Hace varias semanas que estoy llevando a cabo una práctica curiosa: escuchar de nuevo aquellas grabaciones que llevan años cogiendo polvo en casa. Hay algunas de ellas que son tan básicas que uno las da ya por bien conocidas y las deja de lado, a la búsqueda de cosas más novedosas. Y pueden pasar años y años hasta que vuelva sobre ellas. La mítica Tosca de De Sabata es un ejemplo de libro. Calculo que mi última escucha de la que para algunos es la mejor grabación jamás realizada de una ópera, hasta la semana pasada, fue hace... ocho años. Sí, sí, he dicho bien: ocho años desde la última vez que recuerde.
Naturalmente, el regreso a lo aparentemente “bien conocido” siempre depara sorpresas. La forma de ver las cosas va cambiando con el paso de los años, y nuestras impresiones sobre lo mismo también. Si algo tengo claro es que la ópera es algo inagotable. No sólo porque hace falta tener un bolsillo pudiente para construirse una discoteca decente (siempre se quiere más y más), sino porque nuestras apreciaciones sobre lo que creemos conocer no son tan firmes como pensamos y están sujetas a modificación por algo tan simple, natural e inevitable como el paso del tiempo.
Pues bien, una de esas grabaciones rescatadas ha sido este DVD de “El barbero de Sevilla”, que formó parte de una interesante colección de óperas de un periódico (concretamente “El Mundo”) en el 2009, si no recuerdo mal. Lo vi entonces una sola vez y lo guardé... hasta ayer. Cuatro años después volví a meterlo en el reproductor del portátil, y lo cierto es que disfruté bastante.
La representación en cuestión proviene de unas funciones de abril de 2002 de la Opéra National de Paris, con la cuanto menos curiosa puesta en escena de Jean-Marc Stehlé y Antoine Fontaine. La dirección escénica corre a cargo de Coline Serreau. Bien, ¿por qué digo que es una propuesta escénica “curiosa”? Porque aquí los hechos del Barbiere transcurren no en la Sevilla del siglo XVIII, como en la obra de Beaumarchais, sino en la época actual de algún país árabe indeterminado. Que nadie se equivoque: lo que se ve en esta producción no es una traslación hacia atrás de los hechos a la Sevilla islámica, pues aparecen elementos tan propios del mundo contemporáneo como teléfonos móviles, gorras, gafas de sol, relojes de pulsera...
Lo que vemos, por tanto, no se corresponde ni con la Sevilla del siglo VIII ni con la del XVIII, lo que implica ciertas “disfunciones” con el libreto. Para mí se hace raro lo siguiente:
- Todas las referencias a “Sevilla” en lo que a todas luces no puede serlo.
- Aspectos como el que Almaviva tenga el título nobiliario de “Conde”.
- La referencia al alcohol como estratagema para que Almaviva consiga penetrar en casa del doctor Bartolo. Precisamente Bartolo aparece retratado como un ser tan profundamente controlador que obliga a Rosina a cubrir por completo su rostro tan solo para asomarse al balcón. O sea, que la idea de Fígaro de que el médico, visto como una especie de radical religioso, dejará hospedarse en su casa a un borracho tiene cualquier cosa menos sentido.
Al margen de estos puntos flacos, la puesta en escena funciona bien si evitamos, como digo, pensar mucho en ella. Para empezar, el diseño de los decorados es francamente muy logrado y ofrece un resultado de indudable belleza, lo cual se extiende igualmente al más que notable vestuario de Elsa Pavanel. Si a ello le añadimos que la dirección de escena es absolutamente descacharrante tenemos todos los ingredientes para pasarlo bien. Y ojo: no digo que estos “ingredientes” sean los más idóneos para una propuesta escénica ideal, pero sí que son más que suficientes para ofrecer un resultado estético y, como digo, pasarlo bien.
El reparto es algo desigual, aunque tiene un nivel bastante bueno en general. Dalibor Jenis es un buen Figaro, retratado como una especie de “mantero” de esos que venden gafas y relojes por la calle. Su estética es cercana a lo gangsta, y si lo pensamos bien, tal vez no sea muy descabellado ver a al personaje de Beaumarchais de este modo en nuestro mundo actual. Con todo, el pilar más sólido del reparto es, como resulta obvio, la logradísima Rosina de la “yankee diva” Joyce DiDonato. Esta mujer es con razón una de las más destacadas cantantes rossinianas de los últimos años: tiene una voz hermosa, una técnica envidiable, aptitudes más que sobradas para la coloratura y demás agilidades y mucho trabajo a sus espaldas de estudio y preparación (recuerdo haber visto un vídeo de youtube en el que ella misma explicaba su laboriosa forma de estudiarse un papel). Si a todo ello le sumamos su buen hacer escénico, tenemos como resultado a una artista muy completa a la que podemos disfrutar aquí en su salsa, haciendo lo que mejor se le da.
Confieso que menos me gusta el Almaviva de Roberto Saccà, algo justo, en mi opinión en el “Ecco ridente”. La voz tiene la adecuada extensión para el papel, pero no me parece la suya una línea de canto muy elegante con tanto uso de los portamenti. Muchísimo mejor está Carlos Chausson en su papel de Bartolo. De hecho, es el segundo gran atractivo musical de este DVD junto con la Rosina de DiDonato. Puede que Chausson no tenga la voz de bajo más bonita del mundo, pero tiene un magnetismo más que evidente. Cuando está en escena es imposible apartar la vista de él. No es ya solamente que aprecie su buen hacer vocal, sino que cada gesto cómico, cada mueca, me hacen sonreír. Chausson es un gran bajo buffo rossiniano.
El resto mantiene el buen nivel general. Kristinn Sigmundsson defiende bien su papel de Basilio, aunque la impresión que me causó hace años no fue tan notable ayer, desde luego. Me parece que me he acostumbrado mucho a Ghiaurov y a Ramey con sus “calunnias”. Por cierto, vaya estatura la de Sigmundsson. Todos los cantantes parecen unos pequeñajos a su lado, y hasta es capaz de levantar en peso a Chausson como un muñeco.
Bien, por último, el Fiorello de Nicholas Garrett, y sobre todo, la Berta de Jeannette Fischer, un personaje que habitualmente corre el riesgo de pasar desapercibido y que aquí se presenta de la forma más simpática, con una comiquísima “danza” moderna durante su aria que hace que el público prorrumpa en carcajadas. Baste decir que la criada acaba convertida en una especie de rapera estrambótica. Hay que verlo y oírlo.
Bruno Campanella dirige con solvencia a la orquesta de la Opéra National de Paris, con una clara apuesta por los tempi rápidos que con la excepción de la obertura, que se resiente quizá de algo de premura y brusquedad, sienta bien al loco desenvolvimiento de la historia.
Resumiendo toda esta charla: musicalmente tenemos a dos grandes figuras que destacan: DiDonato y Chausson, y el resto a buen nivel. En lo escénico, una propuesta “diferente” y no muy coherente con la historia, pero indudablemente bella y divertida.
4 comentarios:
Yo también tengo esta colección que mencionas de El Mundo, y aunque parezca increíble este Barbero no lo había visto todavía...no sé, me parecía que no me iba a gustar, pero con tu fantástico enlace me he animado a verlo...ya te comentaré.
A mí también me gusta mucho DiDonato y tuve la ocasión de conocerla en el Real en Madrid y es super simpática.
Un saludo
¡Qué envidia! Yo no he visto nunca a DiDonato en vivo.
Ojalá la prensa tuviese con mayor frecuencia iniciativas de ese tipo...
De nuevo muy de acuerdo con tus impresiones, Pablo. Gracias por compartirlas.
PD: efectivamente, la Donato es un encanto. Suele ser lo habitual en los cantantes norteamericanos.
Gracias, Fernando.
He encontrado el vídeo en el que ella explica su forma de estudio:
https://www.youtube.com/watch?v=wn53-ddarC0
Me gusta su forma tan cercana de acercarse al público a través de su canal de youtube (al más puro estilo "vlogger"). Está en las antípodas del divismo antipático y prepotente.
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