Arnold Östman (dir.); Stefan Dahlberg (Tito); Lani Poulson (Sesto); Anita Soldh (Vitellia); Maria Höglind (Annio); Pia-Marie Nilsson (Servilia); Jerker Arvidson (Publio). Coro y Orquesta del Teatro de la Corte de Drottningholm. ARTHAUS DVD.
He escrito ya varias entradas comentando DVDs de óperas de Mozart dirigidas por Arnold Östman. Hoy vamos a hacer lo propio con su filmación de “La clemenza di Tito”, registrada en el Teatro de la Corte de Drottningholm en 1987. La distribuye en DVD el sello Arthaus con una calidad visual que podemos considerar como aceptable.
Suele decirse de Östman que se centra más en la forma que en el fondo y que resulta una batuta puramente funcional, superficial y falta de pathos dramático. Algo hay de cierto en ello, sin duda, aunque sería un error desdeñar todos sus trabajos sin haberles dado antes una oportunidad. Tal y como yo lo veo, el problema principal de este director es el de centrarse más en hacerle entender al
público que sus lecturas son historicistas que en expresar cosas con la orquesta. El sonido que saca de esta –un conjunto de modestas dimensiones– es casi camerístico por momentos, y la acidez de los violines es incluso superior a la de la Academy of Ancient Music de Hogwood, por poner un ejemplo. Como planteamiento interpretativo de base se impone una permanente apuesta por tempi rapidísimos dirigidos a sorprender al oyente acostumbrado a lecturas más convencionales, pero que a menudo acaban por desfigurar la música.
público que sus lecturas son historicistas que en expresar cosas con la orquesta. El sonido que saca de esta –un conjunto de modestas dimensiones– es casi camerístico por momentos, y la acidez de los violines es incluso superior a la de la Academy of Ancient Music de Hogwood, por poner un ejemplo. Como planteamiento interpretativo de base se impone una permanente apuesta por tempi rapidísimos dirigidos a sorprender al oyente acostumbrado a lecturas más convencionales, pero que a menudo acaban por desfigurar la música.
Una cosa que sí tiene Östman es un considerable sentido del ritmo y una evidente habilidad para sacar de la orquesta sonidos delicados muy lejanos a las asperezas de otros mozartianos historicistas como Harnoncourt. En general, sabe acompañar bien en las óperas cómicas, en las que sus interpretaciones son, a falta de profundas, vívidas y luminosas. El dramatismo, en cambio, es algo que no funciona en sus manos, quizá porque él mismo lo desdeñe absurdamente al considerarlo como un injerto interpretativo decimonónico.
¿Y “Tito”? “Tito” no suena mal en sus manos. Es una ópera seria, sí, pero carente de una atmósfera tan oscura como, por ejemplo, el “Don Giovanni”. No hay que esperar encontrar aquí en el trabajo de la orquesta el sentido teatral de un Gardiner –incluso Hogwood, con quien puede considerarse que comparte ciertos rasgos comunes, tiene unos planteamientos más equilibrados en materia de tempi– pero la orquesta sabe producir sonidos bellos y delicados cuando hace falta.
En lo que concierne al reparto, las cosas funcionan bien con la salvedad de un importante punto flaco, que es ni más ni menos que el protagonista. Stefan Dahlberg, que tiene un estimable Tamino grabado con el propio Östman en DVD (ver esto), no acaba de convencer como Tito. De un lado, no acaba de notársele cómodo en la zona alta y en el agudo muestra a veces una fea tendencia a cerrar el sonido en la garganta, produciendo una emisión forzada y gutural. También podría trabajarse más en materia de dicción. Sea como fuere, y dejando a un lado estas salvedades –que se manifiestan de cuando en cuando, y no de manera permanente– creo que el principal problema de Dahlberg no es técnico sino estético. A nivel personal, sencillamente me repele un poco el feo color leñoso de su voz. Quizá este tenor, sencillamente, no pueda ofrecer mucho más de lo que ofrece, que no es bastante como para convencer como Tito.
El resto del reparto, que se integra de cantantes poco conocidos, sí que funciona espléndidamente, y sobre todos ellos sobresale el impecable Sesto de Lani Poulson, sin duda el mejor de todo el reparto (y eso a pesar de que teatralmente sobreactúa demasiado y sus ademanes resultan excesivamente forzados y antinaturales). Anita Soldh hace, por su parte, una dignísima Vitellia. Los graves, claro, son palabras mayores, pero se maneja con dignidad, y sabe imprimir a su personaje de un carácter que podemos calificar acertadamente como repulsivo manteniendo una línea de canto inmaculada. Muy bien por la sueca.
El resto funciona a idéntico buen nivel. La pareja Annio-Servilia (Maria Höglind y Pia-Marie Nilsson, respectivamente) resulta encantadora. Quizá podría esperarse un Annio algo más masculino, pero es de todas formas muy satisfactorio. También cumple adecuadamente el barítono Jerker Arvidson en el breve papel de Publio, y el coro está bastante lucido en sus intervenciones.
La puesta en escena es la habitual en los Mozart de Östman de Drottningholm. Como todos estos montajes de Göran Järvefelt, la cosa se reduce a un mobiliario escaso (un trono, un escritorio, una cama...) y a paneles pintados que aparecen y desaparecen utilizando mecanismos de tramoya del siglo XVIII. Un historicismo escénico absoluto, por tanto. La única licencia que se toma Järvefelt es la de vestir a sus personajes a la manera de finales del XVIII –tan solo aparecen unos soldados “romanos” llevando estandartes en la primera entrada de Tito–, la época en la que se compuso la ópera con motivo de la coronación del emperador Leopoldo, hermano del finado José II e hijo de María Teresa. Puesto que la obra busca ensalzar las virtudes del gobernante ilustrado (en plena crisis política en Francia, no lo olvidemos) se hace evidente el deseo de buscar una identificación entre el personaje de Tito y Leopoldo, y de ahí que Järvefelt opte por prescindir de un vestuario “romano” y opte por otro dieciochesco.
Lo que es horrendo –no me cansaré de escribirlo en estas entradas– es la manía de hacer salir a los músicos de la orquesta con peluquín y casaca azul. Las barbas y bigotes y las gafas de pasta no casan precisamente bien con esa estética.
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