Oliviero De Fabritiis (dir.); Toti Dal Monte (Cio-Cio-San); Beniamino Gigli (Pinkerton); Vittoria Palombini (Suzuki); Mario Basiola (Sharpless); Adelio Zagonara (Goro); Gino Conti (Yamadori); Ernesto Dominici (Bonzo). Coro y Orquesta de la Ópera de Roma. NAXOS 2 CD.
He aquí la que para muchos es la primera gran grabación en estudio de Madama Butterfly. Una grabación de esas a las que el grueso del colectivo operístico le otorga palabras como “histórica” y otras por el estilo. Una grabación que tiene a una protagonista personalísima y muy diferente, desde luego, y que en lo personal no me gusta.
Sé bien que decir que una grabación de este tipo no gusta es arriesgarse un poco a recibir varios tomatazos, pero precisamente el objeto de tener un blog está en la posibilidad de expresar las propias ideas en lugar de hablar con opinión prestada y repetir los argumentos de otros. La ópera, como cualquier rama del arte o de la estética, es algo en lo que el gusto personal juega un papel trascendental sin que medie, al menos en gran medida, el mero principio de autoridad.
¿Por qué no me gusta esta Butterfly de Toti Dal Monte? Porque encuentro en ella tal exceso de cursilería, de afectación, de antinaturalidad, que, francamente, soy totalmente incapaz de creerme al personaje. Dal Monte recurre a una emisión tan profundamente infantil y almibarada que el papel se desdibuja en la pura y simple caricatura. De hecho, escuchándola uno tiene la sensación recurrente de estar oyendo a algún personaje de dibujos animados, lo que desde luego choca con la corriente verista, y lo que es más importante, con el fondo mismo de la obra. Y es que para colmo de males, por debajo de esa obsesión por sonar como una chiquilla, por cantar como un pajarito, por ser dulce hasta lo empalagoso, no se encuentra tampoco la calidez que sí supieron darle a Cio-Cio-San otras líricas como Freni o De los Ángeles, que acertaron al huir de tanta afectación. Tenemos, por tanto, un exceso tremendo, desmedido, de la forma, y un fondo pobre. Una apoteosis de lo dulce y un resultado que, paradójicamente, no conmueve. O no me conmueve a mí, pues estas cosas, como antes decía, dependen del gusto personal de cada uno. Además, la voz de Dal Monte parece perder aquí y allá esa pátina dulzona dejando entrever algún sonido feo (“Chiamerà Butterfly dalla lontana”; “Piangi e dispera”...).
Así las cosas, podría considerarse que la Butterfly de Dal Monte vendría a ser la antítesis de la de Tebaldi (véase esto y esto), aunque como digo, no opino que la balanza esté precisamente equilibrada entre ambas en términos de calidad. Una es infantil hasta el extremo, y la otra marcadamente adulta y más madura de lo que la mayoría de las intérpretes transmiten. Dos concepciones de un mismo personaje extremadamente opuestas.
Para el aficionado a los cantantes antiguos no bien conocidos la grabación puede tener, no obstante, interés, por cuanto este registro de julio de 1939 es el único que existe de Dal Monte en una ópera completa. Además, en la edición de Naxos Historical, el segundo cedé se cierra con una selección de arias Donizetti, Bellini, Verdi, Mascagni, Bianchini y Sadero cantadas por ella. Ahora bien, como argumento para aconsejar la escucha me parece bastante más importante el de que esta grabación es también la única que realizó el gran Beniamino Gigli de Pinkerton. Está absolutamente deslumbrante. Además de la voz y el estilo, tiene una admirable tendencia a desarrollar muy bien los pequeños detalles que hacen que su intervención, aun en un papel no del todo agradecido, resulte de lo más completa. Sólo hay que oír el modo en el que pronuncia “Anch’esso a doppio fondo” nada más entrar, como dejando entrever una risita traviesa. Son esos pequeños grandes detalles que hacen que la escucha sea algo de lo más disfrutable.
Además, a Gigli hay que otorgarle una virtud que ni siquiera muchos de los más clásicos intérpretes de papel han conseguido: equilibrio entre la concepción de Pinkerton como un hombre elegante y como un sinvergüenza. En él veo una conjunción realmente espléndida entre el depredador (hay que oír cómo dice eso de “Vieni, sei mia”) y el tipo despreocupado y atractivo que es el marinero yankee. Y desde luego, además de la adecuada dosis de frivolidad y perversión, tampoco le falta humanidad en el último acto. Su “Addio fiorito asil” sugiere ciertamente una gran turbación y agitación interna, como si el atormentado personaje estuviese de verdad hecho un flan y temblando como una hoja. Pero sin un exceso. Sin ningún recurso al griterío. Sin usos innecesarios de las lagrimitas para conmover por la vía de lo fácil. Está espléndido.
La lástima es el dúo de amor, pues la conjunción con Del Monte, puro artificio, no funciona. Y no es ya un problema de empaste entre la voces, sino como digo de algo más básico aún que eso: simple conjunción. Él dice una frase plena de musicalidad y belleza, a la que contesta lo que no se sabe si es Madama Butterfly o Pikachu, y así sucesivamente. Uno acaba disfrutando y detestando, alternativamente, lo que oye todo lo que dura el dúo.
Los secundarios más importantes están brillantes, como la Suzuki de Vittoria Palombini y el espléndido Sharpless de Mario Basiola. Es éste un cónsul de voz clara y lírica, muy bien cantado, y verdaderamente cálido en la tierna escena de la carta. Y también es idóneo Adelio Zagonara como Goro. Viene a aportar un equilibrio perfecto entre eso que podemos llamar “gracia”, no exenta de cierto amaneramiento, pseudo oriental, y una línea de canto elegante. Hay que situarle en la primera división de casamenteros, con De Palma y Sénéchal.
El resto ya no es para tanto. Gino Conti (Yamadori) cumple, aunque resulta quizás algo engolado. Más limpia es la emisión de Ernesto Dominici como Bonzo, aunque da la impresión de que se le atragantan varias palabras (“Kami Sarundasico”) como consecuencia del tempo rápido marcado por la batuta.
No se indican, al menos en la edición de Naxos, los nombres de los demás secundarios. Ni siquiera el de Kate.
Todo esto se encuentra dirigido muy notablemente por un Oliviero de Fabritiis que hace una lectura de la partitura de una altura más que considerable. Apuesta, desde luego, por el intimismo y el recogimiento más que por el espectáculo de lo exótico, y el resultado es bueno. Por cierto, junto con Gavazzeni y Arena (ver aquí y aquí), De Fabritiis es el tercer director que me encuentro que omite la repetición del coro de parientes de Butterfly “Ne vidi già” en el primer acto. ¿Se trata quizá de un asunto de ediciones de la partitura?; ¿O tal vez fue simple costumbre alguna vez esa omisión? Si alguien lo sabe y desea informarme, servidor estará muy agradecido.
La calidad de audio es también bastante buena teniendo en cuenta, lógicamente, la fecha de la grabación. El sonido es aceptablemente limpio y las voces, más que la orquesta, se escuchan muy bien.
En resumen, no me gusta esta Butterfly de Dal Monte, por lo que la grabación viene a perder aproximadamente un setenta por ciento de interés para mí... pero lo que hacen los demás, y sobre todo lo que hace Gigli sí que merece la pena conocerse.
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