CD.
El sello Deutsche Grammophon ha sacado recientemente en DVD una filmación de Il Trovatore dirigida por Barenboim con Plácido Domingo en el papel de Conde de Luna. Aunque aún no me he hecho con ella, la nostalgia me ha podido y he vuelto a escuchar, por primera vez en mucho tiempo, esta grabación clásica de Mehta. ¿Y por qué hablo de nostalgia? Porque esta versión fue la primera que
Gabriele Santini (dir.); Flaviano Labò (Don Carlo); Antonietta Stella (Elisabetta di Valois); Boris Christoff (Filippo II); Ettore Bastianini (Rodrigo); Fiorenza Cosotto (Principessa Eboli); Ivo Vinco (Il Grande Inquisitore); Aurora Cattelani (Tebaldo). Coro e Ochestra del Teatro alla Scala. DEUTSCHE GRAMMOPHON 3 CD.
Resulta curioso que este notable Don Carlo de Gabriele Santini no haya tenido hasta la fecha una distribución discográfica acorde a su nivel de calidad. Sus ediciones en cedé pueden contarse con los dedos de una mano, y la última reedición que conozco no era adquirible por separado, sino como parte integrante de un estuche titulado “Verdi: Great Operas from la Scala”. Tratándose de una grabación de estudio con una estupenda calidad de sonido y un reparto de interés, es de desear que el sello amarillo sepa enmendar en el futuro este vacío y darle salida en el mercado como merece.
Santini opta en esta grabación por la versión italiana de la ópera en cinco actos, y cuenta para ella con un protagonista que sin ser hoy todo lo recordado que debería, arrasaría sin duda en los escenarios contemporáneos como indiscutible estrella. Me refiero a Flaviano Labò, señor de una bellísima voz de centro sedoso que recuerda en no poco a Domingo. O mejor deberíamos decir aquí que Domingo recuerda a veces a Labò, dada la fecha de la grabación. El suyo es un Don Carlo sensible y atormentado cuando hace falta y con una voz idónea que se complementa bien con la de Antonietta Stella, nuestra Elisabetta, que precisamente es de esas otras “grandes” que por alguna razón permanecen en la sombra, como en un lugar marginal respecto de otras figuras de la ópera con las que tuvieron que competir en un mismo marco temporal. Stella ha sido una gran verdiana y una soprano de enorme elegancia y estilo. La única pega, por poner alguna, sería quizá una cierta falta de implicación, un toque de “frialdad” que, en realidad, si soy plenamente sincero, no es más que una apreciación subjetiva de quien escribe.
Boris Christoff es un cantante considerado como emblemático en el papel de Filippo. Ha habido voces de bajo más bellas abordando el papel (para mi, Ghiaurov) y también puede resultar algo nasal por momentos e incluso no del todo matizado –claramente puede ahondarse más en materia de claroscuros–, pero poca duda cabe de que el suyo es un Filippo imponente, de fuerte personalidad. Ettore Bastianini defiende muy en su línea el papel de Rodrigo: la voz es atractiva y canta francamente bien, aunque resulta algo monocorde. No lo definiría como tosquedad, sino nuevamente como falta de medias voces, algo que limita obviamente las capacidades expresivas del intérprete. Esto es recurrente en Bastianini y no estamos aquí ante una excepción, aunque repito que el balance general me parece positivo.
Por último, Fiorenza Cosotto dibuja a una Eboli de nivel astronómico. Claramente está entre lo mejor de la discografía en el papel y su sola presencia sería ya motivo suficiente para interesarse por esta versión. Su marido Ivo Vinco es un rotundo inquisidor. Siempre he pensado que fue un estupendo bajo algo minusvalorado, y su escena con Filippo, verdadera prueba de fuego para los dos bajos y punto sin duda de interés de toda grabación, es quizá de lo mejor de este registro.
Tullio Serafin (dir.); Renata Tebaldi (Cio-Cio-San); Carlo Bergonzi (Pinkerton); Fiorenza Cossotto (Suzuki); Enzo Sordello (Sharpless); Angelo Mercuriali (Goro); Michele Cazzato (Yamadori); Paolo Washington (Bonzo), Lidia Nerozzi (Kate). Coro e Ochestra dell’Accademia di Santa Cecilia, Roma. DECCA 2 CD.
Transcurridos siete años desde su primera grabación de Madama Butterfly con Alberto Erede (click aquí), Renata Tebaldi se puso a las órdenes de Tullio Serafin para un segundo registro que ha pasado a la historia como una de las más logradas versiones de esta popular ópera de Puccini. El estado vocal de la Tebaldi seguía siendo brillante, y repite una Butterfly extraordinariamente bien cantada, aunque como la anterior, con un carácter adulto y “matronal” (como suele decirse) que a muchos chocará. En realidad, el único problema que presenta para mí esta Butterfly de Tebaldi es que, al igual que en el registro de Erede, ella busca transmitir el infantilismo que su voz no le permite acudiendo a risitas (que a veces suenan más bien a carcajadas) y a pucheritos varios que personalmente me irritan bastante. Es más, modestamente opino que incluso algunos momentos en los que Tebaldi prorrumpe en risotadas están claramente mal escogidos, como ocurre, obviamente, con la despedida de Yamadori, que en esta grabación abandona la casa de Butterfly no sólo despechado amorosamente sino también innecesariamente humillado. Pensémoslo bien: esta Butterfly de Tebaldi puede ser la primera geisha de la historia que no sabe cómo comportarse en sociedad y que no teme mostrarse abiertamente maleducada. No es creíble, sobre todo cuando el propio libreto aclara que el único comentario despectivo que Butterfly expresa hacia Yamadori en esa escena (“Che persone moleste”) es pronunciado discretamente a Sharpless ocultándose tras su abanico. Por mucho que Butterfly se muestre irónica hacia Yamadori en su recibimiento, no tiene sentido que la joven guarde el recato para decir esas palabras al cónsul y que inmediatamente después se carcajee a mandíbula abierta de su invitado.
Hubiera preferido claramente que Tebaldi hubiese cantado su Butterfly (¡porque qué bien sabe cantar Butterfly!) sin tanto artificio teatral innecesario, que más que retratar convincentemente al personaje como una niña contribuye a desdibujarlo. Aunque el resultado de ello fuese una Butterfly marcadamente seria y adulta, soy de la opinión de que el resultado hubiese sido preferible.
Dejando a Tebaldi a un lado, el Pinkerton de Carlo Bergonzi debe merecer los elogios de cualquier persona de gusto, al igual que ocurre con su posterior registro con la otra Renata, Scotto, del que hablé por aquí. También es un reglado la presencia de la grandísima Fiorenza Cossotto como una inmejorable Suzuki.
En cuanto a los otros secundarios, Sordello defiende un Sharpless bien cantado, aunque su voz no me es particularmente agradable. En cualquier caso resulta preferible al amanerado Goro de Mercuriali. Correctos Michele Cazzato y Paolo Washington como Yamadori y el Bonzo, respectivamente.
Si en algo aventaja claramente esta segunda grabación de Tebaldi a la primera es sin duda en la presencia de Tullio Serafin al frente de la misma orquesta (Accademia di Santa Cecilia). La dirección de Serafin resulta incuestionablemente más vívida y con mayor pulso dramático que la de Erede, que resulta bastante más plano. Además, pese a los años transcurridos, la calidad de audio es excelente.
Ahora que todavía sigo un poco inmerso en la atmósfera de Lucia di Lammermoor, me ha dado por rescatar de la memoria el anterior título donizettiano representado en el Teatro de la Maestranza: La favorita. Comenzamos, como siempre, resumiendo el libreto:
Acto 1: Siglo XIV. En un convento de Santiago de Compostela, Fernando, un joven novicio, relata a su superior Baldasarre cómo se ha enamorado de una desconocida peregrina, lo que le lleva a tomar la decisión de abandonar el convento con gran enojo del fraile.
Tiempo después, Fernando es conducido por Inés con los ojos vendados al lugar en el que se encuentra su enamorada, Leonora. Esta también le manifiesta su amor, pero para gran consternación del joven, le insta a que la olvide para siempre, entregándole un nombramiento militar para que se marche a luchar contra los moros. Fernando queda desconcertado, pues ignora la razón por la que su amada le rehúye de ese modo. Enseguida se anuncia la presencia del rey, lo que motiva la salida apresurada de Leonora. Por su parte, Fernando se decide finalmente a hacerle caso, marchando a la guerra.
Acto 2: El rey Alfonso XI se encuentra en el Alcázar de Sevilla dispuesto a festejar sus últimas victorias militares, en las que el joven Fernando ha jugado un papel destacado. Entra entonces Leonora, entristecida. Ella es la amante del rey y se lamenta ante el monarca de su situación. Alfonso, que la ama, se muestra dispuesto a abandonar a su esposa y convertirla en reina, e incluso trata de acabar con su melancolía sentándola a su lado para presenciar los bailes festivos. Sin embargo, apenas han terminado estos cuando entra Don Gasparo para decirle al rey que Leonora tiene otro amante. Alfonso se encoleriza con la joven, pero ella se niega a revelar que su verdadero amado no es otro que Fernando, el nuevo héroe militar. Entra entonces el fraile Baldasarre, que recrimina al rey la inmoralidad de su infidelidad conyugal. Alfonso responde airado, pero el religioso gana la batalla dialéctica mostrando una bula papal por la que se amenaza al monarca con la excomunión si persiste en su adulterio con Leonora.
Acto 3: Fernando espera ser recibido por el rey en el Alcazar. Alfonso XI se muestra dispuesto a concederle su mayor deseo en premio por su heroicidad militar, y para su gran asombro, el joven manifiesta que nada desea más que casarse con Leonora. El rey ve en ello una excelente oportunidad de alejar de sí a su antigua amante y evitar de ese modo la excomunión, por lo que urge al muchacho a que contraiga matrimonio con ella ese mismo día. Para evitar que Fernando sepa que va a casarse con la amante del rey, Alfonso ordena que Inés sea arrestada, cortando así toda posible comunicación entre los enamorados antes de la boda. Leonora, en efecto, se ve venir la desgracia de lejos y urge a su amiga a que revele la verdad a Fernando, librándole así del deshonor que para él supondría casarse con la amante del rey, pero Inés es detenida por Don Gasparo, que cumple así las órdenes dadas por Alfonso. De este modo, Fernando acude feliz a la ceremonia, ignorando en realidad con quién está a punto de casarse. Leonora, por su parte, se muestra aterrada, pues no sabe si Inés ha transmitido su mensaje y Fernando la ha perdonado o si él, como en realidad ocurre, continúa ajeno a la verdad. Concluida la boda, los cortesanos no pueden evitar mostrarse airados con Fernando, que perplejo, no comprende por qué le acusan de deshonor. Entra entonces Baldasarre, quien finalmente le explica que acaba de casarse con la actual amante del rey. Fuera de sí, Fernando rechaza sus nuevos títulos nobiliarios y su unión con Leonora, arrojando antes de marcharse los pedazos rotos de su espada ante el rey.
Acto 4: Fernando se encuentra de nuevo en el convento, en donde espera ocupar en el futuro la posición del viejo Baldasarre. Recuerda a solas a Leonora, a quien considera culpable de engañarle y deshonrarle, y entra en el monasterio para rezar por el alma de la reina, que ha expirado entristecida por el abandono al que se veía sometida por su esposo, el rey Alfonso. Leonora entra arrastrándose, muy debilitada por el esfuerzo de viajar en solitario a la búsqueda de Fernando para suplicarle su perdón. Cuando se acerca a las puertas del convento, escucha las oraciones fúnebres que se dirigen en el interior por el alma de la reina, y llega a distinguir incluso la voz de Fernando, señalándola a ella como objeto de la infidelidad del rey. Consciente entonces de que él no la ha perdonado, se dispone a marcharse, pero su estado físico está tan deteriorado que apenas puede caminar. Fernando sale del interior, y tras reconocerla, trata de expulsarla de ese lugar santo, pero ella le revela que jamás pretendió engañarle y que ha acudido allí para implorar su perdón. Fernando termina conmoviéndose, y concediéndoselo, propone a su amada que ambos huyan juntos del convento, pero es ya demasiado tarde para Leonora, que muere en sus brazos.
Con libreto de Alphonse Royer y Gustave Vaëz, basado en el drama "Le Comte Comminges" de Baculard d'Arnaud, Gaetano Donizetti estrenó La favorita (inicialmente en francés con el título de La favorite) en la Ópera de París el 2 de diciembre de 1840. La posterior y más popular versión italiana data del año 1847. Confieso que esta ópera nunca ha sido de mis predilectas, aunque desde las representaciones del Teatro de la Maestranza de Sevilla de 2009 mi aprecio hacia ella ha ido aumentado cada vez más. Si bien es obvio que La favorita no se cuenta entre las mejores creaciones de su autor, sí que contiene al menos un buen puñado de ideas musicales que hacen que funcione, como poco, como “ópera de momentos”.
La favorita no es una ópera especialmente afortunada en lo que a grabaciones videográficas se refiere. De hecho, la única que se comercializa “oficialmente” –grabaciones pirata aparte– es la que motiva esta entrada, distribuida desde el año 2007 por VAI. Se trata de una función registrada el 13 de septiembre de 1971 en el Tokyo Bunka Kaikan. Es una producción cuyo diseño, a cargo de Enzo Dehò, resulta hoy tremendamente oscuro –algo que se ve incrementado por la escasa calidad visual de la grabación– y rancio. Es la típica producción rígida, de cartón piedra y totalmente carente de imaginación y de interés visual. Casi todo el tiempo vemos estructuras góticas que simulan ser palacios o monasterios con un uso realmente pobre de la iluminación. Tan sólo el último acto aporta un elemento más arriesgado al presentar en el exterior del monasterio en el que se encuentra Fernando tres cruces a modo de Calvario. El problema es que la posición de las cruces, torcidas como elemento “moderno”, choca con el clasicismo acartonado del resto de la propuesta escénica y termina rechinando al espectador. El vestuario de Salvatore Russo sale algo mejor parado, aun sin resultar tampoco especialmente destacable. Lo mismo ocurre con la dirección escénica de Bruno Nofri, incapaz de romper la rigidez que lo envuelve todo. Todo director escénico de La favorita se enfrenta, además, al problema de cómo resolver el largo ballet del segundo acto. En nuestro caso, el Tokyo City Ballet Troupe cumple adecuadamente su función, aunque si hablamos de estilo, el baile resulta obviamente anacrónico. Sin embargo, si somos sinceros, lo cierto es que la música tampoco permite otra cosa.
Vayamos ahora con lo que realmente importa, que es con las voces. Después de lo escrito a propósito de la producción en sí misma, uno se plantea que muy bien tiene que ir la cosa vocalmente como para que la filmación resulte de algún interés que justifique tenernos ante el televisor en lugar de acudir al disco. Lo cierto es nuestra Favorita tiene un reparto sencillamente espectacular, casi inmejorable, que permite al espectador olvidarse de las carencias escénicas. Para empezar, que no es poco, contamos nada menos con la grandísima Fiorenza Cossotto en el papel principal de Leonora (Leonor de Guzmán), cuya calidad vocal es inversamente proporcional a su atractivo físico. Vamos, que la mujer no está muy creíble como hermosa cortesana, pero vocalmente es probablemente la intérprete referencial de este papel en toda la historia de la ópera grabada. Convence incluso más que en la célebre grabación discográfica de Bonynge, en la que aparece con Pavarotti y en cuyo proceso de grabación manifestó alguna dificultad, según recuerdo haber leído.
¿Y quién puede ser un Fernando a la altura de la mejor de las Leonoras imaginables? ¡Qué pregunta! Pues Alfredo Kraus, así de sencillo. Magistral en todo momento, es él quien arranca el primer aplauso del público tras su espléndida “Una vergine”, y quien borda el célebre "Spirto gentil" del cuatro acto, que se convierte en algo que cuesta imaginar como superable. En realidad, también Kraus es la referencia absoluta en el papel de Fernando, y entiendo que probablemente sólo el joven Pavarotti puede acercársele. El interés de este DVD se debe en buena medida al hecho de que el tenor grancanario, desgraciadamente, no dejó ninguna grabación en estudio de su emblemático Fernando –sí resulta muy recomendable la grabación, procedente del Teatro Colón de Buenos Aires de 1967, dirigida por Bruno Bartoletti– . Probablemente, de las distintas Favoritas de Kraus que fueron grabadas en vivo, esta filmación sea precisamente la que ofrece una mayor calidad sonora. Y ahora, un apunte cómico, al margen de lo musical. Es sabido que el maestro Kraus tenía una excelente y varonil presencia escénica, tal y como se refleja en este tipo de grabaciones. Un factor de importancia, en este sentido, era su magnética y característica mirada azul. Pues bien, la mala calidad de la filmación de esta Favorita hace que en ocasiones tengamos nada menos que a un zombie-Kraus, pues la mirada es tan clara y la iluminación es tan pésima que en ocasiones produce el efecto de que parece que mira con las cuencas de los ojos vacías. Y da yuyu. Pero ver a una cortesana con aspecto de drag queen caer en los brazos de un monje zombie vale la pena.
Ahora los malos. El gran Sesto Bruscantini compone un personalísimo y bien cantado Alfonso XI, si acaso con cierta tendencia a los sonidos nasales (“O ciel! Di quell’alma il puro candor...”). A Baldasarre lo encarna un jovencito Ruggero Raimondi, de treinta años recién cumplidos. Es un cantante que en su carrera no ha convencido como bajo –sombras de su Filippo con Giulini– y que en lo personal tampoco me convence demasiado como barítono salvo en algunas honrosas excepciones, como por ejemplo su siempre notable Escamillo. El caso es que aquí, aun tratándose de un papel de bajo, me gusta. Se le ve cómodo y para nada ajustado en el grave y resulta perfectamente efectivo en su papel. Quizás no sea un Baldasarre con el bellísimo esmalte vocal de un Ghiaurov, pero no hace bajar un ápice el excelente nivel vocal del reparto. Los que acudan a este DVD con reservas al ver el nombre de Raimondi quedarán sorprendidos para bien.
También los secundarios ofrecen un buen nivel. La para mí desconocida Marisa Zotti hace una estupenda Inés, con la adecuada dosis de gracia en su primera entrada (“Bei raggi lucenti”). En cuanto a Don Gasparo, Augusto Pedroni resulta correcto, aunque poco más. No es en absoluto un papel lucido.
Muy bien también el NHK Italian Opera Chorus, dirigido por Nobuaki Tanaka. NHK son las siglas de “Nippon Hoso Kyokai”, que según la más célebre enciclopedia de internet significa “Corporación Emisora de Japón” o “Asociación de Radiodifusión de Japón”. Los japoneses no muestran problemas de dicción italiana y se hace bastante simpático verles vestidos con ropas y peinados occidentales propios de la Edad Media.
En cuanto a la orquesta, el siempre grande Oliviero de Fabritiis parece entenderse también sin problemas con la orquesta nipona (NHK Symphony Orchestra). He localizado un breve corte al final del segundo acto. Ignoro si habrá más.
Y ahora vamos con los datos “accesorios”. Como ocurre siempre con la VAI, el DVD cuesta un ojo de la cara. Yo lo adquirí hace varios años en un 2x1 de un famoso centro comercial –con esta estupenda Poppea–, con lo que la compra me salió, en términos generales, más asequible, pero el precio es abusivo. No hay extras ni nada parecido, aunque al menos sí se incluyen subtítulos en castellano, algo que no siempre ocurre con las filmaciones distribuidas por VAI. El librito interior no contiene nada más que el índice de capítulos. En cuanto a la grabación en sí misma, la calidad visual es similar a la de un VHS, o incluso peor. La imagen es oscura, y la iluminación blanca que predomina en buena parte de la acción resulta en la filmación de un verde bastante feo y antinatural. La imagen, además, está bastante punteada, algo que se deja ver aún más (compruébese, por ejemplo, en la obertura) debido a la oscuridad general que lo envuelve todo. En cuanto al audio, en ocasiones, sobre todo si escuchamos este DVD con los cascos puestos, se escucha levemente al apuntador, lo cual es probablemente debido a la presencia de algún micrófono mal colocado. La calidad de audio resulta, sin embargo, excelente.
Es caro y visualmente de nulo interés. ¿Compensa? Si a usted, como a mí le gusta ver a los grandes, sí. Además, ya he señalado que esta grabación es quizás la de mayor calidad sonora en la que podemos escuchar el emblemático Fernando de Kraus. Si estas razones no le resultan suficientemente convincentes, puede usted refugiarse tranquilamente en la discografía de esta ópera en cedé.
“Il Trovatore” es la primera ópera verdiana que desfila por mi blog este año 2012, y con ella cierro la llamada trilogía “intermedia”, junto con Rigoletto y La traviata. He aquí mi resumen del libreto, para mayor comprensión de aquellos que desconozcan la obra:
Acto 1: Zaragoza, 1413. Varios soldados al servicio del Conde de Luna vigilan los movimientos de un recién llegado trovador que parece haber seducido a Leonora, la amada del Conde. Ferrando entretiene a la tropa narrando una desdichada historia: hace muchos años enfermó el pequeño hermano del Conde, y una gitana, acusada de maldecir al pequeño, fue quemada por ello en la hoguera. Pero esa gitana tenía a una hija no menos cruel que su madre, que raptó al bebé enfermo y lo arrojó a la misma hoguera, dándose a la fuga. Concluida la historia, todos los presentes se horrorizan y quedan invadidos por un terror irracional y supersticioso.
Leonora, por su parte, espera acompañada de su doncella Inés la llegada de Manrico, el trovador. Inés trata de convencerla de que olvide ese peligroso amor, pero Leonora se opone. Aparece entonces el Conde de Luna, inflamado de amor hacia Leonora, pero trata de ocultarse cuando escucha el canto del enigmático trovador, que se acerca. A causa de la oscuridad, Leonora confunde al Conde con su amado Manrico y lo abraza. Manrico se encoleriza, y aunque la intervención de Leonora consigue calmarlo nada impide que los dos rivales se batan en duelo.
Acto 2: Vizcaya. Varios gitanos se preparan para el trabajo, mientras la gitana Azucena recuerda atormentada la muerte de su madre en la hoguera, hace ya muchos años. Cuando Manrico, que la cree su madre, se queda a solas con ella, Azucena le confiesa que nunca llegó a arrojar al hermano del Conde a la hoguera. Aquél día ella contemplaba la ejecución llevando en brazos a su propio hijo. Luego raptó al bebé del Conde, pero presa de la confusión y del espanto que le producía contemplar la agonía de su madre terminó arrojando al fuego por error a su propio hijo. Manrico queda muy confundido por la historia que acaba de contarle Azucena, pero esta última se esfuerza con empeño en hacerle creer que ella y no otra es su madre. Por su parte, él narra el resultado de su duelo con el Conde. Cuando aquél había caído a tierra y Manrico se disponía a matarlo, sintió un inexplicable impulso que le hizo detener el golpe. Azucena, decepcionada, hace jurar a Manrico que no desaprovechará ninguna nueva oportunidad de matar al cruel Conde de Luna. Después llega un mensajero que urge a Manrico a que se presente en Castellor a apoyar a los adversarios del Conde. Manrico es igualmente informado de que Leonora, que le cree muerto, está a punto de ingresar en un convento. El joven se marcha a toda prisa para evitar que su amada tome los hábitos.
En el convento esperan el Conde y Ferrando, dispuestos a raptar a Leonora antes de que comience le ceremonia. Sin embargo, Manrico consigue llegar poco después de que ella entre, lo que ocasiona una explosión de furia en el Conde y una extrema alegría en Leonora.
Acto 3: Ferrando anima a los soldados del Conde a recuperar Castellor. Al poco es arrestada una gitana vagabunda, que es conducida ante el Conde ante la sospecha de que pueda tratarse de un espía de Manrico. En realidad se trata de Azucena, que es reconocida por Ferrando como la asesina que arrojó al fuego al hijo del anterior Conde de Luna. El Conde, al enterarse de que ella es además la madre de Manrico, se regocija de herir en lo más profundo a su rival.
Mientras tanto, Manrico y Leonora se disponen a casarse antes de que la batalla tenga lugar. Ruiz, un mensajero, informa a Manrico de la reciente captura de su madre, y este, fuera de sí, lanza a sus soldados a la batalla para rescatarla.
Acto 4: El Conde ha ganado la batalla y Manrico ha sido hecho prisionero y conducido a la misma mazmorra que Azucena. Luna dispone que el joven sea pasado a cuchillo al amanecer y que la gitana sea quemada en la hoguera, como su madre. Leonora, sin embargo, le jura que se convertirá en su esposa si Manrico es liberado. El Conde accede y le permite el acceso a la prisión.
En la mazmorra, Manrico trata de consolar a su horrorizada madre, que cae dormida de puro agotamiento. Leonora entra y le suplica que huya con prontitud, pero Manrico, que advierte que ella ha conseguido su libertad a cambio de entregarse a sí misma al Conde, se indigna y prefiere morir. Es entonces cuando Leonora le revela haber tomado un veneno mortal para evitar el enlace. El Conde lo observa todo oculto, y descubre el engaño cuando ve a Leonora desplomarse y morir. Manrico es inmediatamente llevado al suplicio y el Conde conduce a Azucena a una ventana desde la que observarlo. La gitana le revela entonces que acaba de matar a su propio hermano, y que con ello, ella ha vengado finalmente a su madre. El Conde queda confuso y aterrado.
Click para acceder a la traducción completa del libreto al castellano.
Junto con Rigoletto y La traviata, Il Trovatore constituye uno de los títulos que integran la trilogía del período “intermedio” de Verdi. Es frecuente acusar de descabellado su libreto. Resulta obvio que contiene una infinidad de situaciones extravagantes, pero la historia, con todos sus clichés incluidos, no deja de ser teatralmente efectiva gracias a la música del gran Giuseppe Verdi. Guste más o menos, el libreto dispone de elementos más que suficientes como para mantener en tensión permanente al espectador durante dos horas y media: amores imposibles, sacrificios y crueldades, y sobre todo, la historia de dos hermanos que no saben que lo son y que se odian mutuamente a causa de su amor por una misma mujer. No es, claro está, el mejor libreto de una ópera de Verdi (¡Otello!), pero a mí no me disgusta para nada. El autor del texto es Salvatore Cammarano, quien se inspiró a su vez en el drama “El trovador” de Antonio García Gutiérrez.
Como muchas otras obras de su autor, Trovatore es una obra bendecida por una buena cantidad de excelentes grabaciones, pues su popularidad ha sido constante desde su estreno en Teatro Apolo de Roma, el 19 de enero de 1853, menos de dos meses antes del de La traviata. Como ocurre siempre, el número de grabaciones de interés es mucho más bajo en el ámbito del DVD que en el de las grabaciones en disco. Pero existe un Trovatore sensacional que todo buen verdiano tiene la obligación de conocer. Me refiero, como no podría ser de otra manera, a la excelente grabación de Herbert von Karajan en la Ópera Estatal de Viena en 1978, con un reparto sencillamente maravilloso.
El interés de esta filmación radica en dos elementos: su elevadísimo nivel musical y la posibilidad de ver juntos a un buen puñado de genios del canto dando lo mejor de sí mismos. No son interesantes los decorados, ni la dirección escénica, ni la filmación en sí misma, pero con semejantes monstruos sobre el escenario eso es lo de menos. De todas formas escribiré brevemente sobre estos apartados, para que el eventual lector de esta entrada pueda hacerse una idea lo más completa posible de lo que le depara el visionado de esta filmación, si se anima a verla. El decorado de Teo Otto, de corte clásico, resulta muy anticuado y modesto hoy en día, con la utilización de paneles que no contribuyen precisamente a dotar a las escenas de ningún realismo. Eso se hace especialmente palpable en la escena segunda del tercer acto, que resulta terriblemente pobre visualmente. Mejor parado sale el correcto vestuario de Georges Wakhewitsch, y correcta la dirección escénica –de la que se ocupa el propio Karajan– aunque resulta innegablemente estática en momentos como el comienzo del tercer acto (coro “Squilli, echeggi”). La calidad de imagen es modesta, más o menos como la que podría ofrecer un VHS. También resulta cursi y anticuado el modo en el que se difuminan los contornos en la escena segunda del primer acto. Pero vale la pena. Ya digo que el interés de esta versión es muy alto, y no se encuentra en ninguno de estos aspectos, sino en el musical.
Comenzando las cosas por su orden lógico, hay que empezar hablando del Manrico de Plácido Domingo. Para entonces, él ya se había medido en el papel, por ejemplo, con la estupenda grabación de Zubin Mehta, en la que también encontramos a Fiorenza Cossotto, de la que hablaremos enseguida. Domingo hace aquí un buen trabajo, y a servidor le encanta el modo en el que entona sus “canciones” a Leonora (“Deserto sulla terra”; “Ah, che la morte ognora”). Consigue una de las más largas ovaciones con una sensacional “Amor, sublime amore”, mientras que en “Di quella pira” no se le ve para nada cómodo, como era de esperar. El propio Domingo declara haber abordado el do de pecho tan sólo en las grabaciones, no pasando del si natural en escena. En cualquier caso, la tesitura natural de Manrico no excede del la natural, por lo que Domingo no manifiesta aquí más dificultades de las expresadas y se maneja con soltura y naturalidad.
En la edición en DVD de la colección “Plácido Domingo: My greatest roles” (vol. 2) se incluye un DVD independiente de entrevistas en las que el maestro Domingo hace algunas reflexiones muy interesantes sobre su personaje que yo, lo confieso, nunca me había planteado. Tanto Manrico como el Conde de Luna deben ser, como él dice, muy jóvenes, y la imposibilidad de Manrico de matar a su rival durante el duelo se debe a su propia naturaleza como hermano suyo, de la cual él no es consciente. Luna, sin embargo, actúa en todo momento cegado por los celos, y por ello sí atraviesa esa barrera natural que Manrico no llega nunca a sobrepasar, matando a su propio hermano.
Con la sensacional Raina Kabaivanska podríamos acabar, en realidad, muy pronto. Es lo que tiene hacer las cosas tan extraordinariamente bien. Ella, como Leonora, funciona estupendamente como pareja de Domingo (véase, por ejemplo, su estupenda Tosca, también en DVD) y se muestra creíble no sólo en lo vocal (eso va por descontado) sino también en lo escénico. Toda la segunda escena del primer acto es una maravilla gracias a ella, y lo mismo vuelve a ocurrir al comienzo del último acto con su estupenda “In quest'oscura notte ravvolta”.
Azucena es mi personaje favorito. Es el que ofrece una psicología más compleja y uno de los más lucidos vocalmente. Es alguien por quien podemos llegar a sentir a un mismo tiempo compasión y repugnancia (no nos olvidemos de que se trata de la asesina de un niño pequeño). El personaje es confuso, y está moldeado para sembrar de inquietud al espectador, fórmula esta que se mantiene hasta el último instante de la ópera, en el que ella, en lugar de lamentarse de la muerte de Manrico, a quien ha criado como a su propio hijo, se regocija de haber vengado al fin a su madre muerta haciendo que el Conde destruya por sí mismo a su hermano, a quien ella no llegó a quemar vivo. Para dar vida a este personaje, tan terrible como atractivo, tenemos la que para mí es la mejor opción imaginable: Fiorenza Cossotto. Esta grandísima mezzosoprano es una de las referencias indiscutibles en el papel, que había grabado ya varias veces antes de la presente filmación (véase, por ejemplo, la antes referida grabación de Mehta o la anterior de Tullio Serafin con Carlo Bergonzi y la estupenda y nunca del todo suficientemente valorada Antonieta Stella). Por su fuera poco, a su característica voz, llena de squillo y colorido y trabajada de forma extraordinaria, hay que sumar su buen hacer actoral, dando vida a una Azucena pródiga en gestos teatrales, casi paranoicos, y en miradas enloquecidas y llenas de pánico. Una intérprete absolutamente referencial e indispensable en el papel.
Ahora los malos. Piero Cappuccilli, a quien tenemos aquí como Conde de Luna, fue uno de los grandes barítonos verdianos del pasado. De esos que ya no quedan, desgraciadamente. Por otra parte, aunque el papel de Ferrando sea secundario, es un lujo que este recaiga sobre un bajo de la categoría de José Van Dam, que aborda fabulosamente la escena primera del primer acto, aunque sería quizás deseable algo más de agilidad en el “cuento” de la gitana (“Di due figli”).
El resto es más modesto. Maria Venuti está correcta sin más en el poco lucido papel de Inés. Por su parte, resultan más flojos el Ruiz de Heinz Zednik y el mensajero de Ewald Aichberger.
En lo que se refiere al Coro de la Ópera Estatal de Viena, este cumple sobradamente bien, aunque se lo traga la orquesta en la parte final del “Squilli, echeggi”.
La guinda del pastel es la presencia del maestro Herbert von Karajan al frente de la orquesta. El célebre director salzburgués ya había grabado un excelente Trovatore anteriormente con Corelli y Price. La dirección es simplemente perfecta, y quizás lo único reprochable es la eliminación de la sección central de Leonora (“Non reggo a colpi”) en la “pira”. Una cosa simpática: Hace poco comenté la curiosa forma de saludar de Luciano Pavarotti cuando el público arrojaba ramos de flores al escenario (ver aquí). Pues bien, lo que no le ocurría entonces al tenor modenés le ocurre aquí a Karajan. Es muy ovacionado por el público al salir a saludar, pero alguien, no se sabe si con abyectas intenciones, lanza un ramo de flores con tan mala (o buena) puntería que impacta sobre su cabeza y le despeina un poco. El maestro sonríe y lo recoge del suelo, sin más.
Seamos sinceros. Muy pocos deuvedés de ópera tienen un nivel musical tan elevado como para situarse junto a las grandes grabaciones en disco. Lo he dicho muchas veces. Esta filmación, aun con sus obvias carencias visuales, es uno de esos casos excepcionales que rompen la regla general. Así que si sois verdianos y no habéis visto este DVD ya sabéis que como documento visual de Il Trovatore vale muy mucho la pena.
De las ediciones disponibles, quizá la que valga más la pena sea la antes referida de la colección “Plácido Domingo: My greatest roles”, simplemente porque incluye también a un precio asequible Otello, Ernani y un DVD de entrevistas a Plácido Domingo.
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