Uno de los grandes atractivos de la edición de este año del Festival de Música Antigua de Sevilla ha sido la presencia del violagambista Jordi Savall con su conjunto Hespèrion XXI. El concierto tuvo lugar en las instalaciones de Cajasol en la calle Laraña, concretamente en la Sala Joaquín Turina, donde tan agradables veladas musicales nos ha ofrecido su Obra Social hasta que el año pasado decidieran adoptar por la política del tijeretazo y, entre otras cosas lamentables, volver la espalda a la Orquesta Barroca de Sevilla. Por lo demás, el único concierto al que he acudido allí en este 2011, la absolutamente impresentable “Revoltosa” de enero, ya me había hecho plantearme que la máxima de que cualquier tiempo pasado fue mejor es cierta en este caso: lejos, aunque demasiado cercanos en el recuerdo, parecen haber quedado los tiempos en los que desfilaban figuras de la talla de Trevor Pinnock, de Diego Fasolis, de Andrew Manze, de Enrico Onofri, del English Concert...
Indudablemente, hay que agradecer la gratísima presencia de Savall a los organizadores del FEMÁS, con Fahmi Alqhai, que tomó parte activa en el concierto, a la cabeza, pero optar por Cajasol como lugar para el concierto ha sido un error. Nada tengo en contra de la caja de ahorros, pero el de hoy ha sido el segundo espectáculo bochornoso al que he asistido en la Sala Joaquín Turina en lo que va de año. La estadística es mala: dos desastres de dos. La culpa, eso sí, no la ha tenido esta vez Savall ni sus músicos, sino la desastrosa e inadmisible organización (o debería decir falta de organización) bien de los empleados de Cajasol, bien de los del Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla (ICAS). Comencemos por el principio: el precio de las entradas variaba, lógicamente, en función de la butaca. Las más caras eran las de la llamada “Zona A”, que se correspondía, para entendernos, con el patio de butacas. Pues bien, al acceder a la sala, ningún encargado indicaba al público el lugar por donde debía acceder a su asiento. Ante esta falta de control, fácilmente subsanable, muchos optaron descaradamente por sentarse en el patio aunque sus entradas fueran de la “Zona B” o balcón. Nadie lo controlaba, y por supuesto, las entradas no eran numeradas. Cuando yo llegué conseguí sentarme en las últimas filas del patio (mi entrada era para la Zona llamada “A”), pero muchos de los que llegaron detrás de mí se encontraron con la desagradable sorpresa de que, como yo, habían pagado las butacas más caras y que, sin embargo, no tenían donde sentarse porque había gente que, pagando menos, les había arrebatado el asiento sin que nadie les hubiera impedido el acceso al patio. Ese grupo de personas, bastante abundante, permaneció de pie e indignado durante bastantes minutos. Vi cómo algunos se resignaban a subir a la “Zona B” con tal de poder sentarse en algún sitio. Lo más indignante llegó cuando también esta zona pareció llenarse y aún quedaban personas de pie. Según se rumoreaba, se habían vendido más entradas que asientos.
Salieron Savall y sus músicos y la tensión aumentó. Uno de los perjudicados alzó la voz y manifestó, con toda la razón, que consideraba que en esas circunstancias no debía empezar el concierto. Los rostros de los miembros de Hespèrion XXI eran un cromo, especialmente el la violagambista Imke David. Temí una reacción airada por parte de Savall, pero de momento permaneció silencioso y mirando al vacío. Otro hombre, desde uno de los balcones, llamó la atención sobre el hecho de que nadie salía “a dar la cara”. En ese punto intervino Savall, diciendo que si había alguien que debía dar la cara aquella noche era él y que invitaba a sentarse en el escenario a todos aquellos que habían pagado una entrada y no tenían donde sentarse. Diciendo que no tenía objeto demorar por más tiempo el inicio del concierto, pidió que el público se “relajara” porque “hay cosas peores”. Pensé, y tal vez no fui el único, que se refería tal vez a la tragedia de Japón. Seguidamente, él mismo desapareció del escenario por momentos para volver llevando sillas, tarea en la que fue ayudado por otros. El público agradeció el gesto con aplausos. Hay algunas cuestiones, digamos que en principio extramusicales, que hacen que este hombre me caiga algo antipático, pero ayer se comportó como un caballero y mi estima hacia él subió varios puntos.
Después, y sólo después, de que Savall mediara, tomó la palabra Paz Sánchez, del Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla (los mismos que vendieron la práctica totalidad de las entradas de Las cuatro estaciones en diciembre antes de que diera oficialmente la hora de inicio de la venta), que habló en un tono de voz tan sumamente bajo que fue casi imposible captar nada. El público se lo hizo saber, pero sus palabras en absoluto subieron de volumen. Capté que decía que había habido un “problema” con la venta de las entradas. ¡América!
El concierto, titulado “La Europa musical: la edad de oro de la música para conjunto de violas (1500-1700)” fue una verdadera delicia, claro, con una encantadora improvisación (“Canarios”) como cierre de la primera mitad. El programa se dividía en seis partes: Danzas italianas del Renacimiento veneciano, Música de consort de la Inglaterra isabelina, Danzas y variaciones de España, Música para el rey Luis XIII, Músicas de Alemania y Músicas de la Europa barroca. A destacar también la bellísima ejecución de la Gallarda Napolitana de Antonio Valente que cerró el concierto “oficialmente”. De propina, una pieza de Schein y unas variaciones sobre el tema “Guárdame las vacas”.
Desde luego, una noche para recordar. Un excelente concierto y una pésima imagen de Sevilla inmerecidamente transmitida a esos músicos. Y dos huevos duros.
Añadido: Diario de Sevilla informa hoy de que, al parecer quedaba sitio libre en paraíso, por lo que no se habrían vendido entradas de más. De todas formas, ello no exonera a Cajasol o al ICAS (porque entre ellos queda la cosa), con su nula organización, de ser los únicos responsables del caos de anoche y de la patética imagen ofrecida a los músicos. Una falta de diligencia de que la que no se hace eco la crítica de Juan Ramón Lara, que incomprensiblemente llega a verter algunas palabras contra el público que protestaba legítimamente. El único que se ha hecho eco de la lamentable organización ha sido Ismael G. Cabral en el Correo de Andalucía, periódico del que he extraído las siguientes imágenes. Hablan por sí solas.
4 comentarios:
Soy Juan Ramón Lara. Por alusiones, y aunque algo tarde: en mi crítica no hice apenas referencia a los incidentes porque me constaba que se informaría extensamente del asunto en la misma página del Diario de Sevilla, como en efecto ocurrió. En cuanto a las "palabras contra el público que protestaba legítimamente" que al parecer vierto, tras una segunda y tercera lectura de mi crítica no las encuentro por ningún sitio.
Atentamente, y con (por lo demás) una sincera enhorabuena al blog, que no conocía y que trataré de leer desde ahora,
JRLara
"El tumultuoso inicio de su concierto, descrito en estas mismas páginas, más propio de un concierto de rock adolescente y por supuesto ajeno a la responsabilidad de los músicos[...]".
No es forma de referirse a las justificadas protestas de quienes tenían que sentarse en el suelo habiendo pagado una entrada. Porque obviamente esas palabras van dirigidas a ellos y no, desde luego, a los músicos ("ajeno a la responsabilidad de los músicos").
En cualquier caso, bienvenido gracias por su enhorabuena.
La responsabilidad que no corresponde a los músicos ni al público es, por supuesto, de la organización, como bien dice usted en la propia crítica.
Por demás no puedo sino reiterar, por evidente, que el inicio del concierto fue propio de uno de Justin Bieber. Y, por otro lado, pertenecer al público no garantiza el ser sujeto de respeto. Si alguien se pudo dar por aludido sería quien se coló donde no debía: falló la organización, pero también la moral de mucho espabilao. El público son personas. Unas se portan bien, otras no.
Un cordial saludo. le leeré.
JRLara
De acuerdo. Pero precisamente los espabilaos que se colaron no debieron ser los que levantaron la voz protestando, así que ninguno puede darse por aludido con sus palabras. Me parece perfecto sacarle los colores a quienes "no se portan bien", pero esa afirmación de su crítica va dirigida precisamente a aquellos a los que les escamotearon los asientos y el dinero.
Si hubieran pasado por el aro sin protestar, nadie podría haber descrito aquello como "tumultuoso" ni como espectáculo adolescente.
Por cierto que yo, obviamente, no soy crítico ni aspiro a serlo. Más que críricas, me gusta decir que escribo "comentarios" como podría hacerlo cualquier espectador.
Un cordial saludo.
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