Sigue su curso el Festival de Música Antigua de Sevilla (FEMÁS), esta vez sin sobresaltos. Uno de sus rasgos más destacables es, en mi opinión, la combinación de los clásicos conciertos que requieren de entrada con otros gratuitos y que en absoluto desmerecen respecto de los anteriores en calidad ni atractivo.

Desafiar a los elementos y aventurarse a salir a la calle con el inmenso aguacero que cayó en Sevilla el pasado domingo 13 es toda una declaración de amor a la música y al Festival. Por lo que a mí se refiere, ni que decir que mi paraguas “Gold rain” no pudo hacer nada para evitar que zapatos y pantalones estuvieran chorreando cuando llegué al restaurado Convento de Santa Clara, enclave apropiadísimo para muchos de los conciertos de este año. Permite un aforo grande, la acústica del lugar es buena (sin los ecos, por ejemplo, de otras iglesias que ha frecuentado la Orquesta Barroca de Sevilla, como Santa Marina), y no se pasa frío. Pues bien, cuando estaba sentado y empapado, Mercedes Ruiz, intérprete de violonchelo de la OBS de la que ya he hablado algo, se dirigió al público para referir un obligado cambio total de programa. En teoría, debería de haber interpretado con el acompañamiento pianístico de Alfonso Sebastián la Sonata para violonchelo y fortepiano nº.5 Op.102 nº2 en re mayor de Beethoven y la nº2 Op.58 en re mayor de Mendelssohn, junto con el Lied ohne Worte (“Romanza sin palabras”) Op.109 en re mayor beethoveniano. Pues bien, según comentó, el fortepiano que iba a emplearse había sido “destrozado” durante su traslado, creo recordar que desde Madrid, resultando dañado el pedal. Una pena. Dijo que era probable incluyo que el propio Schubert hubiera utilizado ese mismo instrumento. En cualquier caso, debió mediar en todo esto el fantasma barrocófilo del FEMÁS, un espíritu vengativo que desde el más allá impide que el Festival acoja música del siglo XIX, por mucho que pretenda interpretarse con instrumentos históricos. Crucemos los dedos para que su maldición no se repita en el concierto de clausura del próximo domingo, dedicado a Mendelssohn y Schubert.
Como resulta obvio, la imposibilidad de trasladar hasta Sevilla en pocas horas otro instrumento adecuado conllevó el referido cambio de programa. Podrían haber utilizado un piano moderno, claro, pero no hubiera sido lo mismo, y su utilización en el FEMÁS hubiera resultado sin duda más discutible. En lugar de esto, Ruiz y Sebastián contaron con el apoyo de Ventura Rico, cofundador de la OBS, para ofrecernos un variado y atractivo programa barroco que me hizo olvidarme de que mis pantalones podían exprimirse. Ruiz nos brindó dos sonatas para violonchelo y continuo y un movimiento suelto de Geminiani en una interpretación enérgica, de gran personalidad, en absoluto gris ni insípida. Su estilo barroco, con gran fuerza y pasión, me hizo pensar que se asemeja a una especie de Goebel pero al violonchelo. Por decir algo, yo hubiera deseado, eso sí, una mayor sutilidad y lirismo en algunos pasajes.
Por su parte, Alfonso Sebastián deleitó verdaderamente al público con tres sonatas de Scarlatti (“música para ser más feliz”). Siento no recordar una de ellas. Las otras dos fueron la K.380 y la K.159. Pocas notas falsas y sólo algún apuro técnico en la última de las que he citado (una de mis debilidades scarlattianas), con alguna ralentización en el tempo que excedió de las licencias que permite el tempo rubato. Mucho más plano resultó el Preludio, fuga y alegro, BWV 998 de J. S. Bach, en una interpretación quizás excesivamente sobria. Por cierto que cuando presentó la obra, Sebastián se empeñó en retratarla como una referencia a la Santísima Trinidad. Yo es que esas cosas del esoterismo y Bach no termino de encajarlas bien.
Sala llena, a pesar como digo del tiempo desapacible y la intensa lluvia. Pese al cambio de programa, el público acabó encantado, a qué negarlo, yo también.
Al día s
iguiente, lunes 14, había otro concierto gratuito en el mismo lugar. Se trataba del proyecto pedagógico del Festival, que permite contar con la presencia de varios alumnos del Conservatorio Superior de Música entremezclados con los músicos de la Orquesta Barroca de Sevilla, formando de ese modo un conjunto semihistoricista. Resulta lógico que los alumnos no se encuentran familiarizados con los instrumentos antiguos, especialmente los de viento, siempre complejos y traicioneros, y de ahí que acudieran con instrumentos modernos. En cualquier caso, el resultado global fue mejor que bueno, especialmente contando con director de absoluto lujo como Enrico Onofri, que, eso sí, nos dejó con las ganas de oírle al violín. El programa se abrió con Kapsberger y unas Sinfonías para cuerdas y bajo continuo, siguiendo por la Passacaglia para cuerdas y bajo continuo de Marini y la Sonata Decimosexta de Castello. Absolutamente deliciosa resultó la interpretación de la Sonata op.II nº12 Ciaccona para cuerdas y bajo continuo de Corelli, que abrió paso a una endiabladamente rápida interpretación (en su primer movimiento) de la famosa Sinfonía en sol mayor, RV 149 de Vivaldi, con una deliciosa interpretación del movimiento central que se ofreció como bis a la finalización del concierto. La cosa acabó con Mozart y dos sinfonías tempranas: la nº 5, K.22 y esa bomba que es la nº 10, K.74, por cierto abordada por Onofri de forma imaginativa en su primer movimiento. El segundo hubo que repetirlo de propina para el público. Y todo gratis.
El miércoles 1
6 tocaba ir a Cajasol, por lo que a la vista de lo ocurrido en el concierto de Savall (hecho lamentable que aún se comentaba entre el público) decidí presentarme con tiempo. Los señores del ICAS han aprendido la lección: al acceder al interior de la Sala Joaquín Turina, una persona rompía la entrada y otra, ahora sí, indicaba a cada uno la zona de butacas que le correspondía. De todas formas no hubo problema porque el aforo no llegó a llenarse pese al atractivo programa. La culpa quizás la tuvo el hecho de que el concierto se celebrara entre semana. En cualquier caso, tuvimos dos de las más típicas sinfonías londinenses de Haydn: la “Sorpresa” y la “Londres” en las transcripciones de Salomon para conjunto de cámara. La cosa estuvo a cargo de miembros de la OBS: Andoni Mercero y Alexis Aguado, violines; José Manuel Navarro, viola; Mercedes Ruiz, violonchelo; Ventura Rico, contrabajo y Guillermo Peñalver, flauta. Huelga decir que con estos monstruos en el escenario las interpretaciones fueron absolutamente magistrales. Resultan curiosos estos arreglos camerísticos, que permiten explorar con gran facilidad la arquitectura musical de estas monumentales obras. La única pega es que la “sorpresa”, a cargo de seis músicos, no asustó a nadie.
A mí me habría hecho mucha ilusión ver brincar a las viejas del público.

Desafiar a los elementos y aventurarse a salir a la calle con el inmenso aguacero que cayó en Sevilla el pasado domingo 13 es toda una declaración de amor a la música y al Festival. Por lo que a mí se refiere, ni que decir que mi paraguas “Gold rain” no pudo hacer nada para evitar que zapatos y pantalones estuvieran chorreando cuando llegué al restaurado Convento de Santa Clara, enclave apropiadísimo para muchos de los conciertos de este año. Permite un aforo grande, la acústica del lugar es buena (sin los ecos, por ejemplo, de otras iglesias que ha frecuentado la Orquesta Barroca de Sevilla, como Santa Marina), y no se pasa frío. Pues bien, cuando estaba sentado y empapado, Mercedes Ruiz, intérprete de violonchelo de la OBS de la que ya he hablado algo, se dirigió al público para referir un obligado cambio total de programa. En teoría, debería de haber interpretado con el acompañamiento pianístico de Alfonso Sebastián la Sonata para violonchelo y fortepiano nº.5 Op.102 nº2 en re mayor de Beethoven y la nº2 Op.58 en re mayor de Mendelssohn, junto con el Lied ohne Worte (“Romanza sin palabras”) Op.109 en re mayor beethoveniano. Pues bien, según comentó, el fortepiano que iba a emplearse había sido “destrozado” durante su traslado, creo recordar que desde Madrid, resultando dañado el pedal. Una pena. Dijo que era probable incluyo que el propio Schubert hubiera utilizado ese mismo instrumento. En cualquier caso, debió mediar en todo esto el fantasma barrocófilo del FEMÁS, un espíritu vengativo que desde el más allá impide que el Festival acoja música del siglo XIX, por mucho que pretenda interpretarse con instrumentos históricos. Crucemos los dedos para que su maldición no se repita en el concierto de clausura del próximo domingo, dedicado a Mendelssohn y Schubert.
Como resulta obvio, la imposibilidad de trasladar hasta Sevilla en pocas horas otro instrumento adecuado conllevó el referido cambio de programa. Podrían haber utilizado un piano moderno, claro, pero no hubiera sido lo mismo, y su utilización en el FEMÁS hubiera resultado sin duda más discutible. En lugar de esto, Ruiz y Sebastián contaron con el apoyo de Ventura Rico, cofundador de la OBS, para ofrecernos un variado y atractivo programa barroco que me hizo olvidarme de que mis pantalones podían exprimirse. Ruiz nos brindó dos sonatas para violonchelo y continuo y un movimiento suelto de Geminiani en una interpretación enérgica, de gran personalidad, en absoluto gris ni insípida. Su estilo barroco, con gran fuerza y pasión, me hizo pensar que se asemeja a una especie de Goebel pero al violonchelo. Por decir algo, yo hubiera deseado, eso sí, una mayor sutilidad y lirismo en algunos pasajes.
Por su parte, Alfonso Sebastián deleitó verdaderamente al público con tres sonatas de Scarlatti (“música para ser más feliz”). Siento no recordar una de ellas. Las otras dos fueron la K.380 y la K.159. Pocas notas falsas y sólo algún apuro técnico en la última de las que he citado (una de mis debilidades scarlattianas), con alguna ralentización en el tempo que excedió de las licencias que permite el tempo rubato. Mucho más plano resultó el Preludio, fuga y alegro, BWV 998 de J. S. Bach, en una interpretación quizás excesivamente sobria. Por cierto que cuando presentó la obra, Sebastián se empeñó en retratarla como una referencia a la Santísima Trinidad. Yo es que esas cosas del esoterismo y Bach no termino de encajarlas bien.
Sala llena, a pesar como digo del tiempo desapacible y la intensa lluvia. Pese al cambio de programa, el público acabó encantado, a qué negarlo, yo también.
Al día s

El miércoles 1

A mí me habría hecho mucha ilusión ver brincar a las viejas del público.
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