Otra de mis debilidades. La fanciulla del West, de Giacomo Puccini, es una ópera que aun a día de hoy parece quedar relegada a un segundo plano respecto de los otros grandes títulos del maestro de Lucca. A mí me encanta, especialmente después de haber asistido a la maravillosa producción que acogió el Teatro de la Maestranza de Sevilla en 2009 con Daniela Dessì, Fabio Armiliato y Silvano Carroli. De este último hablaremos a continuación, a propósito del DVD del Covent Garden de 1983 con Domingo y Neblett. De momento vayamos, como de costumbre, con un breve resumen argumental del libreto:
Acto 1: Estamos en el lejano oeste americano, en la época de la fiebre del oro. La acción transcurre en una taberna (“La Polka”) en la que se han congregado un grupo de mineros para distraerse jugando y bebiendo. La súbita irrupción de un cantor entonando una melancólica melodía trae consigo un ambiente entristecido que lleva a uno de los trabajadores (Larkens) a estallar en lágrimas ante el recuerdo del hogar. Generosos, sus compañeros recaudan algún dinero para devolverlo a casa. Sin embargo, el buen clima se ve crispado cuando Sid es descubierto haciendo trampas en las cartas, y sólo la intervención del sheriff Jack Rance evita el ahorcamiento del tramposo. La presencia de Rance, empero, no termina de ser tranquilizadora, pues su afirmación de que piensa casarse con Minnie (la dueña de la taberna, a la que todos desean para sí) desemboca en un tumulto que sólo finaliza ante la aparición de la propia Minnie, que lee en alto unos versículos de la Biblia a propósito de la redención de los pecadores.
A solas con Minnie, el sheriff Rance trata de conquistarla y llega incluso al extremo de ofrecerle dinero, dando lugar, lógicamente, a una respuesta airada por parte de ella. Enseguida entra un joven desconocido que se hace llamar Dick Johnson, cuando en realidad su nombre es Ramírez y es el líder de una banda de ladrones que acecha por las inmediaciones. Su objetivo es robar el oro que pueda encontrarse en el establecimiento, pero también él sucumbe a los encantos de Minnie. El grupo de los mineros termina aceptándole como a uno de ellos, lo que provoca los celos de Rance. Sin embargo, la captura de uno de los miembros de la banda de ladrones lleva a la multitud a abandonar el local para dar caza a Ramírez, quedando éste a solas con Minnie. Incapaz de robar el oro, él opta por retirarse no sin antes prometer a Minnie que la visitará en su casa durante la noche.
Acto 2: Minnie recibe a Johnson en su destartalada cabaña. La pareja, una vez vencida la inicial timidez, se besa, y apenas se han retirado a dormir cuando alguien llama a la puerta. Johnson, prudentemente, se esconde, pues se trata de un grupo encabezado por Rance, quien afirma que el tal Johnson ha sido identificado en realidad como Ramírez. Minnie opta por hacerse la ignorante y no entregarlo, pero una vez que se ha quedado a solas con el bandido le expulsa de su casa. Se escucha entonces un disparo en el exterior y Minnie, atemorizada, oculta al malherido Johnson en la planta superior. Vuelve a entrar Rance, convencido de haber disparado contra Ramírez, cuya presencia termina descubriendo. Mientras este permanece inconsciente por la herida, Minnie propone un trato al sheriff: ambos jugarán una partida de póker, y de ganar ella se le perdonará la vida al fugitivo. Si, en cambio, gana Rance, este podrá arrestarle y Minnie se entregará a él. El lujurioso sheriff acepta la propuesta y ella consigue ganar la partida haciendo trampas sin que él lo note. Resentido, Rance abandona la casa.
Acto 3: Tiempo después, las furiosas meditaciones del sheriff Rance son interrumpidas por un griterío de hombres que tratan de capturar a Ramírez. Una vez que se salen con la suya, éste manifiesta como última voluntad, antes de ser ahorcado, que Minnie jamás sea informada de su muerte, pero su ejecución es interrumpida por la llegada de esta, que enternece el corazón de los presente recordando a todos el valor del perdón y de la redención.
Traducción del libreto al castellano en este enlace.
Basada en la obra de David Belasco, La fanciulla del West es la segunda de las grandes óperas exóticas de Giacomo Puccini, tras Madama Butterfly. A diferencia de lo ocurrido con esta última, su estreno el 10 de diciembre de 1910 en el antiguo Metropolitan neoyorkino bajo el título de The girl of the golden West, con escenografía del propio Belasco y la presencia de Caruso en el papel de Ramírez y de Arturo Toscanini en la dirección, constituyó un enorme éxito que debió satisfacer sobremanera a un Puccini que se había enfrentado sin duda al más violento período compositivo de su carrera. En efecto, la muerte de Giuseppe Giacosa y el distanciamiento con Luigi Illica motivaron que la elaboración del libreto recayera inicialmente en la figura de Carlo Zangarini, quien terminó abandonando el trabajo ante su imposibilidad de congeniar con el músico, ansioso siempre de tomar parte activa en la configuración del texto. La tarea de concluir la obra cayó sobre Guelfo Civinini, de carácter más flexible y más tolerante con la compleja personalidad de Puccini. Sin embargo, estas tensiones no fueron el mayor escollo al que se enfrentó el compositor en la gestación de La fanciulla. Los celos injustificados de su esposa Elvira trajeron consigo un verdadero escándalo público en el que se vio tristemente envuelta una joven sirvienta, Dora Manfredi, de 23 años, que terminó suicidándose. Después de que en la autopsia se confirmase su virginidad, la familia de la joven se enfrentó judicialmente, y con razón, con la esposa del músico. Un drama.
En cualquier caso, y pese a estas lamentables tensiones, Giacomo Puccini consiguió crear una obra en mi opinión sublime, que sin embargo aún a día de hoy aparece relegada a un segundo término, injustificadamente, frente a otros de sus títulos. Tal y como había hecho ya en Butterfly y como haría posteriormente en Turandot, Puccini se “documentó” musicalmente sobre la música local californiana para la recreación teatral de la obra. Así, la tierna y melancólica melodía del cantor (“Che faranno i vecchi miei”), repetida como conclusión de la obra al final del tercer acto, proviene de la vieja canción “The old dog tray”, de mediados del siglo XIX y conocida también como “Echoes from home”. Igualmente aparecen otros temas populares como “The old house” o “Cramptown Races”, reconocidos sin duda sin dificultad por el público neoyorkino del estreno, lo que debió contribuir a la entusiasta acogida de la obra aquella noche. También es posible encontrar referencias en la partitura a composiciones anteriores de Puccini: es innegable lo mucho que recuerda la frase “S’amavan tanto”, pronunciada por Minnie durante su conversación con Rance del primer acto, al “Ma quando vien lo sgelo” de Mimì en el primer acto de La bohème. Lo que consigue con ello es ofrecer al oyente una obra plena de un inmenso poder descriptivo por parte de la orquesta y llena de momentos sublimes, más allá de la merecidamente celebrada “Ch’ella mi creda” de Johnson. Así, toda la escena de la partida de póker en el segundo acto es musicalmente interesantísima: de hecho, la música es de una infinita quietud, lo que provoca un asfixiante incremento de la tensión en el espectador a la espera de conocer el desenlace del juego, y en consiguiente, el destino de la pareja protagonista. Otro hermoso ejemplo de inteligencia musical lo encontramos en la sencilla melodía que, tarareada por los mineros, acompaña al breve baile de Minnie y Johnson en el acto primero. En el dúo de amor que cierra el acto, él repite este mismo tema, presentado aquí no ya como simpático acompañamiento musical, sino como una apasionada exclamación amorosa. De hecho, el mismo tema vuelve a escucharse en la conversación que ambos personajes mantienen en casa de Minnie al comienzo del segundo acto. Sin embargo, el tema más importante es el esbozado en la obertura (por cierto, con predominio de los metales, como en Tosca o Turandot), que Puccini vincula con la redención (eje central de la obra) al presentárnoslo en la lectura de la Biblia por parte de Minnie en el primer acto y en la amargada pero sincera confesión de Ramírez en el segundo. Adoro también la conclusión de la obra, en un pianissimo en el que la despedida de la pareja se alterna con el tema, ya citado, del cantor (“Mai più ritornerai”).
Portada de la grabación en disco de Neblett y Domingo, bajo la dirección de Zubin Mehta.
Al margen de estas cuestiones, uno de los rasgos más peculiares de La fanciulla del West es el elevadísimo número de personajes secundarios y la presencia de un único personaje femenino, exceptuando el breve papel de la india Wowkle. Sin embargo, pese a ello, la totalidad de la acción fluye entorno a Minnie, quien pese a su predominio escénico y musical carece de un aria bien determinada como sí ocurre, en cambio, con Johnson y su “Ch’ella mi creda libero e lontano”. Otro rasgo interesante, y este concierne al libreto, es el hecho de que nos encontremos aquí ante personajes que no son claramente buenos ni tampoco malos. En palabras de la propia Minnie:
MINNIE
Hablemos nosotros...
¡Y acabemos de una vez!
¿Tú quién eres, Jack Rance? Un jugador.
¿Y Johnson? Un bandido.
¿Y yo? La dueña de un bar
que vive del whisky y el oro.
¡Todos somos harina del mismo costal!
¡Bandidos y tramposos!
En mi opinión, la mejor propuesta que puede hacerse de esta ópera en DVD es la grabación procedente del Covent Garden londinense de 1983. La puesta en escena de Ken Adam es absolutamente clásica, si bien en ocasiones peca de excesivamente acartonada, como ocurre, por ejemplo, con el panel que sirve de decorado de fondo en el tercer y último acto. Sí llama extrañamente la atención la presencia en el primer acto de un grupo de tres o cuatro “chinos” entre los vaqueros, que honestamente no sé lo que hacen allí. En cualquier caso, ambientación y vestuario, a cargo este último de Piero Faggioni, son sobresalientes. Un acierto, en mi opinión, es que el apellido “Ramírez” aparezca escrito tal cual en unos carteles que cuelgan en el interior de la taberna de Minnie ofreciendo una recompensa, en lugar de optar por la transcripción italiana “Ramerrez”. Por otra parte, uno de los rasgos más complejos de toda puesta en escena de La fanciulla, aquí muy bien resuelto, es el de saber qué hacer escénicamente con la enorme masa de cantantes que integran el coro y que dominan buena parte de los actos primero y tercero.
El reparto de este DVD repite la misma pareja protagonista de la que ya se valió Zubin Mehta para su grabación de la obra en disco, registrada en el año 1978 para Deutsche Grammohon: Carol Neblett y Plácido Domingo.
Minnie es un papel de interesante psicología. Es obvio que carece de la personalidad temperamental de una Tosca, por ejemplo, pero a mi entender se encuentra en las antípodas de ser una Mimì o una Butterfly. Es cierto que anhela el amor y que termina entregándose a un bandido al que logra redimir, sí, pero Puccini se guarda mucho de ofrecernos un retrato excesivamente dulcificado de la heroína. Minnie también es capaz de manejar un revólver, defenderse de los agresores que pretendan robar el oro que custodia en su cantina y de hacer trampas al póker. Esta fortaleza de carácter refuerza precisamente su papel de consoladora y sostén de los muchachos que trabajan en la mina. Lo que Mimì consigue con su enfermedad mortal en relación al resto de los bohemios es algo que se nos presenta como innato en Minnie. Ella es una heroína sin duda, pero una heroína simple, con una educación “de treinta dólares”, como ella misma refiere. El papel recae, como decía, en la soprano Carol Neblett, que compone una Minnie creíble, aunque no exenta de ciertos puntos oscuros. Su voz palidece al descender al grave, como ocurre, por ejemplo, al final del primer acto en “io non son che una povera fanciulla oscura, e buona a nulla...”. Sin embargo, Neblett supera la prueba y se sitúa, por ejemplo, a años luz de la Zampieri en el DVD, perfectamente prescindible, de Domingo en la Scala.
El propio Plácido Domingo me parece, precisamente, más sólido aún en su papel. De hecho, el rol de Dick Johnson/Ramírez es de los que más ha abordado a lo largo de su carrera, y de lo que llevo oído puedo afirmar que su prestación en este DVD constituye para mí su mejor registro del personaje, superando a su previa grabación en disco con Mehta. Mi Johnson de referencia, a día de hoy, es Mario del Monaco en la fabulosa grabación de Capuana con Tebaldi y MacNeil, pero justo es decir que Domingo aborda el papel desde una perspectiva algo distinta: Su Ramírez no suena quizás tan poderoso y viril como el de Del Monaco, ni tan desesperado en el último acto, pero Plácido sí nos muestra de forma brillantísima el lado delicado y caballeresco del personaje, que tanto contribuye para conquistar a Minnie y a enojar a Rance. Su papel, musicalmente muy atractivo y agradecido, queda intelectualmente por debajo del de la protagonista. Johnson no es el héroe que salva a la chica, sino que en esta ópera, quizás con una loable carga de feminismo, es ella la que ejerce el papel de redentora para con él a través del perdón y la entrega amorosa, librándole no sólo de la muerte física a la que le exponen Rance y los suyos, sino de la perdición personal a la que le aboca su condición de bandido, aunque sea a nivel ético.
El sheriff Jack Rance sí encierra una mayor complejidad intelectual. Es, por una parte, un ser tosco que sólo sabe conquistar a Minnie (o al menos intentarlo) ofreciéndole dinero sin reparar en lo ofensivo de la propuesta, y sin embargo es lo suficientemente inteligente como para percibir que la caballerosidad de Johnson le sitúa en un plano de obvia inferioridad respecto a él, lo que le irrita. Sin embargo, pese a esta torpeza y brutalidad, Rance no es ni por asomo el barón Scarpia: jamás chantajea a Minnie, sabe perder al póker y renunciar honradamente a su ansiado objetivo, y también salva la vida del tramposo Sid en el primer acto, evitando su ahorcamiento. En realidad, Rance es un perdedor: un hombre con sentido de la honorabilidad y de la convivencia social, pero también un ser solitario que tan sólo siente fascinación por el juego y el oro y que, encerrado en sí mismo, es incapaz de amar ni de ofrecer nada que no obedezca al capricho ni al sentido del rencor. Quizás incluso su status de sheriff, de autoridad, obedezca a ese mismo sentimiento de inferioridad que manifiesta indubitadamente ante Johnson, un bandido. El papel corre a cargo de un joven Silvano Carroli, preferible a Milnes en la grabación de Mehta. Su voz de barítono palidece a veces al ascender por el pasaje durante el primer acto, pero en líneas generales compone un estupendo Rance, tanto en lo vocal como en lo escénico. Desde luego, lo observado en esta filmación es infinitamente preferible a la actuación que realizó del mismo papel en Sevilla hace un par de años. Pude verle y comprobé con tristeza que los años no pasan el balde.
Por lo demás, los personajes secundarios cumplen adecuadamente. Entre ellos encontramos a Francis Egerton, de quien hablamos a propósito de Las bodas de Fígaro y de Salomé, en el papel de Nick, el camarero de la taberna. Robert Lloyd es Jack Wallace, el cantor ambulante del primer acto. El coro masculino está bien empastado, aunque quizás se hubiera echado de menos algo más de delicadeza en sus intervenciones más cálidas, a saber, en la citada canción del primer acto y en la conclusión del tercero. Corriente la dirección de Nello Santi, al frente de la Orquesta de la Royal Opera House.
La calidad de la imagen es también aceptable para datar de 1983, aunque lógicamente se encuentra por debajo de las filmaciones actuales a este respecto. Resulta extraño que al oír este DVD con cascos pueda percibirse lo que parece la voz del apuntador “soplando” el texto a los cantantes al comienzo del segundo acto, concretamente durante la llegada de Johnson a la casa de Minnie, pero es algo apenas perceptible.
Para mí, la mejor Fanciulla en DVD.