Acudir a Mozart es siempre una buena forma de comenzar la secuencia de las doce óperas en DVD que comento en “El Patio de Butacas” cada año. Además, el hecho de que ya haya comentado algunas filmaciones de las óperas más populares y aclamadas del salzburgués me permite en cierto modo dirigirme ahora a otros títulos de enorme calidad aunque menos queridos tradicionalmente por los teatros y compañías discográficas. Hoy vamos a hablar de Idomeneo, y lo haremos a propósito de un filmación muy recomendable, procedente de las celebraciones del 250 aniversario del nacimiento de Mozart en 2006.
He aquí, como siempre, un resumen del libreto:
Acto 1: Tras ser conducida a Creta, Ilia -hija del rey troyano Príamo- se lamenta de la suerte de su pueblo y se recrimina a sí misma su oculto amor por Idamante, hijo del rey Idomeneo de Creta. Idamante, que también la ama, sufre por su aparente indiferencia, y para agradarla libera a sus compatriotas troyanos que habían sido hechos prisioneros. Ello enoja a Elettra, que ama también a Idamante y comienza a ver a Ilia como a una rival.
Arbace, confidente del rey Idomeneo, aparece para comunicar la triste noticia de que el barco en el que éste navegaba de regreso de la guerra de Troya acaba de naufragar a consecuencia de una tempestad. Idamante, desolado por la pérdida de su padre, corre hacia la playa mientras Elettra reflexiona sobre el odio que siente hacia Ilia.
En la solitaria playa se encuentra Idomeneo, que en realidad ha sobrevivido a la tempestad. Acaba de hacer un juramento a Neptuno por el que se comprometía, si sobrevivía, a sacrificar al dios el primer ser humano que encontrase. La primera persona a la que ve es a Idamante, que aún cree muerto a su padre. Tras los largos años de ausencia, ninguno de ellos se reconoce mutuamente, pero cuando Idamante manifiesta ser hijo de Idomeneo este último se horroriza y huye del lugar para evitar sacrificar a Neptuno a su propio hijo. Idamante, por su parte, pasa de la alegría de reencontrarse con su padre, a quien creía muerto hasta hacía un momento, a la confusión que le provoca su rechazo y su huída.
Tras el desembarco del resto de las tropas cretenses, el día acaba con los cánticos de la multitud en honor del dios Neptuno.
Arbace, confidente del rey Idomeneo, aparece para comunicar la triste noticia de que el barco en el que éste navegaba de regreso de la guerra de Troya acaba de naufragar a consecuencia de una tempestad. Idamante, desolado por la pérdida de su padre, corre hacia la playa mientras Elettra reflexiona sobre el odio que siente hacia Ilia.
En la solitaria playa se encuentra Idomeneo, que en realidad ha sobrevivido a la tempestad. Acaba de hacer un juramento a Neptuno por el que se comprometía, si sobrevivía, a sacrificar al dios el primer ser humano que encontrase. La primera persona a la que ve es a Idamante, que aún cree muerto a su padre. Tras los largos años de ausencia, ninguno de ellos se reconoce mutuamente, pero cuando Idamante manifiesta ser hijo de Idomeneo este último se horroriza y huye del lugar para evitar sacrificar a Neptuno a su propio hijo. Idamante, por su parte, pasa de la alegría de reencontrarse con su padre, a quien creía muerto hasta hacía un momento, a la confusión que le provoca su rechazo y su huída.
Tras el desembarco del resto de las tropas cretenses, el día acaba con los cánticos de la multitud en honor del dios Neptuno.
Acto 2: Idomeneo revela su secreto a Arbace: debe sacrificar a su hijo, el príncipe Idamante. Horrorizado, Arbace recomienda al desolado padre que obligue a su hijo a ausentarse de Creta durante algún tiempo mientras se aplaca la ira de Neptuno por el incumplimiento de la promesa. El rey se muestra de acuerdo, y con mejor ánimo, saluda a Ilia, quien lejos de verle como a un enemigo le llama “padre”. Es entonces cuando Idomeneo cae en la cuenta de que la princesa troyana debe amar a su hijo Idamante.
Elettra, por su parte, se muestra muy feliz de viajar junto a su amado Idamante dejando atrás a Creta, y sobre todo, a Ilia. Antes de embarcar, Idamante pregunta a su padre la causa de su frialdad y su rechazo, pero Idomeneo responde de forma oscura, sin revelar nada de su juramento a Neptuno. Es entonces cuando el dios del mar, enfurecido, desata una horrible tormenta que impide que Idamante y Elettra embarquen. El pueblo huye despavorido.
Acto 3: Tras estos acontecimientos, Ilia permanece sola reflexionando sobre su amor hacia Idamante. Este entra comunicando que un horrible monstruo enviado por los dioses está causando estragos en la isla, y que se dispone a luchar contra él. Ilia le ruega que preserve su vida y le revela al fin su amor, para gran satisfacción de Idamante. Idomeneo entra entonces e insiste en que Idamante debe abandonar Creta. Ilia promete acompañarle allá donde vaya.
Arbace comunica a Idomeneo que una gran masa de gente se ha congregado ante el palacio para exigir al rey que cumpla cualquiera que sea su deuda con los dioses para que desaparezca así el horrible monstruo. Idomeneo revela con pesar que la víctima del sacrificio que debe ofrecer es su propio hijo. Pese a que incluso el gran sacerdote de Neptuno considera inhumano el juramento, los preparativos para el sacrificio comienzan a tener lugar. Justo cuando todo está dispuesto resuenan en el exterior gritos de victoria: Idamante se ha enfrentado al monstruo y lo ha matado. El joven se muestra pletórico ante su padre. Ahora sabe que el deseo de aquél de enviarle lejos no era otra cosa que una muestra de amor paterno y ofrece gustoso su cabeza para el sacrificio. Cuando Idomeneo, consolado por las palabras de su hijo, se decide a dar el golpe, aparece Ilia pidiendo ser sacrificada en lugar de su amado. En ese momento se escucha un trueno y una voz celestial proclama que Idomeneo debe ser relevado como rey por su hijo Idamante, el cual ha de casarse con Ilia. Así quedará satisfecha la voluntad de los dioses y aplacada la cólera de Neptuno.
Tras la sobrenatural escena, Elettra da por perdidas todas sus esperanzas de conquistar a Idamante y se retira pensando en cometer suicidio. Idomeneo, por su parte, entrega felizmente el trono a la joven pareja de Ilia e Idamante.
Traducción al castellano del libreto aquí.
Wolfgang Amadeus Mozart compuso Idomeneo, re di Creta, con libreto de Giambattista Varesco, para la ópera del carnaval de Múnich de 1781. El libreto se basa en el drama mitológico del rey cretense Idomeneo, nieto del célebre Minos, cuya nave está a punto de naufragar a su regreso de combatir en la guerra de Troya, en la que se ha distinguido por su valor. El rey jura que si sobrevive inmolará a Neptuno el primer ser humano que vea nada más alcanzar tierra. Quiere el destino que este último sea su propio hijo. Los presentes tratan de disuadirle de que cometa el infanticidio, pero él, enajenado, hunde su espada en el pecho del muchacho. La multitud muestra su indignación hacia el padre asesino, que abandona la isla navegando a merced de las olas. Así fue como, según el mito, Idomeneo llegó hasta Italia, alcanzado la costa de Calabria, donde fundó la ciudad de Salento, que gobernó con justicia.
El drama mitológico de Idomeneo ya había sido llevado a la ópera anteriormente con música de André Campra y texto de Antoine Danchet (1712), así como al teatro hablado (1703 y 1764). Estas primeras adaptaciones mantienen como final dramático la muerte de Idamante a manos de su padre. Además, introducían una adicional tensión amorosa al mostrar a un Idomeneo enamorado de Ilia, al igual que su hijo. Tras la muerte de este último, Ilia se suicida. Varesco suprimió estos sentimientos afectivos de Idomeneo hacia Ilia, y al margen de otorgarle a la obra un desenlace feliz merced a la intervención divina, introdujo con enorme acierto el personaje de Elettra, que actúa como villana de la obra.
El drama mitológico de Idomeneo ya había sido llevado a la ópera anteriormente con música de André Campra y texto de Antoine Danchet (1712), así como al teatro hablado (1703 y 1764). Estas primeras adaptaciones mantienen como final dramático la muerte de Idamante a manos de su padre. Además, introducían una adicional tensión amorosa al mostrar a un Idomeneo enamorado de Ilia, al igual que su hijo. Tras la muerte de este último, Ilia se suicida. Varesco suprimió estos sentimientos afectivos de Idomeneo hacia Ilia, y al margen de otorgarle a la obra un desenlace feliz merced a la intervención divina, introdujo con enorme acierto el personaje de Elettra, que actúa como villana de la obra.
Existe abundante documentación histórica sobre la composición de Idomeneo, aunque esta es desgraciadamente escasa en lo que se refiere a su estreno en el Teatro de la Corte de Múnich, el 29 de enero de 1781. Se conservan cartas de Mozart en las que habla del enorme esfuerzo que supone para él la composición del tercer acto: “Tengo la cabeza y las manos llenas del tercer acto, de forma que no sería extraño que yo mismo me convirtiera en un tercer acto. Él solo me está costando más trabajo que una ópera entera. Pues no hay casi ninguna escena que no sea sumamente interesante” (3 de enero de 1781); “¡Laus Deo! ¡Lo he conseguido! El ensayo del tercer acto ha resultado magnífico. Se ha visto que es muy superior a los dos primeros actos. Aunque la poesía es demasiado larga y, en consecuencia, la música también” (18 de enero de 1781).
Para el estreno, Mozart contó con reparto muy desequilibrado. No hubo problemas con las intérpretes de Ilia (Dorothea Wendling) y Elettra (Elisabeth Wendling, cuñada de la anterior), pero el reconocido tenor Anton Raaff, encargado de dar vida al papel principal, se esforzó por ponérselo difícil al compositor. En primer lugar, Raaff era ya un cantante anciano (sesenta y cuatro años) que con toda probabilidad se creía poseedor de la suficiente autoridad y sapiencia como para pretender imponer sus opiniones sin discusión. Debió ser un cantante chapado a la antigua, que demandaba coloraturas para exhibir su dominio técnico sin importarle descuidar a cambio la expresión. Prefería, obviamente el aplauso de las arias de lucimiento a los números de conjunto, que según él eran perfectamente prescindibles. Mozart le complació en la medida de lo posible, pero se negó rotundamente a eliminar el cuarteto del tercer acto, tal y como demandaba el canoso y anticuado Raaff. Con todo, fue el castrato encargado de cantar el papel de Idamante el que más dolores de cabeza le dio a Mozart. Era un cantante primerizo llamado Vincenzo dal Prato, con problemas de emisión –Mozart habla de un fiato corto y de sonidos guturales–, nula experiencia y definitivamente sobrepasado por el papel y por las exigencias del compositor.
Por desgracia, a Idomeneo, como a La clemenza di Tito, nunca le ha acompañado la gran fama de las óperas vienesas de Mozart. Tampoco en vida del compositor alcanzó la popularidad del Rapto o de Fígaro. Años después de su estreno, en marzo de 1787, Mozart volvió a representarla en privado en el palacio del príncipe Karl Auersperg, en Viena. Introdujo cambios y cortes y adaptó el papel de Idamante para tenor. Hoy existen grabaciones discográficas tanto de la versión original de Múnich como de la posterior revisión vienesa. La “resurrección” de Idomeneo hay que situarla, por tanto, a partir de la segunda mitad del siglo XX.
Ya hemos hablado en el presente de blog de la colección de DVDs “Mozart 22” (M22) del Festival de Salzburgo de 2006 a propósito de La clemenza de Harnoncourt, con aquella execrable puesta en escena. En esta ocasión, nuestro Idomeneo es algo afortunadamente distinto: al elevado nivel del reparto se acompaña esta vez una puesta en escena (de Ursel y Karl-Ernst Herrmann), que pese a ser “moderna”, destaca al menos por su planteamiento inteligente y por no traicionar el espíritu de la obra. El escenario, en el que predomina el color blanco, se muestra siempre con pocos elementos, casi semivacío, apostando por un minimalismo que resulta muy efectivo al manejarse con sabiduría cada uno de los “ingredientes” de los que se compone el espectáculo, como si de la receta de un pastel se tratara. Al buen uso de la iluminación y del color hay que sumar el particular y efectista vestuario del propio Karl-Ernst Herrmann, que compagina la indumentaria moderna (abrigos, corbatas, zapatos, etc.) con elementos clásicos o de otras épocas pasadas, creando así curiosos contrastes. Es este un Idomeneo en el que podemos ver a un mismo personaje (Idamante) empuñando primero una pistola y luego una lanza, protegiéndose con una armadura antigua. El resultado de todo ello es que la filmación no sólo no cansa, sino que mantiene bien despierto el interés del espectador sin introducir ningún elemento de mal gusto ni de difícil justificación. No existe aquí, en este montaje “moderno”, ninguna intención pretenciosa de reinterpretar nada ni de sacar ningún elemento de la obra de su natural cauce. Nada sobra.
Neptuno se parece a Bill “el Botas”
Precisamente es el vestuario uno de los mejores elementos de esta producción. No se trata solo de vestir a los personajes de forma que parezca más o menos convincente o adecuada, sino que el uso de las prendas parece estar meticulosamente estudiado para conseguir que el espectador conecte con la atmósfera personal de cada uno de los personajes. Y lo mejor de todo es que ello quizás pase desapercibido en un primer visionado del DVD, lo que demuestra que el regidor y responsable del vestuario (la misma persona en nuestro caso) sabe lo que se hace y lo que no se debe hacer. Da vida a la obra sin caer en ningún absurdo ánimo de transgresión. De este modo, Idamante –personaje inocente donde los haya, que permanece ajeno al amor de Ilia y al horrendo juramento de su padre hasta casi el final de la obra– aparece vestido de un blanco casi permanente, en tanto que Idomeneo viste de negro en el tercer acto, precisamente en el que se decide a matar a su hijo. Más acusado aún es el contraste entre Ilia y Elettra. La princesa troyana se nos muestra con un aspecto desenfadado: viste siempre un sencillo vestido blanco y camina descalza llevando una ajorca en el tobillo. Elettra, en cambio, lleva vestidos mucho más formales y complicados, lo que la sitúa en un plano de mayor distancia respecto del público.
Por último, resulta simpática la aparición de Neptuno (interpretado por Andreas Schlager) deambulando por el escenario. Tiene el adecuado aspecto siniestro y repulsivo que uno espera, al tiempo que no le falta su lado cómico (es clavadito a Bill “el Botas” de la serie “Piratas del Caribe”) y resulta muy acertado el modo en el que acosa a Idomeneo, atosigándole en el “Vedrommi intorno”.
Por último, resulta simpática la aparición de Neptuno (interpretado por Andreas Schlager) deambulando por el escenario. Tiene el adecuado aspecto siniestro y repulsivo que uno espera, al tiempo que no le falta su lado cómico (es clavadito a Bill “el Botas” de la serie “Piratas del Caribe”) y resulta muy acertado el modo en el que acosa a Idomeneo, atosigándole en el “Vedrommi intorno”.
Ahora el reparto. Ramón Vargas es un Idomeneo realmente excelente, con una técnica sobradamente adecuada para el papel y una bellísima y cálida voz lírica. No cabe duda de que debe contarse entre los mejores intérpretes del rol, al menos de las últimas dos décadas: por citar dos ejemplos célebres, a nivel técnico es mejor que Richard Croft (grabación de René Jacobs) y en los pasajes de agilidad y coloratura convence más que Anthony Rolfe-Johnson (grabación de Sir John Eliot Gardiner). Ornamenta con buen gusto y sin caer en el exceso la sección central (“Fiero nume”) y el da capo del "Fuor del mar" (vaya en beneficio de Croft que circula en youtube una extraordinaria interpretación de esta aria en concierto bajo la dirección de Minkowski). A nivel actoral se defiende adecuadamente, dando vida a un Idomeneo que convence en su faceta de padre atormentado sin resultar tampoco innecesariamente patético.
A Magdalena Kožená (Idamante) le plantan una peluca masculina pelirroja que, como dicen las notas que se incluyen en la caja, hace que se le ponga toda la cara de Vanessa Redgrave cuando era joven. De todas formas, la peluca no basta y el Idamante de la checa no resulta demasiado masculino, exactamente como le ocurría en el Orfeo de Gardiner. A lo que interesa: vocalmente está bien, el papel no requiere de demasiada agilidad (el limitadito castrato Dal Prato habría explotado), por lo que ella no se ahoga ni manifiesta, como otras veces, problemas en la coloratura o el descenso. Sobreactúa teatralmente en el “Non ho colpa”, pero su canto es muy bueno. En cuanto a la enamorada Ilia, Ekaterina Siurina es una pareja perfecta para el Idamante encarnado por Kožená. Idamante es larguirucho y pelirrojo; Ilia más bajita y morena. Siurina es uno de los grandes aciertos de la función: la chica canta realmente bien y con muy buen gusto (óigase su tiernísimo “Se il padre perdei”) y su interpretación se aleja –para bien– de otras innecesariamente almibaradas, como por ejemplo Sylvia McNair. Dentro de esta faceta más trágica del personaje, Siurina consigue que la ópera arranque de forma extraordinaria con un excelente “Padre, germani, addio”.
Más conocida que Siurina es Anja Harteros, una de las mejores sopranos actuales, que interpreta a una estupenda Elettra, muy ovacionada por el público. Pude verla en Sevilla como Donna Anna hace algunos años, y aunque recuerdo que se anunció por megafonía que se encontraba enferma, fue de lo mejor de la noche (¡aquella horrenda producción de Don Giovanni de Mario Gas!). Al margen de la bella voz y de la innegable presencia escénica, sabe cantar con carácter, como demuestra aquí en el “Tutte nel cor vi sento” y, sobre todo, en su extraordinaria “D’Oreste, d’Aiace”, tras la cual recibe uno de los mayores aplausos del público. Estupenda resulta también en la bellísima aria “Idol mio”, que se cierra con aquella marcha que Kubrick utilizó en “Barry Lyndon”.
El resto del reparto es correcto, aunque lejos ya de un nivel estelar. Jeffrey Francis, de horrendo peinado y encajonado en un diminuto “escritorio” (si es que a ese mueble se le puede llamar de ese modo), cumple como Arbace, aunque la voz no es bella y tira en ocasiones del portamento. Robbin Leggate, de quien ya hablé en términos muy positivos a propósito de su Narraboth, es adecuado sin más como gran sacerdote. Muy bien la voz celestial (Günther Groissbröck) y absolutamente delicioso el Salzburger Bachchor, dirigido por Alois Glaβner.
Idomeneo, 2.0: Elettra, que no se ha suicidado, cumple sus objetivos de venganza estrangulando a la pobre Ilia en presencia de Idamante, que no se entera de nada porque está posando para una foto.
En cuanto a la dirección, Sir Roger Norrington es un director de base esencialmente historicista, lo cual se hace notar aquí muy positivamente. Aunque la Camerata Salzburg no interpreta con instrumentos originales, estos están manejados de modo que el sonido es bastante historicista. Los metales, concretamente, llegan a sonar igual que los de época, aunque las notas que se incluyen con los dos DVDs no aclaran si se han utilizado este tipo de instrumentos. En otro orden de cosas, Norrington omite algunas repeticiones, como la de la marcha del final del primer acto (nº 8) y la antes citada del segundo (nº 14). Enlaza casi sin interrupción los dos primeros actos, como si de una simple transición entre dos números se tratara, sin llegar, por tanto, a bajar el telón, y traslada sin demasiada razón el aria de Arbace “Se colà’ ne fati è scritto” al comienzo del segundo acto sustituyendo junto con el recitativo “Sventurata Sidon” el aria “Se il tuo duol”. La sustitución no acaba de ser lógica por cuanto supone que Arbace alude a la caída de Creta antes de que el monstruo haya entrado en acción. Sus palabras quedan, por tanto, sin sentido, pues Neptuno aún no ha castigado a Creta con su cólera. También se omite la última aria de Idomeneo (“Torna la pace al core”), no interpretada en las representaciones de Múnich de 1781. El ballet final queda reducido a la monumental chacona, recortada prácticamente hasta su mínima expresión. Al margen de estos cortes, que tampoco son excesivos, la dirección es atenta y cuidadosa.
La filmación es de gran calidad y la presentación del estuche es buena. Lo único que echa realmente para atrás es el elevado precio. Por otra parte, lo que sí resulta injustificable es que en las notas del interior –escritas por Della Couling– se confunda a Arbace con el gran sacerdote.
Probablemente, lo mejor de la colección M22.
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