La primera de las dos acepciones que admite, según la RAE, el término “mediocre” viene referida a algo “de calidad media”. El calificativo le viene que ni pintado a las representaciones de Don Giovanni que ha acogido este mes de noviembre el sevillano Teatro de la Maestranza: tras asistir anoche a la última función, me he llevado a casa la impresión de que, aun habiendo escuchado cosas buenas, el espectáculo estuvo más próximo al fiasco que a otra cosa.
Comencemos por la orquesta, vívidamente dirigida por el joven Maxim Emelyanychev con luminosidad y elegancia, apostando claramente por una lectura próxima a la corriente historicista aun con los instrumentos modernos de la ROSS. Francamente, funcionó bastante bien, aunque mi opinión está lejos de ser entusiasta. Faltaron muchas cosas por decir en la monumental partitura, contenedora de todo un catálogo de emociones –algunas de ellas francamente complejas, como cuanto concierne al personaje de Donna Elvira– solo superado por Mozart en el posterior Così fan tutte. Por ejemplo, el tremendo Fuggi, crudele, fuggi, que expresa la incredulidad de quien
acaba de perder súbitamente a un ser querido, la negación de esa inaceptable realidad, la cólera y la impotencia que se desprenden de esa situación, no puede, sencillamente, aburrir. Es inasumible. Esto no puede sonar simplemente “bonito” porque la música demanda a gritos fuego y pasión. Algo grave sucede si esa escena invita al bostezo, y otro tanto debería decirse del Ah, fuggi il traditor de Elvira, que anoche sonó más mecánico y académico que sincero y entregado emocionalmente. Añadamos a todo esto una evidente falta de atmósfera en cuanto concierne al personaje del Comendador, palpable ya desde los primeros compases de la obertura, que remiten a la cena de Don Giovanni con el convidado de piedra. Esta última carencia es recurrente en las versiones historicistas de esta ópera, en las que, en mi modestísima opinión, se tiende a confundir la velocidad con el tocino: se desprecia, como un injerto interpretativo romántico, el aura sobrenatural y asfixiante de esta música espléndida, como si ello estuviese reñido con el uso de tempi rápidos y con la claridad de texturas en la orquesta. Cuando llegamos a esta escena de la mano de un Furtwängler es como si la orquesta se derritiera, marcando un enorme contraste entre el carácter casi onírico e irreal de la presencia fantasmal en el salón del protagonista con la previa escena de Donna Elvira. Esto, en mi opinión, nada tiene que ver con el hecho de que Furtwängler hiciera un Don Giovanni “wagnerizado” –lo cual es cierto– sino que más bien es sintomático de una loable labor de explotación de las posibilidades expresivas de una partitura de inagotable riqueza. ¿Dirigió, por tanto, bien Emelyanychev? Por supuesto. ¿Su lectura hace completa justicia a la obra mozartiana? Definitivamente no. El joven director tiene asentadas las bases de lo que puede ser un muy notable Don Giovanni, pero aún le falta madurar y profundizar. Probablemente, lo que le faltan son años.
Ahora el reparto. Es una alegría ver a Carlos Álvarez recuperado de los graves problemas que casi le hacen abandonar el canto. No es discutible que ha sido uno de los “Don Giovannis” más aclamados de los últimos tiempos, pero anoche me volví a casa con una inevitable sensación de decepción. Quizá los problemas se debieran a una indisposición de salud que sufrió justo antes del comienzo de estas representaciones, pero lo cierto es que su prestación distó de parecerme satisfactoria durante el primer acto. Es más, la espléndida entrada del protagonista, tras el divertido Notte e giorno de Leporello, fue, sencillamente, un desastre en el que las voces y la orquesta no se entendieron y fueron cada una por su lado. Ignoro si la “culpa” fue de Álvarez o de otro miembro del reparto, pero la intensidad dramática del momento se fue al traste, y la batuta no mejoró la cosa, como he señalado antes, en la posterior escena de Donna Anna y Don Ottavio. Álvarez me pareció sorprendentemente incómodo y forzado en un papel que, se supone, domina a la perfección: la voz estuvo posicionada muy atrás mucho más de lo deseable, y eso se tradujo en una evidente pobreza de matices expresivos y en una interpretación casi monolítica de un personaje que debe saber susurrar, insinuar, mostrarse malicioso, divertido, atractivo, repulsivo… Pero no todo fue, afortunadamente, así: en el segundo acto yo vi reaparecer al viejo Carlos Álvarez cuyo Don Giovanni yo mismo he celebrado en este blog, de modo que la sensación final fue, más que negativa, agridulce.
Con un material vocal que me pareció de menos quilates que el de Álvarez, David Menéndez logró componer un notable Leporello con mucha vis cómica. Supo hacer lo que hay que hacer y acertó con una interpretación marcada por un cinismo corrosivo que encaja, no lo neguemos, como un guante con lo que expresan texto y música. Más discutible estuvo Maite Alberola: yo no vi aparecer a Donna Elvira hasta el Non ti fidar, y aunque se creció de ahí en adelante, se dejó por el camino la faceta pasional y hasta colérica del personaje. Digamos que funcionó con corrección en la vertiente romántica y enamoradiza del papel, pero en absoluto en la de la rabia y la indignación: vimos más a una amante sumisa que a una joven atormentada por la certeza de estar enamorada de un “malote”, y que se refugia en la ilusión de cambiar los hábitos de su amado, esto es, de crear a un amante ideal, idílico, para ella. Para esto no basta con poner cada nota en su sitio.
En cuanto al tándem Donna Anna / Don Ottavio, una de cal y otra de arena. Yolanda Auyanet hizo un trabajo creíble como la hija del Comendador, pero José Luis Sola, aun cantando bien su parte, no debió cantarla. Me explico. Es francamente enojosa la horrenda costumbre de menospreciar el hermoso papel de Ottavio entregándolo a voces de poco fuste, con la absurda pretensión de crear un contraste entre un personaje al que se convierte poco menos que en ridículo y Don Giovanni. Para hacernos ver a este último como un varonil seductor se nos retrata a Ottavio como un niñato o un hombrecillo insignificante. ¿De verdad tiene sentido esto, habida cuenta de que es evidente que la música de Mozart desmiente la legitimidad de esta tendencia?; ¿Acaso está lejos el embeleso amoroso del Dalla sua pace del Dies Bildnis de Tamino?; ¿Y qué decir de los aires casi heroicos de Il mio tesoro?; ¿De verdad es recomendable que este papel sea asumido por cantantes que, en materia mozartiana, serían, por su levedad vocal, más aptos para cantar Pedrillo o Monostatos? Cuando anoche Don Ottavio decía aquello de “Che sol di stragi e morti nunzio vogl’io tornar” se me asemejaba al crío que, tras suspender sus exámenes, promete a sus padres aprobarlos en el futuro con enternecedora seriedad, solo que hablando de matar a alguien.
Sí estuvo más equilibrada la pareja de campesinos. Rocío Ignacio hizo una graciosa Zerlina, y puede que fuese el miembro más irreprochable de todo el reparto. Se agradece que David Lagares cantase Masetto sin la tosquedad con las que muchos han abordado tradicionalmente el papel, aunque servidor no vio por ningún lado la enorme ironía del texto del Ho capito. Por otra parte, no sé de quién ha sido la lamentable idea de que Masetto estropee el bellísimo Vedrai carino –escenificado como un masaje muy sensual de Zerlina, en consonancia con lo que expresa el libreto– introduciendo sus lamentos y quejidos después de ser golpeado por Don Giovanni, como si no hubiera oportunidad de hacerlo en el recitativo previo al aria. Bien, por último, el Comendador de Pavel Daniluk, en cuyas intervenciones, como he señalado arriba, se echó en falta una mayor intensidad dramática.
En cuanto a la propuesta escénica de Mario Gas, de corazón espero que esta sea la segunda y última vez que se castiga a la ciudad del mito de Don Juan con semejante despropósito. Pude verla, con gran desagrado, en 2008, unos meses antes de abrir este blog, y a pesar de que se han cambiado ciertas cosas, mi opinión no ha mejorado. Es más, considero a este trabajo como una muestra perfecta de cómo hacer mal las cosas. Está muy bien salirse de los cánones clásicos cuando se nos tiene algo que decir, pero si el espectáculo visual se reduce a un cúmulo de absurdos y despropósitos –y lo que es peor, con pretensiones– la cosa es insostenible. Ejemplo: vemos en el escenario a los personajes vistiendo ropas y pelucas a la moda de finales del siglo XVIII y trajes y vestidos al estilo de la década de los cuarenta del siglo XX. ¿Tiene esto alguna significación inteligente? Si existe, yo no la veo. Únicamente encuentro aquí capricho y absurdo, mal ejecutado porque el vestuario que aparece sobre el escenario en la escena de la fiesta de Don Giovanni parece sacado de una tienda barata de disfraces, y porque tras todo este artificio se esconde una palpable falta de verdadera imaginación e ideas (¡esas cortinas casi omnipresentes!; ¡esa permanente iluminación azulada!; ¡ese suelo negro brillante tantas veces visto hasta el hartazgo!). Lo peor, con todo, está reservado para cuanto concierne al Comendador. En lugar de ver su estatua en el cementerio vemos, inexplicablemente, su ataúd abierto y rodeado de flores, como si fuese lo más normal del mundo encontrase a los cadáveres expuestos al frescor nocturno de los camposantos. ¿Qué se busca con esto? Obviamente impactar al público, aun recurriendo a lo sórdido y a un gusto cuanto menos dudoso. Ahora bien, ¿se dice algo inteligente retratando al Comendador como una especie de Drácula? Ustedes dirán, pero yo creo que no. Un “no” mayúsculo, vamos. Como una casa. Luego, ya lo sabemos, la aparición fantasmal se traslada a la vivienda de Don Giovanni y lo arrastra al infierno, lo cual es escenificado por el señor Gas del siguiente modo: aparece el Comendador con todo el aspecto de un capo de la mafia rodeado de varios mafiosos, supuestamente fantasmales, contra los que el protagonista se lía a puñetazo limpio. Como suena: Don Giovanni, en esta esperpéntica producción escénica, se salva de las fuerzas sobrenaturales que le empujan al averno por la fuerza de los puños. Con esto, Mario Gas traspasa la frontera que no debe, en mi opinión, superarse. Le enmienda la plana a Da Ponte y a Mozart y en lugar de reconstruir visualmente lo que indica el libreto, lo contradice, situándose él mismo en una posición de superioridad respecto de uno de los más grandes genios de la historia de la cultura. Y todo para decir simplemente “aquí estoy yo”. Estoy convencido de que el trabajo escénico en la ópera debe impactar al espectador y ha de estar lejos de ser algo neutro, pero no lo estoy menos de que, quien realmente tiene mérito es quien es capaz de decir cosas ingeniosas e inteligentes dentro, y no fuera, del abanico de posibilidades permitidas por el libreto y la música. Comprendo que este mamarracho es una producción propia del Maestranza y que estamos en tiempos de vacas flacas, pero es un espectáculo visual indigno de la ciudad del mito y de un teatro de ópera de nivel medio.
En suma, la experiencia de este Don Giovanni cabe en la palabra que uso en el título y al comienzo de esta entrada: mediocridad pura y dura.
Fotografías: http://julio-rodriguez.blogspot.com.es/
1 comentarios:
Pues sí, estamos bastante de acuerdo. Comparto particularmente tus reflexiones acerca de cómo una mala comprensión de lo que es el historicismo (o sea, creer que hay que borrar presuntas excrecencias románticas) llevan a pasar de largo ante el carácter atmosférico y visionario que deben tener las secuencias del comendador (me refiero a la obertura y a su aparición final, claro). Como tú dices, Furtwängler llegó ahí más lejos que nadie, mientras que ahora muchos parecen empeñados en aligerar la música, en lo sonoro y en lo expresivo, hasta límites que llevan a que la genialidad mozartiana desaparezca. Por lo demás, creo que hubo cosas espléndidas en Emelyanychev. Como bien apuntas, hay que esperar a que madure.
En cuanto a Carlos Álvarez, no creo que su evidente carácter lineal (evidente para nosotros dos, parece ser) sea fruto de los problemas de salud recientemente superados: en el vídeo con Muti está impresionante, pero hace algunos años en el Villamarta ya dejó pasar los numerosos claroscuros expresivos del personaje. A mí me parece que lo que necesita este señor es un director detrás que se ocupe de algo más que de ponérselo cómodo.
Con respecto al resto de los cantantes tenemos alguna discrepancia, pero me parece que la valoración musical del espectáculo es más o menos la misma. Es decir, bastante menos positiva que la de la prensa oficial.
Un saludo desde Jerez.
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