Confieso que vivo presa del terror. Ya ni siquiera soy capaz de dormir pensando en la inminente tragedia que se nos avecina. Como soy susceptible, prefiero no anticiparme a los hechos y no acudir a los cines a ver cómo se desploma la cúpula del Vaticano y rueda por la plaza de San Pedro como un neumático Michelín. ¿No fue acaso diseñada por Michelangelo? Siempre he dicho que la casualidad no existe...
Se nos viene encima el fin del mundo. Y no porque el sol se acabe en 2012, no, sino porque lo predijeron los mayas. Lo que me reconcome la mente desde hace tiempo es una pregunta: ¿Qué año 2012?; ¿El de la equivocada cronología cristiana o el de verdad?; ¿Se destruirá el mundo el 1 de enero y un poco después en la China (por aquello de ajustarse al calendario más que nada)? Una vez leí de un pueblecito que celebraba el año nuevo en verano. ¿Caerán bolas incandescentes sobre sus cabezas antes que sobre las del resto de la Humanidad? Y lo más inquietante: ¿sobrevivirán las cucarachas?
Me trae sin cuidado para cuándo predijeran los mayas el fin del mundo. En realidad, si somos escrupulosos con la Historia, el 2012 ya lo hemos pasado. Es perfectamente sabido que Jesús de Nazaret no nació en el año que hoy llamamos “cero”, sino en el “menos seis” o “menos siete”. El error se debió a un monje del siglo VI llamado Dionisio el Exiguo: sabemos a ciencia cierta que el sanguinario Herodes el Grande murió en el año 4 a.C., y los Evangelios concuerdan en que Jesús nació “en tiempo de Herodes”. Si este rey, pretendiendo acabar con Jesús, hizo matar a todos los niños de Belén de dos años para abajo (algo de lo que era perfectamente capaz), habría que retrasar el nacimiento de Cristo al referido “menos seis” o “menos siete”.
Siguiendo la misma línea de errores, la muerte de Jesús no se produjo en el año 33, sino con toda probabilidad el viernes 7 de abril del año 30. Es una simple cuestión de calendario: la crucifixión se produjo en la parasceve (la preparación de la Pascua), la víspera de la fiesta judía del 14 de Nisán que ese año era doblemente solemne por caer en sábado. Por supuesto que la coincidencia se produjo en otras fechas, pero la arriba citada es altamente probable, por no retrasarse ni alejarse peligrosamente en el tiempo.
Y si en la Navidad celebramos el nacimiento de Jesús, entonces tampoco estamos en Navidad. La fiesta del 25 de diciembre no es otra que la celebración pagana del Sol Invicto (señal de que los días comienzan a alargarse y del triunfo un año más de la luz sobre la oscuridad), debidamente cristianizada. En realidad, Jesús ni siquiera pudo nacer en invierno por la sencilla razón de que por aquél entonces se viajaba en época seca. Y eso era exactamente lo que estaban haciendo José y María. Tampoco suena convincente, desde luego, que los pastores durmiesen al raso (tal y como consta en los Evangelios) con temperaturas por debajo de cero.
Así que despreocupaos del fin del mundo y brindad con champán por el año entrante. Como me gusta decir, que lo mejor de 2009 sea para vosotros lo peor de 2010.
1 comentarios:
Genial.
Sobre los mayas lo que se dice es que hay un cambio de ciclo que no tiene porqué ser algo malo.
Más post con reflexions como estas.
Un abrazo.
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