En el año 1995, el cineasta francés Frédéric Mitterrand filmó con esta Madama Butterfly una de las últimas óperas en versión película –quizás incluso la última– que realmente ofrecen interés. La idea era la de contar la historia de Cio-Cio-San con realismo visual y calidad cinematográfica, y el resultado es una película visualmente bellísima que a pesar de tener algunos altibajos, resulta para mí totalmente disfrutable.
Lógicamente, el principal precedente a esta película era la que había filmado Ponnelle veinte años atrás (la comentamos aquí), y Mitterrand deja muy claro que la conoce bien. Durante el primer acto, hay varias ideas que parecen prestadas de Ponnelle, como el hecho de que veamos a Pinkerton pagándole sus servicios a Goro justo cuando aquél canta el “Qui verran”, así como el plano aéreo en el “O amico fortunato” o la colocación por parte de Butterfly en el “Ieri son salita” de una imagen de Jesucristo –muy parecida en ambas películas– en el altar en el que hace sus oraciones.
La película, bellísima como digo, se filmó en Túnez durante tres meses, y Ying Huang, nuestra Butterfly, cuenta en una entrevista que se ofrece como bonus en el DVD que cada día del rodaje tuvo que levantarse a las cinco y media de la mañana porque eran necesarias unas dos horas o incluso más para vestirla y maquillarla. Toda esa minuciosidad por el detalle se deja ver positivamente en el resultado final de la película, cargada de detalles inteligentemente planificados de antemano. Por ejemplo, Butterfly tan sólo viste ropas occidentales al comienzo del segundo acto, cuando recibe las visitas de Sharpless y Yamadori. Cuando, más adelante, se escucha el cañón del puerto que anuncia la llegada del barco de Pinkerton la vemos nuevamente vestida con un quimono, pues a fin de cuentas, se entiende que lo que motiva el regreso del marinero a Japón es la noticia que ha recibido por parte de Sharpless de que allí le espera un hijo. Es decir, que entre la marcha de Sharpless y la llegada de Pinkerton deben pasar varias semanas, meses incluso, por lo que es acertado que Butterfly cambie de aspecto. Sobre el escenario, en un teatro de ópera, esto no es posible, pues ambas cosas suceden tan deprisa que la protagonista no tiene tiempo de cambiarse de ropas.
Resumiendo, Mitterrand retrata a Butterfly vistiendo quimonos para estar por casa, aunque aparece vestida como una señora occidental para recibir precisamente a Yamadori, lo que bien podría interpretarse como un mensaje algo malicioso de la ex geisha hacia su visitante, al que seguramente esperaría preparada. Así, a Yamadori debe quedarle claro nada más mirarla que ella es una mujer casada y adaptada al estilo de vida occidental. También el interior de su casa japonesa está sembrado de elementos occidentales, como un reloj de pared, mobiliario elegante y una máquina de costura Singer a la que se sienta la propia Butterfly.
Hay algunas cosas que, no obstante, son discutibles en el trabajo de Mitterrand. Yo las dividiré en tres apartados:
1. Pausas. Por alguna razón que se me escapa, Mitterrand introduce de vez en cuando pausas entre algunos números de la partitura, rellenando esos “huecos” libres de música con sonidos ambientales. No corta la partitura, pero en ocasiones la detiene durante algunos segundos y ello puede resultar algo molesto a los conocedores de la obra de Puccini.
2. “Sueño” de Butterfly. Probablemente, la mayor de las objeciones que se le pueden poner a esta película es la mutilación de todo este bello pasaje orquestal (y coral) de Puccini, que le es escamoteado al público. Está muy claro que Mitterrand se ve en apuros para cubrir con imágenes los pasajes instrumentales en los que la trama se encuentra detenida, y en el coro a bocca chiusa acude simplemente a insertar en la película una serie de filmaciones de lo que parece el Japón de primeros del siglo XX, que por muy evocadoras que resulten, poco tienen que ver con lo que debería estarle pasando por la cabeza a Cio-Cio-San en el interior de esa casa mientras espera la llegada de Pinkerton. Una vez terminado este coro, a Mitterrand se le acaban definitivamente las ideas y se pasa directamente al “Già il sole”. Y ojo: no es que todo este fragmento falte en la grabación que se utiliza como banda sonora. Dispongo de ella y por supuesto que no hay corte alguno. Es Mitterrand quien mutila el audio, y no James Conlon, el director de orquesta. Francamente, si no había manera de rellenar esos minutos visualmente en la película, hubiera sido incluso preferible para mí mantener la pantalla en negro mientras suena la orquesta, a modo de “intermedio”. Así veríamos exactamente las mismas imágenes que vemos y no habría ningún corte.
3. Simbolismo no bien resuelto. Este “problema” es para mí el menos importante, puesto que se trata de algo estrictamente cinematográfico que no afecta en nada a lo musical. Pero hay que señalarlo, a fin de que esta entrada sea lo más completa posible. Mitterrand, a diferencia de Ponnelle –que incluso en sus películas suele introducir una cierta y deliberada teatralidad– busca ante todo obtener un resultado que visualmente sea realista. La utilización de elementos simbólicos o imaginarios no encaja bien con este esquema y resulta chocante y poco coherente. Mitterrand recurre a ello en varias ocasiones, y en dos de ellas la decisión es desacertada. Examinémoslo.
La primera imagen onírica que vemos es la entrada del bonzo. Hasta ese momento, todo lo que hemos visto es muy bello e idílico, pero bien terrenal. Por eso, causa cierto estupor que en mitad de la fiesta nupcial irrumpa el tío de Butterfly... volando. El bonzo vuela sobre los tejados de la casa y viste unas ropas blancas brillantes al tiempo que maldice a su sobrina. Está claro que Mitterrand no quiere mostrar al bonzo como un ser espiritual, sino que más bien recrea la escena con toda esa carga onírica para transmitir la idea de que Butterfly sufre un abandono progresivo por parte de su familia, que no acepta su forma de vida occidental ni sus nuevas prácticas religiosas. Dicho de otro modo, es como si para Mitterrand, el bonzo nunca pusiera un pie en la casa de los novios, y se utilizase su figura como una especie de fantasma amenazante para retratar el rechazo que los parientes y amigos de Butterfly sienten hacia ella. Pero esto choca con el curso de los acontecimientos: los familiares abandonan airados la fiesta a la que antes asistían alegremente tras la visita del bonzo, y este cambio de actitud repentino queda así inexplicado en la película.
A decir verdad, hay en esta película otro momento puramente “imaginario”, aunque se trata de algo mucho más “terreno” y por eso sí funciona bien. Me refiero a la imagen ilusoria de Butterfly mendigando bajo una lluvia intensa con su hijo en brazos mientras se escucha “Che tua madre dovrà prenderti in braccio”, lo cual constituye un instante de gran dramatismo, aunque como digo, no tan extraño ni chocante como ver a un grupo de personas volando. La visita del bonzo, presentada de este modo, resulta muy chocante con el resto de la película. Con todo el respeto, es querer ser imaginativo detrás de la cámara y meter la pata.
Justo al final de la película hay otro elemento “simbólico”, aunque resulta infinitamente más discreto. Butterfly amanece su último día de vida exactamente con las mismas ropas con las que ha velado toda la noche, pero justo después de despedir a Kate y a Sharpless aparece súbitamente vestida de blanco y con el rostro maquillado también de ese color. A juzgar por el libreto, el suicidio de la protagonista debe producirse inmediatamente, pues Pinkerton ha de presentarse a recoger al niño en tan sólo media hora. No es lógico que Butterfly se cambie de ropa y se maquille, sino que más bien parece que Mitterrand quiere mostrarnos a través del uso del color blanco que la joven Cio-Cio-San muere inocentemente.
En lo que atañe al apartado musical, resulta obvio que para filmar esta película de tono realista era necesario que los papeles de los personajes japoneses fuesen interpretados por cantantes asiáticos que dieran el tipo físico. Para las pretensiones de Mitterrand no servía, como para Ponnelle, maquillar a intérpretes occidentales para que parecieran asiáticos. Como apuntaba más arriba, la Butterfly de esta filmación es la soprano china Ying Huang, que fue elegida de entre otras doscientas aspirantes. Por aquél entonces, la joven Huang acababa de obtener el segundo premio en la decimonovena edición del concurso internacional de voz de París, lo que hizo que enseguida se fijasen en ella para la película. En el bonus que se incluye en el DVD aparecen algunos segundos de esa prueba en los que se la ve cantando la escena del suicidio con una dicción que, afortunadamente, mejoraría en la película.
La propia Huang reconoce en esos extras que su voz es demasiado lírica para un papel tan pesado como el de Butterfly, por lo que hay que encuadrarla en el grupo de esas cantantes que por esta misma razón lo han defendido en estudio y no sobre el escenario, como Moffo o Freni (esta última, además, decía que no cantaba Butterfly en escena porque hacerlo le emocionaba demasiado). Pese a ello, Ying Huang sale bastante airosa de este reto y firma un primer acto notable. A partir del segundo se defiende también con corrección y tiene momentos de gran belleza vocal, aunque se echa en falta algo más de fuerza y dramatismo de lo que su voz le permite. La dicción, aunque con algún sonido extraño, es bastante correcta, y su Butterfly en general es un ser tiernísimo y vulnerable inteligentemente defendido sin excesos infantiloides ni lloriqueos innecesarios u otros recursos baratos. No es Scotto, ni Callas, ni Freni, pero teniendo en cuenta cuáles son sus posibilidades, es una Butterfly honestamente bien trabajada.
En el plano visual, Huang es una ideal y cándida Cio-Cio-San, con una apariencia tímida acentuada quizá por el hecho de que la cámara la intimidaba, según ella misma confiesa. Lo que se ve en la película es a una chica menuda y delgada, un “juguetito” como Pinkerton la describe, con una mirada tierna. Una sabia elección para el papel, en suma, teniendo en cuenta que debía tratarse de una soprano asiática.
Lamentablemente, a pesar de sus esfuerzos por crear a una Butterfly convincente a pesar del lirismo de su voz, Huang no se vio recompensada en esta película con un Pinkerton de altura. De hecho, el tenor Richard Troxell me parece tan horrendo que tal vez no sea descabellado afirmar, al menos para mí, que estemos ante el peor Pinkerton de la discografía. Troxell posee una vocecilla nasal bastante insoportable, y hasta el bien resuelto Goro de Jing Ma Fan suena con una voz más sólida que la suya. Añádase a esto el que a pesar de que estemos en una grabación de estudio, la voz es calante a veces, que hay detalles de poco gusto musical (los gritos de “Butterfly” que cierran la obra están aullados más que cantados) y que la dicción también es mejorable. Alguna vez me he preguntado incluso si esta mediocridad vocal es un hecho intencionado para mostrar a un Pinkerton repulsivo. Francamente, no lo sé. Sí que hay que reconocerle a Troxell, que al igual que ocurre con Huang (cuyos méritos vocales son muy superiores a los suyos), da perfectamente el tipo físico necesario para su papel, y teatralmente está estupendo. Es un gusano egoísta, un vividor guapito y sin cerebro.
Los secundarios rinden a muy buen nivel, comenzando por la ejemplar Suzuki de Ning Liang, vocalmente muy lograda. Mitterrand no la concibe como la típica criada anciana encargada de velar por una chiquilla, sino como una especie de “hermana” o “compañera” de Butterfly, y se la ve como a una mujer joven de sonrisa permanente que, por ejemplo, entretiene a Cio-Cio-San jugando con ella al tenis con palas de madera (probablemente eso no será precisamente el “tenis”, pero no tengo grandes conocimientos deportivos y pido excusas por ello). Muy bien resuelto está también el Sharpless de Richard Cowan, así como el bonzo-volador (Edmund Zelotes Toliver). Christopheren Nomura está correcto sin más como Yamadori.
A destacar, por último, la bellísima y sensible dirección de James Conlon al frente de la Orchestre de Paris, así como la buena labor del coro de Radio France, notable en sus pocas intervenciones. La banda sonora, que es en realidad una grabación normal de la ópera, pertenece al sello SONY, aunque actualmente está descatalogada.
Tampoco es fácil de encontrar la película, y a mí me costó cierto trabajo dar con el DVD por internet a un precio razonable. Como he señalado, además de la película en sí misma (con subtítulos en muchos idiomas, entre ellos el castellano), éste incluye un pequeño bonus de unos doce minutos en el que Ying Huang nos cuenta su experiencia y vemos secuencias del rodaje. Espero que haya alguna reedición pronto, porque a la vista de las porquerías que circulan por el mercado no creo que sobre un producto cultural más.
Musicalmente es una Butterfly con altibajos aunque con un nivel medio bastante aceptable. Como película, con excepción de algunas decisiones no del todo afortunadas por parte de Mitterrand, es una obra de gran belleza. A mí me resulta agradable, porque por encima de todo creo simplemente que es una película hermosa con una música extraordinaria.
6 comentarios:
no he visto esta película de Madame Butterfly. Por los vídeos que adjuntas en tu artículo, a mí ella sí me gusta, aunque las comparaciones con otras Butterfly, no la favorecen, pero este Pinkerton, es que no me gusta nada, tiene poquita voz y desagradable(no conocía a este cantante), eso sí, físicamnete da el tipo total de guapetón que enamora.
Gracias...sigo aprendiendo.
Esa misma es mi impresión. Ella hace lo que puede por sacar adelante un personaje que le viene muy grande a su voz. Lo de Troxell, en cambio, es de juzgado de guardia.
Nuestro Gran Plácido Domingo, ha dicho en Salzburgo, donde ha reaparecido antes de tiempo, según sus médicos,(está claro que aunque tengas los años que tengas, la ilusión y fé por seguir haciendo lo que te gusta, puede con todo) que cantará hasta que Dios quiera, pues que Dios quiera que sean muchos, muchísimos años.
Mi admiración, devoción y respeto por Plácido Domingo como cantante y ser humano excepcional.
Un saludo
El otro día leí una entrevista suya en la que decía ser consciente de que su voz puede decirle basta en cualquier momento. Sigue cantando porque es su pasión y porque la gente va a verle.
A mí no me convence su faceta baritonal, pero no puede parecerme mal que haga lo que le gusta al tiempo que atrae a la gente a un teatro de ópera. Que no sea intersante artísticamente no significa que sea reprobable. Hay gente a la que parece que le molesta que este hombre no se retire.
Un saludo.
Bueno, ya sabes como somos los españoles, apreciamos más lo de fuera que lo nuestro. Estoy de acuerdo contigo, como barítono no me gusta tanto como en su faceta de tenor, que creo es su auténtica tesitura de voz, pero en cualquier otro país sería un ídolo(para mí lo es).
Le recuerdo en tantas óperas y zarzuelas, que me parece tonto mencionar aquí algunas que me han emocionado, pero lo voy hacer: Luisa Fernanda(cantó de barítono), Tamerlano, ambas en el Real, Lohengrin con el maestro Abbado(DVD) y un DVD de Pagliacci del año 1978 desde el Met con Levine, que me parece no solo su voz, sino su actuación totalmente impresionante...etc.etc.etc.
Perdona por este "rollo"", pero el mes de agosto es muy largo sin programación de óperas, conciertos, cursos, conferencias etc.y me apetece seguir hablando en este estupendo blog de este maravilloso mundo.
Saludos agosteños.
De rollo nada, Gucki. Estás en tu casa para hablar de lo que quieras. Un saludo.
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