La iglesia de los Terceros acogió ayer la feliz iniciativa de un concierto-maratón de doce horas cuyos beneficios serán destinados a las acuciantes labores humanitarias que precisa Haití. A lo largo de la tarde (de doce del mediodía a doce de la noche) cualquiera ha sido libre de acceder al templo a cualquier hora depositando un donativo mínimo de cinco euros. Una vez pagado el donativo se entregaba el programa de mano, pudiéndose abandonar la iglesia en cualquier momento y regresar exhibiéndolo a los encargados de la puerta.
Mi plan era el de acercarme a las cinco para escuchar los cuartetos para flauta de Mozart y volverme a casa cuando me pareciese oportuno. Y eso fue exactamente lo que hice: volví a casa cuando me pareció oportuno... siete horas más tarde, cuando todo acabó. La prolongada experiencia de los conciertos de la Orquesta Barroca de Sevilla en Santa Marina, todo un frigorífico en invierno, ha obrado el milagro de hacer que me concentre más en la música que en las bajas temperaturas. Aún recuerdo una Misa en si menor de Bach con unos músicos ateridos de frío y cantando con bufandas... Ayer sólo hice dos interrupciones: la primera, con el cuerpo cortado, para tomar un café en el Horno San Buenaventura y la segunda en mi casa, para arrojarme sobre la botella de coñac y llenar con algo el estómago. Sin duda, un frío suelo de mármol no hace recomendable permanecer inmóvil durante un largo concierto en invierno, aunque visto por otra parte, las salas de conciertos carecen del encanto de las iglesias para este tipo de eventos, y más obviamente cuando de música sacra se trata. Ayer tuvimos un bonito marco en los Terceros (aunque carezco de conocimientos sobre acústica, me convenció más que la de Santa Marina), con la Virgen del Subterráneo en lo alto de un altar mayor repleto ya de cirios para el Triduo de la semana próxima.
Calculé unas treinta personas aproximadamente a mi llegada. Dos hombres comentaban que el templo había estado prácticamente vacío horas antes. Gratamente la cifra fue incrementándose hasta llegar a una iglesia de los Terceros considerablemente llena durante la actuación de Axabeba, para después disminuir (algo comprensible) a medida que avanzaba la hora. Ignoro qué tal habrá ido la recaudación, pero la convocatoria de gente no me ha parecido nada mal teniendo en cuenta (otra vez) la escasa difusión y publicidad del concierto. Ni siquiera en la web de la Orquesta Barroca de Sevilla he encontrado el menor anuncio o referencia.
En cuanto a las actuaciones, siempre es un placer escuchar a un Mozart bien interpretado. El Cuarteto OCNO se hizo cargo de los Cuartetos para flauta de Mozart, unas obritas encantadoras, de las que hacen que se me ponga cara de bobo y que vuelven muy desconcertante la confesada antipatía que sentía Mozart por ese instrumento, mientras que Miguel Romero y Pablo Almazán bordaron el dúo para violín y viola nº 1, K.423, con una justa ovación del público. Pero los que mayores aplausos arrancaron fueron los componentes de Axabeba, con su exhibición y dominio de los instrumentos medievales, acompañados por la algo pálida voz de María Dolores García y por Alberto Barea, que además de tocar el organeto pasó cantando de la tesitura de tenor a la de contratenor como si tal cosa. Eso sí, para mí la protagonista absoluta de la tarde fue sin duda la viola da gamba de Fahmi Alqhai. Un público embelesado, en absoluto silencio, y un artista que parecía ajeno a cuanto le rodeaba, ensimismado en su instrumento como si se encontrase tocando en mitad del desierto. La música de Hume, y sobre todo la de Marin Marais, con una portentosa y conmovedora interpretación de “Les voix humaines” rompió ese silencio y “obligó” al público a aplaudir Alqhai antes de terminar. Nadie que haya estado ayer en los Terceros, salvo problema de sordera grave, puede describir a este hombre si no es como artista genial.
También J. S. Bach estuvo presente con el violonchelo de Mercedes Ruiz (la primera y más famosa de las Suites que escribió para ese instrumento) y el violín de Ángela Moya, que fue creciéndose en su interpretación de la Chacona de la Partita en re menor, BWV 1004. Sensacional Miguel Rincón con su guitarra barroca, así como el programa dedicado a Forqueray de Alma Sonora y el de Barbara Strozzi.
Por último, música de Purcell (“Hark The Echoing Air” y la Chacona de “The fairy queen”) y de Handel: un poco del Concerto grosso nº 5, HWV 323 y dos bombas del “Giulio Cesare” (atentos el mes que viene a este patio de butacas los aficionados a esa grandísima ópera) como son el “Piangerò” y el “Da Tempeste” con las Cleopatras de Rocío de Frutos y Cristina Bayón, respectivamente. Como perla final, la siempre celebrada “Lascia ch’io pianga” de Rinaldo, de adecuado texto para la triste causa del concierto y bellamente adornada por el violín de Jorge Jiménez, quien además introdujo las distintas piezas al público con sentido del humor.
Tardaré en olvidar estas siete horas de música. Y es que somos afortunados los sevillanos, pese a todo.
El señor que tenía a mi lado... intentó silbar de satisfacción una vez terminado el concierto, pero no le salía y sólo conseguía emitir un resoplido lúgubre y que hasta daba yuyu.
Mi plan era el de acercarme a las cinco para escuchar los cuartetos para flauta de Mozart y volverme a casa cuando me pareciese oportuno. Y eso fue exactamente lo que hice: volví a casa cuando me pareció oportuno... siete horas más tarde, cuando todo acabó. La prolongada experiencia de los conciertos de la Orquesta Barroca de Sevilla en Santa Marina, todo un frigorífico en invierno, ha obrado el milagro de hacer que me concentre más en la música que en las bajas temperaturas. Aún recuerdo una Misa en si menor de Bach con unos músicos ateridos de frío y cantando con bufandas... Ayer sólo hice dos interrupciones: la primera, con el cuerpo cortado, para tomar un café en el Horno San Buenaventura y la segunda en mi casa, para arrojarme sobre la botella de coñac y llenar con algo el estómago. Sin duda, un frío suelo de mármol no hace recomendable permanecer inmóvil durante un largo concierto en invierno, aunque visto por otra parte, las salas de conciertos carecen del encanto de las iglesias para este tipo de eventos, y más obviamente cuando de música sacra se trata. Ayer tuvimos un bonito marco en los Terceros (aunque carezco de conocimientos sobre acústica, me convenció más que la de Santa Marina), con la Virgen del Subterráneo en lo alto de un altar mayor repleto ya de cirios para el Triduo de la semana próxima.
Calculé unas treinta personas aproximadamente a mi llegada. Dos hombres comentaban que el templo había estado prácticamente vacío horas antes. Gratamente la cifra fue incrementándose hasta llegar a una iglesia de los Terceros considerablemente llena durante la actuación de Axabeba, para después disminuir (algo comprensible) a medida que avanzaba la hora. Ignoro qué tal habrá ido la recaudación, pero la convocatoria de gente no me ha parecido nada mal teniendo en cuenta (otra vez) la escasa difusión y publicidad del concierto. Ni siquiera en la web de la Orquesta Barroca de Sevilla he encontrado el menor anuncio o referencia.
En cuanto a las actuaciones, siempre es un placer escuchar a un Mozart bien interpretado. El Cuarteto OCNO se hizo cargo de los Cuartetos para flauta de Mozart, unas obritas encantadoras, de las que hacen que se me ponga cara de bobo y que vuelven muy desconcertante la confesada antipatía que sentía Mozart por ese instrumento, mientras que Miguel Romero y Pablo Almazán bordaron el dúo para violín y viola nº 1, K.423, con una justa ovación del público. Pero los que mayores aplausos arrancaron fueron los componentes de Axabeba, con su exhibición y dominio de los instrumentos medievales, acompañados por la algo pálida voz de María Dolores García y por Alberto Barea, que además de tocar el organeto pasó cantando de la tesitura de tenor a la de contratenor como si tal cosa. Eso sí, para mí la protagonista absoluta de la tarde fue sin duda la viola da gamba de Fahmi Alqhai. Un público embelesado, en absoluto silencio, y un artista que parecía ajeno a cuanto le rodeaba, ensimismado en su instrumento como si se encontrase tocando en mitad del desierto. La música de Hume, y sobre todo la de Marin Marais, con una portentosa y conmovedora interpretación de “Les voix humaines” rompió ese silencio y “obligó” al público a aplaudir Alqhai antes de terminar. Nadie que haya estado ayer en los Terceros, salvo problema de sordera grave, puede describir a este hombre si no es como artista genial.
También J. S. Bach estuvo presente con el violonchelo de Mercedes Ruiz (la primera y más famosa de las Suites que escribió para ese instrumento) y el violín de Ángela Moya, que fue creciéndose en su interpretación de la Chacona de la Partita en re menor, BWV 1004. Sensacional Miguel Rincón con su guitarra barroca, así como el programa dedicado a Forqueray de Alma Sonora y el de Barbara Strozzi.
Por último, música de Purcell (“Hark The Echoing Air” y la Chacona de “The fairy queen”) y de Handel: un poco del Concerto grosso nº 5, HWV 323 y dos bombas del “Giulio Cesare” (atentos el mes que viene a este patio de butacas los aficionados a esa grandísima ópera) como son el “Piangerò” y el “Da Tempeste” con las Cleopatras de Rocío de Frutos y Cristina Bayón, respectivamente. Como perla final, la siempre celebrada “Lascia ch’io pianga” de Rinaldo, de adecuado texto para la triste causa del concierto y bellamente adornada por el violín de Jorge Jiménez, quien además introdujo las distintas piezas al público con sentido del humor.
Tardaré en olvidar estas siete horas de música. Y es que somos afortunados los sevillanos, pese a todo.
El señor que tenía a mi lado... intentó silbar de satisfacción una vez terminado el concierto, pero no le salía y sólo conseguía emitir un resoplido lúgubre y que hasta daba yuyu.