Anthony Minghella fue un director de cine conocido principalmente por películas de éxito como “El paciente inglés”, “El talento de Mr. Ripley” o “Cold Mountain”. Sin embargo, poco antes de su prematuro fallecimiento en 2008 decidió incurrir en el mundo de la ópera a través de Madama Butterfly, de la cual elaboró una llamativa producción que el sello Sony Classical distribuye en DVD desde 2011. Se trata de una representación del 7 de marzo de 2009 en el Metropolitan neoyorkino que fue retransmitida en directo en los cines de varios países, entre los que se incluía España.
En el libro que se adjunta en el interior del estuche, Minghella apunta lo siguiente: “Si iba a hacer algo para el teatro, debía ser teatral en lugar de mostrarme como un director de cine intentando crear una película en el teatro de ópera”. Lo cual se traduce en el hecho de que Minghella huye en esta Butterfly de buscar un gran realismo visual y pretende dar a la obra un enfoque moderno que, sin embargo, no rompa con la tradicional estética japonesa de la misma. Francamente, la pérdida de Minghella es un hecho lamentable para los amantes de la ópera, porque en esta producción de Madama Butterfly hay bastantes elementos como para pensar que el director hubiera tenido cosas interesantes que decir en este mundo.
Comencemos por el principio. Antes de cada acto, con la orquesta todavía silente, Minghella introduce una pequeña “pantomima” escénica que anticipa al público lo que ha sucedido y no ha sido presenciado. Así, justo antes de que comience la ópera vemos sobre el escenario a una bailarina japonesa haciendo juegos con los abanicos. Es la Butterfly geisha, que pertenece ya al pasado desde el momento en el que suenan los primeros compases en el foso. Luego, al término del primer acto, asistimos brevemente a una escena en la que Butterfly convive con Pinkerton tras su boda y este desaparece súbitamente. Es el abandono de la protagonista, del cual han pasado ya tres años en el acto segundo. Por último, durante el “sueño” de Butterfly, un bailarín con una chaqueta de marinero juega con una marioneta de una joven japonesa, en lo que resulta una obvia ensoñación del ansiado reencuentro de la protagonista con el desvergonzado marinero.
Una vez que comienza la acción nos vamos a encontrar con un escenario nada recargado, que busca representar la austeridad de las casas tradicionales japonesas. Resulta ingeniosa la utilización de los paneles deslizantes para mostrar u ocultar a conveniencia elementos del escenario o personajes. Mucho menos original es el típico suelo negro y brillante que proyecta su reflejo sobre la parte superior de la escena, cuya altura se ve sensiblemente reducida.
Hay varios elementos de esta producción de Minghella que entroncan en cierto sentido con el mundo del Japón tradicional. El primero, y también el más llamativo, es la utilización de marionetas, idea que está tomada del Bunraku (teatro japonés de marionetas). Como hemos señalado, en el último acto se emplea una marioneta de Butterfly, cosa que también ocurre con los criados de la casa –excepción hecha, obviamente, de Suzuki– durante el primer acto y del propio hijo de la protagonista, que es un muñeco vestido de marinero manejado por tres personas. Sinceramente, hubiese preferido la presencia de un niño real, pero como guiño al Bunraku no deja de ser curioso, y además, los encargados de dar vida a la marioneta consiguen que los movimientos de esta resulten sorprendentemente naturales. A veces parece un niño de verdad, y uno acaba fijando su vista en la marioneta sin reparar prácticamente en las tres personas vestidas de oscuro que se encargan de moverla.
Un segundo elemento muy japonés que me ha sorprendido gratamente y que puede pasar casi desapercibido para parte del público es la presencia de grullas de origami durante la sección final del “sueño” de Butterfly (la de los pajaritos y el “pío pío”, vamos). Para los japoneses, las grullas de papel atraen la buena suerte, y existe la creencia de que quien consigue fabricar mil de ellas obtiene de los dioses su mayor deseo. En Occidente, esta creencia es relativamente conocida gracias a la dramática historia de Sadako Sasaki, una niña japonesa que murió de leucemia en 1955 como consecuencia de la explosión nuclear de Hiroshima, no sin antes llenar su habitación de hospital de grullas de origami. En los últimos años, también en España se ha hablado algo de estas grullas de papel como elemento atrayente de la buena fortuna. Tras el trágico terremoto y posterior tsunami de Japón de 2011, Makiko Sese, una japonesa residente en Madrid, cosechó un notable éxito en internet solicitando a la gente que fabricara grullas de papel deseando la recuperación de Japón.
La idea, por tanto, de que Butterfly escuche el canto de los pájaros durante la mañana en la que han de cumplirse sus deseos y se acuerde de las grullas de origami me parece verdaderamente ingeniosa y muy bien pensada. Bravo por Minghella.
Tanto las grullas como las marionetas se mueven, como decía, gracias a varios figurantes vestidos de negro que se confunden con el fondo del escenario. Particularmente acertada resulta en este sentido, la utilización de farolillos que realmente parecen levitar en el aire durante el dúo de amor que cierra el primer acto, consiguiendo con ello un efecto verdaderamente muy bello.
Para cerrar todo lo concerniente a la producción de Minghella, dirigida aquí por su esposa Carolyn Choa, añadiré lo bien trabajados que están también tanto la iluminación, a cargo de Peter Mumford, como el vestuario de Han Feng, que busca, al igual que Minghella, parecer auténticamente japonés aunque de forma muy teatralizada. ¿Cómo se consigue? Con la utilización de kimonos muy coloristas y de pelucas que parecen hechas de cartón o de algún otro material flexible y que producen así el efecto de una mayor teatralidad.
Vayamos ya con el reparto. Patricia Racette se hizo cargo de esas funciones de Madama Butterfly tras la cancelación de Cristina Gallardo-Dômas, quien inicialmente iba a ocuparse del papel protagonista. Lo cierto es que Racette encarna a una humanísima y muy vulnerable Cio-Cio-San y se defiende notablemente en el papel a pesar de ciertos apuros. Por ejemplo, muestra claramente un excesivo vibrato en el Ancora un passo or via (sin agudo final), que consigue controlar después durante la mayor parte del tiempo, aunque emerge nuevamente en el comienzo del Vogliatemi bene. Ya en el segundo acto, es aplaudida, como es de esperar, en el Un bel dì, en el que sin embargo se muestra algo corta de fiato. Por lo demás, se maneja sin especial problema a pesar de algún exceso efectista perfectamente evitable (Voi signor mi dite questo / Vespa, voglio che tu risponda).
Nada del otro jueves resulta el Pinkerton de Marcello Giordani, que aun cantando indudablemente bien suena gastado. Resulta preferible quizá en el último acto. Mucho más adecuada es sin duda la Suzuki de Maria Zifchak, que defiende su papel sin problemas. En cuanto a Sharpless, Dwayne Croft (hermano del tenor Richard Croft y ex de Arteta) canta falto de una más deseable dosis de elegancia, y aun resultando su voz adecuada, sus intervenciones se ven a veces empequeñecidas por una discutible dicción (Ier l’altro il consolato).
El reparto lo cierran unos correctos Greg Fedderly (Goro) y Dean Peterson (Bonzo) y el muy ejemplar Yamadori de David Won, que resulta estupendo en un pequeño papel que a veces tiende a descuidarse vocalmente.
Muy destacable resulta, por último, la labor de Patrick Summers al frente de la orquesta del Met. Quizá el único aspecto discutible en su muy cuidada dirección sea la decisión de imponer la voz del Bonzo sombre el menguante coro de los familiares que se alejan maldiciendo a Butterfly en el primer acto (Kami sarundasiko, ti rinneghiamo).
Por lo demás, la filmación en HD ofrece una espléndida calidad visual. En los descansos, tenemos a Renée Fleming actuando a modo de presentadora de la ópera, lo cual se incluye un bonus de dieciocho minutos en los que Fleming entrevista a Racette, Giordani, Zifchak, y Choa, incluyéndose también unas declaraciones grabadas de Minghella.
En conclusión, esta es una Butterfly musicalmente decente, pero no extraordinaria, con una muy curiosa e interesante puesta en escena que se presenta brillantemente filmada.
4 comentarios:
Esta producción la vi en el auditorio de de El Escorial hace unos años.No la recuerdo especialmente por sus voces,pero sí me llamó la atención lo que comentas Pablo; llega un momento en que te crees que la marioneta es un niño de verdad y no puedes apartar los ojos de dicha marioneta...me pareció original la puesta en escena.
un saludo.
ESTUVE EN EL METRO Y ME GUSTO, LAS CRITICAS PARA LOS CRITICOS , QUE SUPUESTAMENTE "SABEN"
¡Pues yo no he tenido ese privilegio! Gracias por dejar tu comentario.
QUIEN LE DA AUTORIDAD A ESTOS PSEUDOCRITICOS QUE JAMÁS ENTONARON UNA SOLA NOTA, PARA QUE CALIFIQUEN O DESCALIFIQUEN A LOS CANTANTES?.
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