Imagen: http://www.diariodesevilla.es/
Ayer acudí por primera vez esta temporada al Teatro de la Maestranza para ver un título tan emblemático de la danza clásica como Giselle. Lo cierto es que esta obra ya se programó la pasada temporada (véase esto), y la razón de la repetición está en el hecho de que justo ayer se cumplía el 70 aniversario del debut de Alicia Alonso en el papel. El Maestranza recibió anoche al Ballet Nacional de Cuba, nacido inicialmente como ballet Alicia Alonso, para homenajear así a la emblemática fundadora y referencial intérprete de Giselle.
No hubo orquesta en el foso, sino que la música se ofreció enlatada, y de ahí el hecho de que nada pueda decir musicalmente de la velada. En lo visual resultó espléndida. Justo antes de que se apagaran las luces, con el teatro lleno al completo, aparece entre el público una señora de aspecto frágil y que a pesar de sus obvias dificultades de movilidad saluda con gráciles movimientos de brazos. Es Alicia Alonso, vestida con un traje azul de lentejuelas y con un turbante en su cabeza del mismo color. La ovación de los asistentes a esta leyenda de 92 años es atronadora, y se repetiría al término de la representación, cuando apareció para saludar en el escenario. Justo antes de que se levantara el telón se proyectó una breve película con imágenes suyas bailando Giselle y con sus declaraciones a propósito del papel.
En cuanto a la función en sí misma, clasicismo a raudales. Los decorados ofrecen justamente lo adecuado sin resultar ampulosos ni especialmente realistas, y a nivel dancístico –campo en el que no soy ningún experto– todo funcionó, a mi entender, espléndidamente. Destaca lo sensible del retrato que hace Anette Delgado de la desdichada protagonista: sólo a base de gestos vemos a la muchacha alegre y despreocupada, a la chica frágil y enferma, a la mujer torturada hasta la locura... El elegante Albrecht de Dani Hernández, de principescos gestos, contrastaba bien con el espléndido Hilarión de Ernesto Díaz, más fuerte y rudo si se quiere, como debe ser el personaje, y estupendamente bailado.
En cuanto al cuerpo de baile, todo el segundo acto me resultó especialmente destacable, y destacaría quizá el modo en el que Hilarión sucumbe a las willis, a las que vemos como un grupo fantasmal perfectamente acompasado y que actúa macabramente de forma mecánica, como si se tratase de algo sobrenatural “programado” para hacer daño y quizá incluso carente de voluntad propia.
Gran noche de baile, por tanto, y estupendo homenaje a Alicia Alonso. Sólo la presencia de la ROSS en el foso lo hubiera mejorado.
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