Esperaba con ilusión el recital de anoche de Yuja Wang en el Teatro de la Maestranza, y mis expectativas no sólo no se vieron defraudadas, sino que la experiencia fue, personalmente, una inyección de energía y vitalidad justo en una época en la que profesionalmente me encuentro muy ocupado.
Traía Wang un programa de contrastes, en el que las obras que exigen de una gran “pirotecnia” pianística se alternaban con la sensibilidad romántica chopiniana. Ante todo, la apertura y cierre resultaron deslumbrantes, lo cual constituye sin duda una medida inteligente, puesto que lo primero y lo último que escucha el público es esencial muchas veces a efectos de que pueda llevarse una impresión favorable. Así, Wang desplegó al completo su prodigiosa habilidad pianística en la sonata nº 3,
op.28 del joven Prokofiev que abrió la velada, y la fuerza, el empuje y la pasión -¿quién, después de escucharla ayer, puede llamar “inexpresiva” a Yuja Wang?- se repitieron en una apabullante interpretación de las complejísimas tres variaciones sobre Petrouchka de Stravinsky (espléndidamente grabadas en su disco Transformation), obra que según se informaba en el programa de mano, ni siquiera se atrevía a interpretar el propio autor. La joven pianista hizo gala anoche de energía e implicación, amén de exhibir su conocida técnica portentosa, y convirtió la obra de Stravinsky en una paleta de colores de la que extrajo una infinidad de acentos sin pestañear, con una seguridad que sobrecoge en una obra que bien merece el calificativo de “diabólica”.
op.28 del joven Prokofiev que abrió la velada, y la fuerza, el empuje y la pasión -¿quién, después de escucharla ayer, puede llamar “inexpresiva” a Yuja Wang?- se repitieron en una apabullante interpretación de las complejísimas tres variaciones sobre Petrouchka de Stravinsky (espléndidamente grabadas en su disco Transformation), obra que según se informaba en el programa de mano, ni siquiera se atrevía a interpretar el propio autor. La joven pianista hizo gala anoche de energía e implicación, amén de exhibir su conocida técnica portentosa, y convirtió la obra de Stravinsky en una paleta de colores de la que extrajo una infinidad de acentos sin pestañear, con una seguridad que sobrecoge en una obra que bien merece el calificativo de “diabólica”.
Hubo también una más que acertada incursión en el mundo del jazz con las variaciones op.41 de Kasputin, ámbito este al que volvería en el segundo “bis” regalado al público con Tea for two.
Hablemos ahora de su Chopin. Ofreció la sonata nº2 op.58 en la primera parte y el Nocturno nº1 op.48 y la Balada nº3 op.47 en la segunda. Para mí, anoche se demostró que el suyo es un Chopin en obvio crecimiento, que sobre todo en los dos primeros movimientos de la sonata apostaba más por el preciosismo sonoro que por la introspección. ¿Fue, por tanto, un Chopin mecánico e insensible? De ninguna manera. Por decirlo de algún modo, Wang tiene perfectamente diseñado el “esqueleto” de estas obras, y lo que hay que esperar es que lo llene de sustancia, de “carne”, a medida que transcurran los años (a veces parece que nos olvidemos que estamos hablando de una chica de veintisiete años). Y hay signos favorables que apuntan precisamente a que eso puede ocurrir: tanto el Largo de la sonata como el Nocturno fueron un ejemplo obvio de implicación emotiva y sensibilidad. Yuja Wang es una intérprete en un claro proceso de evolución.
El público, al final, acabó en pie y aplaudiendo por sevillanas, cosa rara (no lo neguemos) en un recital de piano. Como también es raro, por mucho que pese reconocerlo, que el Maestranza se llene tanto en un concierto de este tipo (por la tarde quedaban muchas localidades libres, que sin embargo debieron venderse bastante bien antes del concierto). Wang premió la actitud del público con cuatro “propinas”, todas ellas habituales en sus recitales: las variaciones de “Carmen” de Horowitz (esperables estando ella en Sevilla), Tea for two, el arreglo de Volodos de la marcha turca de la sonata K.331 de Mozart (completamente anti mozartiano, como he señalado alguna vez en este blog) y el famoso Vals op.64 nº2 de Chopin.
En suma, una noche llena de emociones: energía, vitalidad, fuerza y sensibilidad. Que vuelva pronto por Sevilla.
4 comentarios:
No es que se vendieran las entradas a última hora, sino que se regalaron con prodigalidad y de ahí el impresentable comportamiento de parte del público: estornudos como rebuznos, aplausos fuera de tiempo, caramelitos, etc.
Gracias por la detallada y completa crónica
Andrés, ignoro por completo eso que apuntas de las entradas regaladas, pero parece extraño a priori que esa práctica no se de en otros recitales, en los que el teatro tiene a menudo un aspecto un tanto desangelado. Tampoco percibí, al menos en la zona en la que estaba sentado, que el público fuese anormalmente molesto ayer.
Carlos, gracias a tí por comentar.
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