sábado, 29 de enero de 2011

Carmen (Migenes-Johnson, Domingo, Raimondi - Maazel)

Resulta curioso que, en mi costumbre de comentar cada mes una grabación de ópera en DVD (el mundo del disco, infinitamente más rico, me llevaría también más tiempo), Carmen se sitúe ya en decimosexto lugar aun siendo de mis óperas preferidas. De hecho, acaba de darme cuenta de que tengo una cifra de “óperas preferidas” más alta de lo que yo mismo pensaba, pues son muchos los títulos por los que siento especial predilección y que aún no han desfilado por el presente blog de ninguna manera. Vayamos por ahora con la famosa historia de la cigarrera sevillana y del soldado Don José.

Acto 1. Sevilla, entorno a 1820. Varios soldados del regimiento de los Dragones de Alcalá pasan su turno de guardia observando el ir y venir de la gente. Micaela, una joven de aspecto encantador, se acerca al cabo Morales para preguntarle por el soldado Don José, con quien desea hablar. Informada de que éste se incorporará en la siguiente guardia, Micaela se retira. Con el cambio de guardia aparece Don José, un joven de origen navarro que abandonó su hogar para hacerse soldado. En ese momento, varias cigarreras abandonan temporalmente la fábrica de tabacos para un descanso, y entre ellas se destaca una joven gitana llamada Carmen, que arroja descaradamente una flor al perplejo Don José. Poco después aparece de nuevo Micaela, quien trae al soldado noticias de su madre: la anciana ha perdonado a su hijo por haberla abandonado y desea que vuelva al hogar para casarse con la propia Micaela. Don José accede conmovido, pero un griterío procedente del interior de la fábrica de tabacos le obliga a abandonar estos pensamientos. Carmen es arrestada por herir en el rostro a otra cigarrera después de una discusión, y Don José es elegido para acompañarla a la cárcel. La gitana consigue seducirle y Don José se arroja deliberadamente al suelo después de que esta le empuje, para dejarla así escapar.

Acto 2: Carmen se encuentra en la taberna de Lillas Pastia en compañía del teniente Zuñiga y de varios de sus soldados. El oficial le hace saber que Don José, que fue arrestado por dejarla huir, acaba de abandonar la prisión. Aparece entonces el torero Escamillo, cuya presencia es celebrada con entusiasmo y quien se enamora inmediatamente de Carmen.

La taberna, una vez cerrada, se convierte en un punto de encuentro de los contrabandistas, a los que ahora pertenece también Carmen. Sin embargo, esta rehúsa ayudar por esa noche a sus amigos contrabandistas Dancaïre, Remendado, Mercedes y Frasquita, pues desea encontrarse con el recién liberado Don José. En efecto, este se presenta en la taberna, pero desea regresar pronto al cuartel para que no le echen en falta, lo que provoca el enojo de Carmen. Don José trata inútilmente de convencerla de que la sigue amando y de que ha conservado en la prisión la flor que ella le arrojó, pero en ese momento aparece el oficial Zuñiga con intención de seducir a Carmen, lo que provoca un arranque de celos por parte de Don José que le lleva a enfrentarse a su superior. Zuñiga es reducido y atado por los contrabandistas, a los que ahora termina uniéndose Don José irremediablemente.

Acto 3: Ha pasado algún tiempo y la relación entre Carmen y Don José, convertido ya en contrabandista, se ha deteriorado ante los celos de éste y las ansias de libertad e independencia absolutas por parte de ella. Carmen trata de predecir su futuro por medio de las cartas y pronostica su próxima muerte. Micaela, por su parte, consigue llegar hasta el lugar montañoso en el que se han detenido temporalmente los contrabandistas para hablar con Don José. Sin embargo, éste último percibe antes la presencia del torero Escamillo, que aún ama a Carmen y se ha personado allí para buscarla. Ambos se enfrentan navaja en mano, aunque la pelea es interrumpida y Escamillo se despide, no si antes invitar a todos los presentes a que acudan a verle a las corridas de toros de Sevilla. Micaela abandona entonces su escondite y persuade a Don José de que se aleje de Carmen y de esa forma de vida y de que acuda a visitar a su madre, que morirá pronto.

Acto 4. Carmen acude a la plaza de toros de Sevilla como espectadora de una corrida en la que participará Escamillo, a quien ya ha decidido convertir en su nuevo amante. Aunque sus amigas Mercedes y Frasquita se lo desaconsejan, Carmen abandona la plaza para hablar con Don José, que se encuentra fuera esperándola. Este trata inútilmente de reconquistarla y monta en cólera cuando escucha de sus labios que ahora ama a Escamillo. Cuando Carmen le arroja un anillo que él le regaló cierta vez, Don José la apuñala mientras se escuchan los gritos del triunfo de Escamillo desde el interior de la plaza.

Enlace al libreto en castellano.


Portada de la grabación en disco que sirve de banda sonora a la película de Rosi

Basada en la novela corta de Prosper Merimée y con libreto de Henry Meilhac y Ludovic Halévy, Carmen ha sido siempre considerada, quizás injustamente, como prácticamente la única obra maestra de Georges Bizet, llegando a eclipsar el resto de su producción musical. No es este el lugar ni el momento para analizar el por qué del olvido durante tanto tiempo de buena parte de la música del autor, ni tampoco las razones por las que la crítica mayoritaria respondió de forma airada al estreno de la ópera, el 3 de marzo de 1875, apenas unos meses antes de que Bizet falleciera repentinamente víctima de un ataque cardíaco fulminante. Es obvio que muchos rasgos del argumento debían considerarse inmorales en su tiempo (se dice que Bizet, que tomó parte activa en la redacción del libreto, llegó a reescribir hasta en trece ocasiones el texto de la famosa habanera), y que la crudeza y realismo con que se describe la tormentosa relación de la pareja protagonista se alejaba enormemente de todo lo que se suponía como propio de la Opéra-comique francesa. Al rechazo de la crítica debió también contribuir la representación de un asesinato sobre el mismo escenario como cruda conclusión a la ópera, que en un alarde de realismo y como antecedente de lo que posteriormente cristalizaría en el género verista, se cierra sin final feliz ni moraleja alguna para el público. “Lo que ustedes quieran, pero que Carmen no muera al final”, llegó a decir a los libretistas Alphonse de Leuven, codirector del Théâtre de l’Opéra-Comique.

Francesco Rosi dirigió su película Carmen en 1984, eligiendo escenarios reales de Sevilla, Ronda y Carmona para la filmación. En toda “película” de ópera, como ya he señalado repetidamente en este blog, hay cierta tensión entre el apartado musical y el meramente visual, cuestión que aquí se zanja en un claro predominio del segundo en detrimento de la música. Rosi muestra una convincente visión de la Sevilla decimonónica (la filmación se ambienta entorno a 1870, algo más tarde de lo que especifica el libreto), apostando más por el realismo visual que por los típicos clichés: es una Sevilla soleada y de fachadas encaladas, sí, pero también un lugar polvoriento y desfavorecido económicamente salvo para unos pocos. La cuestión es que, como decía, como espectador uno tiene la impresión de que en esta película importó más lo visual que lo musical. Hay numerosos momentos en los que la partitura de Bizet es manipulada, cortándola e introduciendo silencios molestos para cualquiera que conozca (y ame) la obra y que sólo se justifican porque el director quiere recoger algo con la cámara que no encaja con la música que debería estar sonando. Sin ir más lejos, justo después de la famosa obertura tenemos un irritante corte, un momento de absurdo silencio musical en el que se nos muestra una procesión de Semana Santa. También los diálogos aparecen muy manipulados y los continuos ruidos ambientales aportan sin duda realismo cinematográfico, pero musicalmente están de más. Digamos que no es una filmación de Carmen, sino sobre Carmen.


Sería injusto, pese a lo arriba escrito, quedarse únicamente con lo discutible y negativo. No puede negarse que visualmente la película es espléndida y que sirve para alegrarle la tarde a cualquiera. Los escenarios de la filmación son una maravilla: se observa el interior del Alcázar de Sevilla (donde aparece bailando la célebre Cristina Hoyos), la Catedral de Sevilla y al comienzo del segundo acto aparecen erróneamente las torres de la Plaza de España, y digo erróneamente porque la plaza (por cierto, recién restaurada, que falta le hacía) se construyó para la Exposición Iberoamericana de 1929. Rosi muestra una clara preferencia por los planos amplios, ofreciendo imágenes de gran belleza visual. El vistoso manejo del coro es también sobresaliente, como no podría esperarse otra cosa de la coreografía de Antonio Gades. Aparece también en la escena de las cigarreras el bailarín Enrique “el cojo”, fallecido pocos meses después de la filmación. Si después de tantas licencias la cosa no hubiese funcionado visualmente, estaríamos ante un inmenso despropósito, que al menos no es el caso.

Adoro la enorme complejidad del personaje de Carmen. No cabe duda de que ella se ha convertido en el prototipo (sobre todo para el extranjero) de la mujer andaluza que conjuga picardía, misterio y sensualidad. Hay en ella, o al menos yo lo veo así, un componente oscuro, maligno quizás, inexistente en la tímida Micaela (personaje de contraste, sin duda) que unido a su innegable erotismo la convierte en una bomba de relojería, en una auténtica femme fatale (“Si yo te amo, ten cuidado”). En cierto modo, ocurre aquí algo relativamente parecido a lo que escribí hace unos meses en relación a Don Giovanni: todo el atractivo del personaje principal, que es mucho, se antoja siniestro porque el público es consciente de que por debajo de ese don de seducción, de esa galantería, se esconde algo oscuro. La diferencia es que en Don Giovanni, los espectadores asistimos a las maquinaciones perversas del protagonista y por tanto, observamos sus malvados intentos de seducción desde la distancia, con repulsión incluso (véase lo ocurrido con Donna Anna en el primer acto). Carmen es distinta: jamás se nos muestran sus intenciones de antemano, sino que como espectadores que somos las vamos viviendo al momento, y en consecuencia nos situamos en el mismo plano de indefensión respecto a ella de Don José, de Micaela, de Escamillo. A diferencia de Don Giovanni, Carmen sí consigue que el público entre en su trampa de seducción. Quizás se deba a que el personaje vive permanentemente en el “ahora” y sus ansias de independencia sexual no obedecen a un “plan” preconcebido, como ocurría con Don Giovanni y su infantil necesidad de ampliar la lista de sus conquistas. Carmen es aún más libre que Don Giovanni: actúa a voluntad sin reflexionar cuál ha de ser su norte, su objetivo y eso la convierte en un ser maravillosamente imprevisible... y despiadado para todo aquél que sueñe con conquistarla y vivir con ella por más de “seis meses”, como refiere Escamillo. A diferencia de Don José, el torero sí conoce la volubilidad de Carmen antes incluso de iniciar su relación con ella, y el hecho de que sin embargo esté dispuesto a intentarlo es francamente descriptivo de hasta dónde llega la capacidad seductora de la protagonista. ¿Se presta Escamillo, a diferencia de Don José, a ser un juguete roto en manos de Carmen? Es posible, claro que su aceptación tácita de las “reglas del juego” impuestas por ella puede llevar a pensar que quizás él no sea distinto de la gitana.


Julia Migenes-Johnson es una soprano que saltó a la fama con esta Carmen, después de lo cual no hizo demasiadas cosas: pocas grabaciones de ópera y un par de desafortunados intentos en el cine. En los últimos años ha aparecido en un show propio que incluso se comercializa en DVD y en el que, por lo que he visto, se dedica simplemente a soltar las bufonadas más trilladas sobre el mundo de la ópera. Supuestamente tiene gracia, aunque yo no se la he visto a ninguno de los ejemplos que hay por youtube. En cualquier caso, pese a ello y pese a que esta mujer no fue capaz de elaborarse una carrera sólida de cantante, lo cierto es que su Carmen, alabada recientemente por Elina Garanča, es más que aceptable si tenemos en cuenta cuál era el panorama vocal a mediados y finales de la década de los ochenta: Migenes no es Teresa Berganza ni Victoria de los Ángeles, pero se sitúa a años luz de la calamitosa Ewing y también me parece preferible a la estimable Carmen de Agnes Baltsa, afamada por aquél entonces gracias a la grabación de Karajan con Carreras. Tratándose como se trata de una soprano, algunos de sus descensos al grave son ajustadísimos, pero en líneas generales su interpretación es bastante musical al oído, al menos en comparación con aquellas que por esos mismos años se limitaban a gritar el papel. En el ámbito interpretativo Migenes es una Carmen excelente, si bien es cierto que su erotismo no es precisamente suave ni insinuado, especialmente durante su encuentro (y enfado) con Don José en el segundo acto. Como diría Chiquito, mucha “guarrería española”. En su intento por mostrar una imagen creíble de una gitana andaluza de hace dos siglos, Rosi nos presenta a una Carmen con abundante pelambrera en la cabeza... y también en las axilas. En cualquier caso, Migenes, con su voz juvenil y carente quizás de la densidad con que, al menos yo, estoy acostumbrado a escuchar al personaje, sí consigue transmitir los rasgos que toda Carmen debe poseer: gracia, despreocupación, erotismo “malvado” (es decir, con segundas intenciones), inflexibilidad de carácter, etc. Es capaz de jugar con la mirada transmitiendo picardía o furia y de bailar mucho mejor que adecuadamente. Seamos honestos: para el tipo de película ultrarrealista de que se trata, Julia Migenes es una elección más que acertada.

Cabría preguntarse, hecha esta descripción de la mentalidad de Carmen (siempre a mi subjetivo entender), cuál es el papel que esta asigna a Don José en su vida. Es obvio que la seducción del soldado en el primer acto se produce únicamente con la finalidad de escapar de la prisión, lo que obliga a excluir, por lo menos por entonces, cualquier tipo de sentimiento romántico por parte de ella. En el segundo acto es diferente: ella rehúsa acompañar a sus amigos contrabandistas para encontrarse con él, y se declara enamorada. Sin embargo, también aquí (y esta vez de forma aún más inesperada para el público, que no se lo ve venir) Carmen sale con segundas intenciones al tratar de convencer a Don José de que le demuestre su amor convirtiéndose como ella en contrabandista. Ella trata de manipularle para hacer caso a la insinuación de Dancaïre de que sería conveniente contar con un Dragón de Alcalá en el grupo. Da la sensación de que Don José es un juguete en manos de Carmen, un simple divertimento, y ni siquiera sabemos si el amor de ella hacia él es auténtico o se trata de la simple diversión de unirse a un joven soldado. Insisto en que quizás la relación de Carmen con Escamillo hubiera sido diferente, pues al conocer él el carácter variable de ella, ambos se sitúan en un plano de mayor igualdad.

Naturalmente este es sólo un enfoque de los muchos posibles. Es cierto que Don José es un hombre manipulado y desengañado, destruido incluso por Carmen, pero nada de ello hubiera sido posible si él hubiese tenido un mínimo de firmeza de carácter. Es el mayor “calzonazos” de toda la historia de la ópera: va a prisión y es degradado, se convierte en un desertor y un bandido, rechaza la tranquilidad de su casa y una unión estable con la dulce Micaela y termina convirtiéndose en un asesino. Siento infinitamente más simpatía por la destructiva Carmen que por el destruido Don José, y el asesinato de ella (pura violencia de género, que diríamos hoy) es ya la guinda en el pastel.

El papel de Don José es uno de los que, en mi opinión, mejor encajan con la densa voz de Plácido Domingo. Cuando se realizó la grabación en estudio con Maazel y se filmó la película, él ya era un reconocido intérprete del papel gracias a la maravillosa grabación de Abbado con la inconmensurable Teresa Berganza y a la famosa producción de Franco Zeffirelli con Elena Obraztsova. La única pega, por decir algo, es que su recurso a tirar levemente de la gola se nota aquí algo más de lo muchas veces acostumbrado en él, aunque la interpretación no baja del sobresaliente. La versión que ofrece aquí de La fleur que tu m'avais jetée es francamente conmovedora (por cierto que Rosi acierta ofreciendo algo inédito: una Carmen que sí queda enternecida por las palabras de Don José) y su dúo con Micaela en el primer acto es musicalmente de lo mejor de su interpretación en esta película.

En el papel de Escamillo tenemos a Ruggero Raimondi, un cantante que en líneas generales no me gusta. En primer lugar está el archisabido problema de adivinar cuál es su tesitura, tarea francamente imposible. Normalmente, lo que ocurre es que a mí no me convence ni como barítono ni como bajo. Su voz es espesa como el humo, privada en mi opinión de casi cualquier belleza y musicalidad. Pero es una opinión. Lo cierto es que este Escamillo es una de las afortunadas excepciones en las que la presencia de Raimondi me parece estimable, con una magnífica “aria del torero”, aunque tal vez con una nasalidad algo excesiva. Y hablo de excepciones porque insisto en que este hombre suele convencerme poco o nada también en la cuerda de barítono. Su Scarpia, sin ir más lejos, se me hace insoportable, aunque parece contar con admiradores. Samuel Ramey, cuyo Escamillo en el DVD del Metropolitan con Levine me gusta bastante, hubiera sido también una excelente opción para esta película, pero de todas formas quienes compartan mi opinión sobre Raimondi pueden sentirse tranquilos: su intervención es bastante notable, y además es simpático verle vestido de torero y santiguándose con la montera.


La Micaela de la para mí desconocida Faith Esham tiene el correcto aspecto recatado que requiere el personaje, con coleta y unos magnéticos ojos azules. Vocalmente es una lírica pura y su más que aceptable aparición en el tercer acto queda cuestionada por la absurda decisión de Rosi de manipular el sonido durante su aria Je dis que rien ne m'épouvante, difuminando parte del audio de la misma en un eco para crear la gratuita impresión de que la oración del personaje está pensada y no pronunciada en voz alta. Innecesario, sobre todo teniendo en cuenta que implica manipular, una vez más, la excelente música de Bizet. Si le llegan a hacer eso mismo a la Freni me habría dado un patatús. Por lo demás, es evidente que el personaje, inexistente en la novela de Merimée, es una clara antítesis de Carmen, encarnando la clase de amor duradero que realmente necesita Don José, pero careciendo también del misterio y la seducción de Carmen que mantienen hechizado al soldado.


Los demás secundarios tienen el buen nivel necesario, con la única salvedad de un lamentable, por engoladísimo, Dancaïre, cuyo nombre no recuerdo y no voy a molestarme en buscar. Bien los soldados, así como Frasquita y Mercedes, bastante simpáticas en la escena de las cartas.

La dirección de Lorin Maazel al frente de la Orquesta Nacional de Francia es una de tantas. Convencional, sin elementos particulares de originalidad a destacar y poblada aquí y allá, como ya he referido antes, de continuos ruidos de fondo que no siempre puede decirse que sean necesarios. Sí que me gusta bastante el coro, aunque ello se ve incentivado por lo vistoso de su presencia en la película.

Hay varias ediciones en DVD. Yo poseo la reciente edición francesa que se corresponde con la carátula que aparece al comienzo de esta entrada y debo advertir que únicamente cuenta con subtítulos en francés y en inglés. Se incluye un segundo disco de entrevistas, esta vez sin subtítulo alguno y en un único e incómodo capítulo. También el estuche es manifiestamente mejorable: la presentación en cartón es indudablemente elegante pero poco práctica, ya que cada vez que lo abro rueda algún disco por el suelo.

En conclusión, más Rosi que Bizet, aunque el resultado general de la película es efectivo y yo la veo con gusto.

PS: No sé ya el tiempo que llevo buscando el DVD de Berganza y Domingo de 1981, de limitadísima comercialización. A ver si las casas discográficas se animan y se distribuye como es debido.















miércoles, 26 de enero de 2011

Una felicitación a Plácido


El pasado viernes se celebró en el Teatro Real de Madrid el concierto-homenaje a Plácido Domingo en su setenta cumpleaños. Lo seguí desde casa y lo cierto es que me gustó bastante, desde luego lo suficiente para que le escribiera una felicitación en la web del Real y para que al día siguiente fuese víctima de un fuerte ataque de dominguismo. Ya en este blog me he autoproclamado "dominguista" en varias ocasiones y he manifestado cuánto me revuelven aquellos que atacan a este enorme artista de forma exageradamente sañuda, como si en ello estuviese en juego lo “exquisito” de los gustos musicales. Yo, por mi parte, admiro a Domingo precisamente porque conozco o creo conocer sus defectos (sí, ya lo sabemos: su sempiterno problema con el agudo, alguna tendencia nunca exagerada a tirar de la gola, el fiato corto...) y ello me ha llevado hasta el día de hoy a sopesarlos con sus innegables méritos para terminar concluyendo que la balanza se desequilibra enormemente a favor de estos últimos.

Plácido Domingo es un caballero, un cantante histórico en vida que posee una humildad que simplemente no existe para otros “divos” de tres al cuarto del panorama actual. Escribo esto pensando en su ínfimo número de cancelaciones, mientras que otros parecen realizarlas a capricho. Con decir que a Plácido apenas le detuvo el cáncer durante unas semanas... Y es obvio que no es necesidad económica lo que le mantiene en activo, sino pasión por la ópera. Hablando de humildad, cuando alguien se refiere a él exageradamente como “el mejor tenor del mundo”, él desvía la cuestión afirmando que a quienes venera es a los clásicos y a Caruso.

Podría ponerme sentimental, más o menos como en la felicitación que escribí, y decir que tanto en mi caso como estoy seguro que en el de miles de personas más, Plácido ha puesto voz a momentos de nuestra vida y ha sido capaz de eliminar aunque solo sea temporalmente, nuestros pensamientos más negativos para sustituirlos por música y belleza. No hay profesión más bella que la suya ni forma más inteligente de abordarla, claro que para eso él es una persona con el don de “transmitir” y a fin de cuentas, con una arrolladora personalidad. Con una palpable humanidad. Con la música, y no me refiero sólo al canto, arraigada en lo más profundo de su alma.

Felicidades, maestro.








domingo, 23 de enero de 2011

Los "revoltosos" de Cajasol


Después de retirarle su apoyo a la Orquesta Barroca de Sevilla, Cajasol continúa este año con su ciclo musical habiendo presentado ayer “La revoltosa” de Chapí con la compañía Teatro Lírico Andaluz. Puedo decir que se han cubierto de gloria. Mis respetos para esta zarzuela, por mucho que no comulgue conmigo su apoteosis del casticismo más rancio español que se plasma en una música de corte popular entonada por “chulos” madrileños y señoras vestidas de verbena. Lo cierto, ¿a qué negarlo?, es que en ocasiones tiene gracia y que es nuestro género, del que podemos sentirnos orgullosos. Por tanto, no me extenderé en mis palabras en relación a la función en sí misma, ni a los limitados medios vocales de cada cantante sin excepción, ni tampoco al decorado, que parecía sacado de una función escolar. Es en la segunda y nefasta parte, ofrecida tras la finalización de “La revoltosa” en la que sí pienso volcar mis críticas: se trataba de un popurrí de piezas populares de zarzuela pésimamente presentado por dos miembros de la compañía que, en ningún momento cesaron de hacer gracietas y payasadas de circo, convirtiendo todas y cada una de sus apariciones en escena en una lamentable astracanada impropia no ya de una ciudad como Sevilla, sino del más paleto de los pueblos de la España profunda. Bochornoso pagar veinticinco euros para escuchar a un señor imitando en escena al “Risitias” al grito de “cuñao” o para oír chistes soeces después de que el director rompiera accidentalmente el “palito”. ¿Mereció el público tamaña falta de respeto? Pues lamentablemente sí, o al menos en un porcentaje alto. Pocas veces he visto en mi vida un público más maleducado, llegando varias personas incluso a mantener conversaciones en alto durante la función. Aplaudieron a rabiar, claro está, porque la comicidad soez y de mal gusto es la que triunfa hoy (no hay más que encender la tele); palmearon y hasta cantaron en un desastroso arreglo de “Amapola” y la mayoría de los aplausos se los dieron al barítono Antonio Torres, que durante toda la función se esforzó con empeño en mostrar en qué consiste cantar engolado.

De cara al público medianamente sensible, que creo que ayer no abundaba por allí, resulta sin duda “excelente” la imagen que ofrece Cajasol prescindiendo de una de las mejores orquestas historicistas del mundo para traer esto. ¡Y pensar que por sólo diez euros más de lo pagado se puede ver cualquier ópera en el Maestranza!

Me voy a acostar, a ver si se me pasa.

PS: Parte del mosqueo se me pasó durante el trayecto de vuelta a mi casa después de ver a una pareja caminando apresuradamente. Él le decía a ella: “Te has dejado el frigorífico abierto”.

domingo, 16 de enero de 2011

Cuento de hadas


Por fin llegó el ballet de todos los años. En este caso, la oferta de ballet clásico de la presente temporada del Teatro de la Maestranza de Sevilla nos ha traído al Bayerisches Staatsballett, esto es, al Ballet de la Ópera de Munich nada menos que con “La bella durmiente” de Tchaikovsky con la encantadora coreografía de Ivan Liška. Como ya escribí el año pasado a propósito de “La Cenicienta”, cada vez disfruto más el ballet, un mundo por completo inexistente para mí hace tan sólo cuatro años. Asistí a la última función (la de ayer, día 15 de enero) y cuando todo son parabienes es innecesario escribir demasiado. Adoro la sucesión de movimientos imposibles, la permanente sensación de ingravidez, la mezcla de colores y el movimiento rítmico y matemáticamente acompasado con una música que nunca baja de lo sublime, interpretada también de la misma manera por nuestra ROSS. La ambientación de esta “Bella durmiente” ha sido de cuento de hadas, con un variadísimo vestuario merecedor de la matrícula de honor. Lo mejor, la presencia de la extraordinaria y elegantísima Lucia Lacarra en el papel protagonista y la extraordinaria Hada de las Lilas de Séverine Ferrolier. A destacar también el atlético príncipe de Marlon Dino, la teatral bruja travestida de Peter Jolesh y entre los personajes más secundarios, el agilísimo Pulgarcito de Ilia Sarkisov. Simpatiquísima y encantadora la presencia en escena de los niños del Conservatorio Superior de Danza y sublime la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, dirigida en esta ocasión por el norteamericano Myron Romanul.

El lleno del teatro, los atronadores aplausos a cada momento y no digamos ya al final, así como la gran presencia de público infantil, los más educados siempre porque quedan absorbidos por la función y no hacen el menor ruido, obligan a pensar que los sevillanos responden sobradamente bien a este tipo de espectáculos. Queremos más.




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