Hace más de un año que no aparece por el blog ninguna ópera del gran Gioachino Rossini, y puesto que ya he comentado filmaciones de El barbero de Sevilla y de La Cenicienta, he decidido traer por aquí por primera vez algo del Rossini serio. La ópera en cuestión es Moisés y el faraón, y el DVD es con toda probabilidad uno de los mejores que existen en el mercado en lo que se refiere a las óperas del genio de Pésaro. Como siempre hago, he aquí, para ir abriendo boca, un resumen del libreto:
Acto 1: Los hebreos, prisioneros en Egipto, se lamentan de su esclavitud, pero Moisés, su principal líder religioso, les consuela al tiempo que espera la llegada de su hermano Eleazar. Este último entra después de haber solicitado al faraón que libere a los judíos de la esclavitud. El soberano ha cedido, y los hebreos se regocijan de haber sido liberados. Junto con Eleazar entran también María, hermana de Moisés, y su hija Anaís. En mitad de la alegría general se escucha una voz sobrenatural que ordena a Moisés que recoja las Tablas de la Ley, cuyos mandamientos deberán obedecer los judíos.
Cuando todos se marchan, Anaís se encuentra a solas con Amenofis, el hijo del faraón y heredero del trono. Ambos se aman, pero ella decide marchar con su pueblo lejos de Egipto y abandonarle.
Resentido por el repentino desdén de su amada, Amenofis decide presionar a su padre para que revoque su decisión de liberar a los hebreos, obligándola así a permanecer en Egipto. El propio faraón en persona comunica públicamente su cambio de opinión, lo que provoca que Moisés eleve al cielo sus oraciones, consiguiendo que el sol quede milagrosamente oculto y que la oscuridad se adueñe de Egipto.
Acto 2: Angustiado por la misteriosa oscuridad que lo envuelve todo, el faraón decide llamar a Moisés a su presencia e implorarle que devuelva la luz a su reino. Para gran pesar de Amenofis, Moisés pide a cambio la libertad de los suyos, y el faraón se la concede. De este modo, Moisés reza de nuevo y el sol vuelve a brillar como antes. Satisfecho, el faraón le asegura que cumplirá su parte del trato y que dará la libertad a los judíos. Sin embargo, las desgracias de Amenofis no acaban ahí, pues su padre le comunica entonces su intención de casarle con la hija del rey de Siria. El joven príncipe se muestra entristecido por la decisión del faraón, pero se niega a revelarle la causa de su pesar.
Mientras se hacen los preparativos para la boda de Amenofis y la princesa siria, el joven príncipe cuenta a su madre Sinaíde su rechazo hacia la boda y su amor imposible hacia Anaís, que se encuentra a punto de partir con los suyos. Vengativo, el príncipe jura acabar con Moisés, a quien responsabiliza de la inminente marcha de los hebreos y de su amada. Sinaíde rechaza los propósitos violentos de su hijo y le insta a resignarse a su destino.
Acto 3: En el Templo de Isis, los egipcios realizan sus imploraciones a la diosa. En presencia del faraón y de Amenofis, Moisés reclama la prometida libertad de su pueblo, que le es concedida. El príncipe, sin embargo, solicita a los judíos que se arrodillen ante los dioses egipcios antes de abandonar el país, lo que causa gran irritación entre ellos, y especialmente a Moisés. La negativa de los hebreos a realizar ese gesto es considerada como una afrenta por el gran sacerdote Osiris, que enojado, recomienda al faraón que revoque nuevamente su decisión de liberarles. A la petición del religioso se une, naturalmente, Amenofis. En ese punto, el oficial Aufide informa de que las aguas se han teñido de sangre y de que la desolación reina en Egipto. Por su parte, a un gesto de Moisés, la estatua de Isis cae misteriosamente derribada y en su lugar aparece el Arca de la Alianza. Sobrecogido, el faraón decide expulsar de inmediato a los judíos de Egipto, pero en castigo por las desgracias que asolan al país, en lugar de libertarles como demandan, decide que sean abandonados en el desierto encadenados, condenándolos así a una muerte segura.
Acto 4: Amenofis intenta por última vez retener a Anaís. La anima permanecer junto a él, dejando que su pueblo se marche. Ella vacila, pero termina dejándole para ir al encuentro de los suyos, que se disponen ya a partir. María, que permanecía entristecida al pensar que su hija se quedaría en Egipto, se alegra de reencontrarse con ella.
En presencia del príncipe, Moisés insta a Anaís a que decida definitivamente si desea seguir a su Dios y a su pueblo hasta la tierra prometida o si desea, en cambio, permanecer en Egipto con su amado Amenofis. Ella se muestra atormentada por la difícil elección, pero finalmente se decide a continuar con el grupo. Amenofis, fuera de sí, advierte a Moisés de que les perseguirá con su ejército hasta darles muerte a todos.
A orillas del mar Rojo, los hebreos se angustian por la cercanía de los egipcios armados, que se dirigen contra ellos capitaneados por Amenofis y por el propio faraón. Moisés, sin embargo, les consuela, y las cadenas que todos llevan se sueltan milagrosamente. En ese momento, Moisés dirige su bastón hacia las aguas, que se dividen formando un camino por el que los hebreos atraviesan el mar. Los egipcios, por su parte, se deciden a seguirles, pero las aguas se cierran sobre todos ellos, ahogándoles. Ya a salvo en la otra orilla, los hebreos entonan un cántico de alabanza a Dios.
Aquí una traducción del libreto al castellano.
Con libreto francés de Luigi Balocchi y Étienne de Jouy, inspirado en el Mosè in Egitto de 1818, Moïse et pharaon se estrenó en el Théâtre de l’Académie Royale de Musique de París el 26 de marzo de 1827. La historia refiere las conocidas peripecias del pueblo judío al abandonar Egipto bajo el liderazgo de Moisés narradas en el Éxodo, introduciendo elementos y personajes ficticios destinados a incorporar una historia romántica –la de Anaís y Amenofis– con un obvio trasfondo moral: ella es la heroína por mantenerse fiel a su pueblo y a sus creencias aun en las circunstancias más adversas, mientras que él es el villano por ceder a sus más bajos impulsos y entregarse a la venganza. Hay elementos bíblicos que se muestran muy distorsionados, como por ejemplo el encuentro por parte de Moisés de las Tablas de la Ley, que no debería producirse en ese lugar ni en ese momento, o las célebres plagas. Aparecen algunas de estas, como la de la oscuridad o la de la sangre, pero otras no se mencionan, como las de los insectos o la muerte de los primogénitos. Es comprensible la omisión, pues se supone que Amenofis es el heredero del faraón. De morir junto con el resto de los primogénitos de Egipto, adiós a la historia de Anaís que sirve como ficticio hilo conductor del argumento y de las peripecias de Moisés y de los judíos.
Rossini, por su parte, creó una obra maestra en lo que se refiere a su producción operística seria, todavía bastante ignorada en comparación con su más explorada faceta bufa. Hay “autopréstamos”, como es lógico, de Mosè in Egitto, así como de Armida, Ermione y Bianca e Falliero.
La momia bailarina
A lo que vamos. La filmación de la que hoy toca hablar se registró en el Teatro degli Archimboldi de Milán el 21 de diciembre de 2003, y contiene una efectiva propuesta escénica, a cargo de Luca Ronconi (escenografía de Gianni Quaranta) en la que vemos elementos que podríamos definir como propios de una producción clásica –sobre todo en lo concerniente al vestuario– con otros algo más abstractos o conceptuales. El resultado funciona, y el prolongado ballet del tercer acto –momento crítico donde los haya– está bien resuelto a cargo de tres bailarines y de una... momia. Sí, una momia. Ah, y ¡qué fea es la bailarina solista!
En cuanto al reparto, Ildar Abdrazakov es un muy convincente Moisés, incidiendo en la faceta fuerte y poderosa (hasta majestuosa, se podría decir) del personaje aunque sin caer en el error de deshumanizarlo, algo que es fácil cuando se trata de personajes que, como el suyo, son de una pieza, impecables y sin contradicciones ni conflictos internos. Impone además escénicamente.
Su rival es Erwin Schrott como faraón. No hay nada aquí del histrionismo que algunas veces ha exhibido este cantante (todavía me estoy acordando de la gala homenaje a Plácido Domingo del año pasado), pues con Riccardo Muti delante esas cosas no se pueden hacer, y menos aún en un papel de este tipo. Yo guardo un buen recuerdo de él en el Don Giovanni de hace unos años en el Maestranza, destrozado por la horrenda puesta en escena de Mario Gas. Al tema. Quizás sea preferible aquí una voz de mayor peso y empaque, pero el marido de la Netrebko hace, en cualquier caso, un notable faraón recreándose en la faceta más atormentada del personaje. Y es que el faraón, tal y como se le representa en el libreto, es ciertamente un hombre débil e influenciable (por Amenofis y Osiris), capaz de cambiar radicalmente de opinión en cualquier momento. Él es la contradicción en estado puro: promete la libertad a los judíos para luego negársela; después vuelve a concederla, aunque se asusta por los acontecimientos y les condena a una muerte segura; por último, arroja a sus soldados sobre ellos con la intención de aniquilarles. Sin embargo, los aniquilados son los propios egipcios. Algo interesante de esta producción es que, a diferencia de Amenofis, el faraón no trata de atravesar el mar Rojo, tal y como consta en el libreto, sino que permanece en la orilla, contemplando apesadumbrado la muerte de su hijo y la pérdida de su ejército.
En efecto, el faraón es débil. Es el brazo ejecutor, pero no la mente que decide. Ese papel corresponde a su hijo Amenofis, que es el verdadero villano de la obra, por mucho que diga el título de la ópera. Amenófis es el tío más pesado del mundo. Anaís le rechaza tropecientas veces, pero él sigue erre que erre poniéndose cada vez más violento. De pretender impedir la libertad de los esclavos para que su amada no le abandone pasa a desear asesinar a Moisés, y de ahí a exterminar a todos los hebreos, Anaís incluida. Desconocía totalmente al tenor Giuseppe Filianoti antes de ver esta filmación (después de bichear un poco por internet he visto que hizo Werther hace poco en el Real), pero la sorpresa ha sido muy grande y muy grata. Su voz lírica tiene un brillo realmente precioso, y de todo el reparto masculino es que pone la nota de mayor belleza, pese a que su personaje no es precisamente agradable al público.
En el apartado femenino, la calidad vocal no disminuye en absoluto. Barbara Frittoli, cuya Liù, por cierto, me encanta, me parece estupenda como Anaís, con su timbre ligero y juvenil, aunque pleno de intención dramática cuando las circunstancias lo exigen. Para eso hacen falta inteligencia y sentido del teatro, y Frittoli demuestra tener ambas cosas en esta función. A Sonia Ganassi le escuché hace años una notable Favorita en el Maestranza –que comenté aquí– y cumple también sin problemas como una convincente Sinaíde. Igualmente acertada resulta Nino Surguladze como María. Eso sí: por el amor de Dios, ¿no había nadie capaz de ajustarle la peluca a esta mujer? Porque su pelo real se deja ver descaradamente por debajo de los cabellos canos de su peluca.
Sin problemas los secundarios y el Coro de la Scala, dirigido por Bruno Casoni. Al frente de la Orquesta del Teatro alla Scala tenemos al siempre grandísimo Riccardo Muti, sencillamente soberbio.
Como decía al principio, este es uno de los mejores DVDs rossinianos que existen en el mercado. Eso sí, si lo que el lector espera es encontrarse con algo parecido al Barbero es mejor que se abstenga. Esto es recomendable para los amantes del Rossini serio. Pero muy recomendable.