Giovanni Reggioli (dir.); Hiromi Omura (Cio-Cio-San); James Egglestone (Pinkerton); Sian Pendry (Suzuki); Barry Ryan (Sharpless); Graeme Macfarlane (Goro); Samuel Dundas (Yamadori); Jud Arthur (Bonzo), Nicole Car (Kate). Opera Australia Chorus. Orchestra Victoria. OPERA AUSTRALIA DVD.
Hace apenas unos meses que el sello OPERA AUSTRALIA ha lanzado al mercado este DVD de Madama Butterfly, compuesto a partir de unas representaciones del 26 y 29 de noviembre del pasado año en el Arts Centre Melbourne que se emitieron en cines. Como me hallo inmerso en la tarea de realizar una discografía comparada de esta ópera y es imposible disponer de todas las grabaciones existentes, decidí en principio prescindir de esta filmación a la espera de leer críticas que pudiesen ser lo suficientemente buenas como para empujarme a hacerme con él. A fin de cuentas desconocía a los cantantes, por lo que no tenía la menor idea de si el resultado podía ser espléndido o catastrófico. Pero al final la curiosidad me ha podido, y una vez visto, creo que aunque el nivel musical no es comparable al de otras filmaciones, el conjunto tiene indudable encanto, y sobre todo, tenemos a una buena protagonista y a una puesta en escena que me ha gustado mucho.
Aunque hay producciones escénicas más espectaculares y hermosas a la vista, esta de Peter England y Russel Cohen es probablemente la que más se acerca a lo que, para mí, sería un montaje ideal de esta ópera. Para empezar, es una propuesta a la que podemos clasificar sin miedo como “clásica”, en la que no hay ningún ánimo transgresor, y que cuenta con el gran mérito de parecer muy moderna visualmente. No hay aquí nada de acartonado ni de pretencioso, y de hecho, todo es de un minimalismo que invita al intimismo y al recogimiento. Según dicen los directores en el librito que se adjunta al DVD, hay varias influencias importantes en su trabajo.
De un lado, el teatro nō. No conozco esta forma tradicional del teatro japonés, pero según se nos hace saber, la disposición del escenario se inspira en él. Se trata de una tarima situada sobre una especie de estanque, lo cual reduce el espacio por el que deben moverse los cantantes. De fondo hay unos grandes paneles deslizantes sobre los que, una vez cerrados, se realizan proyecciones, como el bellísimo cielo estrellado al que alude la pareja protagonista durante el dúo de amor que cierra el primer acto.
Por otro lado tenemos una influencia del kabuki, variedad teatral cuyo nombre es al menos más popular para el occidental, en los movimientos estilizados y hasta cierto punto antinaturales de los personajes japoneses. Como es sabido, los montajes de Robert Wilson están muy influenciados por este tipo de teatro japonés, aunque difícilmente puede hablarse aquí de imitación, pues la estética de esta producción en nada se parece a la de la Butterfly de Wilson (de la que por cierto hablaré muy pronto por este blog). Hay aquí además un aspecto interesante: los personajes occidentales (Pinkerton, Sharpless, Kate) deambulan con perfecta naturalidad por el escenario en oposición a los orientales, lo que en cierto modo rompe la coherencia escénica. Lo que se nos quiere transmitir es una imagen estilizada, ilusoria e irreal del mundo oriental como un lugar maravilloso y enigmático, tal y como Pinkerton podía percibirlo.
Por último, un tercer punto de influencia lo constituye precisamente el gusto por lo exótico tan de moda durante buena parte del siglo XIX. Como digo arriba, todo lo japonés se enfoca con cierta magia y exotismo, con un punto de irrealidad que nos hace situarnos mentalmente más en el plano de los personajes occidentales que en el de los orientales. Y eso, en mi opinión, encaja espléndidamente bien con un libreto que busca exactamente lo mismo, pues desde el comienzo obliga al espectador a ser consciente de que el amor de Pinkerton hacia Butterfly no es más que un capricho pasajero, y que por tanto todas las esperanzas de ella en que su marido regrese a buscarla no son más que una burbuja que estallará inevitablemente. Los directores dicen haberse inspirado en este punto en pinturas de James Whistler, que muestran a mujeres occidentales en quimono.
Lo que nos encontramos, por tanto, es con un montaje minimalista pensado para que nos posicionemos un poco en el lugar de Pinkerton y nos sorprendamos ante el descubrimiento de un mundo diferente al nuestro. El resultado, en mi opinión, es espléndido, y otro punto destacable es el respeto por los aspectos japoneses del libreto, que se muestra de manera clara en dos momentos concretos:
1. Boda: Durante la escena del enlace entre Butterfly y Pinkerton, se nos muestra cómo cada uno de ellos se acerca tres veces a lo boca un recipiente para beber de su contenido, hasta el punto de que la orquesta debe ralentizar un poco el tempo. En una boda sintoísta, los contrayentes deben beber el o-miki (sake), que se distribuye en tres platos diferentes. Cada uno de los novios ha de acercarse cada plato a la boca por tres veces, bebiendo únicamente la tercera, lo que se traduce en nueve tragos aparentes y sólo tres verdaderos.
Quizá la presencia de una soprano japonesa como Hiromi Omura en el papel principal haya servido de ayuda a los directores escénicos para cuidar estos rasgos orientales de la historia, o quizá simplemente ellos se hayan preocupado por acercarse, aunque sea un poco, a lo que es una boda sintoísta dentro de lo que permiten la música y el libreto. El caso es que, lógicamente, la mayoría del público occidental no debe saber muy bien cómo es una ceremonia de este tipo, y por tanto, mucha gente interpretará esos tres sorbos simplemente como algo inventado por el director escénico. En mi opinión, hacer las cosas bien aun sabiendo que van a pasar desapercibidas es signo de trabajo serio, y merece elogiarse.
2.
Jigai. La muerte de Butterfly constituye un momento que suele representarse mal en escena y que aquí se resuelve de manera bastante satisfactoria. Las más de las veces la soprano se limita a clavarse un cuchillo en el pecho, pero lo cierto es que cuando leemos el libreto se advierte con claridad que sus autores trataron de transmitir la idea de que la protagonista se practica el
jigai, es decir, la variante femenina del
seppuku (parece que a los japoneses no les gusta la palabra
harakiri). A diferencia de lo que ocurre con el varón, la mujer que se mata de este modo se ata antes las piernas para evitar que queden vulgarmente abiertas tras los últimos espasmos, y el corte, en lugar de realizarse en el estómago, se lleva a cabo en el cuello. Sobre este aspecto, tan sombrío como curioso, escribí una entrada completa
aquí.
Antes de cerrar el apartado de los elogios a la puesta en escena y abrir el de las críticas, que aunque pequeñas las hay, quiero hacer referencia a algo que ocurre justamente en la escena del suicidio de Butterfly. En ese momento final, la protagonista toma una cruz y una pequeña bandera estadounidense que decoraban su casa y las arroja al agua. Aunque el libreto no nos informa de si Butterfly muere o no considerándose todavía una mujer occidental, aquí se nos transmite la idea de que en el plano mental ella regresa a su mundo japonés tras mostrarse como falso a sus ojos todo cuanto Pinkerton encarna. Ponnelle, en su
película, tiene la misma idea, haciéndola rezar en su momento final no ante una imagen de Jesús, sino ante un altar budista. Para mí, esta decisión no encuentra un sustento directo en el libreto, pero sí es una buena interpretación de aquello sobre lo que precisamente guarda silencio. A fin de cuentas, el cristianismo desaprueba el suicidio, que en cambio, para la cultura tradicional japonesa ha sido una forma recomendable para poner un honorable punto final a una vida que no puede seguir llevándose sin honor. Resulta casi obvio, por tanto, que en los últimos instantes de Butterfly hay un alejamiento de la doctrina cristiana y un acercamiento a la incompatible concepción japonesa de la muerte honrosa y auto-provocada. El desdén final hacia lo occidental no viene, por tanto, expresamente en libreto, pero es una interpretación de cierta lógica.
Este obvio afán por recrear con cierta corrección los rasgos japoneses de la historia es la guinda que corona un pastel ya de por sí suculento. Hay algunas cosas, empero, que podrían haberse cuidado más, como la aparición de los
ottoké como figurillas, cosa que no son por mucho que Pinkerton las describa de ese modo (más información, para quien la quiera,
aquí). Lo más insatisfactorio es que se cae aquí en la “trampa del
obi”. En el segundo acto, Butterfly pide a Suzuki que le traiga su
obi nupcial, es decir, el largo cinturón de tela que se ata a la espalda, sujetando el quimono a la cintura. En muchas producciones, sin embargo, Suzuki trae una prenda que no es un
obi, como un velo de novia o precisamente un quimono. Aquí, por desgracia, también ocurre, aunque me niego a aceptar que se trate de una cuestión de ignorancia. Es impensable que Hiromi Omura no sepa lo que es un
obi, y se hace raro pensar que tampoco lo sepan unos directores escénicos que sí parecen saber lo que es la ceremonia nupcial del
San-San-Kudo, como decía arriba. Creo, por tanto, que más bien se prescinde intencionadamente del
obi porque sería poco factible cambiárselo en escena a la protagonista. Atar un
obi no es tarea sencilla que se despache en segundos, y la única solución que veo realmente factible sería la de acudir a uno falso que se enganchase o abrochase con alguna cremallera o abotonadura, del mismo modo que existen las corbatas de elástico. Creo que con eso se solventaría mejor el problema, y sobre todo, no se jugaría contando de antemano con la ignorancia del público.
Otro aspecto no bien resuelto, y que esta vez sí que tiene fácil solución, es el hecho de que el hijo de Butterfly y Pinkerton tenga el cabello negro y no rubio, lo que obliga al intérprete de Sharpless a modificar su frase “I bei capelli biondi” por “capelli bruni”. No creo que cueste tanto encontrar a un niño rubio o incluso castaño, sobre todo teniendo en cuenta que no tiene por qué tener rasgos asiáticos. Es también hijo de Pinkerton, y en esta producción, personajes japoneses como Suzuki, Goro o Yamadori están interpretados por occidentales.
Sea como fuere, las cosas que no funcionan o que resultan mejorables tienen un carácter más o menos anecdótico frente a las virtudes de esta producción tan rica en contrastes: clásica y moderna, austera y colorista, teatral y creíble. Personalmente, me gusta mucho.
En el ámbito musical, me temo que no hay tantas cosas de las que hablar, y mucho menos con pasión. Pero sí que tenemos lo más importante, que es una buena Butterfly en la persona de Hiromi Omura, poseedora de una voz rica en squillo a lo largo de todo el registro, cuyo único punto flaco es la zona grave. Lo cierto es que compone a una Cio-Cio-San más próxima a la mujer que a la niña, aunque no de forma tan marcada como Tebaldi, sino más bien en el punto intermedio de, por ejemplo, Cedolins. Busca ser contenida en la expresión, de un lado evitando ser fría, y del otro, huyendo de mostrar una imagen excesivamente lacrimógena. Se maneja con el italiano mejor que sus compañeros de reparto en general, y en este sentido, el apartado de lo negativo lo constituiría una breve equivocación en las palabras “Amore mio” que abren paso a su boda con Pinkerton y que bien podrían haberse editado a la hora de componer el DVD.
El Pinkerton de James Egglestone es mediocre por más de dos y de tres razones graves. Para empezar, está permanentemente lastrado por una muy penosa dicción italiana y por una casi completa falta de sintonía con el texto. Ignoro cuáles son los conocimientos de este tenor sobre esta bellísima lengua, pero el resultado es tremendamente plano y pobrísimo en expresión, como si cantase más atendiendo al contexto argumental de la escena que a las palabras exactas del libreto. Además, muestra incomodidad siguiendo a Omura y a la orquesta en el dúo de amor del primer acto, especialmente hacia el final. Francamente, creo que con su voz, aun sin ser un prodigio de belleza, se puede hacer mucho mejor. En realidad, creo que todas las taras de este Pinkerton se reducen a una cuestión de base: falta de estudio. Estudio de la lengua italiana, de la dicción, del sentido exacto de cada una de las palabras que se cantan y de su adecuación a la partitura, para así entenderla. Es en mi opinión algo básico, como los cimientos de una casa, que si no son sólidos impiden construir algo estable. No solamente no funciona el Pinkerton de este hombre, sino que se me hace incluso difícil creer que pueda funcionar de esta manera en nada de la ópera italiana. Para colmo, el pobre da un resbalón al salir a saludar al término de la función y por poco no acaba en el suelo.
Tampoco los secundarios tienen bien nivel en general, por lo que Omura se encuentra prácticamente sola en el reparto en lo que a calidad vocal se refiere. Sian Pendry es una Suzuki meramente correcta, mientras que Graeme Macfarlane es una verdadera calamidad en su papel de Goro. Tosquísimo y hasta con un desagradable punto ronco, no se explica su presencia sobre un escenario. Mucho mejor es el Sharpless de Barry Ryan, que aun sin tener una dicción perfecta y adoleciendo de excesiva brusquedad en su enfrentamiento con Butterfly tras la escena de la carta, resulta el más sólido de los secundarios.
Jud Arthur arruina su breve aparición como bonzo con su mala dicción. Entra pintado de rojo como si de un demonio se tratase, y aunque con ello se rompe la credibilidad visual del momento, el resultado está espléndidamente bien logrado a nivel escénico. Por último Samuel Dundas es un Yamadori tan tremendamente engolado que la voz podría salirle por la nuca si tal cosa fuese posible.
No se salvan de la mediocridad musical general ni el director ni la orquesta. Giovanni Reggioli abre el acto primero con bastante brusquedad y brocha gorda, y bien podría haber trabajado más el empaste de la orquesta, que más de una vez resulta cuestionable. Se une a la tradición de los directores que en el primer acto recortan brevemente el coro de parientes de Butterfly previo al “O amico fortunato”. En realidad, al margen incluso de que la suya no sea una lectura especialmente rica ni vibrante de la partitura de Puccini, tampoco la orquesta parece estar en condiciones de ofrecer muchas posibilidades. El sonido es a veces inadecuadamente insuficiente, casi camerístico, producto de una orquesta que no es gran cosa bajo una batuta que tampoco lo es.
En conclusión, el DVD contiene una puesta en escena en general muy bien pensada que en lo personal se corresponde bastante con lo que yo exigiría como ideal. En el plano musical, Omura hace un trabajo interesante en el complicado papel principal, mientras que casi todo los demás carece aquí de interés. Por lo tanto, a la hora de recomendar este DVD o de desaconsejarlo, es preciso hacer balance. A mí me gusta por la puesta en escena y porque musicalmente se consigue (y sólo esto) ofrecer lo más importante, que es una buena Butterfly. Pero si el lector de esta entrada prefiere ante todo tener un reparto potente y de calidad uniforme, entonces esta no es su versión.
Por último, debo decir que OPERA AUSTRALIA distribuye para el ámbito anglosajón (DVD región 1) otra filmación anterior de la misma producción con Cheryl Baker como protagonista y Patrick Summers a la batuta. Quedo a la espera de una reedición en región 2 ó 0, aunque a la vista del lanzamiento de esta versión con la misma puesta en escena, dudo que vaya a editarse por estos lares.