Ayer asistí por primera vez este año al ciclo de conciertos Noches en los jardines del Alcázar. El programa que llevó la mezzosoprano Amaya Domínguez, acompañada al piano por Martín Surot, era de temática claramente sevillana. El concierto comenzó con la Saeta en forma de Salve de Turina, que dio paso después a varios extractos de la Carmen de Bizet. A Domínguez le queda bastante grande el papel de la cigarrera. Ya en la Habanera se percibió, especialmente al comienzo, un fraseo algo impreciso y un grave claramente apurado, circunstancia ésta última que se observó con frecuencia a lo largo de todo el concierto. Luego, la escena de las cartas no transmitió especial dramatismo, si bien puede ser que la culpa de ello se deba a la ausencia de Frasquita y Mercedes, cuyo despreocupado tema contrasta tremendamente con la pausada y tétrica meditación de un personaje que se resigna a su destino. Domínguez estuvo algo más convincente en la sinuosa seguidilla, en la que sostuvo el “J’ai l’amerai” durante algunos segundos, aunque sin resultar tampoco especialmente sensual. Para acabar con Carmen, la célebre canción gitana, que Domínguez abordó con profesionalidad aunque con alguna vacilación en la colocación de la voz al comienzo. En lo referente a Bizet, también el pianista tuvo sus minutos, interpretando adaptaciones de los entreactos tercero (la más lograda) y cuarto.
Tras esto, Surot abordó el Corpus Christi en Sevilla, de Albéniz (escrito a partir de La tarara), dando paso a un nuevo bloque dedicado a Las bodas de Fígaro de Mozart: Domínguez interpretó las dos arias de Cherubino, resultando más convincente en el Non so più que en el Voi che sapete, en el que la voz volvió a sonar opaca en el descenso (l’alma avvampar). Entre una y otra, Surot ejecutó sin problemas el adagio de la sonata K.332 de Mozart, que en el programa constaba extrañamente sólo como “interludio”. La cosa se cerró con el Barbiere de Rossini, y más concretamente con la obertura (muy cortada) al piano y con la consabida Una voce poco fa, que no sé ya las veces que se habrá cantado en Sevilla en los últimos días. Hubiera sido deseable un poco más de picardía en la mezzo, aunque en su favor jugó una discreta pero inteligente forma de ornamentar la repetición del “Una vipera”, en sentido ascendente. El acompañamiento de Surot, discreto en todo momento.
Vale que no ha sido un concierto memorable, pero por cuatro euros lo cierto es que al menos se pasa un rato agradable en un entorno precioso.
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