Carlo Maria Giulini (dir.); Maria Callas (Violetta Valéry); Giuseppe Di Stefano (Alfredo Germont); Ettore Bastianini (Giorgio Germont); Silvana Zanolli (Flora Bervoix); Luisa Mandelli (Annina); Giuseppe Zampieri (Gastone); Arturo La Porta (Il barone Douphol), Antonio Zerbini (Il marchese d’Obigny); Silvio Maionica (Il dottore Grenvil); Franco Ricciardi (Giuseppe). Coro e Ochestra del Teatro alla Scala di Milano. EMI 2 CD.
El año Verdi que ahora llega a su fin ha coincidido con el noventa aniversario del nacimiento de una de las más grandes estrellas jamás habidas en la historia de la ópera: la gran Maria Callas. El día de su nacimiento decidí volver una vez más sobre esta mítica grabación de La Traviata como particular homenaje. En realidad, nada hay que pueda decir sobre este popularísimo registro que no se haya dicho ya antes, y mejor. Es, simplemente, una de las grabaciones más encumbradas de la historia del disco.
El audio proviene de unas representaciones de la Scala de 1955, y aunque se incluyen los aplausos del público, lo cierto es que no pareció gustar mucho en su momento la producción escénica de Visconti. Incluso Di Stefano abandonó esas representaciones asqueado por la dirección escénica, como se lee en esta interesante entrada del siempre recomendable blog de Nina (click aquí). Sea como fuere, y con independencia de que el éxito de esas funciones quizá no fuese tan entusiástico como nos gusta imaginar, hoy esta grabación de EMI es considerada como una de las mejores versiones que existen de Traviata en disco. Y con razón.
Callas poseía un instrumento especialmente válido para hacer algo tan dificilísimo como componer una Violetta creíble. Digamos que en ella se daba una suma de factores difíciles de encontrar en una única intérprete, y que producen como resultado una creación imprescindible de su papel. De un lado, esa voz suya hasta cierto punto extraña poseía el lirismo necesario para hacer un espléndido primer acto, y de otro, también contaba con el suficiente cuerpo como para soportar los dos últimos. Al margen ya de cuestiones como la técnica o la belleza vocal, a todo esto hay que sumarle una extraordinaria capacidad interpretativa a nivel teatral que trasciende sin duda lo que debía ser el apartado puramente visual para impregnar también la música que salía de su garganta. Jamás he escuchado a una Violetta o a una Lucia tan atormentadas, tan sufrientes, como Callas. Este es el punto en el que, en mi opinión, la griega superaba más claramente a otras intérpretes referenciales de esos papeles como Sutherland: conseguía mejor que ninguna otra transmitir al público una imagen torturada, llena de fuerza y patetismo. Aunque suene a cliché, es para mí la Violetta más completa de la discografía.
Por su parte, Di Stefano se maneja en un papel que se plegaba bien a sus medios vocales sin necesidad de forzar la máquina, como desgraciadamente acabaría haciendo hasta el punto de arruinar una de las más bellas voces de tenor que puedan escucharse en disco. Bastianini, sin ser siempre un ejemplo de finura, defiende sin problemas su papel de Germont. Siempre he pensado que todos los “peros” que se le pueden poner a este hombre no están relacionados con su material vocal, sino con su manera de utilizarlo, que es bien distinto.
Por último, no es preciso decir demasiado sobre la dirección del gran Giulini. No sólo ha sido una de las mejores batutas verdianas de la historia, sino también uno de los mejores en el oficio de la dirección orquestal. La lástima aquí, al margen de la inevitable presencia de los habituales cortes, es que la calidad de audio es bastante modesta, al menos en la edición “oficial” de EMI, que es la que poseo (hay también otros sellos discográficos que la distribuyen). En cualquier caso, y pese a la pobreza de sonido, es una grabación emblemática que es forzoso conocer.
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