El año pasado escribí ampliamente sobre el Così fan tutte de Adam Fischer para el Festival de Salzburgo de 2009, comercializado en DVD (vara ver esa entrada, click aquí). Lo cierto es que aquél Così, pese a ser muy diferente, presenta algunos rasgos en común con el previamente grabado en Glyndebourne en mayo de 2006 que vamos a comentar por aquí. Ambos directores, Adam e Iván Fischer, son hermanos, y la pareja Fiordiligi-Ferrando está encarnada en ambas filmaciones por los mismos cantantes.
Sin embargo, si bien el Così salzburgués de Adam Fischer contaba con una contemporánea y divertida puesta en escena de Claus Guth, el de Iván en Glyndebourne ofrece lo contrario. La propuesta escénica de Nichola Hytner es puramente clásica y visualmente bellísima, sin tanto ánimo de sorprender al público visualmente como de ofrecer un espectáculo bello de estética cuidadísima. No hay, en realidad, muchos elementos ornamentales en el escenario, aunque tampoco se trata de una puesta en escena minimalista. Hytner parece entender que la trama del Così está relacionada exclusivamente con los asuntos del corazón y huye, por tanto, de la tentación de mostrar decorados ampulosos en exceso que nos distraigan de lo realmente importante. Hay en esta producción un idóneo y sabio punto intermedio entre lo discreto y lo ampuloso. También es muy destacable el inteligentísimo uso de la iluminación, a cargo de Paule Constable, que va declinando poco a poco a medida en que transcurre el día en el que acontece la acción.
Me parece igualmente meritoria la dirección escénica de los cantantes. De hecho, el DVD puede pausarse casi en cualquier momento y ofrecer una imagen visualmente bella. No hay demasiadas carreritas ni excesos para que el público se divierta, pero el resultado dista mucho de ser rígido o encorsetado. Este es un Così fan tutte extraordinariamente bien planteado en todos sus aspectos visuales, divertido sin caer en lo caricaturesco y teatral sin crear distancias entre los personajes de ficción y las personas de carne y hueso que conforman el público. En suma, es una producción preciosa filmada, además, con una gran calidad de imagen.
Musicalmente, la representación tiene cierta altura también, aunque el reparto no acaba de resultar realmente equilibrado. De la Fiordiligi de Miah Persson ya hablé en aquella entrada del año pasado acerca de la versión de Adam Fischer y aquí viene a estar en la misma línea. Fue en estas funciones de Glyndebourne en las que Persson interpretó el papel por vez primera, y se observa igualmente que su voz no tiene la extensión que demanda el papel y se desinfla en el exigente registro grave del Come scoglio. Esa limitación se aprecia nuevamente en el Per pietà (“che vergogna e orror mi fa”), en el que resulta en cualquier caso preferible, pues Persson canta esta aria de manera realmente conmovedora. Con independencia de estas carencias en su emisión, la voz resulta obviamente bella y muy musical y sabe cantar a Fiordiligi con gran sensibilidad. Está muy bien cantada. A su lado, palidece algo la más modesta, y sin embargo correcta, Dorabella de Anke Vondung. Esta última defiende dignamente su papel (mejor en el segundo acto), aunque, a mi modo de verlo, queda un escalón por debajo de Persson.
En cuanto a los soldados, viene a suceder un poco lo mismo. Luca Pisaroni es un Guglielmo espléndido en todos los aspectos, y resulta con mucho preferible al Ferrando de Topi Lehtipuu, un tenor de bastante fama hoy, sobre todo en los ámbitos barroco y mozartiano. El problema, y sobre esto ya he escrito, es que una cosa es cantar bien (que Lehtipuu lo hace) y otra muy distinta es tener una voz bella y privilegiada, cosa que le falta. Su timbre me resulta bastante falto de atractivo, aunque enfoca bastante bien el papel. Sólo hay que escuchar el tono gélido y cortante en el que entona el Sani e salvi.
Ainhoa Garmendia es, con todo, el miembro más débil del reparto. Su modesta voz de soubrette le permite defender airosa la parte de Despina, aunque sin brillo. Justita, justita. Nicolas Rivenq, por su parte, tiene una voz clara y lírica que funciona bien para Don Alfonso, ese papel tan esencial en la obra y que, paradójicamente, canta tan poco.
Al frente de la Orchesta of the Age of Enlightenment, de instrumentos originales, se sitúa, como antes decía, un Iván Fischer que hacía su debut en Glyndebourne con este Così. Opta en general por tempi moderados, a la manera de lo que en sede historicista hizo, por ejemplo, un Gardiner y distanciándose de la premura, a veces excesiva, de, por poner otro caso, Östman. ¿Una posible pega? Que se omita el dueto Al fato dan legge.
El doble DVD incluye unos breves extras de entrevistas a Fischer, Hytner y a los cantantes.
Con toda probabilidad es una de las opciones más interesantes para hacerse con un Così en DVD. Tiene un reparto que, con sus cosas, no deja de hacer bien su trabajo, a una orquesta historicista en el foso que cumple perfectamente con su cometido y una producción escénica bella, clásica e inteligente y muy bien filmada.
Hacía tiempo que no destripaba sin piedad un DVD de los que considero malos malísimos. De hecho, creo que la última vez que me puse realmente ácido fue a propósito de la puesta en escena de La clemenza di Tito de la colección “M22”. Para no perder la costumbre, he aquí mi comentario a la Zaide de la misma colección. Pero aviso desde ya que el visionado es bastante insufrible y que puede dejar secuelas psicológicas en personas sensibles al mal gusto. Comencemos, como siempre, resumiendo el libreto:
Acto 1: Turquía, a mediados del siglo XVII. Gomatz, un joven cristiano convertido en esclavo del sultán Soliman, se encuentra extenuado por el trabajo y cae dormido. Zaide observa su sueño con ternura y queda enamorada del muchacho. Ella es la favorita del harén del sultán, a quien rehúsa amar, pues también es cristiana y proviene, al igual que Gomatz, de España. Sin despertar a su amado, deja a su lado un retrato y unas joyas. Gomatz despierta y descubre perplejo esos presentes, enamorándose al punto de la mujer que aparece pintada en el retrato. Zaide se descubre entonces y ambos se declaran su amor, aunque ello implique traicionar a Soliman. Con el valor de las joyas pretenden escapar de los dominios del sultán y embarcarse para España, pero son descubiertos por otro esclavo llamado Allazim. Sin embargo, este último tiene buen corazón, y en lugar de apresar a los fugitivos decide colaborar con ellos.
Acto 2: Soliman ha descubierto la fuga y se encuentra furioso. Se siente traicionado por Zaide y es incapaz de comprender por qué ella ha desdeñado a un sultán para entregar su amor a un esclavo. Su carácter cruel aflora sin freno y pide sangre y venganza. Osmin, uno de sus sirvientes, intenta tranquilizarle afirmando que los tres fugitivos serán arrestados antes de que abandonen Turquía. A solas, Osmin se muestra feliz de ganar puntos en lo que se refiere a la confianza del sultán.
Tal y como Osmin había predicho, Zaide, Gomatz y Allazim son detenidos antes de llegar al puerto y conducidos ante el colérico Soliman, que les condena a muerte sin pensárselo dos veces. En ese momento, Allazim lanza una reflexión en voz alta sobre el mal pago que se recibe a cambio de las acciones virtuosas: por ayudar a unos amantes se le condena a morir, del mismo modo que quince años atrás fue vendido como esclavo por unos piratas que le capturaron después de que consiguiese salvar a una nave turca de su ataque. El sultán escucha perplejo estas palabras, pues él viajaba en aquél barco turco y reconoce a Allazim como el salvador de su vida. En agradecimiento, revoca su sentencia de muerte, aunque persiste en su intención de ejecutar a Zaide y a Gomatz. La muchacha trata sin éxito de exculpar a su amado arrojando sobre sí misma toda la culpa, y finalmente son las súplicas de Allazim las que acaban conmoviendo a Soliman. El sultán le convierte entonces en su consejero y permite que la pareja de enamorados se embarque rumbo a España.
Wolfgang Amadeus Mozart escribió Zaide entre 1779 y 1780, interrumpiendo la composición al instalarse en Viena, ciudad en la que recibiría pronto el encargo de escribir otra ópera de temática similar: El rapto en el serrallo. A la muerte del compositor, su viuda vendería los quince números escritos de la ópera a J. A. André. En 1838 fueron publicados por primera vez, y fue entonces cuando se otorgó a la ópera inconclusa el título de Zaide.
El paralelismo entre los libretos de Zaide (escrito por Johann Andreas Schachtner) y el de El rapto es evidente. Ambas óperas “turcas” están protagonizadas por una pareja de españoles (Zaide y Gomatz; Konstanze y Belmonte) que tratan de escapar de Turquía. En las dos obras, la protagonista femenina vive en el harén del sultán (Soliman; Selim) y rechaza su amor, mientras que el masculino se encuentra a su servicio, como esclavo en el caso de Gomatz y como arquitecto en el de Belmonte. El intento de fuga se lleva a cabo con la colaboración de otro esclavo (Allazim y Pedrillo, mientras que la Blonde del Rapto no encuentra un equivalente en Zaide) y se ve frustrado a causa de un sirviente del sultán que en ambos casos recibe el nombre de Osmin. Antes de ser ejecutados los protagonistas se produce una revelación importante relacionada con el pasado del sultán: en el caso de Zaide, que este fue salvado del ataque de unos piratas por uno de los ahora condenados, y en el del Rapto, que Belmonte es hijo de su enemigo. Finalmente, la clemencia vence en ambos casos a la crueldad y el sultán concede el perdón.
Con todo, el libreto de Zaide no deja de ser muy poco convincente, y se sitúa bastante por debajo del de El rapto, aun sin contarse este entre los mejores textos a los que Mozart puso música. Tomemos por ejemplo el personaje de Osmin. En El rapto le vemos como un patán cruel hasta llegar a la comicidad, que encarna ridículamente el carácter salvaje que muchos europeos atribuirían al enemigo turco en el siglo XVIII. El Osmin de Zaide, en cambio, es un personaje difuso y mal perfilado. Tampoco convence desde el punto de vista argumental la importante revelación que hace Allazim y que cambia el curso de los acontecimientos al final de la obra. En realidad, lo que ocurre es que el libretista se encuentra en un aprieto y necesita algo que haga cambiar de parecer a Soliman y que permita un final feliz. El resultado es una referencia a un hecho ocurrido hace muchos años que hace que el sultán esté en deuda con Allazim y acceda a sus peticiones. Un recurso barato, en mi opinión, pues se introduce un elemento ajeno totalmente a la trama que hemos visto desarrollarse en el escenario y que ha devenido irresoluble de otro modo.
Con todo, los quince números escritos por Mozart para Zaide son de gran belleza musical, en mi opinión, y entre ellos se encuentra, naturalmente, el celebérrimo Ruhe sanft de la protagonista, que constituye una de las arias más aclamadas de Mozart. El problema viene a la hora de representar la obra. ¿Debe completarse Zaide encargando a un compositor que escriba música para los números que faltan o es preferible convertir esos fragmentos del libreto en simples diálogos? Esta última opción resta credibilidad teatral a la obra, mientras que la primera, a mi entender, plantea un doble problema: si escribimos música imitando el estilo de Mozart el trabajo carecerá probablemente de interés, pues Mozart ya existe y la nueva música tendrá tan solo el carácter de imitación, de caricatura incluso. Si en cambio escribimos esos números en un estilo musical más contemporáneo romperemos la coherencia musical de la obra.
El Festival de Salzburgo de 2006 no se inclinó por ninguna de estas posibilidades para su colección “M22”. La compositora israelí Chaya Czernowin se encargó de escribir la música que ocupa el lugar de los números que faltan, aunque no se sigue el libreto, sino que se introduce una historia paralela en esos “huecos”. El resultado es desoladoramente desafortunado. La música atonal de Czernowin casa pésimamente con los números de autoría mozartiana y no cumple bien con su labor de enlazarlos de forma creíble. Además, el hecho de que la compositora prescinda del libreto implica que es imposible seguir los acontecimientos de Zaide, pues la historia está llena de agujeros que no son cubiertos y se pierde el sentido argumental.
Cabe preguntarse por qué Czernowin evita poner música a los fragmentos del libreto no compuestos por Mozart, como cabría esperar. La respuesta, como decía, es que la compositora israelí introduce, o al menos eso se supone, una historia “paralela” a la de Zaide, que es la de “Adama” ("tierra", en hebreo). Cuando suena la música de Mozart vemos la historia de Zaide y Gomatz, y cuando suena la de Czernowin la de una chica judía llamada Adama y enamorada de un joven palestino. ¿Y cómo es “Adama” musicalmente? En mi opinión es un engendro infumable. Otros, más aficionados que yo a la música contemporánea de este tipo, quizá le vean mayor interés. La “música” –en realidad se trata más bien de ruidos, en mi opinión– de “Adama” es interpretada por una orquesta situada sobre el mismo escenario con un director que hace como que dirige, o eso me parece. Básicamente consiste en hacer un montón de ruido mientras en el escenario se dicen palabras sueltas e inconexas. He aquí una representación gráfica de esta forma tan intelectual de componer:
Al final, para servidor la cosa acaba convirtiéndose en una tortura que hace que el visionado de este DVD ponga a prueba mi sentido del ridículo y de la pérdida de tiempo. Nunca he agradecido más la llegada de la música de Mozart que en esta filmación, que permite que los oídos descansen un poco de tanto gritito y tanto ruidito. Impagable, en este sentido, la escena que sigue a la primera aria de Allazim, en la que puede escucharse claramente el apareamiento de la marmota (hi, hi, ha, hu, oaaaaaah, ñañañaña, bum). La lástima es que, en el colmo de la pretenciosidad y del mal gusto, algunos de esos ruidos llegan a interferir en la música de Mozart. Incluso se varía el título de la obra, que en lugar de llamarse Zaide pasa a llamarse Zaide – Adama. Por último, se prescinde del final feliz, dando a entender al público un desenlace trágico de la historia. Lo que es absolutamente impresentable es que el resumen del libreto que se incluye en la cajita –escrito por Julia Spinola– dé a entender que los personajes son, efectivamente, ejecutados, para que el texto concuerde con la distorsionada filmación. Sinceramente, no es algo honesto: si tienes que resumir el libreto –yo lo he hecho en esta entrada– lo haces y punto, pero no lo modificas sustancialmente para adaptarlo a una propuesta que se pasa por el forro la intención originaria del libretista. Inaceptable en un producto que lleva el sello de Deutsche Grammophon.
De Claus Guth hablé hace unos meses en términos muy halagüeños a propósito de su notable Così fan tutte de 2009 en Salzburgo. Lamentablemente, no puedo hacer extensible a esta entrada mi satisfacción de entonces. La acción, ambientada en la actualidad, transcurre en una habitación en la que todo es de un tamaño desmesurado (mesa, silla, puerta...), de modo que los cantantes parecen liliputienses recorriéndola. En las paredes se realizan proyecciones en varios momentos de la filmación, mientras que por el escenario deambulan unos personajes grotescos enfundados en trajes oscuros que portan unas feas máscaras gigantes. Soliman y Osmin son dos de esos “cabezones”. Durante el primer acto solamente hay uno, pero su número crece durante el segundo, con la intención probablemente de crear un clima más opresivo. En cuanto a la dirección escénica, muchos de los movimientos de los cantantes son de todo punto ridículos (¡esos temblores tan falsos de Gomatz!; ¡esos movimientos con las manos!) y antinaturales. En mi modesta opinión, el montaje de Guth vale tanto como la “Adama” de Czernowin: ni un céntimo.
Lo triste es que vocalmente la cosa no está nada mal. Sinceramente, hubiera preferido que todo fuera un desastre absoluto, porque el hecho de contar con un reparto solvente en algo tan infumable es bastante descorazonador. Es triste ver que hay elementos como para que esta Zaide hubiese valido la pena, y que sin embargo el resultado sea una soberana tomadura de pelo. Para empezar, me gusta mucho la Zaide de Moja Erdmann, que encarna a su personaje de forma bastante angelical e inocente, aunque sabe sacar carácter adecuadamente en el Tiger! wetze nur die Klauen. En realidad, ella es la artífice de la fuga, por lo que es Zaide y no Gomatz quien sirve realmente de equivalente al Belmonte de El rapto.
Como Gomatz tenemos a Topi Lehtipuu, tenor lírico que ya ha aparecido alguna vez por el blog y que no acaba de entusiasmarme demasiado. No hay duda de que la voz es bonita, de que canta bien y de que tiene presencia escénica, pero en su conjunto no acaba de parecerme ni de lejos un tenor mozartiano de primera fila. Solvente y honesto en su canto, pero con una voz modesta.
De los secundarios, la sorpresa me la dio el potente Allazim de Johan Reuter, muy bien cantado. John Mark Ainsley, por su parte, es un Soliman adecuadamente colérico. Le veo más o menos como a Lehtipuu: canta su papel sin problemas vocales y sabe dotarlo de la adecuada intención dramática, pero su voz, sin ser fea, tampoco es que sea como para el recuerdo. Además, Guth le hace cantar empapado de kétchup (ver foto de arriba). Quiero pensar que ese líquido rojo y espeso que sale, efectivamente, de una botella de kétchup no es realmente eso, ya que tiene que ser realmente repugnante permanecer dos horas con la cara y la ropa empapadas de esa salsa. De hecho, todos los cantantes acaban al final ensuciándose de rojo. Eficaz sin más Renato Girolami en su modesto papel de Osmin.
En cuanto a la dirección musical, Ivor Bolton dirige muy correctamente a la orquesta del Mozarteum de Salzburgo en el interior del foso, mientras que los números de Adama corren a cargo, como decía, de otra orquesta (Österreichisches Ensemble für Neue Musil, OENM), dirigida por Johannes Kalitzke. Ya he dicho suficiente sobre lo que pienso del trabajo de estos últimos, por lo que no tiene sentido repetirme aquí. Baste decir que el público, que no es que aplauda mucho al final y no lo hace al término de ningún número, abuchea a Kalitzke, y sobre todo a Czernowin. Jamás había visto un DVD que se comercializara con abucheos incluidos, con la salvedad de los que le dispensa el público de Glyndebourne a la bruja del Hänsel und Gretel de 2008 a modo de broma (y quizá no tanto).
Un último detalle impresentable para coronar el pastel: todo en cuestión dura poco más de dos horas y cabe de sobra en un DVD, pero se comercializa en dos y se vende a precio más caro.
Si alguna vez tienen cerca esta Zaide, corran como si no hubiera un mañana y no miren atrás.
Hace ya varios meses que me hice con este estupendo Così fan tutte de Adam Fischer, procedente del Festival de Salzburgo de 2009 y emitido en su día en cines, que he decidido traer ahora al blog cumpliendo con mis planes de comentar nuevas filmaciones diferentes de las que han ido apareciendo en el blog desde su creación, también en 2009. Además, desde el punto de vista visual, esta producción moderna del Così, ambientado en la actualidad, sirve muy bien como contraste con el clasicismo del DVD de Gardiner, que comenté aquí. Dispongo de otras notables filmaciones de esta ópera que bien merecerían aparecer pronto en el blog, pero sinceramente, no he sabido resistirme a los encantos de este DVD, que no son pocos.
Honestamente, creo que ninguna ambientación “moderna” me satisfacía tanto desde la notabilísima Poppea de Carsen, registrada en DVD en el festival de Glyndebourne de 2008. Claus Guth sitúa la acción del Così, como decíamos, en la actualidad. El mensaje de la ópera –que en mi opinión no es otra cosa que una ácida burla a la idealización romántica e irracional del ser amado– se nos transmite así no a través de personajes del pasado, sino de dos parejas que se pueden asemejar perfectamente a nosotros mismos o a cualquiera de nuestros familiares y amigos, haciendo que el mensaje sea hoy tan hiriente como pudo serlo el día del estreno. Dicho de forma más sencilla: Così fan tutte, como La flauta mágica, tolera mucho mejor las puestas en escena “modernas” que otros títulos mozartianos como Don Giovanni o La clemenza di Tito. Naturalmente, transportar la acción a la actualidad implica que algunas frases del libreto suenen extrañas, como el deseo de Guglielmo y Ferrando de batirse a espada con Don Alfonso, pero eso es un mal menor comparado con la buena cantidad de aciertos que contiene esta simpática producción.
Guth sitúa los hechos en el interior de la casa de Fiordiligi y Dorabella. Una casa moderna y con amplias escaleras en la que quedan restos (bebidas, bolsas de patatas fritas...) de una reciente fiesta o celebración. De hecho, es curioso ver cómo las hermanas hacen su primera entrada algo achispadas. El segundo acto está resuelto escénicamente de forma bastante curiosa: desaparecen varias de las paredes de la casa, y en su lugar vemos unos altos árboles. A su vez, el suelo se cubre de tierra, de modo que con pocos cambios escénicos pasamos de ver el interior de la vivienda a lo que ahora se convierte en la fachada exterior. El cambio es muy curioso e inteligente. Sólo sobra, quizá, en el segundo acto la presencia de un sofá sobre el suelo de tierra, que amén de ser un mueble muy inadecuado para estar en un jardín bajo la lluvia y los elementos, acaba ensuciándose de tierra. Otro tanto ocurre con los cantantes: las hermanas aparecen descalzas durante casi toda la obra, mientras que los soldados lo hacen desde el finale del primer acto en adelante. No es bonito ni atractivo ver cómo las piernas de las chicas acaban llenándose de suciedad. Además, Fiordiligi rompe una copa de cristal en el escenario durante el acto segundo, con el riesgo de que cualquiera de los personajes, desprovistos como digo de calzado, salga herido.
Algo que resulta evidente es que el apartado de los disfraces con los que se ocultan en un momento u otro Guglielmo, Ferrando y Despina no está bien resuelto. No hay pelucas ni bigotes postizos con los que los soldados traten de confundir a las hermanas. Al principio cubren sus rostros tomando unas máscaras africanas que cuelgan de las paredes. Luego, en la escena del médico, ellos aparecen con el rostro y la ropa cubiertos de barro y suciedad, pero en el segundo acto, simplemente, no hay disfraz. Se hace de todo punto inverosímil que las hermanas no les reconozcan. Aquí surge inmediatamente la consabida pregunta de si Fiordiligi y Dorabella no serán también conscientes del juego desde el primer momento, aunque yo, personalmente, no comparto en absoluto esa visión de la obra. Me parece, simplemente, que es llevar las cosas demasiado lejos. Tampoco Despina lleva ningún disfraz de médico, y hace su aparición como notario con un sombrero que hace que uno se acuerde de Michael Jackson.
Al margen de estos puntos oscuros, la producción está llena de aciertos. En ocasiones, por ejemplo, se ven proyecciones en las paredes de la casa en las que aparecen las parejas en actitud muy edulcorada. Esa es la imagen mental que los cuatro protagonistas tienen inicialmente de sus relaciones y que acaba rompiéndose al final de la obra. También es muy moderno y acertado el modo en el que los movimientos de los personajes se “congelan” cuando alguien hace algún comentario aparte, que no es oído por el resto (“Cosa dici?”). Por último, Guth decide llevar la seducción hasta sus últimas consecuencias dejando ver cómo la conquista de las hermanas acaba en unión sexual.
Es, por tanto, una producción moderna, muy divertida, y que evidencia que el director escénico comprende muy bien la obra. Simplemente se pregunta cómo sucederían esos hechos en la actualidad y nos da una visión que en absoluto rompe el espíritu de la obra, sino que se mantiene fiel al mismo en todo momento.
Con todo lo expuesto, el mayor protagonismo recae, como no podía ser de otra manera, en la sublime música de Mozart. Este Così no es el de Karajan ni el de Böhm, pero sí es de lo mejorcito que se puede escuchar hoy. Para empezar tenemos a la Fiordiligi de Miah Persson, cantante que ya había dejado otro registro visual del personaje en Glyndebourne. Es curiosa la comparativa: ese extraordinario Così de Glyndebourne, cuya compra es muy recomendable, aparece dirigido por Ivan Fischer, hermano de Adam, que dirige el DVD que comentamos aquí. Además, el Ferrando recae en ambos casos en Topi Lehtipuu, del que hablaré a continuación. Ciñéndome a Persson, ella es una Fiordiligi más que competente, con un amplio registro aunque algo apurada en los exigentes graves del Come scoglio. Resulta preferible en el Per pietà, ben mio, en el que recibe la que quizá sea la ovación más amplia del público.
Más equilibrada vocalmente es la Dorabella de la guapísima Isabel Leonard, a quien le oí no hace mucho un notable Sesto en el Giulio Cesare de Haïm con Zazzo y Dessay. Su mejor momento es un Smanie implacabili quizá algo más dramático de lo que muchas veces se acostumbra –es frecuente enfocarlo como un estallido exagerado e irracional, mientras que Leonard parece pretender transmitir una angustia más humana y cercana– que se lleva el primer aplauso de la función. La verdad es que la chica se lo gana, pues canta subida en una barandilla a varios metros de altura. No exagero si escribo que una pérdida de equilibrio puede acabar mal.
Peor parado sale, en mi opinión, el reparto masculino. Florian Boesch es un Guglielmo competente aunque con un punto de impersonalidad. Su voz es algo oscura y no hace especialmente atractivo al personaje. No está mal, no se merece ni por asomo el suspenso, pero las chicas tienen mejor nivel. Otro tanto puede decirse del Ferrando de Topi Lehtipuu, que como dije había escuchado ya antes en el DVD de Glyndebourne. Este tenor se ha ganado especial fama en los últimos años, especialmente en el ámbito de las grabaciones historicistas. Aun a riesgo de que mi opinión pueda quedarse aislada, a mí no acaba de satisfacerme mucho, la verdad. Es innegable que tiene presencia escénica, pero el material vocal, sin ser malo, tampoco es que sea ni de lejos de primera división. Quizá esté aquí mejor que en Glyndebourne, en cualquier caso.
Con quien desgraciadamente toca fondo el reparto es con el horrendo, pero horrendo de verdad, Don Alfonso de Bo Skovhus. No es papel para él, que debería cantar más Guglielmos que Alfonsos y exhibe una línea de canto insoportablemente tosca, casi violenta. Supongo que por exigencias escénicas, se incide en la faceta más cínica y ácida del personaje, lo cual da lugar a alguna broma simpática. En cualquier caso, es una lástima que no se limite a arruinar sus momentos, que no son muchos, sino también algunos celebrados números de conjunto como el afamado Soave sia il vento.
La que da el espectáculo totalmente es Patricia Petibon como Despina. Sólo por ella vale ya la pena el visionado de este DVD. Algunas bromas en la escena del médico la llevan a salirse de lo escrito en la partitura, aunque no hay nada que resulte inadecuado. Lo único censurable es el modo en el que berrea “Voi non saprete nulla”, probablemente también por exigencias escénicas, en el recitativo que abre la escena tercera del segundo acto. Tampoco está muy allá el público que aplaude antes de tiempo el final del “Una donna a quindici anni”.
El Coro de la Ópera de Viena, dirigido por Thomas Lang, cumple en sus breves apariciones, aunque en ningún momento llega a hacerse presente en el escenario hasta los aplausos finales.
En cuanto a la dirección, al frente de la Filarmónica de Viena tenemos, como antes decíamos, a Adam Fischer, un director que para mí merece gran estima sólo por el hecho de haber sido el único junto a Antal Dorati en haber llegado a culminar una integral de las sinfonías de Haydn. La dirección, como cabía esperar, es muy equilibrada y notable, aunque en mi opinión, Fischer no debió consentir que Skovhus acabase las últimas frases del Non siate ritrosi de Guglielmo. Algunos recitativos se presentan bastante abreviados.
En el apartado técnico, la filmación, a cargo del gran Brian Large, es de gran calidad. No podía esperarse otra cosa viniendo de quien viene.
Este es un DVD que servidor no puede dejar de ver con la sonrisa puesta, y en el que da la sensación de que cuantos participan en él se lo pasan estupendamente. La puesta en escena, que puede parecer arriesgada, no lo hace recomendable para aquellos que sólo toleren producciones de corte clásico, pero la esencia de la obra se conserva y se transmite a la perfección.
Y es que el verdadero protagonista es, en realidad, Mozart.
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