Zubin Mehta (dir.); Plácido Domingo (Manrico); Leontyne Price (Leonora); Sherrill Milnes (Conde de Luna); Fiorenza Cossotto (Azucena); Bonaldo Giaiotti (Ferrando); Elizabeth Bainbridge (Inés); Ryland Davies (Ruz); Stanley Riley (Gitano); Nielson Taylor (Mensajero). Ambrosian Opera Chorus. New Philharmonia Orchestra. RCA 2 CD.
El sello Deutsche Grammophon ha sacado recientemente en DVD una filmación de Il Trovatore dirigida por Barenboim con Plácido Domingo en el papel de Conde de Luna. Aunque aún no me he hecho con ella, la nostalgia me ha podido y he vuelto a escuchar, por primera vez en mucho tiempo, esta grabación clásica de Mehta. ¿Y por qué hablo de nostalgia? Porque esta versión fue la primera que
hizo Plácido de una ópera completa, allá por 1969. Aparece joven y en plenitud de medios, y el registro sirve, creo, como una especie de “enciclopedia” de eso que podemos llamar el “canto dominguiano”. Las principales virtudes del tenor madrileño están ya aquí, y también se acusan las limitaciones que se repetirán a lo largo de su carrera. La voz es sedosa y varonil y el agudo, como se sabe, tirante y más bien poco estético, y partiendo de la premisa de que Manrico es poco más que un muchacho según el libreto, busca un enfoque viril del personaje lejano tanto de la contundencia masculina de un Del Monaco, por ejemplo, como del exceso de levedad. Años más tarde crearía inteligentemente su Otello con una premisa similar. La grabación, en suma, funciona a la perfección como carta de presentación.
En cuanto a la Leonora de Leontyne Price, debe bastar con señalar que se trata de una de las más celebradas intérpretes del papel, aunque aquí aparecen ciertas limitaciones en el grave. En cualquier caso, me convence más en el último acto -¡espléndido Miserere!- que en todo lo demás. Mehta muestra quizá cierta tendencia a ralentizar el tempo de la orquesta en sus intervenciones, quizá por necesidad de la cantante, quizá por opción personal para su lucimiento. Sherrill Milnes, por su parte, hace un trabajo notable como Conde de Luna, y el registro, como en el caso de Domingo, sirve de claro testimonio de sus virtudes y defectos. La emisión es poco natural y más bien engolada, y la voz experimenta un considerable cambio de color cuando baja del forte. El agudo sí es espléndido. Partiendo de estos elementos, ciertamente no muy destacables, el inteligente Milnes se esfuerza en ordenarlos de tal modo que el resultado sea el mejor de los posibles. Con esa voz oscura y estentórea va a crear a un villano imponente y colérico, pero no por la vía del exceso dramático veristoide, sino ayudándose, como hará siempre, de su potencia y sentido del teatro. Sabe que su voz no es grata si canta en piano, por lo que en general tiende a evitarlo, eligiendo ser un cantante tosco como mal menor. El resultado, como digo, no es un ejemplo de sutilidad ni de canto aseado, pero cumple notablemente en su labor de crear un malo malísimo que llegue a inspirar brutalidad sin acudir nunca musicalmente a lo brusco y a lo vulgar, como sí hicieron otros con voces más privilegiadas que la suya en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Milnes es, ante todo, un intérprete honesto.
El único miembro del reparto que verdaderamente se desenvuelve de manera absolutamente ejemplar es la grandísima Fiorenza Cossotto, para mí la mejor Azucena del disco. Ya había grabado espléndidamente el papel una década antes con Bergonzi y Stella, y aquí, además de conservar intacto su brillo vocal, añade al papel una más profunda hondura psicológica. Escuchar esa voz timbradísima, squillante en todo el registro, es un auténtico disfrute desde el Stride la vampa. Para los que gusten tanto como yo de la Azucena de Cossotto, es también imprescindible el notable video de Karajan con Domingo y Kabaivanska del que hable aquí.
Bonaldo Giaiotti, por último, es un ejemplar Ferrando, y la calidad del Ambrosian Opera Chorus es indiscutible. Zubin Mehta, por su parte, dirige ya fiel a su estilo fogoso y apasionado, lo cual encaja perfectamente con una partitura que, si se me permite, es más efectista y menos contemplativa que la de un Don Carlo o un Otello.
Hay que tenerla.
3 comentarios:
En general muy de acuerdo, pero unos matices:
a) Si las limitaciones de Domingo están en el agudo... ¿qué más da? Limitación menor cuando hay por delante una enorme lección de estilo y musicalidad.
b) Por supuesto que donde la Price se luce más en en el Miserere, pero es que es ahí, precisamente ahí, donde se mide la estatura de una auténtica soprano verdiana. Del Verdi maduro, se entiende.
c) Mehta ralentizó los tempi también hace en Valencia no hace mucho, así que no creo que sea cuestión de atención a los cantantes, sino a que al maestro de Bombay le gusta así. dejando a un lado la genialidad de Giulini, consideraba su dirección como de referencia... hasta que ha aparecido la de Barenboim. Para mi gusto, claro.
Un saludo, y a ver si este año en que visitaré Sevilla con cierta asiduidad podemos conocernos.
Pues tendré muchísimo gusto en conocerte, Fernando. ¡Un abrazo!
No sé qué le puede ver nadie a Domingo, francamente, pura gomaespuma vocal, sobre todo cuando pocos años antes el indeleble Franco Corelli cantaba el mismo rol.
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