Aviso de antemano que el tema de la presente entrada no es precisamente agradable y repugna a la sensibilidad. Pese a ello, entronca a la perfección dentro de la sección “Explorando el Japón de Butterfly”. Se trata, lógicamente, del suicidio de la protagonista al término de la ópera, algo que habitualmente se representa mal en escena. Es muy frecuente en las representaciones de Madama Butterfly que la protagonista hunda sin más la vieja daga de su padre en su pecho, pero si leemos el libreto de Illica y Giacosa veremos que la muerte de Cio-Cio-San contiene un ritual más elaborado. El libreto dice lo siguiente:
“Entonces ella toma el cuchillo y con sus ojos fijos en el niño se esconde tras el biombo. Se oye el ruido del cuchillo cayendo al suelo y un velo blanco colgado en el biombo desaparece. Butterfly reaparece al lado del biombo con el velo en su garganta. Se tambalea hacia el niño y agita su mano hacia él débilmente, con el tiempo justo para besarle antes de caer a su lado.” (Traducción: Kareol).
La pregunta es, ¿por qué Illica y Giacosa imaginaron a Butterfly clavándose un cuchillo en el cuello? Es algo francamente desagradable y desde luego no constituye una forma standard de suicidarse, por expresarlo de algún modo, a ojos de una persona occidental. Pues bien, tal y como he venido exponiendo en otras entradas de esta serie, los libretistas de Puccini se documentaron, a veces con acierto, a veces no tanto, sobre algunos aspectos de la cultura japonesa para incorporarlos al libreto. Ya hemos visto cómo en el texto de Madama Butterfly encontramos referencias a divinidades del sintoísmo o a la vestimenta tradicional. Pues bien, el hecho de que Butterfly termine hiriéndose en un sitio tan aparentemente insospechado como el cuello lleva a pensar que ambos libretistas se preocuparon por informarse acerca del suicidio ritual femenino en Japón: el Jigai.
A la hora de referirnos al suicidio tradicional japonés solemos utilizar la palabra “harakiri”, que sin embargo no es considerada apropiada por los propios japoneses. Existe una forma masculina de practicarlo (seppuku) y otra femenina (jigai, que significa simplemente suicidio), y las dos están presentes en el libreto de la ópera.
La forma masculina es la más popular. Recibe, como decía, el nombre de seppuku y es la que practica el padre de Butterfly por orden del Mikado. De hecho, he buscado por internet y he leído que era frecuente la imposición de este suicidio ritual como castigo. En cierto modo, a los occidentales nos puede recordar a las órdenes de suicidio que algunos emperadores romanos daban contra sus enemigos. Recordemos, por ejemplo, a Nerón obligando a su antiguo maestro Séneca a cometer suicidio. Desde el punto de vista penal, más que de suicidio hablaríamos hoy de asesinato en autoría mediata –utilizando como instrumento del crimen a la propia víctima– y no de suicidio, pues no existe voluntariedad en la conducta. Pues bien, esto es lo que le ocurre al padre de Cio-Cio-San, que según el libro de John Luther Long pertenece a la clase samurái. Sin embargo, la práctica de este tipo de suicidio impuesto no tiene necesariamente un carácter expiatorio, y la familia del suicida podía caer en desgracia. Quizá esa sea la razón por la que Butterfly haya trabajado como geisha y confiesa en el primer acto que los días de gloria de su familia han pasado. He leído que estos casos de suicido obligado conllevaban también a veces la confiscación de la mitad y hasta de todo el patrimonio del difunto, lo que también ayuda a explicar la precaria situación económica de la madre de Butterfly, a la que se alude expresamente en el primer acto. Quizá esta suma de factores pueda ayudarnos a entender, aunque sólo sea en parte, la fascinación que Cio-Cio-San siente por un mundo, el occidental, que es totalmente nuevo y distinto para ella.
La persona que practica el seppuku debe escribir un poema con sus últimos pensamientos. La daga (tantō o wakizashi) debe empuñarse sosteniéndola con un pañuelo, para morir así, aunque sólo sea simbólicamente, con las manos limpias. Y después ocurre el horror que todos sabemos: el suicida se abre el estómago, y el ayudante, para acabar con su agonía, le corta el cuello. Es terrible.
En el caso de las mujeres, estas deben atarse las piernas de antemano para evitar que queden indecorosamente abiertas una vez producida la muerte. Se situaban frente a una puerta para que su cuerpo fuese encontrado sin dificultad, y en este caso femenino, no hay decapitación tras el acto suicida, ya que este es más rápido: en lugar de clavarse el cuchillo en el vientre, se hace en el cuello, cortando la arteria carótida. No hay ningún problema para que Butterfly se suicide de este modo: ella pertenece, como vemos, a la clase samurái, y dispone de un arma adecuada para hacerlo.
El hecho de que Illica y Giacosa escriban que Butterfly se hiere en el cuello me parece elocuente. Tienen que referirse, lógicamente, al jigai, pero esto no es algo que suela verse sobre los escenarios. Así, la muerte de Butterfly se representa habitualmente como un acto más impulsivo y menos preparado de lo que, según el libreto, debería.
De las distintas filmaciones que he visto de Madama Butterfly, sólo la de Jean-Pierre Ponnelle muestra el desenlace con cierto rigor (click aquí). Está claro que Ponnelle hizo un obvio y loable esfuerzo de documentación para presentar la escena del mejor modo posible: Butterfly tiene las piernas atadas, sujeta el arma con un pañuelo y se la clava en el cuello cuando Pinkerton entra en la casa. Ni siquiera la posterior película de Mitterrand –en la que precisamente el realismo visual es lo verdaderamente destacable, por encima de su discreto interés musical– muestra la escena de este modo.
En principio, esta puede ser la última entrada de esta sección sobre el entorno japonés de Madama Butterfly. Ahora bien, he escrito “puede” con toda intención. Es posible que en el futuro se me ocurran otros temas que no haya tratado y decida resucitarla.
7 comentarios:
Es verdad, creo que la mas fiel al libreto es la de Ponnelle, pero hablando de fidelidad a los libretos... hay demasiados snobs por ahí sueltos. Creo que el día que se haga una ópera historicista y fiel al libreto es cuando podremos hablar de "originalidad·
Sin ir mas lejos, hace una semana, mas o menos a esta hora, en Münich en "El Ocaso", Gutrune no muere???...se queda llorando y salen unos amigos a consolarla???.(a buenas horas iba a permitir esto Wagner).
Y por quitar hierro al asunto del suicidio de Butterfly,¿os dais cuenta que hasta para el suicidio somos mas prácticas y lógicas las mujeres??...no necesitamos que nadie nos remate.
Un saludo
Gucki
De las óperas que he visto en vivo, el montaje más grotesco qie me he encontrado es el del "Don Giovanni" de Mario Gas. Al final se presenta la estatua del comendador con una banda de zombies gángsteres, y el Don Juan no va al infierno porque se lía a puñetazos con ellos y se escapa. Suena a broma, pero no lo es. Palabrita del Niño Jesús.
Deliciosa entrada. Es un tema que siempre me gustó. En la peli "El último samurai" hablan sobre el tema y es interesante.
Gran idea relacionarlo con el CP y con Roma. Me has ganado. Un aporte evidente más sobre suicidas por decreto: Sócrates.
Cierto, Sócrates. Probablemente es el caso más famoso, pero ya sabes que yo soy "senequista".
No he visto "El último samurai", pero me lo apunto.
Acabo de llegar del Calderón...lo siento por tu Betis.
Un saludo.
Yo me he ido al cine a ver "Django". He hecho bien.
Solo quedo yo por Django argh
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