Daniele Callegari (dir.); Raffaella Angeletti (Cio-Cio-San); Massimiliano Pisapia (Pinkerton); Annunziata Vestri (Suzuki); Claudio Sgura (Sharpless); Thomas Morris (Goro); Enrico Cossutta (Yamadori); Enrico Iori (Bonzo), Nino Batatunashvili (Kate). Coro Lirico Marchigiano “Vincenzo Bellini”. Fondazione Orchestra Regionale delle Marche. UNITEL CLASSICA DVD.
Una de las más interesantes grabaciones recientes de Madama Butterfly es esta filmación registrada en 2010 de unas representaciones al aire libre en el Sferisterio de Macerata. Tanto a nivel musical como escénico las cosas tienen un nivel lo suficientemente notable como para que pueda considerarse a esta como una función de altura, aunque naturalmente, hay también altibajos y aspectos discutibles.
Comencemos con la puesta en escena. El trabajo de Pier Luigi Pizzi es verdaderamente digno de encomio en muchas cosas, pues consigue transmitir
una gran belleza mostrando relativamente pocos elementos sobre el escenario. Todo es muy clásico y tradicional, sin resultar tampoco acartonado. En el centro de la escena vemos una bonita casa japonesa, cuyas paredes deslizantes dejan ver, al abrirse, una imagen de Buda en el centro justo de la vivienda. Junto a la casa, Pizzi sitúa un cerezo siempre en flor (símbolo arquetípico de lo japonés). Prácticamente no hay más elementos escénicos. También hay una gran economía de colores: incluso a pesar del colorido que aportan los kimonos durante el primer acto, durante toda la filmación predominan el blanco y el negro. Lo que se busca, obviamente, es transmitir simplicidad e intimidad, evitando ante todo caer en la tentación de aprovechar el exotismo de la obra para apabullar visualmente al espectador con el típico exceso de colorines y ornamentos. Me parece una producción bonita que sabe sacar un espléndido partido de la simplicidad.
una gran belleza mostrando relativamente pocos elementos sobre el escenario. Todo es muy clásico y tradicional, sin resultar tampoco acartonado. En el centro de la escena vemos una bonita casa japonesa, cuyas paredes deslizantes dejan ver, al abrirse, una imagen de Buda en el centro justo de la vivienda. Junto a la casa, Pizzi sitúa un cerezo siempre en flor (símbolo arquetípico de lo japonés). Prácticamente no hay más elementos escénicos. También hay una gran economía de colores: incluso a pesar del colorido que aportan los kimonos durante el primer acto, durante toda la filmación predominan el blanco y el negro. Lo que se busca, obviamente, es transmitir simplicidad e intimidad, evitando ante todo caer en la tentación de aprovechar el exotismo de la obra para apabullar visualmente al espectador con el típico exceso de colorines y ornamentos. Me parece una producción bonita que sabe sacar un espléndido partido de la simplicidad.
Merece quizá destacarse el modo en el que se nos muestra la noche de vigilia de Butterfly a la espera de Pinkerton. El coro a bocca chiusa está resuelto escénicamente de un modo un tanto extraño: una procesión de mujeres veladas y vestidas de blanco atraviesa el escenario precedida de una mujer que toca una viola d’amore. ¿Quiere decirnos quizá Pizzi que Butterfly está rememorando el día de su boda? No queda precisamente claro, y puesto que este es el único elemento “simbólico”, por describirlo de algún modo, que introduce, es inevitable que produzca una sensación algo chocante en contraste con la tónica realista de la producción. Francamente uno no sabe si esa procesión femenina significa realmente algo o si no es más que un capricho escénico de Pizzi para mostrar algo sobre el escenario durante el coro. Sea como fuere, inmediatamente después viene el largo interludio orquestal del “sueño” de Butterfly, en el que el director sí triunfa donde otros fracasan: muestra el reencuentro entre Pinkerton y Butterfly (encarnados por bailarines) tal y como esta última lo imagina, y la cosa resulta bastante bien. El “sueño” orquestal es un momento problemático en las producciones de esta ópera: a veces se ven cosas un tanto almibaradas y a veces no se ve nada porque el director escénico de turno prefiere no complicarse la vida y mantener el telón bajado. Lo de Pizzi, en cambio, funciona.
Hay cosas de la producción escénica, sin embargo, que no siempre son completamente originales. Concretamente, parece que el trabajo de Pizzi heredero de la película de Ponnelle en muchos aspectos: la cómica entrega de dinero por parte de Pinkerton a Goro durante el “Qui verran”; la ristra (idéntica) de fotografías de muchachas casaderas que el casamentero muestra a Sharpless en el primer acto; Pinkerton desbaratando el peinado de Butterfly durante el dúo de amor; Suzuki actuando de ayudante en el suicidio de la protagonista... Si tan sólo hubiese alguna coincidencia entre los trabajos de Pizzi y Ponnelle podría pensarse que estamos ante una casualidad, pero son demasiados los elementos coincidentes que llevan a pensar que aquí hay algunas ideas probablemente prestadas de la película, que comenté ampliamente aquí.
Con todo, quizá el único punto “negativo” de esta producción lo constituya el modo descuidado en el que se presentan escénicamente los rasgos más explícitamente japoneses del libreto. Y entrecomillo con plena intención la palabra “negativo”, porque estas insuficiencias son completamente habituales en los montajes de esta ópera, como he tenido oportunidad de señalar repetidamente en este blog. Por ejemplo, los personajes entran en el interior de la casa de Butterfly sin desprenderse del calzado con el que han atravesado el jardín, y los ottoké aparecen representados erróneamente como unas figuritas, cuando en realidad el hecho de que Pinkerton los describa como “muñecos” no debe alterar lo que realmente son: unas “tablillas” con los nombres de los antepasados. Estas dos cosas sí aparecen correctamente representadas, por ejemplo, en la producción de Asari que puede verse en el DVD de Maazel (véase esto). Tampoco es correcto el modo en el que se escenifica el suicidio de Butterfly (sobre esto escribí aquí) y se confunde al obi (el “cinturón” de tela que sujeta el kimono a la cintura) con otra prenda cuando la protagonista es vestida por Suzuki a la espera de la llegada de Pinkerton. Son errores, como digo, habituales, en las producciones de Madama Butterfly, pero que personalmente me parecen molestos en la medida en la que, en su mayoría, tienen fácil solución. Sea como fuere, esta es una bella puesta en escena.
Musicalmente ocurre un poco como con la producción: el nivel general es notable, aunque hay luces y sombras. En su labor al frente de la orquesta, Daniele Callegari busca un sonido envolvente y ampuloso a la manera quizá de Karajan (¡de nuevo esa película de Ponnelle!), aunque sin su capacidad para extraer colores de la orquesta y explotar todas las posibilidades de la obra pucciniana. La de Callegari es una lectura sobria, con cierta tendencia por los tempi lentos, y por momentos estentórea (el coro, que muestra un nivel meramente correcto, se ve completamente tapado por la orquesta en el “Ancora un passo”, que como se comprenderá no es que sea precisamente de una gran exuberancia en términos de decibelios). No hay aquí, desde luego, una concepción de la labor de la orquesta como algo puramente decorativo, y especialmente durante el primer acto se percibe un notable esfuerzo en la creación de las atmósferas contrapuestas con las que se presentan al público los distintos personajes: el “Amore o grillo” de Pinkerton es ensoñador sin estar despojado de un cierto toque de superficialidad que contrasta muy bien con la inmediata intervención de Sharpless, la voz de la sabiduría en esa escena, que Callegari dirige con especial solemnidad. Un trabajo, en suma, bastante acertado.
En lo que concierne al reparto, Raffaella Angeletti hace una sólida Cio-Cio-San vocalmente bellísima e impecable, aunque algo distante en términos de expresión, especialmente en lo que concierne al primer acto. Aun con toda su musicalidad y belleza, no hay una profundización especialmente honda en la candidez y encanto que debe trasmitir un personaje que es una chiquilla de quince años enamorada hasta el tuétano. Habrá quien diga que esa contención expresiva es adecuada a la hora de interpretar a una joven japonesa, pues se supone que los nipones no son tan efusivos como nosotros a la hora de expresar exteriormente las emociones. El argumento me parece terriblemente endeble: la música de Puccini es tan extraordinariamente rica en lo que concierne a Cio-Cio-San, que brinda a su intérprete toda una oportunidad de hacer un completísimo retrato psicológico del personaje. Desaprovecharlo y convertir a Butterfly en alguien distante, a cuyo sufrimiento asistimos sin que realmente lo hagamos nuestro (sin que suframos, en suma, con ella) tan sólo porque es japonesa es decepcionante. Quizá el ejemplo más claro de todo esto lo constituya el dúo de amor que cierra el primer acto: el trabajo de Angeletti es tan perfecto musicalmente como insulso en lo expresivo, hasta el punto de que uno se queda impactado al ver cómo la pareja se da un gran beso antes de caer el telón después de tanta contención. Angeletti, en suma, hace una Butterfly musicalísima y muy sólida, cantada impecablemente, aunque lejos de lo ideal en lo que se refiere a candor y a implicación dramática.
Claramente por debajo del nivel de Angeletti está el Pinkerton de Massimiliano Pisapia, ciertamente bien cantado, pero mucho más plano aún a nivel expresivo. Casi aburre en el primer acto, lo cual es inconcebible en un personaje que debe transmitir juventud, atrevimiento y desvergüenza. Tras la escena del bonzo (cumplidor Enrico Iori) equivoca la frase “Non valgono i pianti” y pronuncia algo incomprensible. Annunziata Vestri sí hace una buena Suzuki, sin fisuras, y Claudio Sgura cumple con corrección como Sharpless, aunque resulta un tanto gris. El único miembro realmente malo del reparto es Thomas Morris, que canta Goro con una fea, inestable y tremolante vocecilla. Correcto el Yamadori de Enrico Cossutta.
Resumiendo, podría esperarse un poco más de implicación expresiva en el reparto y podrían también corregirse algunos problemas muy menores de la producción escénica, pero con eso y con todo es una versión realmente disfrutable.
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