Zubin Mehta (dir.); Giovanna Casolla (Turandot); Sergej Larin (Calaf); Barbara Frittoli (Liù); Carlo Colombara (Timur); Aldo Bottion (Altoum); José Fardilha (Ping); Francesco Piccoli (Pang), Carlo Allemano (Pong); Vittorio Vitelli (Mandarino). Orquesta y Coro del Maggio Musicale Fiorentino. RCA DVD.
Soy de los que piensan que en cuestión de óperas los DVDs realmente imprescindibles son muy inferiores en cantidad a las grabaciones en disco. Pues bien, esta Turandot de Mehta en la mismísima Ciudad Prohibida de Pekín es una de esas filmaciones que cualquier aficionado que guste de la obra de Giacomo Puccini debe conocer. El balance, aun sin llegar a ser sobresaliente en todos sus elementos, es muy positivo.
De entrada, tenemos la idea sugerente de ambientar este portentoso canto de cisne pucciniano en su enclave verdadero, que es, como digo, la Ciudad Prohibida. Cualquier ambientación teatral chinesca que pudiese acercarse al mundo de la caricatura queda inmediatamente descartada, pues lo que tenemos
aquí es visualmente “lo verdadero”, en lugar de su imitación o recreación. En el DVD se adjunta un documental de media hora de duración en el que se detallan los pormenores de la elaboración del montaje y del esfuerzo casi titánico invertido en levantar con tubos metálicos un graderío lógicamente inexistente en la Ciudad Prohibida, capaz de albergar de este modo a un público absolutamente multitudinario.
aquí es visualmente “lo verdadero”, en lugar de su imitación o recreación. En el DVD se adjunta un documental de media hora de duración en el que se detallan los pormenores de la elaboración del montaje y del esfuerzo casi titánico invertido en levantar con tubos metálicos un graderío lógicamente inexistente en la Ciudad Prohibida, capaz de albergar de este modo a un público absolutamente multitudinario.
La dirección escénica corrió a cuenta de Zhang Yimou (“La casa de las dagas voladoras”) que creó un espectáculo casi cinematográfico al aire libre que requirió de la presencia de tantos extras –concretamente, de los soldados de Turandot– que se precisó para ello de la presencia de auténticos soldados del ejército chino. Visualmente, empero, la cosa no se hace más ampulosa de lo necesario. No estamos ante un espectáculo que se recree en lo recargado ni que busque deslumbrar al espectador atosigándolo, sino que todo está bastante bien medido y equilibrado. Por ejemplo, si lo pensamos bien, el espectacular coro “Gira la cotte” del primer acto podría haber dado pie visualmente a un espectáculo fácilmente espectacular y aterrador. Yimou, en cambio, lo reduce casi todo a la presencia de una menuda mujer china, experta en artes marciales, que se dedica a hacer acrobacias en las que muestra en cierto modo el cinismo y la irracional brutalidad de quienes se relamen de gusto pensando en una sentencia de muerte. No digo que el trabajo de Yimou sea comedido porque no lo es de ninguna manera. Lo que digo es que no es excesivo, que es bien distinto.
Destacan también la presencia de la Academia de Danza de Pekín y el vestuario, elaborado ex profeso en los meses anteriores por cientos de personas que tomaron como referencia la ropa típica de la dinastía Ming. A fin de cuentas, la representación es en China, y la falta de autenticidad o de credibilidad visual daría mucho más el cante ante un público eminentemente chino que ante uno occidental. Lo único que falla, por cutre, son algunas barbas postizas a las que se les ve el elástico por todas partes. Sin duda, debió optarse por este material barato pensándose en que la representación sería vista por el público a cierta distancia. Pero bien pudieron haber tenido en cuenta que la cosa iba a filmarse. En cualquier caso, pecata minuta.
En el plano visual, por tanto, la cosa funciona muy bien. Por alguna razón, en la filmación se intercalan de cuando en cuando imágenes de la luna, la Gran Muralla o del Templo del Cielo, por ejemplo. No molesta.
A nivel musical, de lo primero que hay que hablar es de la portentosa dirección de Zubin Mehta. Recuerdo haber escrito ya en este blog que si hay un director de orquesta que ha entendido Turandot a la perfección, ese ha sido el maestro hindú. Francamente me cuesta decidir si desde el punto de vista orquestal es mejor su emblemática grabación con Sutherland y Pavarotti (de la que hablé aquí) o esta, pero tentado estoy de escoger esta última. Aquí, Mehta opta por una lectura más espectacular si cabe, aunque sin solemnizar más la partitura ni convertirla en algo más ampuloso de lo que debe ser. Al contrario, agiliza los tempi, muestra nuevas ideas inexistentes en el registro de DECCA (véase, por ejemplo, la presencia destacada de los metales en la patética aparición del príncipe de Persia) y refuerza la atmósfera chinesca de la partitura, tan buscada por Puccini, con el uso inteligente de la percusión. En suma, una dirección maravillosa que si no es la mejor de las grabadas en esta ópera, mucho se le debe acercar.
El reparto mantiene un nivel en general notable, aunque cierto es que su calidad es algo dispar. De entrada tenemos a lo más difícil, que es a la propia Turandot. Giovanna Casolla hace espléndidamente el casi imposible papel de la principessa di gelo, sin mostrar apuros ni entubamientos en los exigentes graves ni cambios de color a lo largo del registro, que goza de la necesaria amplitud para resolver bien el “In questa reggia” y la escena de los enigmas. La voz, además, squilla en todo el registro, concediendo a su parte un brillo vocal que la hace adecuadamente enigmática y misteriosa. Puestos a ponernos quisquillosos, si hubiera que sacarle algún defecto (en este caso pequeño) podría señalarse que la dicción no siempre resulta completamente clara. Pero es una gran Turandot, y además está espléndida teatralmente.
El mayor punto flaco del reparto lo constituye, a mi entender, el modesto Calaf del malogrado Sergej Larin, bastante justo en la zona alta (“Gli enigmi sono tre”, o el famoso agudo final del “Nessun dorma”, que apenas logra sostener un instante en pie). Su mayor problema, de todas formas, no es el de la incomodidad con el agudo –por supuesto evita el potestativo de “Ti voglio tutta ardente d’amor”– sino el de una grave limitación expresiva que le lleva a cantar Calaf casi permanentemente en forte, con el resultado de que la voz acusa el desgaste de toda la función durante el tercer acto. Y considero que es una pena que Larin hiciese un Calaf de brocha gorda, pues contaba con una voz spinto perfectamente adecuada para el papel. Si este hombre se hubiese centrado un poco más en humanizar el personaje, en matizarlo, en jugar con la expresión, el balance habría sido sin duda mucho más satisfactorio.
Los secundarios más importantes son una delicia. Barbara Frittoli, espléndida cantante, hace una Liù maravillosa, cantada con una voz de lírica pura y con un inteligentísimo uso del vibrato. El “Signore ascolta” es para mí quizá lo mejor del primer acto, y el “Tu che di gel” lo mejor del tercero, con lo que queda todo dicho. Y Carlo Colombara hace un Timur de quitarse verdaderamente el sombrero. La voz, contundente, tiene una resonancia magnífica, como he podido comprobar también en directo. Correcto el Altoum de Aldo Bottion (el Cassio del Otello de Karajan con Vickers y Freni) y mediocres los ministros, de los que solo se salva José Fardilha (Ping), que amén de cantar bien su parte divierte visualmente simulando una permanente melopea.
Como he señalado antes, el DVD incluye como material extra un “Making of” de treinta minutos acerca de la preparación del evento.
A nivel técnico, el DVD es insatisfactorio. Incluye subtítulos en inglés, alemán, francés, italiano, chino y japonés (no en español) y absurdamente no se pueden desconectar. Hay que visualizar la filmación forzosamente con alguno de estos subtítulos porque no hay un botón de desactivación. Eso o yo soy tan torpe que no lo he encontrado.
Esta Turandot, por tanto, pide a gritos una reedición mejor a nivel de prestaciones, porque lo cierto es que pese a sus desequilibrios vale mucho la pena.
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