Con motivo del año Mozart 2006, Ediciones Destino reeditó la famosa biografía de Mozart escrita por Wolfgang Hildesheimer. Me hice con ella hace mucho, pero no ha sido hasta estos días que me he puesto a leerla. Ahora, una vez concluida la lectura, puedo decir que la decepción ha sido de dimensiones más que importantes. Esperaba, dada la fama de la obra, encontrar algo de bastante mayor calidad.
Hablemos primeramente de la forma del texto, antes de entrar en las cuestiones de fondo. Por su estructura es bastante inmanejable, pues no hay capítulos, ni por tanto un índice en el que poder apoyarnos a la hora de localizar algo que nos haya interesado. Todo el texto es como un inmenso e interminable bloque de palabras, lo cual se debe según he leído por ahí al hecho de que la obra es en realidad el resultado de unificar los escritos de varias conferencias pronunciadas por el autor. Sin embargo, esto último no me parece una excusa completamente satisfactoria: Hildesheimer bien podría haber divido en capítulos exactamente el mismo texto. A decir verdad, no veo que este molesto formato sea defendible por ninguna necesidad imperativa.
Dejando a un lado la estructura incómoda del texto, hay que referirse también al propio lenguaje en el que se expresa el autor. Por decirlo de modo sencillo, no es fácil de leer. Es evidente que Hildesheimer busca expresarse de manera culta, lo cual aleja a esta obra de ser la típica biografía de amena lectura destinada a un público amplio. Para este último tipo de libro basta, en principio, con exponer sin más los hechos biográficos conocidos incluso sin necesidad de revestir al texto de una forma especialmente científica. Son biografías pensadas para ser rápidamente asimiladas mentalmente por cualquier lector. No hubiese sido en absoluto negativo que Hildesheimer hubiese escrito así su libro, del mismo modo que tampoco lo sería de haberlo hecho de una manera más académica. Lo que ocurre desgraciadamente es que el resultado se queda a medio camino entre la típica biografía “para todos” y lo que sería una obra escrita a la manera que podemos considerar científica. Me explico: Hildesheimer usa un lenguaje pulcro y refinado que hace que el perfil de lector de este “Mozart” no sea el “gran público”, sí, pero en contrapartida ocurre también que es imposible tomarnos en serio a esta obra desde el prisma de lo que sería un escrito de corte académico o intelectual. Por mucho que se mencionen las opiniones de algunos estudiosos sobre tal o cual aspecto de la existencia de Mozart, no hay ni una sola nota a pie de página sobre la que se sustenten las afirmaciones del autor en el texto principal, ni menos aún se nos ofrece cuál ha sido la bibliografía utilizada. Por tanto, teniendo en cuenta que la obra se despega intencionadamente de ser la biografía “fácil” para todos y que busca ofrecer un perfil más claramente intelectual, sería de esperar un mayor rigor en su forma que el que ofrece. Lo dicho: ni es un texto fácilmente digerible para todos ni tampoco es un trabajo cuya forma pueda considerarse científica. Está en un extraño punto intermedio en el que tal vez no satisfaga a unos ni a otros.
Tampoco ayuda, cerrando el capítulo de los aspectos formales, la traducción al castellano. Hay frases que a veces se presentan quizá de manera más confusa de lo necesario, y desde luego no es buena idea la de traducir, a veces de forma incluso equivocada, los títulos de los números de ópera o los lieder, que son normalmente, como se sabe, el primer verso. Esto podría ser aceptable si al menos se aportase también la denominación en su lengua originaria, pero al presentarse únicamente en castellano se corre el riesgo de que el lector no familiarizado con el catálogo de Köchel se vea en apuros al localizar una obra cuyo título realmente desconoce. Innecesario.
Con todo, si los aspectos puramente formales de este libro son ya algo incómodos, el contenido me ha resultado personalmente incluso irritante. Para empezar debemos partir de una premisa elemental: Hildesheimer no expone los hechos que marcaron la vida de Mozart, sino que todo el texto consiste en reflexiones sobre la base de esos hechos, que se dan casi por sabidos. Es, por tanto, un libro de opinión más que una mera biografía, lo cual se presenta interesante a priori. Sin embargo, tras un tedioso prólogo en el que Hildesheimer viene a expresar su voluntad ser objetivo, luego nos encontramos con todo lo contrario. Causa perplejidad e indignación ver cómo página tras página el autor se esfuerza con empeño en retratar una imagen negativa del Mozart hombre sin apoyarse en ningún elemento sólido. El resultado de todas esas pseudo argumentaciones tan sesudas como indefendibles históricamente y faltas de cualquier soporte documental es el ya sabido: Mozart fue un ser miserable que incomprensiblemente, tocado por el cielo, escribió una música extraordinaria. En suma, un retrato puramente caricaturesco con el que entroncará después el “Amadeus” de Peter Shaffer.
En cualquier caso, esta imagen de Mozart como un tarado mental es casi bondadosa en comparación con la que Hildesheimer traza de Constanze, su esposa. En el colmo de la absurda contradicción y queriendo nuevamente mantener una falsa objetividad afirma querer despegarse de toda la línea de autores que han vapuleado históricamente a esta mujer para terminar sumándose a ellos enseguida. La absoluta falta de rigor histórico es especialmente sangrante aquí, pues el autor pasa incluso deliberadamente por encima de la documentación histórica para defender lo que sólo puede considerarse como disparatado. Creo que el hecho de que Mozart adoraba a Constanze no debe ser objeto de discusión. Se casó con ella incluso sin esperar el consentimiento paterno y se conservan sus cartas de amor hasta el mismo año de su muerte. Pero Hildesheimer se esfuerza con empeño en retratar a esta mujer como indigna del amor del genio e incapaz de comprenderle. Causa directamente repulsión leer cómo reduce a Constanze a ser un pedazo de carne con el que Mozart podía desahogarse sexualmente (pág. 262), o cómo afirma sin rubor que sus curas en Baden cuando Mozart estaba agotado de trabajo bien pudieron deberse al capricho más que a la enfermedad (pág. 349).
Falta de rigor y de seriedad a la hora de manejar y de interpretar las fuentes. Esto es una constante en este “Mozart” de Hildesheimer. De hecho, la pedantería de este último es tal que, como decía, cuando la documentación histórica existente no cuadra con sus opiniones opta por darle un puntapié, aun cuando se trate de fuentes de primera mano. Los ejemplos son numerosos y he apuntado algunos que me han parecido llamativos: en la página 183 se nos dice que Constanze informó a los Novello de que Mozart le había confesado de que la época del Idomeneo fue de las más felices de su vida, pero Hildesheimer escribe ridículamente que le cuesta imaginarse a Mozart compartiendo esa información con ella (!). Es obvio que nuevamente parte de la premisa de que ella era un ser sin cerebro incapaz de entender a su marido, al que tampoco retrata como una lumbrera. Le extraña también al autor que Constanze animara a su marido a escribir fugas, porque eso supone atribuirle una faceta intelectual o simplemente sensible que él no está dispuesto a reconocerle. Así pues, cuando encontramos un testimonio histórico que muestra una más que evidente compenetración mental entre marido y mujer procedemos, por tanto, a cuestionarlo aunque sea sutilmente para defender nuestra opinión. A eso lo llamo yo nuevamente falta de rigor en la investigación y desprecio voluntario a las fuentes.
La ponzoña de Hildesheimer contra Constanze llega al máximo cuando a partir de la página 350 se atreve a afirmar abiertamente la posibilidad de que ella tuviese una aventura con Süssmayr y de que Franz Xaver Mozart fuese hijo de aquél, dada la coincidencia de nombres. Al margen de que esto constituye una calumnia sin sustento histórico –y Hildesheimer no es el único en expresarla– es también un absurdo que choca con la razón. Si leemos las cartas que Mozart envió a su esposa cuando aquella se encontraba en Baden acompañada de Süssmayr se deduce una más que evidente animadversión hacia este personaje por parte de Constanze, cuya compañía debía de resultarle probablemente molesta. De hecho, que no había buena sintonía entre Süssmayr y ella era evidente, a la vista de que Constanze sólo le entregó el Réquiem en última instancia aun cuando ese era el deseo de su marido. Y habla a favor de las reservas de esta mujer hacia Süssmayr el hecho de que este quisiese después atribuirse en exclusiva toda la gloria de haber completado el Réquiem, cuando hoy sabemos indiscutiblemente que sus manos no fueron las únicas que intervinieron en esa tarea. Mozart y Constanze conocían a Süssmayr mejor de lo que podemos decir nosotros, y sin duda debían ser sabedores de los rasgos más negativos de su carácter. Aunque las cartas enviadas por Constanze desde Baden no se conservan, en las respuestas de Mozart se ve a las claras un cómico desprecio hacia Süssmayr destinado a divertirla, y por tanto, compartido. La afirmación de una aventura entre Constanze y el discípulo choca, por tanto, con lo que expresa la documentación histórica de que disponemos y entra de lleno en el inagotable ámbito de la especulación gratuita. Y por favor: defender que el hijo de Mozart lo era en realidad de Süssmayr debido a la coincidencia de nombres -¡Uno tan corriente como Franz Xaver, Francisco Javier!- causa sonrojo. Si lo aceptáramos como argumento válido, Wolfgang Hildesheimer podría ser hijo de cualquier otro Wolfgang conocido por su madre.
En realidad, lo que subyace bajo todo este veneno vertido contra la faceta humana de Mozart y contra Constanze es la sombra del padre, Leopold. También Hildesheimer (¡cómo no!) dice querer enfocarle con objetividad para luego no hacerlo e inclinarse a favor de sus puntos de vista. Leopold Mozart fue obviamente sabedor de las maravillosas cualidades musicales de su retoño, lo cual contribuye a explicar su carácter controlador. De ser por él, su hijo habría permanecido probablemente en Salzburgo, y no creo que como padre preocupado por su bienestar se le pueda reprochar el mirar quizá con inquietud su traslado a Viena como artista libre. Con su emancipación, Mozart quedaba por primera vez libre del influjo de su padre (ni siquiera en el fatídico viaje a París había ocurrido algo así). Igual que nuestros padres sienten que sus hijos se les escapan en cierto grado al emanciparse, otro tanto debió ocurrir con él, solo que acentuado por la plena consciencia de que su hijo era poseedor de un talento maravilloso de cuya influencia se veía ahora apartado. Finalmente, el matrimonio supone encontrar un nuevo punto de apoyo emocional no ya en la figura de los padres, sino en la del cónyuge. Teniendo en cuenta que Constanze pertenecía a la odiada familia Weber, no es difícil imaginarse que el enlace supusiese un trago amargo para Leopold. Esa animadversión hacia Constanze pasó lógicamente a Nannerl, la hermana, y después a la historia. Entroncaba bien con el imaginario romántico decimonónico retratar al gran hombre como un ser marginal rodeado de miseria, entre la que contaría su esposa. Estamos, por tanto, ante la herencia de una imagen negativa trazada por personas que comprensiblemente –también eran humanos– estaban faltas de objetividad. Y esto último no es especulación, sino Historia. Constanze y Nannerl acabaron sus días en Salzburgo evitando cualquier trato recíproco.
Resulta obvio que este libro contiene información y puntos de vista superados hoy por los investigadores serios. Es mucho lo que ha avanzado la investigación de la figura de Mozart en los últimos cincuenta años, pero ni aun considerando a la obra de Hildesheimer como producto de su época puedo ser benévolo con ella. Prácticamente no hay una página en la que no podamos encontrar juicios gratuitos, despojados de cualquier sustento, y el desprecio deliberado a aquellas fuentes que chocan con las ideas del autor (nuevamente sin sustento histórico) hace que el resultado en general sea bastante inservible para hacernos hoy una idea de quién fue Mozart y cómo fue el mundo en el que vivió. El hecho de que este libro esté considerado como “clásico” obliga a plantearnos qué debe entenderse exactamente por tal. Su contenido no sirve, y su forma es claramente incómoda. Como libro considerado más o menos “importante” históricamente en la literatura mozartiana lo dejaré decorando mi estantería.
3 comentarios:
!Caray Pablo, que biografía no? y que machista...pobre Constanza!!. Parece que te ha sacado de quicio leerla!...tranquilo, su música lo cura todo.
Por lo que cuentas, desde luego que no la voy a leer, pues parece ser que recoge todos los tópicos, la mayoría mentiras, que se cuentan de la vida de Mozart .
Seguiré leyendo tus artículos sobre este genio que tan amablemnte nos ofreces y de las que estoy aprendiendo tanto.
Un saludo
Recoge todos los tópicos, sí, y los reviste de un tufillo intelectualoide que me resulta de lo más chocante. Encima de todo, aburre. Vamos, que lo tiene todo.
Hola, gracias por la reseña. Pregunta, qué biografía de Mozart vale la pena leer?
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