El otro día, tras publicar mi comentario a la Madama Butterfly del Maestranza, se me ocurrió que podría escribir algo sobre el trasfondo histórico en el que se desarrolla la acción, resaltando así algunos de los aciertos y los defectos del libreto y de muchas de las puestas en escena de esta maravillosa ópera de Puccini.
Comencemos con algo que resulta esencial en el desarrollo del segundo acto: Butterfly confiesa al cónsul Sharpless que prefiere el suicidio antes que regresar a su “deshonrosa” profesión de geisha (“Questo mestier che al disonore porta!”).
En Occidente, y según se dice incluso también en Japón en cierta medida, existe la creencia más o menos generalizada de que las geishas son algo así como prostitutas de lujo. Chicas que visten ropas costosas y que están entrenadas en artes tradicionales como la música y la danza para entretener a sus clientes... con los que quizás pasen la noche. Esta creencia –falsa como veremos– subyace de forma oscura en el libreto en dos ocasiones: la referida conversación con Sharpless y el primer encuentro entre la ex geisha, Pinkerton y el propio Sharpless en el primer acto, antes de la boda, en el que ella narra que no se siente avergonzada por su antigua profesión.
La popular Mamechiho como maiko (izquierda) y geiko (derecha). Obsérvese cómo tras el erikae o “cambio de cuello”, la geiko adopta un peinado (peluca) y atuendo menos llamativos. Abandonó la profesión el año pasado para convertirse en fotógrafa (abajo).
Más recientemente, algunas novelas y películas de gran éxito han hecho más mal que bien al extender la desinformación en este sentido. “Memorias de una geisha”, de Arthur Golden, es un pésimo libro para conocer el universo de las geishas de Gion Kobu, en Kyoto. En su novela, el autor introduce dos elementos que aproximan peligrosamente esta profesión al ámbito de la prostitución: la “subasta” de la virginidad de las jóvenes geishas al mejor postor y la existencia de un danna o patrocinador que cubre los gastos de la joven a cambio del derecho a mantener relaciones con ella. El libro, como es obvio, causó indignación en ciertos ámbitos, y de manera especial a una persona en concreto: Mineko Iwasaki, la geisha más popular de la segunda mitad del siglo XX. Golden la incluyó en los agradecimientos de su novela por suministrarle información, con el consiguiente y comprensible enojo de Iwasaki, que no estaba nada dispuesta a que miles de lectores de todo el mundo identificasen su exitosa carrera en Gion con las vivencias, muchas de ellas oscuras, del personaje ficticio de Golden. Así que aparte de demandar a Golden a los tribunales, Mineko Iwasaki escribió su propia autobiografía como “respuesta” a “Memorias de una geisha”. Y esa obra (“Vida de una geisha”) sí que es totalmente recomendable para adentrarse en este universo y para darse cuenta de las diferencias existentes entre la profesión de geisha y la de las oiran y las tayuu, cortesanas o prostitutas de alta clase versadas también en las artes tradicionales.
A la izquierda, Mineko Iwasaki como maiko. A la derecha, portada de la edición castellana de su autobiografía, “Vida de una geisha”.
Mineko Iwasaki narra algunas de las causas por las que ya antes de la Segunda Guerra Mundial se confundía a las geishas -en Kyoto se diferencia, entre ellas, a las jóvenes maiko de las geiko- con prostitutas de este tipo. Sin embargo, lo cierto es que hay quien acusa a Iwasaki de pretender hacer un “lavado de cara” excesivo de la profesión. Está claro que una geiko jamás ha sido sinónimo de una prostituta, como tampoco lo es una abogada o una cajera de supermercado, pero quizás no lo esté tanto el hecho de que algunas prácticas de las okiya o casas de geishas anteriores a la legislación japonesa en materia de prostitución –de posguerra– pudiesen aproximarse a la prostitución. Dicho de otro modo: igual de absurdo es afirmar que ninguna geiko sacó jamás beneficios económicos o patrimoniales a cambio de relaciones personales que afirmarlo precisamente de una abogada o cajera de supermercado. Sus profesiones nada tienen que ver con la prostitución, pero los comportamientos individuales son otra historia.
Hoy sigue habiendo jóvenes geishas en activo que se convierten en foco de atención de los turistas que acuden, sobre todo, a Gion. Las molestan por la calle. Tiran de sus vestidos. Entorpecen su camino hacia sus compromisos. Iwasaki advierte de que la profesión desaparecerá en no demasiado tiempo si nada se hace por impedirlo.
Así que las geishas reales son entretenedoras profesionales sin que su trabajo implique necesariamente ningún tipo de vinculación sentimental con los clientes que acuden a los ozashiki o banquetes a los que ellas asisten cobrando por bailar y divertir. ¿Y qué es lo que hacen?; ¿Cómo entretienen? He aquí algunos ejemplos. Son vídeos tomados por los propios clientes, que pasan un rato estupendo en la compañía de las chicas:
- Danza
Como se ve, nada que ver con el baile peliculero de “Memorias de una geisha”, que no da una. Los movimientos son lentos, elegantes, como si se pretendiese recrear una historia con los gestos.
- Juegos:
Kompira fune fune.
Kompira fune fune.
Es un juego de agilidad. Los participantes, al ritmo de una canción cada vez más acelerada, deben alternarse para tocar un objeto circular con la palma de la mano extendida. Si uno de ellos lo retira en su turno, el otro debe tocar la mesa con el puño cerrado. Se pierde el juego si se toca la mesa con la palma extendida o el objeto con el puño. El que pierde, bebe.
Tora tora tora.
Otro juego de beber, esta vez parecido a “piedra, papel y tijera”. Los jugadores se ocultan unos de otros con un biombo y adoptan alguna de las siguientes posiciones: un tigre –caminando a cuatro patas–, una anciana –simulando llevar un bastón– o un cazador o samurái –simulando ir armado–. El tigre vence a la anciana y es vencido por el cazador. La anciana vence al cazador porque es su madre.
Así que ya veis. Illica y Giacosa, los libretistas de Puccini, fueron víctimas de los prejuicios propios de su tiempo y se refirieron a la profesión de Butterfly como “deshonrosa”. Nada más lejos de la realidad.
Seguiré escribiendo sobre estos temas de “Madama Butterfly”.
2 comentarios:
Muy interesante, lo que pasa es que para los occidentales es difícil hacerse una idea de lo que es una geisha, hay que cambiar el chip, y si ahora es difícil a finales del XIX principios del siglo XX lo era todavía más, lo más sencillo era confundirlas con prostitutas. Pero también es cierto, y ahora ya me voy del fondo de tu entrada, que a las niñas vendidas para ser geishas se les limitaba la libertad de elegir y ese es el sentido que hay que darle a Butterfly: el deseo de ser una persona libre, aunque Cio-cio-san elige el camino equivocado ¿hubiera tenido otro?
Bueno, ella misma explica en el primer acto que ha adoptado la profesión por necesidad económica, así que es muy probable que el personaje vea en Pinkerton y en el estilo de vida occidental una vía de escape por la que evadirse. Lo que no sabe al principio es que esa vía de escape es totalmente irreal.
Butterfly es un personaje conmovedor precisamente porque vive dentro de una burbuja de ilusión. Nosotros, como público, vemos de antemano lo que ella se niega a aceptar, y cuando la burbuja finalmente estalla, a ella no le queda nada porque todo su mundo construido entorno a Pinkerton es eso: una fantasía irreal. Por eso, aunque la historia de la ópera está llena de suicidios, el de Butterfly es especialmente demoledor.
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