Hace unos días, cuando buscaba por mi estantería algo de literatura mozartiana, me encontré con una novela corta de H. C. Robbins Landon titulada “Mozart: una jornada particular”. Lo cierto es que hacía bastantes años desde que la había comprado y leído, y prácticamente la había borrado de mi mente.
Abrí con curiosidad el pequeño librito, publicado en 1994 por Ediciones Destino Áncora y Delfín, y no me despegué de él hasta que lo terminé. Se lee muy rápido, pues no pasa de las 138 páginas con un tamaño de letra bien grande, y lo cierto es que me pareció una lectura bastante curiosa.
H. C. Robbins Landon es conocido por sus grandes trabajos de investigación musical, principalmente dedicados a Haydn y a Mozart, de modo que encontrarse con una novela escrita por este brillante estudioso es algo que puede resultar un tanto extraño. De hecho, no deja de parecerme curioso que muchos de sus trabajos interesantes no se hayan traducido aún al castellano y sí esta obrita.
En ella nos encontramos con lo que vendría a ser la reconstrucción de uno de los últimos días de la vida de Mozart. Como es lógico, toda la sucesión de los acontecimientos a los que asistimos es, en parte, ficticia, pero la mayoría de los hechos en sí mismos sí son históricos y apenas hay sitio para la imaginación del autor.
El Mozart que retrata Robbins Landon no es ni un desvergonzado sin cerebro ni un ser angelical tocado por el Cielo, sino una persona dotada, por supuesto, de un talento extraordinario, pero de carne y hueso a fin de cuentas. Por eso me resulta infinitamente más fácil “creerme” a este Mozart, que además está muy bien documentado históricamente, que el que muchas veces sugiere la tradición, plasmada en un buen puñado de biografías, obras de teatro y películas. Este Mozart aparece así como un ser profundamente angustiado por sus apuros económicos, acentuados por el pleito que gana en su contra el príncipe Lichnowsky, patrocinador años después de Beethoven.
Este último hecho, que vio la luz pública en 1991, no es especialmente conocido. Lichnowsky acompañó a Mozart durante su viaje a Berlín en 1789 y le prestó una considerable cantidad de dinero que el compositor, agobiado por deudas por entonces acuciantes, no le devolvió. En 1791 el príncipe decidió demandar a Mozart, y la Corte Baja Austríaca dictó sentencia a su favor el 9 de noviembre, ordenando la congelación de la mitad del salario de Mozart.
En la breve novela se apunta a que la causa que realmente movió al adinerado Lichnowsky a demandar a Mozart no fuese sólo de índole económica, sino que tal vez se debiese también a las continuas negativas del compositor para tocar en privado para él en su castillo de Grätz, lo que habría acentuado la irritación del príncipe. Lo cierto es que no se sabe lo que sucedió con este asunto. Mozart murió días más tarde, el cinco de diciembre, y la deuda a pagar a favor de Lichnowsky, misteriosamente, no apareció recogida en la Orden de Suspensión dictada tras el fallecimiento. Quizá el príncipe decidiese no agravar la apurada situación de la viuda de Mozart y desistiese.
En cualquier caso, Robbins Landon aprovecha toda esta curiosa historia del pleito de Lichnowsky para introducirnos a algunos personajes que pertenecieron al círculo de amigos y protectores de Mozart. De hecho, el autor inventa que es el príncipe ruso Galitzin quien acaba sacando a Mozart del apuro, pagando la deuda por él. Es una solución interesante desde el punto de vista novelístico: en buena ley, Galitzin no pinta nada en esta historia del pleito, pero se nos permite conocer a este personaje recurriendo a la ficción de que es él quien se hace cargo de las deudas del compositor, resolviendo así la incógnita de por qué Lichnowsky no quiso seguir adelante con la reclamación de su deuda. Esta invención no tendría cabida en un texto de investigación, naturalmente, pero sí es permisible en una novela como esta, en la que además se explica honestamente la cuestión en una nota al texto principal.
La secuencia de los hechos narrados por Robbins Landon para ese día imaginario en la vida de Mozart sería, resumidamente, la siguiente: Mozart acude por la mañana temprano a ver Van Swieten, con quien departe sobre la música de Bach. Swieten, en efecto, era un firme defensor de la música “pasada de moda” por entonces (Handel, Bach), y ejerció con ello una notable influencia sobre Mozart. En cualquier caso, el barón, cuya posición en la corte es muy inestable, no está muy receptivo a hablar sobre música y pone a Mozart sobre aviso de que el tribunal dictará sentencia en su contra y congelará la mitad de su salario.
Tras esto, Robbins Landon introduce otro elemento de importancia a la hora de mostrar al lector cuál era el ambiente histórico y cultural en el que se desenvolvió Mozart por aquellos días: Haydn. Las noticias de los éxitos que este último está cosechando en Inglaterra llegan hasta Viena, y Mozart acepta la invitación de Ritter Franz Bernard von Kees de dirigir tres sinfonías de Haydn (90, 91, 92). Asiste Salieri, quien muestra su admiración hacia Haydn como autor de sinfonías, aunque no como compositor de óperas, opinión que Mozart no comparte. Además, éste último se siente enfermo y continuamente se ve mentalmente asaltado con ideas musicales para el Requiem que está componiendo.
Durante la tarde, como costumbre fija, Mozart acude a La flauta mágica, aunque no asiste a la representación, pues el motivo real de la visita es conversar con Schikaneder a propósito de la Pequeña cantata masónica, que debe componer rápidamente. Tras eso, se dirige a una reunión masónica de su logia (“La esperanza coronada”) en la que interpreta música de Bach al órgano. Galitzin le recibe, finalmente, en su casa, donde le informa de que piensa pagar por él su deuda a Lichnowsky. La historia se consume con una conversación musical entre Mozart y la Destary, amante de Galitzin.
Aun siendo una obrita obviamente anecdótica, tiene cierto mérito esta “Jornada particular” de Robbins Landon. En muy pocas páginas tenemos un retrato convincente de Mozart como ser humano y como compositor, así como de sus preocupaciones y del ambiente y las personas que le rodearon en sus últimos días.
La traducción es buena, aunque a veces uno se encuentra con frases construidas de forma un tanto extraña. Está descatalogado, naturalmente, pero probablemente podrá encontrarse en internet de segunda mano.
4 comentarios:
!Que bonito resumen haces de este libro, que lamentablemente no he leído...voy a intentar conseguirlo.
No soporto la imagen de alocado e irresponsable que se le da siempre a Mozart.Efectivamente tampoco creo que fuera un santo, pero hubo muchos motivos para su ruina que tu relatas.Creo que también influyó mucho la enfermedad de su mujer, por la que tuvo que hacer contínuos viajes por Europa visitando médicos.
Pero vamos, fuera lo que fuera...UN GENIO TOTAL.
Igualmente te deseo un feliz verano y felices vacaciones.
Por cierto, los conciertos en el Alcázar, tienen que ser espectaculares, aunque solo sea por oír música en sitio tan inigualable.
Bueno, yo creo que para explicar su desastre económico no hay que acudir ni siquiera a las enfermedades de Constanze, y menos aún al más que supuesto carácter derrochador que se atribuye a Mozart.
Yo soy de la opinión de que Mozart hizo una especie de "suicidio" económico. Cambió su detestada Salzburgo por Viena, donde se convirtió en una especie de gran estrella. Desde su época de niño prodigio no debía de sentirse tan mimado, y ganó muchísimo dinero con el que llevó un tren de vida altísimo. Alquileres de casas enormes que costaban una fortuna, gastos más que considerables en vestuario (a Mozart le encantaba la ropa), etc., etc. Hasta estando ya empobrecido y endeudado se tomó el lujo de comprarse hasta un coche de caballos para evitar alquilarlos en sus viajes. No es que tirase el dinero en tonterías, como tantos piensan, sino que llevaba una vida de lujos permanentes, y no parece que supiese renunciar siempre a ellos cuando sus ingresos disminuyeron.
El problema de base está en que este triunfo económico fue posible sólo durante un tiempo. Mozart, al instalarse como artista libre, vivía de encargos y no tenía la seguridad económica que le reportaba un mecenas, como antaño le ocurría con el príncipe-arzobispo de Salzburgo. Gracias a esto escribió música de lo más variopinta: conciertos, óperas, música de cámara, de baile... Escribía lo que le pidieran a quien llamase a su puerta y le pagase.
¿Pero qué ocurre cuando se recrudecen la guerra con Turquía y los problemas en Francia? Que la aristocracia y las clases adineradas empiezan a tener auténtico miedo, y los encargos de los que vivía Mozart se frenan en seco. No interesa que el pueblo llano vea cómo los de arriba se dejan el dinero en espectáculos mientras hay problemas sociales. Y para más inri, a Mozart le consideran en la corte un individuo políticamente sospechoso, más incluso que a otros masones de la época. Sólo hay que pensar en "Fígaro" o la "Flauta".
Al final acabó muriéndose cuando su economía se reponía gracias, precisamente, a "La flauta mágica". Había conseguido un puesto fijo de kapellmeister en la Catedral (de ahí probablemente que aceptase el desconcertante encargo del Réquiem: le interesaba publicitarse en Viena como autor de música sacra) y tenía una oferta para irse de gira a Londres como Haydn. Parecía que iba a empezar otra nueva etapa apoteósica en su vida... pero no pudo ser.
Así es como yo lo veo, aunque supongo que para la mayoría de la gente es más fácil y morboso pensar que era un borracho (cosa que jamás fue) y que tiraba el dinero en vicios que tampoco tuvo. Un saludo y perdón por este ladrillo.
Muchas gracias por este "ladrillo",que he leído con mucho interés y siempre aprendo cosas.
Envíanos muchos más Pablo.
Una de las obras que más oigo de Mozart y en general, es el Requiem.Aunque lo compusiera por encargo,para mi,creo que es uno de los momentos más profundos y emocionantes de la música.
Un saludo.
Cierto, porque aunque fuese un encargo Mozart acabó creyendo la idea delirante de que lo habían envenenado (con un bebedizo llamado "aqua toffana")y escribió con la sensación de que esa iba a ser su propia misa de difuntos. Aunque debía entregar el Réquiem una vez acabado, tenía la impresión de estarlo escribiendo para sí. Hay muchas cartas de Constanze que dicen eso.
La verdad es que es muy tremendo. Tienes a un genio enfermo, sujeto a depresiones y cambios de humor, que piensa que lo están asesinando. Y luego, además, un emisario misterioso que le hace el encargo de un Réquiem negándose a decir quién le envía. Y la mente de Mozart, que no está obviamente en su mejor momento, termina haciéndole creer que el tipo del encargo es una especie de ser de otro mundo que le está anticipando su muerte.
La realidad, como siempre, es más prosaica. Mozart muere con toda probabilidad de causas naturales, y el que encarga el Réquiem un conde llamado Walsegg que pretendía poco menos que estafarle. Pero él nunca lo supo, y desde luego, debió plasmar mucha de su angustia en el Réquiem.
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