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miércoles, 1 de abril de 2015

Cuatro noches en el Maestranza

Al margen de los conciertos del Fèmas, de los que escribí ayer, he asistido en cuatro ocasiones al Maestranza durante el último mes:

- Recital pianístico de Fazil Say (1 de marzo): En general encomiado por la prensa, me disgustó sobremanera durante la primera mitad (sonatas K. 331 y 332 de Mozart). Cierto es que su técnica es apabullante, pero este hombre literalmente ahogó a Mozart a fuerza de imponer sobre la partitura mil y un

domingo, 27 de abril de 2014

Bros polifacético

Si no me falla la memoria, hasta anoche la última vez que había visto en vivo al tenor José Bros fue durante las representaciones de La favorite del Maestranza en el año 2009, de las que escribí en este blog, por entonces recién creado. Recuerdo que hizo un muy notable Fernando en aquella ocasión –el papel se las trae– y aunque volvió al coliseo sevillano posteriormente en algunas representaciones de zarzuela yo no volví a verle. Hasta anoche. Ayer dio un recital que no quise perderme y que tuvo una espléndida recepción por parte del público, que pese a llenar el teatro aproximadamente hasta la mitad dispensó a Bros muchos gestos de cariño (bravos, aplausos sin terminar, exclamaciones espontáneas...).

El programa era muy variado, y por ende, muy atrevido, pues tocaba muchos palos distintos y exigía de unas dotes interpretativas bastante camaleónicas por

lunes, 25 de noviembre de 2013

Recital de Nancy Fabiola Herrera en el Maestranza

Asistí el pasado sábado al recital que Nancy Fabiola Herrera ofreció en el Teatro de la Maestranza. Además de lo curioso del programa, con muchas obras que jamás había oído antes, ella se mostró absolutamente cautivadora, con una voz sedosa de hermosísimo color, uniforme a lo largo de todo el registro. Me gustó más, en cualquier caso, la primera mitad, y de manera especial las “Tres majas dolorosas” de Granados, que ella supo abordar con la dosis perfecta de patetismo. Hubo dos propinas operísticas que rompían en cierto sentido la tónica del programa, pero que fueron muy aplaudidas: el “Mon cœur s’ouvre a ta voix” del Sansón y Dalila y finalmente la “Habanera” de Carmen, recurso sin duda fácil para enloquecer al público, aunque indudablemente grato.

Un estupendo recital, en suma, en el que también hay que destacar la estupenda labor de Rubén Fernández Aguirre al piano.

Programa

I
Pauline Viardot (1821-1910)
Trois Chansons
Madrid
Havanaise
Les Filles de Cadix

Enrique Granados (1867-1916)
Tres Majas Dolorosas (Colección de Tonadillas en estilo antiguo)

Antón García-Abril (1933)
Canciones de Valldemosa
(Tríptico de Antonio Gala)
Agua me daban a mi
A pie van mis suspiros
No por amor

Gerónimo Giménez (1854-1923)
Sierras de Granada (zarzuela La Tempranica)

II
Ernani Braga (1868-1945)
Tres Canciones Negras Brasileñas
Capim di Pranta (Canción Jongo)
O'Kinimbá (Canción de Makumba)
Engenho novo (Canción de trabajo, Rio Grande do Norte)

Xavier Montsalvatge (1912-2002)
Cinco Canciones Negras
Cuba dentro de un piano
Punto de Habanera
Chévere
Canción de cuna para dormir a un negrito
Canto negro

Popular
Dos Espirituales Negros
City called Heaven
Ride on, King Jesús!

martes, 4 de diciembre de 2012

Arteta, entre España y Alemania


Imagen: www.elcorreoweb.es


Estuve ayer en el recital de Ainhoa Arteta en el Teatro de la Maestranza, y de entrada, ya quedaba clara una cosa antes incluso de que el concierto comenzara: el teatro debía estar al cien por cien de su capacidad, algo que no suele ocurrir con los recitales de lied, por grandes que sean los intérpretes. Recordemos, por ejemplo, los casos recientes de Thomas Hampson (ver aquí) o de René Pape (y aquí). La cuestión es que una cosa es ser famoso para el público “entendido”, por llamarlo de algún modo, y otra muy distinta es serlo para la gran masa, que a través de los medios de comunicación conocen el nombre del artista por mucho que luego no hayan escuchado ninguno de sus discos y ni siquiera sean capaces de identificar la voz. Al menos en España, Arteta es más famosa para este concepto amplio del público que grandes figuras consumadas de la ópera actual como Flórez, Garança, o el propio Pape. Sea como fuere, es siempre una buena noticia que un centro dedicado a la cultura como el Teatro de la Maestranza sea capaz de llenarse de público entusiasta en medio de esta época de crisis económica.

Durante la primera parte, Arteta cantó un programa centrado en el Frauenliebe und leben de Schumann y en Strauss. Decididamente se encuentra en un muy buen momento vocal, por mucho que algunos de los graves resultaran insuficientes. Ya me causó una muy favorable impresión en sus dos últimas y recientes visitas a Sevilla en La Bohème (click) y en el concierto de clausura del curso académico de la Universidad de Sevilla del año pasado (click). La segunda mitad estuvo dedicada a música española: baladas francesas de Albéniz y las Siete canciones populares españolas de Falla. Me gustó mucho su Albéniz, aunque en Falla se echó en falta, en mi opinión, un poquito más de “gracia” o -¿por qué no llamarlo así?- picardía, a la manera, por ejemplo, de Berganza. En cualquier caso, Arteta estuvo espléndida en la Nana. Regaló, a modo de propina, Cantares de Turina y A Chloris de Hahn.

¿Conclusión de la experiencia? Que ahora mismo ando escuchando A Chloris en youtube y dándole al replay como un loco. Gracias, Ainhoa.

Estupendo el acompañamiento pianístico de Roger Vignoles.

Robert Schumann (1810-1856)
Frauenliebe und leben

Richard Strauss (1864-1943)
Morgen
Ständchen
Zueignung

Isaac Albéniz (1860-1909)

Baladas italianas:
La lontananza
Una rosa in dono
Il tuo sguardo
Moriró!

Manuel De Falla (1876-1946)
Siete canciones populares españolas

viernes, 6 de julio de 2012

Fin de curso en el Maestranza

Como he venido haciendo los últimos años (véase aquí y aquí), ayer asistí al concierto de clausura de la Universidad de Sevilla en el Teatro de la Maestranza. En esta ocasión, el programa –dedicado a la ópera en su primera parte y a la zarzuela en la segunda– corría a cargo de la soprano Yolanda Auyanet (la Condesa de las Bodas de esta temporada) y del barítono Joan Martín-Royo, con la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla dirigida por Santiago Serrate.

No tengo dudas de que fue un concierto hermoso, aunque ciertamente lo considero algo por debajo de otras ediciones. La cosa se abrió espléndidamente con una sensacional obertura de Don Pasquale, pero vocalmente hemos visto cosas mejores en estos conciertos del CICUS. Auyanet, que salió en inferioridad de condiciones respecto del barítono, con un aria menos en la primera mitad, supo cantar bien, aunque su voz resulta a veces de débil proyección y quedó sepultada por una orquesta a cuyo director le faltó sensibilidad para impedirlo. Menos convincente fue Martín-Royo. La voz no me parece demasiado atractiva y evidenció obvios problemas de legato en una olvidable “Come un ape” de La Cenerentola (¡inexplicablemente alabada en Diario de Sevilla!), en la que también incurrió en algunas exageraciones cómicas que resultan prescindibles si se sabe explotar adecuandamente la comicidad intrínseca en la música de Rossini sin necesidad de añadir gracietas extra.

El público, en cualquier caso, respondió bien, aunque no terminó de llenar el teatro. Una tarde agradable.

1ª Parte
G. Donizetti
Selección de Don Pasquale
Sinfonía
Malatesta, “Bella si come un’ angelo” (Joan Martín-Royo)
Dúo Norinna/Malatesta, ”Pronta io son " (Yolanda Auyanet, Joan Martín-Royo)

G. Rossini
Il Signor Bruschino, obertura
Guillermo Tell, Rec y Aria "S'allontano al fine-Selva Opaca” (Yolanda Auyanet)
La Cenerentola, “come un Ape nei giorni d’aprile-Ma al finir…” (Joan Martín-Royo)
Aria y Cabaletta de Dandini

2ª Parte
R. Chapí
El Tambor de Granaderos, preludio

Agustín Pérez Soriano
El Guitarrico, Suena Guitarrico Mío, jota de Perico (Joan Martín-Royo)

G. Giménez
La Tempranica, Sierras de Granada (Yolanda Auyanet)

P. Sorozábal
Don Manolito, Dile (Joan Martín-Royo)

P. Luna
El Niño Judío, de España Vengo (Yolanda Auyanet)

Soutullo y Vert
La del Soto del Parral, “Ya mis horas felices” (Joan Martín-Royo)

G. Giménez
La Tempranica, La Tarántula (Yolanda Auyanet)

lunes, 12 de marzo de 2012

Barbara Hendricks entre reventadores

Nunca he sido muy fan de Barbara Hendricks, pero ayer asistí a su recital en el Teatro de la Maestranza, dispuesto a no desaprovechar la oportunidad de escuchar en vivo a una soprano de gran fama. La encontré mayor de lo que esperaba, y no sólo en el plano físico, sino en el vocal, en el que su emisión se hace ahora cuestionable por un vibrato en ocasiones exagerado –obvio signo de desgaste– y por una casi nula agilidad en pasajes que tampoco resultan demasiado exigentes en este ámbito. Pero hizo un recital que podríamos describir como “bonito” o incluso “muy bonito” del que salí satisfecho, porque precisamente, como digo, mis expectativas no eran altas. Acompañó al piano Ariane Jacob, muy sensible y atenta, pero aunque no tenga nada absolutamente que ver, después de lo que le escuché anteayer a Figuereido... Al margen del programa, que reproduzco abajo, se ofrecieron tres vises: Les filles de Cadix (desde que vi esta maravillosa mamarrachada de mi admirada Petibon siempre me acuerdo de la araña), el Ave Maria de Schubert y una canción, hermosamente cantada, titulada algo así como It is that?

El público respondió a la llamada notablemente mejor que en el recital de Hampson de hace unos días, que paradójicamente fue, en mi opinión, de mayor calidad. Pero lamentablemente no fue un público educado. Antes del comienzo se anunció por megafonía que los artistas insistían en que no se aplaudiese entre pieza y pieza. A algún imbécil se le ocurrió la brillante idea de aplaudirle al mensaje de megafonía que pedía precisamente lo contrario, lo que provocó unas lógicas y justificadas risotadas. Pero de poco sirvió el anuncio. El público estuvo tan cariñoso con Hendricks que quiso aplaudirla de algún modo “alternativo”, de modo que la soprano recibió varias y prolongadas ovaciones de toses, acompañadas de murmullos de reprobación que no hacen sino acrecentar el ruido. Servidor, que arrastra una molesta tos desde hace tiempo como consecuencia de un resfriado, se contuvo en todo momento, y debí ser de los pocos en el teatro que no tosieron. Además, el sector que antes hemos calificado de “imbécil” siguió aplaudiendo de todas formas, y también aparecieron todas las subespecies de reventadores expertos: el del caramelo, el del teléfono, el que tira algo al suelo... La perla que hizo que me pusiera de mal humor fue un comentario que le escuché a un señor sentado delante mía mientras Hendricks cantaba Barber: “¡Qué música tan espantosa!” Yo me pregunto: si el programa se conoce desde hace meses, ¿para qué pagan una entrada estos sujetos?; ¿Sólo para hacer ruido y molestar?

Yo propongo una nueva estrategia a los reventadores: cagarse en el teatro y que huela.

Franz Schubert (1797-1828) // Johann W. von Goethe (1749-1832)
Suleika I Op. 14
Lied der Mignon Op. 62.4
Der Musensohn Op. 92,1
Wanderers Nachtlied Op. 96.3
Suleika II Op. 31

Gabriel Fauré (1845-1924) // Paul Verlaine (1844-1896)
En Sourdine
Clair de lune
C’est L’extase
Spleen
Green
Mandoline

Gustav Mahler (1860-1911) // Friedrich Rückert (1788-1866)
Ich atmet' einen linden Duft
Liebst du um Schönheit
Blicke mir nicht in die Lieder
Ich bin der Welt abhanden gekommen
Um Mitternacht

Samuel Barber (1910-1981)
Hermit Songs Opus 29 (Textos anónimos Irlandeses) (Siglos VIII-XIII)
At Saint Patrick’s Purgatory
Church Bell at Night
St Ita’s Vision
The Heavenly Banquet
The Crucifiction
Sea Snatch
Promiscuity
The Monk and His Cat
The Praises of God
The Desire for Hermitage

Manuel De Falla (1876-1946)
Siete canciones populares españolas
El Paño Moruno
Seguidilla Murciana
Asturiana
Jota
Nana
Canción
Polo

domingo, 19 de febrero de 2012

Thomas Hampson y el lied


Desde hace algunos años, el nombre de Thomas Hampson parece causar cierta sensación de rechazo y estupor en un determinado círculo de aficionados a la ópera, y más concretamente entre los aficionados verdianos y puccinianos. No les falta razón. La clara voz de Hampson no encaja en lo que podríamos considerar el canon tradicional del barítono verdiano. En Puccini, su Scarpia me parece simplemente un error. La cuestión es que, afortunadamente, Hampson es mucho más que eso. Es, por ejemplo, uno de los más dignos barítonos mozartianos de las últimas décadas, además de un gran intérprete de lied, como demostró anoche en Sevilla. Sólo un aficionado realmente corto de miras –de esos para los que todo se reduce al siglo XIX y a las primeras dos décadas del XX– puede rechazar enteramente a Hampson.

Que los recitales de lied no causan furor en Sevilla no es ningún misterio, pero soy incapaz de reprimir la sensación de tristeza y asombro ante un Teatro de la Maestranza que anoche probablemente no estaba lleno ni tan siquiera a la mitad. Y valió la pena la asistencia, al margen de un molesto problema con la lámpara (parpadeaba) que incordió un poco durante los primeros minutos de la primera parte. Hampson ofreció un impecable recital de lieder mahlerianos con el brillantísimo acompañamiento pianístico de Wolfram Rieger. Este último se mostró atento al cantante en todo momento y tuvo momentos de enorme sutileza e inspiración. Y el barítono estuvo a la altura de su extraordinario acompañante. A la belleza de la voz hay que sumar una emisión impecablemente limpia, muy trabajada y valiente, así como una elevada dosis de lo que simplemente podríamos llamar buen gusto. Supo alternar momentos de gran tensión y fuerza con delicadísimos pianissimi. Precisamente al cantar en piano la voz pierde brillo al subir por el pasaje, lo que se traduce en una emisión algo pálida y más bien poco masculina. El problema no apareció, sin embargo, en los ascensos en forte, en los que la voz sube segura y mantiene su color y su brillo natural, por lo que más que a una técnica defectuosa debe obedecer quizás a un cierto –aunque poco importante– desgaste.

La escasa concurrencia vitoreó largamente a ambos artistas por el gran trabajo, y Hampson tomó la palabra para decir que la de anoche había sido su primera visita a Sevilla y para mostrar también su buen humor. Cuando el público pidió un segundo bis, él avisó: “Be careful. Mahler wrote fifty songs”.

Lieder de Gustav Mahler (1860-1911)

I
Lieder und Gesänge aus der Jugenzeit (Lieder y Canciones de Juventud)
Frühlingsmorgen (Mañana de primavera) (Texto de R. Leander, 1830-1889)
Ablösung im Sommer (Relevo en verano) (Texto: tradición popular)
Rheinlegendchen (Pequeña leyenda del Rin) (Texto: tradición popular)
Ich ging mit Lust durch einen grünen Wald (Paseaba con placer) (Texto: tradición popular)
Erinnerung (Recuerdo) (Texto de R. Leander, pseudónimo de Richard Volkmann)

Kindertotenlieder (Canciones a los niños muertos) (Textos: F. Rückert, 1788-1866)
Nun will die Sonn' so hell aufgehn (Ahora quiere el sol salir tan claro)
Nun seh' ich wohl, warum so dunkle Flammen (Ahora veo bien por qué tan oscuras llamas)
Wenn dein Mütterlein tritt zur Tür herein (Cuando tu madrecita, entra por la puerta)
Oft denk' ich, sie sind nur ausgegangen (Muchas veces pienso que sólo han salido)
In diesem Wetter, in diesem Braus (Con este tiempo, con este vendaval)

II
Lieder eines fahrenden Gesellen (Canciones de un compañero errante) (Textos: G. Mahler)
Wenn mein Schatz Hochzeit macht (Cuando mi amor celebra su boda)
Ging heut’ morgen übers Feld (Caminé esta mañana por el campo)
Ich hab' ein glühend Messer (Tengo un ardiente cuchillo)
Die zwei blauen Augen (Los dos ojos azules)

Vier Rückert-Lieder (Cuatro Lieder sobre poemas de F. Rückert)
Blicke mir nicht in die Lieder! (¡No mires mis canciones!)
Ich atmet' einen linden Duft! (¡Yo aspiraba un dulce aroma!)
Um Mitternacht (A medianoche)
Ich bin der Welt abhanden gekommen (He abandonado el mundo)

lunes, 3 de octubre de 2011

Caballé, entre gatos y arañas

Ayer, apenas repuesto de la muy favorable impresión causada por Las bodas de Fígaro del Maestranza, tuve la oportunidad de cumplir uno de esos sueños que cada vez se antojan más irrealizables para los melómanos jóvenes: asistir a un recital de una leyenda en vida de la ópera como lo es la gran Montserrat Caballé. Naturalmente, uno sabe a lo que va y no puede pretender que la soprano catalana esté como para cantar Toscas. Se trataba, al menos para mí, ni más ni menos que de ver y oír al mito en directo, de poder decir “yo la escuché cantando a apenas unos metros delante mía”. La actuación fue una gala lírica solidaria en beneficio de la asociación Nuevo Futuro, presidida por la Duquesa de Alba. Allí estaba esta última, sentada en el centro del teatro junto con el que el miércoles será su nuevo esposo y el alcalde de la ciudad. Su presencia arrastró al Maestranza un número considerable de personajes más o menos famosos a los que uno jamás ve en ningún espectáculo musical de la ciudad, y mira que yo voy a muchos. Pero había cámaras y fotógrafos, claro, y eso da glamour. De hecho, nunca he visto tanta prensa en el Maestranza. Los fotógrafos se situaron inicialmente frente al escenario, delante de los asientos centrales del patio de butacas, hasta que el personal del teatro les indicó que se dispusieran a derecha e izquierda del patio. Ya comenzado el recital, el ruido de las cámaras fue tan molesto que alguien se quejó y la prensa desapareció después de que un miembro del personal del teatro conversara sospechosamente con ellos. Lo mismo sucedió en el otro extremo del patio: una amiga sentada allí me comentó que también hubo queja, conversación y desaparición. Comprendo que la prensa hace su trabajo, pero también puede hacerse en armonía con el trabajo de los artistas que están sobre el escenario y con el respeto a un público que ha pagado para escuchar música en vez del ruido de las cámaras fotográficas. Su presencia no me hubiera incomodado de haber hecho fotos durante los aplausos, que fueron muchos.

En cuanto a la gala en sí misma, ya fue un privilegio estar tan cerca de Caballé en el patio de butacas y oírla cantar. No voy a entrar en nada más porque a una diosa no se le puede aplicar la misma vara de medir que a las demás. Eso es de bárbaros, y ella ya no tiene nada que demostrar. Salió a escena apoyándose en una muleta después de una reciente caída. Su hija, Montserrat Martí, que acaba de ser mamá, me sorprendió muy gratamente, con una hermosa voz de lírica pura y con squillo en el agudo. Mucho menos me convenció el tenor Sergi Giménez, dueño de una voz de tenor lírico de débil proyección y que se entubaba en el descenso durante la primera parte. Abordó el Pourquoi me réveiller sin saber transmitir el patetismo enfermizo de Werther, pero mejoró en la segunda parte, dedicada a la zarzuela, en el No puede ser. Muy bien el acompañamiento al piano de Manuel Burgueras.

Las propinas, presentadas por la propia Caballé, comenzaron con el Tonight de West Side Story a cargo de Giménez y Martí. Luego siguió el Lippen schweigen de La viuda alegre convertido en trío, y por último... redoble de tambor: ¡el dúo de los gatos de Rossini! Ya me puedo morir tranquilo. Lo he escuchado en vivo. Ya iba emocionado por oírla cantar La tárantula y voy y me encuentro con los gatos. Además, para superarlo, después subieron Los del Río con una guitarrita (sí, sí, como suena) y cantaron una canción rociera (Gloria a la Blanca Paloma), con lo que la Caballé, pese a su muleta, se puso a bailar. Qué grande es.

Programa

I
Vincenzo Bellini (1801-1835)
Angiol di Pace (Montserrat Caballé - Montserrat Martí)
Vaga luna (Sergi Giménez)

Gaetano Donizetti (1802-1861)
In questo semplice de Betly (Montserrat Martí)
L’amante spagnuolo (Montserrat Caballé)
Gioachino Rossini (1801-1835)
Bolero (Monserrat Caballé - Montserrat Martí)

Jules Massenet (1842-1912)
Pourquoi me réveiller? de Werther (Sergi Giménez)

Léo Delibes (1847-1948)
Viens Malika de Lakmé (Montserrat Caballé - Montserrat Martí)

II
Manuel Penella (1880-1939)
Habanera de Don Gil de Alcalá (Montserrat Caballé - Montserrat Martí)

Jerónimo Giménez (1854-1923)
Ay, Malaya de La boda de Luis Alonso (Montserrat Caballé)

Pablo Sorozábal (1897-1988)
No puede ser de La tabernera del puerto (Sergi Giménez)

Manuel Fernández Caballero (1835-1906)
Yo quiero a un hombre de El cabo primero (Montserrat Martí)

Federico Moreno Torroba (1891-1982)
Subir, subir de Luisa Fernanda (Montserrat Caballé – Sergi Giménez)

Gerónimo Giménez (1854-1923)
La tarántula de La tempranica (Montserrat Caballé - Montserrat Martí)

Manuel Penella (1880-1939)
Torero quiero ser de El gato montés (Montserrat Martí – Sergi Giménez)

viernes, 8 de julio de 2011

Arteta universitaria

Al igual que el año pasado, anoche pude asistir al concierto de fin de curso de la Universidad de Sevilla en el Teatro de la Maestranza, cuyos principales protagonistas fueron esta vez la soprano Ainhoa Arteta, a la que pudimos ver hace unos meses en La Bohème, y el barítono Ángel Ódena, que acaba de terminar las funciones del Don Carlo.

La primera parte estuvo a cargo de Mozart, con un Ódena francamente gris en el aria de Almaviva y lo que es peor, llevándose la voz atrás en ocasiones. Quizás no sea el aria ideal para abrir un recital con la voz aún fría, porque lo cierto es que ocurrió lo mismo que el otro día: interpretación sacada enteramente fuera de contexto y privada de la fuerza y tensión que exige (y digo bien, exige), la partitura. Lo diré de forma clara: el conde quiere poco menos que arrancarle la cabeza a Fígaro. Su temor por las recientes palabras de su criado le han conducido a la sospecha, y el sentimiento (podríamos decir que de ridículo) de verse manipulado por un siervo suyo le lleva a una explosión de carácter en la que se consuela a sí mismo pensando en destrozarle la vida. No estoy diciendo que esta música deba cantarse con violencia, sencillamente porque Mozart no lo permite, pero sí al menos con una tensión y agitación que contrasten con la melancólica calma del Dove sono de la Condesa. Mejoró Ódena en el Deh vieni del Don Giovanni.

En lo que se refiere a Arteta, su primera aparición fue con el Porgi amor, a un tempo excesivamente ralentizado por la batuta de Marco de Prosperis. Hubo algo más de vibrato de lo que impera en la actual práctica interpretativa de la música del siglo XVIII y evidenció obvias dificultades en el grave en el aria de Donna Elvira, pero en compensación exhibió toda una colección de filados y smorzaturas que, por encima de las cuestiones meramente estilísticas, son una lección de buen canto y de buen gusto. La primera parte se cerró simpáticamente con el La ci darem.


Lo mejor, con diferencia, estuvo reservado para la segunda mitad, en la que la orquesta tuvo su principal oportunidad de lucimiento con la obertura de La forza. Ya en la primera parte había ofrecido las de Nozze y Don Giovanni, aunque como digo, todo cobró mayor vida y sentido tras el descanso. Ódena hizo su escena de la muerte de Posa tan convincentemente como ha demostrado estos días pasados, y Arteta cantó de forma bastante conmovedora el Tu che di giel sei cinta de Turandot, compensado quizá la cancelación de su Liù en la pasada temporada. Un Ódena ya crecido abrió paso al final con el Nemico della patria, al que siguió un Sola, perduta, abbandonata que resultó algo pesado para Arteta, que en cualquier caso demostró un gran apoyo en el centro desde el que descender al exiguo grave. El resultado, pese a que no sea papel para ella, es en cualquier caso muy notable. Ya pude oírla en esta escena en la gala de homenaje a Plácido Domingo que retransmitieron por televisión hace unos meses. La cosa se cerró oficialmente con el In quelle trine morbide y el dueto de Manon y Des Grieux del acto segundo, precedidos por el final del mismo acto a modo de intermezzo orquestal.

El público le gritó "guapa" a la Arteta, palmeó y pidió propinas. Recogió el torero, el Babbino y Mattinata, ésta última cantada a dos entre Ódena y Arteta y repetida nuevamente como cuarto bis.

domingo, 1 de mayo de 2011

Devia ante la adversidad

Esperaba con cierta impaciencia el recital de la gran Mariella Devia en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, sobre todo después de que el mismo, que debió haberse celebrado en marzo, se aplazase hasta el día de ayer, 30 de abril. Tratándose de Devia, cualquier espera vale la pena, pero lo cierto es que una vez sentado en mi asiento llegué a temerme lo peor. Sonaron por megafonía las típicas palabras: “la cantante se encuentra indispuesta por un proceso viral, pero por respeto al público saldrá al escenario”. Dicho de otro modo, es un llamamiento al público que dice “no seáis exigentes”, algo que resultó de todo punto innecesario en el caso de Devia. Los malignos efectos de su enfermedad no se dejaron ver en toda la noche, sino todo lo contrario: a lo que asistimos fue a un verdadero alarde de buen gusto, de técnica, control y dominio de la voz, de fraseo. De belcanto. Cierto es que me pareció que empezaba algo fría en el Chopin que abría el concierto (más abajo copio el programa completo), sobre todo en los ataques, si bien transcurridos los primeros segundos (no minutos) la cosa se convirtió en lo que todos esperábamos. Hubo un incidente instantes antes del término de la primera parte. Un señor del público se sintió indispuesto y se llamó a voces a un médico, lo que hizo que Devia interrumpiese al momento su canto. Como me encontraba muy cerca del escenario (sólo en la sexta fila del patio) pude ver perfectamente su gesto de extrañeza.

La segunda parte fue aún más espectacular y el público reaccionó de forma especialmente estruendosa en el “Com’è bello quale incanto” de la Lucrezia Borgia de Donizetti. De propina, dos Puccinis muy agradecidos pero que poco tenían que ver con la tónica general del concierto: el “Signore, ascolta” de Turandot y el “Quando m’en vo” de La Bohème. El público, que siendo generoso llenaría el 70% del teatro, hubiera aplaudido hasta que Devia agotara su repertorio de bises, pero su pongo que estando enferma tampoco se sentía muy dispuesta a darse una paliza. En lo que a mí se refiere, abandoné el teatro con dolor en los brazos.

A todo esto, impecable el acompañamiento al piano de Max Bullo.

I
Fréderik Chopin (1810-1849)
Mazurke
L'oiselet
La dance

Gustave Charpentier (1860-1956)
“Depuis le jour” de Louise

Franz Liszt (1811-1886)
S'il est un charmant gazon
Oh! quand je dors

Jules Massenet (1842-1912)
“Adieu notre petite table” de Manon

Charles Gounod (1818-1893)
Au printemps
Le vallon
“Je veux vivre”•de Romeo et Juliette

II
Vincenzo Bellini (1801-1835)
“Casta Diva” de Norma

Gaetano Donizetti (1797-1948)
“Com’è bello quale incanto” de Lucrezia Borgia
“Oh nube” de Maria Stuarda

Giuseppe Verdi (1813-1901)
“Non fu sogno” de I Lombardi

sábado, 23 de octubre de 2010

Altibajos de Jonas Kaufmann


Nadie duda de la buena presencia escénica del tenor Jonas Kaufmann. Le gusta a las féminas y es probablemente el tenor más explotado comercialmente de los últimos años, por debajo siempre del estupendo Juan Diego Flórez. Su canto, en cambio, dista bastante de ser atractivo para mí, y conste que le he dado oportunidades. Ayer mismo acudí a su recital en el Maestranza sevillano con la intención de dejarme convencer de una vez por todas por su voz y con la esperanza de que el directo limara buena parte de las asperezas de su canto. El programa era ideal para ello: el ciclo liederístico “La bella molinera” de Franz Schubert con el acompañamiento pianístico de un sobresaliente Helmut Deutsch. Y sucedió exactamente lo que era previsible. Ignoro el por qué de la obsesión de Kaufmann en oscurecer su voz, ofreciendo un canto constantemente engolado. Tanto que durante uno de los aplausos pude oír cómo un señor sentado a mi espalda murmuraba a su esposa: “parece un barítono”. Cuando escucho a un cantante así llego a terminar yo mismo con la garganta cansada, pese permanecer obviamente en silencio. Es algo psicológico. La otra pega para mí son sus agudos en pianissimo: Kaufmann tiene la virtud de conseguir con sonido redondo, sólido, masculino más allá del pasaje de registro, pero en aquellos momentos que exigen del intérprete un mínimo de sutileza su voz sonó apagada, descolorida, completamente inconsistente.

El público, como era previsible, aplaudió efusivamente, y Kaufmann, que se hizo bastante de rogar, tuvo que ofrecer dos bises. Por cierto que en relación al público ayer se vivió un momento entre cómico y grotesco en el Maestranza, cuando medio teatro empezó a aplaudir justo antes de “Pausa”. Explicación: la gente vio el título en la pantalla instalada sobre el escenario y pensó erróneamente que el artista se despedía momentáneamente para un descanso. Supongo, eso sí, que Kaufmann quedaría encantado con la “falsa” ovación.

Aún creo que este hombre puede llegar a hacer cosas dignas con su voz. Continuaré rezando a San Judas Tadeo para que se enmiende.

viernes, 2 de julio de 2010

Fin de curso con nota


Gracias al oportunísimo aviso de Rofrano he tenido la oportunidad de asistir al concierto de clausura organizado por la Universidad de Sevilla en el Teatro de la Maestranza, con Ismael Jordi y Ruth Rosique. Una noche agradable, con un programa popular tanto en la faceta operística (que dominó la primera parte) como en la de zarzuela (segunda parte) que garantizaba al aplauso entusiasta del público.

La primera parte comenzó con una traca mozartiana: obertura y aria Welche Wonne de El rapto en el serrallo; el Deh, vieni, de Las bodas de Fígaro y el aria Il mio tesoro de Don Giovanni. La voz de Rosique no llegaba del todo clara a las butacas de paraíso durante su primera aparición, defecto de volumen que quedó casi solucionado en la famosa “aria del jardín” de Susanna. Muy de destacar el delicioso pizzicato de las cuerdas y el tempo rápido empleado por Juan Luis Pérez. La cuestión es que eché en falta algo de “peso” psicológico en esta música. No me basta con oírla cantada como si de una cancioncilla infantil se tratara. Hay ahí una fuerte carga de espiritualidad, de un amor sublime, elevado a la manera de Tamino y Pamina y que es precisamente lo que saca de quicio a Fígaro, que lo escucha todo escondido y cree esas palabras dirigidas a otro. Hablo sin duda de matices que pertenecen al ámbito de la representación operística y que escapan tal vez al de los recitales, pero insisto en que esa música, tan simple de apariencia, es infinitamente más rica de lo que se pudo apreciar anoche.

Ismael Jordi salió en desventaja respecto a Rosique. Cuando pisó el escenario, aquella había cantado ya dos veces, y lo hizo con la segunda aria de Don Ottavio, mientras que la primera (Dalla sua pace, añadida por Mozart para el estreno vienés de Don Giovanni) siempre me ha parecido más bella. Con todo ello, y pese a algún ligero desconcierto en los embellecimientos del da capo, Jordi (que ya me había sorprendido gratamente en La Traviata) se puso en su sitio con una espléndida Tombe degli avi miei, de Lucia di Lammermoor. De lo mejor de la noche. Tras la aparición de Rosique con La viuda alegre de Lehár (canción de Hanna), notable aun con la ausencia del coro y en la que brillaron las maderas de la orquesta, Jordi volvió a la carga con la famosa aria de Lionel de Martha (Flotow), cerrando la primera parte junto con Rosique con una simpática versión del “Caro elisir! Sei mio!” de L’elisir d’amore en la que el tenor simulaba beber de un botellín.

Precedida de la famosa obertura de Orfeo en los infiernos de Offenbach, que como era de esperar entusiasmó al público (y a una señora sentada a mi espalda, que después de palmear al ritmo de la música calificó la obra como del “Conciertazo”), la segunda parte se integró de zarzuela, esa gran asignatura pendiente para quien esto escribe. Poco puedo decir aquí sobre esto. Ruth Rosique brilló infinitamente mejor en esta segunda mitad, sobre todo en “Me llaman la primorosa” de “El barbero de Sevilla” de Giménez y Nieto, así como “En un país de fábula” de La tabernera del puerto, de Sorozábal. Jordi se mantuvo a su nivel, alcanzado una enorme ovación, como era perfectamente previsible, en la famosa “No puede ser”. Fue él también el primero en aparecer en esta segunda parte con la romanza “Bella enamorada” de El último romántico de Soutullo y Vert. Ambos cantantes ofrecieron juntos el dúo de Carolina y Javier de Luisa Fernanda (Moreno Torroba), y finalmente el “Le van a oir” de Doña Francisquita. En cuanto a los bises, Morgen de Strauss (que ya escuchamos a Jennifer Larmore hace unos días) a cargo de Rosique y El cantor de México (Rossignol) por Jordi (enorme aquí la ovación del público), terminando con el simpático dúo de “El gato montés”.

Ismael Jordi cantando "Rossignol". Del resto mejor no decir nada:





Mozart: Obertura de “El rapto en el serrallo” – The English Baroque Soloists – John Eliot Gardiner

martes, 1 de junio de 2010

Las mil caras de Jennifer Larmore

Escuché por primera vez a Jennifer Larmore en el célebre Giulio Cesare de René Jacobs, que a pesar de los años transcurridos sigue siendo mi grabación de referencia. Después de asistir a su actuación en el Maestranza el pasado día 30 de mayo pienso que esta mujer debe haber hecho un pacto con el diablo para que el tiempo no pase por ella. La voz sigue siendo la misma, ágil y al mismo tiempo consistente y poderosa, andrógina a veces (y por tanto muy apta para los roles de castrato) y femenina y coqueta cuando quiere. Físicamente está estupenda, probablemente mejor que nunca. Verla es un espectáculo, y admito que cuando encaminé mis pasos hacia el teatro no podía hacerme una idea de lo que me aguardaba en ningún sentido.

La sorpresa (en realidad la primera de ellas) llegó al leer el programa: junto a una primera parte íntegramente barroca nos plantamos en algo de Rossini en la segunda mitad (hasta aquí todo muy normal en relación a la idea que me hacía de esta mezzo), y nada más ni menos que música de Bizet, Offenbach, Strauss y Humperdinck. Todo un popurrí que constituye uno de los programas más inconexos y extraños a los que he podido asistir. Y para hacerlo aún más exótico, OpusFive. Cinco músicos, como su propio nombre indica, convirtiéndolo todo en música de cámara. Raro, raro, raro... e irresistible.

La primera parte se abrió de forma correcta con el aria de Dejanira “Where shall I fly?” del Hercules de George Frideric Handel, al que regresaríamos luego con una más apasionada interpretación de “Doppo la notte, atra e funesta” de esa maravilla que es Ariodante, cuyo libreto, por cierto, estoy traduciendo. Y ahora Bach: una de las curiosidades del programa ha sido la de intercalar varios fragmentos de “El arte de la fuga” (Contrapunctus I, V y VII) por mucho que nada tuvieran que ver en ocasiones con el carácter de las piezas entre las que se insertaban (¡entre Strauss y Offenbach!). Quizás ello contribuyese a acentuar aún más el profundo carácter reflexivo (y me permito decir que casi místico) de esta música maravillosa. Larmore nos cantó el “Erbarme dich”, ese momento de “La Pasión según San Mateo” en el que al igual que a Jonathan Miller (véase este vídeo) me suele costar contener las lágrimas. Para mí, que prefiero aquí a voces más “claras” (¿cómo expresarlo?) ganó la batalla el violín de Sebastian Hamann, aunque es cuestión de gustos.

Y con esto nos plantamos en la segunda parte. Alguien había instalado una mesita con mantel verde sobre el escenario durante el descanso. Sobre ella, una vela que encendió Larmore nada más sentarse a la mesa, y a la sola luz de esa llama y con el escenario completamente a oscuras cantó angelicalmente la oración nocturna del segundo acto del Hansel y Gretel de Humperdinck, esa ópera que tanto adoro y de la que hablé no hace mucho. Por extraño que se me hiciese, el escaso acompañamiento instrumental dotó aún de mayor intimismo a una escena en la que sólo nos faltó a Gretel para evitar que el dúo se convirtiese en aria. No me importó. A ello siguió, cuando apenas me había recuperado del éxtasis (porque por cursi que suene puedo hablar de éxtasis) un maravilloso “Morgen!” (nº 4) de los “Cuatro Lieder” de Richard Strauss, que terminó en la que fue la primera gran ovación de la noche. Ovación que se repitió, como era de esperar, tras le célebre “Barcarola” de “Los cuentos de Hoffmann” de Offenbach, a la que antecedió el Contrapunctus VIII de Bach. No es que la primera parte fuera inferior, sino que el público aplaude siempre con más entusiasmo aquello que es popular y conoce.

Cuando llegó el momento de la “Chanson Bohémienne” de la “Carmen” de Bizet los músicos se retiraron del escenario y el contrabajo Davide Vittone se dirigió al público. Inmediatamente pensé en un cambio de programa, especialmente porque no me cuadraba demasiado eso de Jennifer Larmore como Carmen (no obstante, sé que hay grabación con Sinopoli). Pero no: lo que dijo aquél simpático italiano era que los músicos estaban muy cansados y que pensaban beber algo en la taberna de Lillas Pastia. Y entre las risas incontenibles del público empezó a desmadrarse el espectáculo, de forma deliberadísima. Los músicos entraron bebiendo tambaleantes, y fingiéndose ebrios se intercambiaron gritos de “¡Borracho!” y alabanzas al Rioja. Luego, empezados ya los primeros compases, apareció Larmore provocando a la sección masculina, lo que por cierto se le da muy bien. Y al margen incluso de la divertida y encantadora escenificación (y aquí, como en la pasada Turandot, vuelvo a discrepar del inconformismo de Moreno Mengíbar en Diario de Sevilla) quedé pasmado de nuevo con esta mujer. ¡Vaya Carmen! Sólo decir que aquello fue absolutamente fabuloso: una versión fogosa (porque Carmen lo es), oscura (porque Carmen lo es) y despreocupada (porque Carmen lo es). Me tragué muy felizmente mis prejuicios estúpidos. Con esa voz y ese físico no hay Don José que lamente hacerse desertor.


La recta final fue puramente rossiniana. Del “Recalling Rossini” (“Recordando a Rossini”) de Domenico Torta, un popurrí instrumental a partir de óperas de Rossini, me quedo con la acertada instrumentación del “Una voce poco fa”. Finalmente, Larmore reapareció para cerrar el programa con el final de “La Cenerentola” (“Non più mesta accanto al fuoco”). Aplausos a rabiar y público en pie. Los del Maestranza fueron buenos y entregaron flores a todos (a la diva, como era de esperar, un ramo grande) y los aplausos se convirtieron en palmas por sevillanas. El bis fue el simpático “Art is calling for me” (“I want to be a primadonna”) de Victor Herbert y Harry B. Smith, cuyo texto puede localizarse aquí. Transcurrió plagado de los cómicos gestos grandilocuentes de diva de Jennifer Larmore, quien además bromeaba con los otros músicos. Al terminar, la reacción del público volvió a ser la misma, y después de mucho hacerse de rogar optó por cantar en español el “Con el vito viene” (una canción a la que por razones de mi infancia tengo enorme cariño). El año pasado le ocurrió algo parecido nada menos a otro peso pesado como Anne Sofie von Otter, que agotó los bises preparados y gritando “¡Gracias!” al público tuvo que “improvisar” el “Bist du bei mir” de Bach con Lars Ulrik Mortensen al clave. Larmore seguía en todo lo suyo, gesticulando cómicamente con los brazos para indicar la irrupción del conjunto antes de cantar, terminado lo cual todos salieron a tropel para evitar que el público insistiese en otro bis. Nunca he visto una salida más precipitada de un escenario. Si la Jenny llega a tropezar habrían rodado los seis por el suelo.

Pues lo dicho: espectacular Larmore (adorablemente payasa en el escenario) y bastante dignos los de OpusFive (Sebastian Hamann y Mirian Müller fueron los violines, Lisa Weiss la viola, Stephanie Meyer el violonchelo y Davide Vittone el contrabajo) cumpliendo en su labor de acompañar a Larmore, que para eso es quien tenía que brillar, y ofreciendo además la curiosísima posibilidad de escuchar de forma tan reduccionista obras de gran exhuberancia orquestal como “Hansel y Gretel” o “Carmen”.

Una noche extraña, con toques incluso de surrealismo y absolutamente deliciosa.



J. S. Bach: El arte de la fuga (Contrapunctus I) / Reinhard Goebel – Musica Antiqua Köln



G. F. Handel: “Va tacito e nascosto” (Giulio Cesare) / Jennifer Larmore – René Jacobs – Concerto Köln

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