El pasado sábado asistí a la última de las representaciones de Aida, primer título de ópera en la presente temporada del Teatro de la Maestranza. Evité deliberadamente leer demasiadas críticas o comentarios antes de la función con la intención de mantener en lo posible una opinión lo más objetiva posible. Allá va:
Empezando por el plano visual, resultó absolutamente deliciosa la propuesta a base de papeles pintados de Josep Mestres Cabanes para el Liceo barcelonés, que con cincuenta años de antigüedad sobrevivieron al último incendio del teatro y han sido restaurados por Jordi Castells. Al margen incluso del bello clasicismo visual de cada acto, yo destacaría la sobresaliente sensación de perspectiva y profundidad, así como la interesantísima creación de atmósferas merced a un adecuado uso de la iluminación. Súmese a ello el muy visual vestuario de Franca Squarciapino y tenemos una Aida capaz de alegrarle la vista a cualquiera, argumento (seamos sinceros) quizá ya suficiente para que el público sevillano sea pródigo en aplausos.
En lo musical, la velada resultó para mí bastante irregular. Me gustó muchísimo la Aida de Tamara Wilson, especialmente en su espléndida recreación de su aria del tercer acto. Es la suya una Aida que tal vez algunos puedan considerar algo falta de patetismo, pero su elegante contención, más que un defecto, me parece un enfoque personal y diferente que, al menos en su caso, da buen resultado. No se prodigan mucho a día de hoy los cantantes capaces de aportar cosas realmente interesantes a papeles tan trabajados. No se anunció por megafonía indisposición alguna por su parte, como parece que ha ocurrido con otras funciones.
El que no me gustó en absoluto fue el Radamés de Alfred Kim, tenor al que no conocía y al que, tras escucharle, atribuyo principalmente dos bazas a su favor: potencia y agudo. Es cierto que la voz corre estupendamente por el teatro y que es valiente manejándose sin vacilación en la zona alta, pero tampoco lo es menos que dibujó a su personaje de forma tosca, cantándolo de manera permanentemente monocorde. Cuestión más subjetiva es que, por mi parte, al margen de sus obvias limitaciones en materia de recursos expresivos, no considero tampoco que su voz sea interesante en términos de belleza.
Sí que me gustó, y bastante, María Luisa Corbacho como Amneris. He leído que en las funciones anteriores mostró dificultades a la hora de mantener un color de voz homogéneo a lo largo de todo el registro. No lo discuto, pero yo no lo percibí, más allá de cierta palidez de la voz en la zona grave atribuible probablemente más a una mera cuestión de extensión que otra cosa. O bien estuvo el sábado a un nivel superior al de los otros días o me estoy volviendo algo blando, que no lo creo.
Espléndido, como afortunadamente nos tiene ya acostumbrados, Dimitry Ulyanov en su papel de Ramfis. Fue con diferencia el mejor del reparto masculino, y a decir verdad, el único verdaderamente rotundo en su papel junto con Wilson. Hasta ahora le he visto hacer en Sevilla el papel del Gran Inquisidor en el Don Carlo (aquí), el Hunting de La Valquiria (aquí) y el Sparafucile del Rigoletto (aquí), y en todos los casos ha estado a un magnífico nivel. No diré lo mismo del Amonasro de Mark S. Doss, bastante tosco. Uno de los momentos esenciales en Aida es el encuentro entre padre e hija del tercer acto, en el que, como en La traviata, el barítono va a acabar convenciendo a la reticente protagonista a sacrificar sus propios deseos de amor por lo que en ese momento se presenta como una causa mayor. En el caso de Amonasro, antes de acudir directamente a la violencia verbal lo hace a la dulzura, que es como entiendo que hay que cantar el “Rivedrai le foreste imbalsamate”, sobre el que Doss pasó de puntillas. Mucho más lejos de ser satisfactorio fue aún el mediocre rey de Egipto de Carlo Malinverno, con una voz tan tremolante que parecía que estuviese cantando desde dentro de una lavadora.
Y ahora viene lo realmente difícil de escribir, que es la cuestión de Pedro Halffter al frente de la ROSS. Digo que me es difícil de escribir por la sencilla razón de que también me es difícil hacerme una opinión clara sobre lo escuchado. No es un director que suela convencerme (ni a muchos otros) en Verdi, y particularmente el primer acto me resultó marcadamente falto de tensión dramática. Tomemos por ejemplo el primer enfrentamiento entre Aida y Amneris, al poco de pisar el escenario por primera vez la protagonista (terzetto “Trema, rea schiava”), en el que la cuerda se agita convulsa como sustento tenso y patético de las voces. Nada de eso tuvimos en Sevilla, y en el espectacular “Su! Del Nilo” todo se redujo a una mera muestra de hasta cuántos decibelios puede llegar a sonar la ROSS sin llegar a tapar a las voces. Sí que funcionó, en cambio, muy bien la escena de la sacerdotisa (estupenda Inmaculada Águila), gracias en parte al maravilloso coro que tiene el Maestranza, de primerísimo nivel.
Me gustó más el segundo acto, que quizá sea también el que menos dramatismo exige de la orquesta con todo aquello de la marcha triunfal y los esclavos etíopes. Halffter, hay que reconocérselo, sabe ser efectista y aquí cayó de pie para ofrecer luego un tercer acto sobresaliente (el mejor planteado de los cuatro por parte de la orquesta) y un cuarto que para mí estuvo bastante bien resuelto (¡qué espléndida escena la del juicio con la voz de Ulyanov y el coro!). Creo que Halffter fue claramente de menos a más, y que su labor alcanzó el punto culminante en el tercer acto.
Una función llena, por tanto, de altibajos tanto en el reparto como en su dirección orquestal, y eso sí, visualmente hermosa.
Fotografías: http://julio-rodriguez.blogspot.com.es/
0 comentarios:
Publicar un comentario