jueves, 30 de junio de 2011

Die lustige Witwe (Schellenberger, Gilfry, Gfrerer - Welser-Möst)

Hace muchos años que descubrí La viuda alegre, gracias a la grabación de Gardiner en Deutsche Grammophon, pero hasta fecha muy reciente no disponía de una referencia visual en DVD de la célebre opereta de Franz Lehár. Cuando investigué las opciones disponibles, encontré posibles elecciones para todos los gustos: hay grabaciones en inglés (The merry widow), francés (La veuve joyeuse) y si no recuerdo mal, hasta en italiano (La vedova allegra). Puestos a restringir el número de elecciones, opté por tomar una de entre las grabaciones que circulan con el libreto original en alemán: la presencia de Gilfry como Danilo me inclinó por la grabación que comento en esta entrada.

Como siempre, comenzaré con una breve sinopsis del libreto:

Acto 1. Estamos en París, en la embajada de Pontevedro, un pequeño país imaginario. El barón Mirko Zeta ha descubierto la presencia en la ciudad de Hanna Glawari, una rica viuda aún joven, y está decidido a impedir que ella se case con un parisino para evitar que su fortuna pase a manos de un extranjero. Para ello, envía a su empleado Njegus a buscar al joven Danilo Danilowitsch, que se encuentra divirtiéndose con las grisetas del Maxim’s. Mientras tanto, Valencienne, esposa de Zeta y antigua cabaretera parisina, sufre el acoso del joven Camille de Rosillon, que le arrebata su abanico para escribir en él una declaración de amor. Valencienne trata de distanciarse de él afirmando ser una esposa fiel y respetable. Hanna aparece finalmente escoltada por una buena cantidad de jóvenes dispuestos a seducirla por su dinero, situación de la que ella es perfectamente consciente. Para librarse de Camille de forma honrada, Valencienne trata de persuadirle de que se case con la viuda.

Cuando Njegus trae de vuelta a Danilo, este se encuentra tan agotado después de cuatro noches consecutivas de diversión que se acuesta a dormir un rato. Hanna, hastiada de soportar a todos esos pretendientes, se retira un momento a esa habitación y le despierta. Ambos fueron amantes en su juventud, aunque la relación se rompió por razones familiares. Los dos conversan y él jura no declararle su amor nunca. Cuando, tras la salida de Hanna, Zeta le revela que le ha llamado porque quiere que se case con ella, Danilo se horroriza.

Durante el baile de la embajada a Hanna no le faltan candidatos para ser su pareja. Valencienne trata de convencerla para que elija al resignado Camille, pero la viuda opta por Danilo, que se niega a bailar y cede su derecho a cualquiera de los presentes por diez mil francos. Los candidatos se espantan y, a solas, Danilo y Hanna bailan.

Acto 2. Hanna ha organizado en su residencia una fiesta típica pontevedresa a la que asisten todos los personajes. También ha contratado a las grisetas preferidas de Danilo (Lolo, Dodo, Jou-Jou, Frou-Frou y Margot), gesto que Mirko Zeta interpreta como que ella está interesada por el joven. Decide mantener una reunión con Danilo y Njegus a las ocho en un pabellón cercano. Tras esto, Hanna intenta frustradamente arrancar una declaración de amor de Danilo. Por su parte, Valencienne sigue intentando mantenerse distante con Camille, y escribe “soy una esposa respetable” como respuesta a la declaración de este en su abanico, aunque finalmente cae seducida y entra con él en el pabellón en el que su esposo ha concertado la reunión para más tarde. Zeta aparece y descubre, mirando por el ojo de la cerradura, que Valencienne le es infiel con Camille. Aprovechando su cólera, Njegus saca precipitadamente a la joven del pabellón e introduce en su lugar a Hanna, de modo que cuando el barón abre la puerta y no ve a su esposa se cree víctima de un error. Para salvar la situación, Hanna afirma haberse prometido en matrimonio con Camille, algo de lo que sólo puede alegrarse Valencienne. Danilo, aunque lo niega, se pone celoso, y el confuso Zeta ve frustrados sus planes de evitar que la viuda se case con un francés.

Acto 3. Las grisetas traídas por Hanna cantan y bailan acompañadas por Valencienne, cuyo pasado en el Maxim’s no está lejano. Tras esto, Hanna aclara al celoso Danilo que su “compromiso” con Camille no era más que una tapadera para proteger a una amiga, aunque se guarda de revelar que se trata de Valencienne. Sin embargo, Zeta ha encontrado el abanico de esta última y lee la declaración de amor de Camille. Irritado, se “autodivorcia”, por decirlo de algún modo, y ofrece su mano “por el bien de la patria” a Hanna. Esta última, sin embargo, le revela que el testamento de su difunto esposo establece que ella perderá toda su fortuna en caso de volver a casarse, lo que lleva a que el barón retire inmediatamente su propuesta. Danilo, exultante, le declara en ese momento su amor, y la viuda afirma entonces que tal pérdida económica se debería a que toda su fortuna pasaría a manos de su nuevo marido. Por su parte, Valencienne, dolida, pide a Zeta que lea lo que ella ha escrito en su abanico (“soy una esposa respetable”). El barón se disculpa y la pareja acaba reconciliada.

Desgraciadamente no he encontrado ninguna traducción del libreto al castellano en internet, aunque al menos el DVD sobre el que gira esta entrada trae subtítulos.



Franz Lehár escribió la opereta Die lustige Witwe en 1905, con libreto de Victor León y Leo Stein, a partir de la obra L’attaché d’ambassade, de Henri Meilhac. El estreno en Viena atravesó por serias complicaciones previas, ya que los propios directores del Theater an der Wien, Wallner y Karczag, trataron de sabotearlo, ya que habrían preferido que la composición recayese sobre Heuberger. La obra se estrenó, finalmente, con gran éxito el 30 de diciembre, sólo unos días después de que Richard Strauss estrenara su Salomé en Dresde el 9 de diciembre.

Confieso que me encanta el espectáculo claramente decadente de ver en escena a todos esos aristócratas perfectamente ataviados bailando rodeados de coristas, mostrándonos, en suma, de la forma más cínica la hipócrita falsedad de una sociedad clasista, bajo cuyos elegantes vestidos se esconde la pereza, la mediocridad y una buena dosis de vicio. El libreto, que aludía claramente a las dificultades económicas de Montenegro, debió causar más impacto en su día que hoy, cuando ya estamos acostumbrados a transgresiones más evidentes y también de peor gusto. En cualquier caso, todos los distinguidos señores que aparecen en esta opereta son en realidad unos perfectos muertos de hambre dispuestos a casarse por dinero, algo que también es extrapolable al barón Mirko Zeta, un anciano casado con una joven y explosiva griseta francesa, lo que contribuye a forjarnos una idea del personaje cómica y patética al mismo tiempo. El propio Danilo, más que como un Romeo de cuento de hadas, está enfocado como el ejemplo perfecto del funcionario inútil, que dedica su tiempo de “descanso” tras sus muchas horas de no-trabajo en rodearse de compañía femenina en el cabaret. Sin duda, muchos pudieron sentirse identificados con esto en 1905 y también a día de hoy. Precisamente, parte de la gracia está en esto: en asistir a la cómica afrenta como espectadores y reírnos de la ridiculización de una mediocridad que a nadie puede agradar salvo al que la profese. La viuda alegre contiene un mensaje implícito de burla contra el engreimiento de cierta aristocracia (trasladable a día de hoy a determinadas clases privilegiadas por uno u otro motivo), y ello queda de manifiesto con el hecho de que el personaje principal que da nombre a la obra no pertenezca a ella y, por tanto, se alinee con el público. Hanna Glawari, en efecto, no es una aristócrata ni está aclimatada a la vida de París, pero tiene dinero. La mezquindad de los personajes queda patente en la propuesta de Zeta a Danilo para que la seduzca. Él y Hanna se habían amado en el pasado, pero los modestos orígenes de ella fueron la causa de que la relación no acabara en matrimonio. Sin embargo, ese obstáculo desaparece de un plumazo cuando ella aparece convertida en millonaria.


Este libreto tan ácido tiene además una elevada dosis de humor, a veces algo grueso. Véase, por ejemplo, la reconciliación final de Valencienne y Mirko Zeta:

ZETA
¡Pero este abanico! ¡Valencienne!

VALENCIENNE
Lee lo que escribí en él.

ZETA
(Leyendo)
“Soy una esposa respetable”.
(A Valencienne)
¡Perdóname, no lo sabía!

En cuanto a la partitura en sí, Lehár escribió una obra efervescente y divertida, que deja al oyente casi sin tiempo para respirar y que, sin embargo, no puede reducirse a la consideración de mero pasatiempo musical. Hay momentos de una enorme sutileza, como la canción de la ninfa Vilja con la que Hanna abre el segundo acto o los dos dúos de Valencienne y Camille, así como el dueto Lippen schweigen de Danilo y Hanna. También hay imaginativos toques populares, como la fiesta pontevedresa del segundo acto o el “kolo”, la danza tradicional de Pontevedro que baila la pareja protagonista, así como ya en otro ámbito, la divertida escena de las grisetas a ritmo de can-can. Lehár consigue diferenciar de este modo el clima musical de Pontevedero del de París, aunque no se resiste, por ejemplo a la introducción de valses de sabor vienés.


A la hora de decidirme por una versión en DVD me decanté hace poco por la grabación de Franz Welser-Möst procedente de la Ópera de Zurich en 2004. La puesta en escena de Helmut Lohner encuentra su punto fuerte en el primer acto, quedándose después sin ideas. A partir del segundo, vemos una especie de serpentinas que colgarán del techo hasta el fin de la obra, con un predominio algo monótono del color azul. Durante los dos últimos actos el decorado es discreto, introduciendo por ejemplo un simple panel con unas puertas en el divertido septeto Wie die Weiber man behandelt. Mejor que los decorados resulta el estupendo vestuario de Rolf Langenfass. Otro rasgo característico de esta filmación es el de las libertades que se toma en los diálogos, especialmente en lo que atañe al personaje de Njegus, aunque sobre eso escribiré más adelante.

Dagmar Schellenberger, en su papel de Hanna Glawari, es en mi opinión la más discutible de los cuatro personajes principales. Su voz tiene un timbre hermoso, aunque los medios son claramente limitados, como evidencia la palidez y tosquedad de su emisión no ya en el grave, sino en descensos que ni siquiera resultan especialmente comprometidos. Un ejemplo claro es la escena de los candidatos para el baile. En el apartado de los méritos, aparte de la adecuada presencia escénica, tenemos una estupenda canción de la Vilja, afeada sólo en el agudo final, abordado con un antiestético portamento.

En cuanto al personaje en sí, hemos dicho ya que se alinea en un plano diferente al del resto, lo que la sitúa en una situación de proximidad con el público a la que sólo se acerca Valencienne. No es una mujer estúpida que se deje seducir fácilmente y sabe perfectamente que sus millones son el único elemento que hace que los hombres se interesen por ella. Prueba de su inteligencia es el hecho de que, en contra de todo pronóstico, no es ella la seducida, sino más bien la seductora respecto de Danilo. Simula estar prometida a Camille, aunque no exactamente con la finalidad de darle celos a aquél (estrategia de niñata, con perdón), sino para sacar del apuro a Valencienne de una forma que no manche el honor de ninguna de las dos. En cuanto a Camille, digamos que tampoco puede sentirse utilizado, pues él simula tanto como ella que ambos están comprometidos. También es inteligente su modo de librarse de la propuesta de matrimonio de Zeta, justo al final de la obra, dándole una información verídica pero sesgada que le hace desistir y que arrastra de entusiasmo a Danilo.


Hablando de Danilo, decía al comienzo de esta entrada, que la presencia de Rodney Gilfry en el reparto fue el elemento decisivo por el que me hice con este DVD. Pensé que tenía el material vocal idóneo para el papel, y lo cierto es que acerté. Ya he escrito que la voz de Gilfry (“pastosa” es el mejor calificativo que se me viene a la mente para describirla) es ideal para los papeles de seductor algo malote, y eso es exactamente lo que se espera, en parte, de Danilo. Se supone que si Hanna se desvive por él es por algo, pero su faceta descarada y libertina la encontramos en su propensión a pasarse una noche tras otras de borrachera en el Maxim’s, que por cierto, en la realidad es un restaurante de lujo en el que nunca ha habido cabaret de grisetas. Lo mejor es sin duda su tambaleante entrada (O Vaterland) en la que un excelente Gilfry nos pone al día de lo desastroso que es su personaje, haciéndonos ver su necesidad de descansar por las tardes después de no haber hecho absolutamente nada en su oficina y de pasar después las noches con la compañía de las grisetas.

En esta producción, Valencienne, a cargo de Ute Gfrerer, está enfocada como una hermosa joven de rubios cabellos cuya sensualidad en ningún momento se antoja ordinaria o fuera de tono. Incluso en la escena de las grisetas se evita dar una imagen vulgar del personaje, algo que enlaza perfectamente con su psicología. Está claro que Valencienne tiene un pasado en el cabaret y que gusta del desenfreno de las fiestas y la diversión, pero no es una mujer frívola. Gfrerer ofrece una interpretación sólida del personaje, sin los problemas de emisión de Schellenberger y con una estupenda Ich bin eine anständ’ge Frau. La puesta en escena nos la presenta permanentemente acompañada de Camille, incluso cuando no viene exigido en el libreto, dando a entender de forma de evidente que ella lo ama, pese a su rechazo. El ejemplo más claro lo encontramos al comienzo del segundo acto, en el que ambos acercan sus rostros sin llegar a tocarse el uno al otro. En realidad, los sentimientos de Valencienne hacia Camille previos a que ella se decida a entrar con él en el pabellón en el segundo acto son un misterio para el público. No sabemos si han sido amantes en el pasado y ella ha decidido cortar la relación o si nunca ha ocurrido nada entre ambos. La cerrada actitud de ella hacia Rosillon parece inclinar la balanza hacia la segunda posibilidad, pero por otra parte, su forma de presentarle a Hanna en la escena del baile puede dar serias sospechas de que ambos ya han compartido más que palabras en el pasado. Me explico. No cabe duda de que todo el mundo atribuye una decisión matrimonial en la elección de pareja para el baile por parte de Hanna, por lo que las palabras de Valencienne serían sinuosamente descaradas:

VALENCIENNE
Este hombre joven baila la polka,
yo misma lo he probado.
También baila la mazurka,
yo misma lo he probado.
Baila bien a derecha e izquierda,
yo misma lo he probado.
En el vals resulta excelente,
por eso es mi protegido.

Camille de Rosillon, por su parte, es el gran perdedor de la obra. No consigue a Valencienne ni, por otra parte a Hanna, a quien de todas formas no ama. El personaje es una mijita plasta y algo plano, el menos interesante psicológicamente de los papeles principales. Camille es un enamorado que se resigna a la decisión de Valencienne de salvar su honor evitando cualquier relación entre ambos, algo que podría conseguirse si él se casara con Hanna, propuesta a la que accede sumiso. Piotr Beczala canta el papel con una hermosa voz de tenor lírico que es exactamente la adecuada para el personaje, aunque da la sensación de que la suya no es aquí una interpretación totalmente madura y pulida. No siempre resulta todo lo sutil y matizado que hubiera sido deseable. Es que Camille es un meloso tan calzonazos... “Te quiero” – “Pues cásate con otra” – “Vale, ahora mismo”.

Con esto, ya tenemos los cuatro papeles principales que, con sus altibajos, están dignamente defendidos, como vemos. Vamos ahora con los secundarios:


Rudolf A. Hartmann no tiene una gran voz, aunque sí la suficiente para cantar con solvencia el papel del barón Mirko Zeta. Digamos que suena un poco a persona mayor, aunque la voz no está gastada. Zeta es el personaje más cómicamente patético de la obra. Más que Danilo, que ya es decir. El hecho de estar casado a sus años con la voluptuosa Valencienne y su ignorancia de los intentos de Camille por seducirla sirven para ridiculizar su apariencia seria y sus afirmaciones solemnes sobre el honor y la lealtad a la patria. El colmo de su inocente ineptitud llega cuando, informado por Njegus de que Rosillon ama a una mujer casada, se decide a preguntarle a su mujer si ha oído algo al respecto. También hay bastante cinismo, como decía antes, en su divorcio y reconciliación con Valencienne, acompañado de una breve y ridícula propuesta matrimonial a Hanna.

Y llegamos al Njegus de Herbert Prikopa, enfocado aquí como el típico personaje graciosillo mediante la manipulación de los diálogos, introduciendo chistes para él que no siempre son imaginativos ni graciosos, como por ejemplo, intentar leer un telegrama con unas gafas sin cristales.

Por último, muy bien ladradas las grisetas del tercer acto, que producen unos sonidos tan sensuales como un cerdo en un día de matanza.


La Orquesta de la Ópera de Zurich la dirige Franz Welser-Möst. No está mal, aunque hay cosas claramente mejorables o discutibles que voy a señalar sin recurrir a un tono de burla como el que emplearían los que se refieren a él como “Frankly worse than most”. Primeramente, hay decisiones para las que no termino de encontrar justificación: se omite, por ejemplo, la música de baile que sigue a la Introducción del acto primero. Tampoco entiendo que Danilo no pronuncie sus frases al final del dúo del jinete con Hanna (Kluger, kluger Reiter). Luego hay algún problema menor de balance con la orquesta, como queda claro con las cuerdas que tapan claramente a las maderas al comienzo del dúo de amor de Valencienne y Camille que conduce a que ambos entren en el pabellón. Con todo, lo que más me desconcierta de la dirección de Welser-Möst es la introducción de lo que en principio parece música “extra”. Me refiero, por ejemplo, a la presencia de un septeto femenino que sirve de réplica al Wie die Weiber man behandelt y que o mucho me equivoco o parece sacado de la manga. También introduce un largo pasaje orquestal tras la escena de las grisetas que repite, entre otros, los temas de la Introducción y el de la elección de la pareja de baile con un diálogo entre la cuerda y las maderas. No me atrevo a decir que Welser-Möst se haya “inventado” esto, pero lo cierto es que nunca lo he oído en ninguna otra grabación. Si alguien bien informado puede confirmarme que el pasaje se debe realmente a Lehár le quedaré muy agradecido. También se omite el comienzo del tercer acto, que se abre aquí con la música de baile que antecede a la entrada de las grisetas. Puede que haya otras cosas que se me hayan pasado. Eso sí, todas estas pegas se quedan en nada cuando uno tiene la oportunidad de ver a un director de aspecto tan sosito salir a saludar de esta guisa:


Y hasta canta y baila levantando la piernecita. Que no se diga, como otras veces, que el hombre no está implicado.

En suma, una propuesta en DVD que resulta entretenida, sin ser referencial.

Sólo he encontrado un par de videos en youtube para ponerlos de muestra:



miércoles, 29 de junio de 2011

Nuevas voces en Sevilla

Ayer asistí al IX Certamen de nuevas voces de Sevilla, organizado por la Asociación Sevillana de Amigos de la Ópera (cuyas siglas, ASAO, siempre me han hecho mucha gracia) y Cajasol. Era la primera vez que asistía y, la verdad es que me pareció bastante disfrutable. Es obvio que uno no puede hacerse una idea clara y rotunda de una voz escuchándola en un par de arias durante apenas unos minutos, salvo que estemos ante alguien de extrema calidad o de falta de ella. Se trataba de diez cantantes, algunos más jóvenes que otros, que aspiraban a que el jurado, compuesto por Pedro Halffter, Ángel Ódena, Ramón María Serrera, José Luis Pascual y José Armenta, premiase al ganador con un contrato con el Teatro de la Maestranza, que ha colaborado (creo que por primera vez) con el certamen, como evidencia la presencia de Halffter. También hubo un premio del público, iniciativa si no recuerdo mal del Colegio San Francisco de Paula.

El jurado se inclinó en su elección, que se hizo de rogar, por el barítono Damián del Castillo. Visto cómo está el panorama baritonal (a nivel general, no ya en Sevilla) no es en absoluto desacertada la decisión de promocionar y tener por Sevilla a una voz de nivel. Porque nivel hubo ayer con Del Castillo, aunque sus dos intervenciones no fueron de la mano en cuanto a calidad interpretativa. En la primera parte cantó el aria de Almaviva de Las bodas, toda en forte. Supo transmitir el aire de venganza que requiere el momento, pero no el necesario tono de sospecha y aturdimiento que hace mella en el personaje, especialmente durante el accompagnato. Donde sí estuvo sensacional fue en el aria final de Posa del Don Carlo, excelentemente fraseado sin caer en innecesarios gemiditos que son del todo innecesarios para ilustrar que el personaje está herido de muerte. Chico listo Damián del Castillo. Cantó el Don Carlo que están representando Halffter y Ódena (precisamente como Rodrigo) estos días en el Maestranza, y también Las bodas, que se verán muy pronto, a finales de septiembre.

El público, por su parte, premió con gran diferencia de votos a la soprano Laura Sabatel, que empezó con el Eccomi in lieta vesta, de I Capuleti e i Montecchi, y terminó con Les oiseaux dans la charmille, de Les contes d’Hoffmann, simpáticamente interpretada con toques humorísticos que se ganaron a los asistentes. El segundo puesto, y también mi voto, se lo llevó Xerach Alonso, dueña de una bellísima voz que encontró algunos problemas más o menos discretos de colocación en el O luce di quest’anima de Linda di Chamounix, pasando en la segunda parte a un divertidísimo The Telephone, de Menotti, que me ganó completamente. En realidad, confieso que me costó mucho decidirme en mi voto. La mezzosoprano Manuela Mesa me deslumbró al principio con una maravillosa Werther, Werther, qui m’aurait dit... ces lettre je les relis, cantada con una voz estupenda y lo que es más difícil, con un color y una personalidad propios y característicos. Pero, en mi modesta opinión, Mesa se equivocó en la segunda parte escogiendo el Una voce poco fa, defendida con profesionalidad aunque evidenciando que la voz pierde cuerpo en la coloratura. Un certamen de este tipo se me asemeja a un examen en el que el propio alumno escoge las preguntas. Una elección que pone de manifiesto nuestras debilidades no es acertada. En cualquier caso, el suyo es un nombre a retener en la memoria.

En cuanto al resto, helo aquí:


Añadido (30/06/11): He olvidado referirme a los pianistas acompañantes. La mayor parte del trabajo recayó en Juan Carlos Ortega, que estuvo menos fino que la semana pasada. Aida Monasterio acompañó a María Fuensanta Morcillo e Íñigo Sampil a Inmaculada Águila.

viernes, 24 de junio de 2011

Mercero, Romero y el truño brotónico


Aunque hasta hoy no he dado cuenta de ello por falta de tiempo, el pasado miércoles día 15 el violinista Andoni Mercero, acompañado al clave por Giorgio Paronuzzi puso el colofón final a la presente edición del Ciclo de Cámara de la Orquesta Barroca de Sevilla en el Convento de Santa Clara, del que llevo hablando desde hace bastantes semanas. En teoría, debería quedar aún un concierto pendiente, el que canceló Lucy van Dael y que Ventura Rico prometió mantener en más de una ocasión, pero el hecho de que en la página web de la OBS no se hagan más menciones al ciclo obliga a pensar que habrá que esperar a mejor ocasión para que los sevillanos podamos escuchar a la violinista holandesa. Tampoco podemos quejarnos: la verdad es que, semana por semana, las propuestas han sido interesantes, y la afluencia del público creciente. Y gratis, no lo olvidemos.

Volviendo al tema, Mercero es sin duda de lo mejor que ha dado el suelo patrio en lo que se refiere al violín barroco. Eso está claro. El miércoles de la semana pasada vino con un programa que alternaba sonatas para violín y clave de Handel y Bach, empezando por la BWV 1017 de este último, cuyo movimiento inicial tanto recuerda al Erbarme dich, de La Pasión según san Mateo. También abordó notablemente las BWV 1018 y 1021, aunque me gustó más en la exuberancia de colores handeliana de las HWV 359 y 372. Giorgio Paronuzzi acompañó de forma casi austera en las obras de Bach, con pocas pero estudiadas ornamentaciones (seguro que René Jacobs, con el que trabaja, le exige más caña), reservándose para su momento de gloria, que llegó en la segunda parte con una estupenda Vo far guerra en la adaptación al clave de Babell.


Al margen ya del Ciclo de la OBS, el pasado lunes volví de nuevo a Santa Clara, esta vez para asistir al recital lírico de la joven soprano canaria Laura Romero, acompañada al piano por Juan Carlos Ortega. Copio el programa:

I.
Bellini: Eccomi in lieta vesta... o quante volte (I Capuleti e i Montecchi)
Schumann: Widmung
R. Strauss: Morgen
Rossini: Ah voi condur volete... ah dónate il caro sposo (Il signor Bruschino)
Liszt: Oh quand je dors
Donizetti: C’est es donc fait... Salut a la France (La fille du régiment)

II.
Falla: Nana (1914)
Turina: Cantares
Chapí: Canción de la gitana (La chavala)
Vives: Canción de Cosette (Bohemios)
Giménez / Nieto: Me llaman la primorosa (El barbero de Sevilla)

De propina, una sevillana y “La tarántula”. Lo mejor, el Liszt de la primera parte. Ante todo, la voz, claramente lírica, es hermosa y solvente en las coloraturas, aunque me da por pensar que el belcanto de Rossini, Bellini y Donizetti quizás no sea el terreno donde mejor luzca. El volumen es correcto, aunque muy lejos de ser un vozarrón y el ascenso al agudo completamente natural y sin el menor rastro de portamento, aunque a veces un poco brusco, como si necesitara controlar algo más los contrastes de volumen, evitando pasar violentamente de una mezza voce a una emisión estentórea. También hubiera ayudado algo más de arrojo, especialmente en la primera parte, evitando caer en la trampa de limitarse simplemente a “cantar bonito”. Sea como fuere, con estos pros y estos contras, recuerdo que en algún ascenso al agudo, de forma segura y partiendo de una voz perfectamente colocada en su centro, su timbre juvenil me recordaba bastante al de Freni, de quien ha tomado alguna clase magistral según el folleto de mano que se repartió. No soy capaz de lanzar un halago mayor a una soprano que decirle que a veces puede recordar a Freni. En fin, una joven soprano de la que habrá que seguir su evolución y que puede darnos alegrías futuras.


Al día siguiente, el centro cultural de Santa Clara celebró el día europeo de la música con varios conciertos. El más especial fue, sin sombra de dudas, el de la Orquesta Joven de la Orquesta Barroca de Sevilla, integrada por chavales, algunos de ellos de edades bastante tiernas (los violonchelos, por ejemplo). Valentín Sánchez se puso al frente para presentar un programa de esos que resultan típicos a más no poder: Canon de Pachelbel en plan tradicional (osea, con muchas cuerdas y sin la giga final), la obertura de Il Trajano de Mancini, sonata para dos violines de Telemann, el RV 522 de “L’Estro Armonico” de Vivaldi, la sonata “La Follia” (no la bética, la de siempre) de Corelli, y la “Imitation des caracteres de la danse” de Pisendel. Todas las orquestas hacen alguna vez un programa de este tipo, y no es raro que acaben grabándolo en un disco que se llame algo así como “An evening with the [inserte el nombre de la orquesta]”, el que los miembros aparecerán sonrientes en la portada llevando unas copitas en la mano. Los chicos tocaron admirablemente bien.

Tras este concierto, que terminó con la entrega de unas camisetas de recuerdo, asistí también en la misma sala, aunque muy menguada de público, a la actuación de la Academia de Estudios Orquestales de la Fundación Barenboim-Said. El programa era algo completamente anárquico y amorfo. Comenzó con dos movimientos (primero y cuarto) de la sonata para violín, BWV 1003 de Bach, con un Alejandro Piñero Gómez no todo lo preciso que sería deseable en el Allegro inicial y mucho más acertado en el Grave. La absurda dinámica del programa pasaba de Bach a un espanto para violín titulado Et in terra pax de un tal Salvador Brotons, seguramente ateo. La interpretación del joven Samuel García García fue, sin duda, impecable; el problema estaba en la fealdad (en mi subjetiva opinión, claro está) de la obra. El “truño brotónico”. El autor del programa hizo luego otro giro esquizoide para traernos después el cuarteto para flauta, K.285b de Mozart a cargo del Cuarteto Epalí, integrado por las guapísimas Aida Naranjo Mantero (flauta), Laura Rubiales Solís (violín), Ester Casado Cascado (viola) y Pilar Rueda Rodríguez (violonchelo). Siempre me ha parecido una incógnita lo agradablemente bella que es la música que Mozart escribió para la flauta, un instrumento que no era precisamente de su agrado. Sinceramente, después de lo de Brotons fue como tomarse un refresco. Para terminar, Falla (tachán tachán, ya tenemos premio para el programa más raro que he oído en lo que va de año), con sus Siete canciones populares españolas adaptadas para el cuarteto.

Aquí el Cuarteto Epalí con las mismas obras que interpretaron en Santa Clara:
















jueves, 9 de junio de 2011

Un excelente flautista


Penúltimo concierto del Ciclo de Músicas Históricas de la OBS en Santa Clara. La cosa se está acabando, y lo cierto es que lo está haciendo con el mismo buen nivel con el que comenzó. Ayer miércoles pudimos disfrutar de la presencia del flautista Wilbert Hazelzet acompañado del grupo historicista Pasamezzo antico, integrado por Pedro Gandía Martín (violín), Itziar Atutxa (violonchelo) y Juan Manuel Ibarra (clave). Hazelzet es de esos flautistas que como Brüggen, Antonini o Beznosiuk se han ganado la aureola de mito viviente en lo que atañe a su instrumento, algo a lo que ha contribuido en buena medida su paso por la Amsterdam Baroque Orchestra de Ton Koopman y desde luego por la mítica Musica Antiqua Köln de Reinhard Goebel. Verle en directo era, por tanto, atractivo suficiente como para justificar la asistencia casi con independencia del programa. Lo cierto es que valió la pena: en la primera parte, el trío abordó la Sonata Op. V nº 4 de Corelli, haciendo después Hazelzet su aparición para un sobresaliente RV 84 de Vivaldi. Antes del descanso, el Cuarteto nº 2. TWVa:2 de los Cuartetos de París de Telemann.

Hazelzet se rebeló no sólo como un extraordinario intérprete, sino como un buen hispanoparlante. En la segunda parte, introdujo la Partita en la, BWV 1013 de J. S. Bach en correctísimo castellano, afirmando que la obra contenía “un poco de todo” e invitando al público a que la escuchase pensando en que se trataba de un cuento. Para terminar, una estupenda Triosonata, Wq. 147 de C. Ph. E. Bach.

La sala, como siempre, estaba completamente llena, hasta el punto de que observé a varias personas de pie al fondo. Hazelzet, por sus gestos, parece un tipo simpático.

jueves, 2 de junio de 2011

"La Magnifica Sevillanità"


Como cada miércoles desde hace tiempo, el melómano sevillano tenía ayer una cita en Santa Clara. Lo cierto es que se trataba de un verdadero plato fuerte dentro del Ciclo de Músicas Históricas: la Orquesta Barroca de Sevilla bajo la dirección de Enrico Casazza, excelente violinista y director que ha llevado a su orquesta, La Magnifica Comunità, a la cima de las grandes agrupaciones italianas de instrumentos de época junto con otras como L’arte dell’arco o Ad corda. Son agrupaciones que graban, afortunadamente, para el sello Brilliant, que distribuye sus discos a poco más de tres euros. En suma, la presencia de estas agrupaciones instrumentales jóvenes, en las cuales se enmarca la figura de Casazza, evidencia la época dorada que atraviesa actualmente la interpretación históricamente informada de obras del barroco.

El programa que traía Casazza debajo del brazo era, desde luego, atractivo, pues bajo el título “Le passioni dell’uomo” reunía a obras todas ellas bien conocidas y bastante grabadas, lo que en cierto modo garantiza el aplauso del público: Conciertos “Il piacere”, “La tempesta di mare”, “L’amoroso” e “Il favorito” de Antonio Vivaldi junto con el conocido Concerto grosso nº 12 “La Follia” de Francesco Geminiani y el Concerto grosso op. 1 nº 4 de Pietro Locatelli. La OBS sonó exactamente como cabía esperar que sonase con Casazza al frente. Digamos que la interpretación de obras de la Italia barroca bajo los criterios pulidos de, por ejemplo, un Pinnock o un Hogwood (dos de mis directores favoritos, tan british ambos) parece haber quedado cada vez más claramente al margen de las grabaciones y salas de conciertos en pro de la energía y carácter mediterráneo (de la italianidad, podríamos decir) con los que directores como Biondi o Alessandrini se enfrentaron al repertorio hace ya muchos años. Esa es, en líneas generales, la tónica general que marca las lecturas de Casazza y de los jóvenes intérpretes a los que me refería antes, así como la que ha exhibido la Orquesta Barroca de Sevilla cada vez cada vez que se ha adentrado en esos terrenos. Con un violinista y director formidable, ayer se escucharon interpretaciones apasionadas, enérgicas hasta casi lo excesivo (por ejemplo, el último movimiento de L’amoroso), aunque en eso consisten precisamente las reglas del juego: el barroco es, en cierto modo, el arte del exceso.

De propina, un movimiento de un Concierto grosso de Giuseppe Tartini (siento no recordar cuál) y una simpática broma futbolística: Ventura Rico se dirigió al público anunciando el estreno mundial de una obra desconocida llamada Follia betica hallada cerca de Heliópolis y escrita por un tal Valentini Sanchetti. Se trataba de unas variaciones, inquietantemente bien trabajadas, sobre el himno del centenario del Betis (“Ole ole ole ole Beti olé....”), lo que deja claro el buen gusto y sabiduría de Valentín Sánchez. El público, al principio desconcertado -estoy seguro de que las palabras de Ventura Rico debieron engañar a más de uno (1)- reaccionó con buen humor, y Casazza parecía divertirse de lo lindo mientras dirigía. Deberían grabarlo y ponerlo por los altavoces del estadio.

Y es que er Beti es una cosa mu seria.

PS: Ayer había entre el público un número superior al acostumbrado de tontos que no apagan el teléfono, uno de los cuales me tocó a mi lado en la segunda parte.

(1) No hay nada raro en la afirmación de un compositor barroco del Betis. En Sevilla todo el mundo sabe que ese equipo es tan antiguo como la ciudad y que contaba con la afición del rey san Fernando. Verdad verdadera.



Añadido (24-06-11): En mi colosal ignorancia he escrito mal el nombre del ilustre autor de la Follia betica. Es Sanchetti, no Sanchini, como había escrito. Ya está arreglado.

Aquí un par de vídeos del evento. El primero es bastante ilustrativo del concierto y el segundo, la Follia betica.



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