Fotografía: http://www.abcdesevilla.es/
Ayer por la tarde pude asistir a la última de las representaciones de El lago de los cisnes en el Teatro de la Maestranza con el Ballet Nacional de Kiev. Este ha sido el tercer ballet clásico del que hemos podido disfrutar los espectadores del Maestranza en la presente temporada (hace poco que el Ballet Nacional de Cuba interpretó aquí Giselle y Coppélia en homenaje a Alicia Alonso) aunque el único en el que hemos contado con la presencia de la ROSS en el foso.
Como siempre me ocurre con la danza, he disfrutado. No ser un entendido en materia de ballet tiene como vertiente positiva el que el sentido crítico es menor, y lo que vi ayer me pareció un bellísimo e irreprochable espectáculo de baile, merced a la muy clásica coreografía de Marius Petipa y Lev Ivanov, a un brillante cuerpo de baile –sensacional en el segundo cuadro del primer acto– y a una pareja protagonista que derrochó sensibilidad y elegancia (Natalia Lazebnikova y Andrei Gura, que se han alternado estos días con Tatiana Goliakova y Serguei Sidorsky). Ayer se optó por la versión con final feliz y se condensaron, por alguna razón, los actos primero y segundo en uno solo (cuando hablo, por tanto, del segundo cuadro del acto primero me estoy refiriendo a lo que habitualmente es el famoso acto segundo). Con todo, el recuerdo de la representaciones que hizo de esta misma obra el Ballet de Stuttgart en diciembre de 2007 aún no está demasiado lejano, y o mucho me traicionan mis recuerdos o aquella escenografía de Jürgen Rose era bastante más vistosa que la que pudimos ver ayer de Yevgeny Lysyk, sobre todo en lo concerniente a las escenas palaciegas. En realidad, a nivel de decorados la propuesta de Kiev opta por una austeridad casi total, sin prácticamente cambios escénicos, de modo que ayer fueron realmente el cuerpo de baile y la iluminación los que crearon las atmósferas y ambientes.
Los ucranianos trajeron a su propio director de orquesta, Mykola Diadiura, que solo alcanzó un resultado irregular al frente de la ROSS. El primer acto sonó plúmbeo, con una obvia tendencia a la lentitud y despojado de cualquier tensión dramática. Servidor tuvo la sensación inmediata de que el director ha trabajado la obra más centrado en ponérselo fácil a quienes están sobre el escenario que en decir algo con la música. En suma, un metrónomo humano poco preocupado en transmitir. Mejoró la cosa a partir del segundo cuadro del primer acto y sobre todo en el segundo, aunque en mi opinión sólo en el breve tercer acto consiguió dirigir con pulso dramático.
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