Gracias al oportunísimo aviso de Rofrano he tenido la oportunidad de asistir al concierto de clausura organizado por la Universidad de Sevilla en el Teatro de la Maestranza, con Ismael Jordi y Ruth Rosique. Una noche agradable, con un programa popular tanto en la faceta operística (que dominó la primera parte) como en la de zarzuela (segunda parte) que garantizaba al aplauso entusiasta del público.
La primera parte comenzó con una traca mozartiana: obertura y aria Welche Wonne de El rapto en el serrallo; el Deh, vieni, de Las bodas de Fígaro y el aria Il mio tesoro de Don Giovanni. La voz de Rosique no llegaba del todo clara a las butacas de paraíso durante su primera aparición, defecto de volumen que quedó casi solucionado en la famosa “aria del jardín” de Susanna. Muy de destacar el delicioso pizzicato de las cuerdas y el tempo rápido empleado por Juan Luis Pérez. La cuestión es que eché en falta algo de “peso” psicológico en esta música. No me basta con oírla cantada como si de una cancioncilla infantil se tratara. Hay ahí una fuerte carga de espiritualidad, de un amor sublime, elevado a la manera de Tamino y Pamina y que es precisamente lo que saca de quicio a Fígaro, que lo escucha todo escondido y cree esas palabras dirigidas a otro. Hablo sin duda de matices que pertenecen al ámbito de la representación operística y que escapan tal vez al de los recitales, pero insisto en que esa música, tan simple de apariencia, es infinitamente más rica de lo que se pudo apreciar anoche.
Ismael Jordi salió en desventaja respecto a Rosique. Cuando pisó el escenario, aquella había cantado ya dos veces, y lo hizo con la segunda aria de Don Ottavio, mientras que la primera (Dalla sua pace, añadida por Mozart para el estreno vienés de Don Giovanni) siempre me ha parecido más bella. Con todo ello, y pese a algún ligero desconcierto en los embellecimientos del da capo, Jordi (que ya me había sorprendido gratamente en La Traviata) se puso en su sitio con una espléndida Tombe degli avi miei, de Lucia di Lammermoor. De lo mejor de la noche. Tras la aparición de Rosique con La viuda alegre de Lehár (canción de Hanna), notable aun con la ausencia del coro y en la que brillaron las maderas de la orquesta, Jordi volvió a la carga con la famosa aria de Lionel de Martha (Flotow), cerrando la primera parte junto con Rosique con una simpática versión del “Caro elisir! Sei mio!” de L’elisir d’amore en la que el tenor simulaba beber de un botellín.
Precedida de la famosa obertura de Orfeo en los infiernos de Offenbach, que como era de esperar entusiasmó al público (y a una señora sentada a mi espalda, que después de palmear al ritmo de la música calificó la obra como del “Conciertazo”), la segunda parte se integró de zarzuela, esa gran asignatura pendiente para quien esto escribe. Poco puedo decir aquí sobre esto. Ruth Rosique brilló infinitamente mejor en esta segunda mitad, sobre todo en “Me llaman la primorosa” de “El barbero de Sevilla” de Giménez y Nieto, así como “En un país de fábula” de La tabernera del puerto, de Sorozábal. Jordi se mantuvo a su nivel, alcanzado una enorme ovación, como era perfectamente previsible, en la famosa “No puede ser”. Fue él también el primero en aparecer en esta segunda parte con la romanza “Bella enamorada” de El último romántico de Soutullo y Vert. Ambos cantantes ofrecieron juntos el dúo de Carolina y Javier de Luisa Fernanda (Moreno Torroba), y finalmente el “Le van a oir” de Doña Francisquita. En cuanto a los bises, Morgen de Strauss (que ya escuchamos a Jennifer Larmore hace unos días) a cargo de Rosique y El cantor de México (Rossignol) por Jordi (enorme aquí la ovación del público), terminando con el simpático dúo de “El gato montés”.
Ismael Jordi cantando "Rossignol". Del resto mejor no decir nada:
La primera parte comenzó con una traca mozartiana: obertura y aria Welche Wonne de El rapto en el serrallo; el Deh, vieni, de Las bodas de Fígaro y el aria Il mio tesoro de Don Giovanni. La voz de Rosique no llegaba del todo clara a las butacas de paraíso durante su primera aparición, defecto de volumen que quedó casi solucionado en la famosa “aria del jardín” de Susanna. Muy de destacar el delicioso pizzicato de las cuerdas y el tempo rápido empleado por Juan Luis Pérez. La cuestión es que eché en falta algo de “peso” psicológico en esta música. No me basta con oírla cantada como si de una cancioncilla infantil se tratara. Hay ahí una fuerte carga de espiritualidad, de un amor sublime, elevado a la manera de Tamino y Pamina y que es precisamente lo que saca de quicio a Fígaro, que lo escucha todo escondido y cree esas palabras dirigidas a otro. Hablo sin duda de matices que pertenecen al ámbito de la representación operística y que escapan tal vez al de los recitales, pero insisto en que esa música, tan simple de apariencia, es infinitamente más rica de lo que se pudo apreciar anoche.
Ismael Jordi salió en desventaja respecto a Rosique. Cuando pisó el escenario, aquella había cantado ya dos veces, y lo hizo con la segunda aria de Don Ottavio, mientras que la primera (Dalla sua pace, añadida por Mozart para el estreno vienés de Don Giovanni) siempre me ha parecido más bella. Con todo ello, y pese a algún ligero desconcierto en los embellecimientos del da capo, Jordi (que ya me había sorprendido gratamente en La Traviata) se puso en su sitio con una espléndida Tombe degli avi miei, de Lucia di Lammermoor. De lo mejor de la noche. Tras la aparición de Rosique con La viuda alegre de Lehár (canción de Hanna), notable aun con la ausencia del coro y en la que brillaron las maderas de la orquesta, Jordi volvió a la carga con la famosa aria de Lionel de Martha (Flotow), cerrando la primera parte junto con Rosique con una simpática versión del “Caro elisir! Sei mio!” de L’elisir d’amore en la que el tenor simulaba beber de un botellín.
Precedida de la famosa obertura de Orfeo en los infiernos de Offenbach, que como era de esperar entusiasmó al público (y a una señora sentada a mi espalda, que después de palmear al ritmo de la música calificó la obra como del “Conciertazo”), la segunda parte se integró de zarzuela, esa gran asignatura pendiente para quien esto escribe. Poco puedo decir aquí sobre esto. Ruth Rosique brilló infinitamente mejor en esta segunda mitad, sobre todo en “Me llaman la primorosa” de “El barbero de Sevilla” de Giménez y Nieto, así como “En un país de fábula” de La tabernera del puerto, de Sorozábal. Jordi se mantuvo a su nivel, alcanzado una enorme ovación, como era perfectamente previsible, en la famosa “No puede ser”. Fue él también el primero en aparecer en esta segunda parte con la romanza “Bella enamorada” de El último romántico de Soutullo y Vert. Ambos cantantes ofrecieron juntos el dúo de Carolina y Javier de Luisa Fernanda (Moreno Torroba), y finalmente el “Le van a oir” de Doña Francisquita. En cuanto a los bises, Morgen de Strauss (que ya escuchamos a Jennifer Larmore hace unos días) a cargo de Rosique y El cantor de México (Rossignol) por Jordi (enorme aquí la ovación del público), terminando con el simpático dúo de “El gato montés”.
Ismael Jordi cantando "Rossignol". Del resto mejor no decir nada:
Mozart: Obertura de “El rapto en el serrallo” – The English Baroque Soloists – John Eliot Gardiner
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