La última semana ha estado marcada por los adioses en el mundo de la cultura. Como es de esperar en un fenómeno cultural de masas como el cine, las muertes de Lauren Bacall y Robin Williams se han llevado prácticamente todo el protagonismo de cara a los medios de comunicación, que al menos en España han pasado de puntillas en lo que se refiere a informar sobre la pérdida de tres
grandes figuras de la ópera y la música clásica. Tres figuras de esas a las que podemos llamar sin miedo “históricas”. Primero fue la soprano Christina Deutekom, a la que tantos melómanos asociamos con la mozartiana Reina de la Noche merced a la gran grabación que hizo del papel a las órdenes de Solti en un registro de La flauta mágica que hoy es considerado como emblemático. Más recientemente se nos ha ido también, a la avanzada edad de 101 años recién cumplidos, Licia Albanese, legendaria figura del Met neoyorkino. Y a estas pérdidas vocales debemos sumar también la de un flautista y director del movimiento historicista: Frans Brüggen, que a pesar de su fragilísimo estado de salud se mantuvo en activo hasta el final. La pérdida de este hombre es lamentable porque desde que fundó su Orquesta del Siglo XVIII e inauguró su faceta como director supo ser inconformista y demostrar que nunca le bastó el mero “sonar diferente” a las batutas no historicistas, apostando sin miedo por un sonido que, como el de Gardiner, huía de la levedad excesiva tanto como de la densidad romantizada, tan anacrónica en el repertorio barroco. Precisamente este enfoque, que podemos calificar de “intermedio”, le permitió abordar el repertorio de finales del XVIII (Mozart, Haydn) y comienzos del XIX (Beethoven) con mejores resultados de los que incluso a día de hoy han obtenido tantos directores historicistas. Su pérdida, por tanto, es muy de lamentar.
Sirvan estas palabras como recuerdo de estas tres grandes figuras que se nos van, pero que seguirán viviendo para nosotros gracias a sus importantes legados.
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