Imaginemos no poder salir al exterior y tener que convivir cada día con el miedo. Imaginemos vivir dos años en unas pocas habitaciones sin poder ver el sol ni sentir el aire en el rostro, sin poder mirar siquiera por la ventana y debiendo guardar absoluto silencio durante horas hasta que los trabajadores de la fábrica que hay bajo nuestros pies hayan terminado su jornada laboral. Sin poder usar el baño durante esas horas, sin poder caminar calzados ni siquiera en invierno, sin poder disponer de un médico. Imaginemos, si tal cosa es posible, la claustrofobia, el hambre, la falta de ropa, la soledad, el ambiente tenso y el continuo sobresalto de los ruidos, que durante la noche se asemejan a las pisadas de los verdugos que se acercan.
De entre los libros que más me han impactado se encuentra el célebre Diario de Ana Frank, escrito en forma de cartas a una amiga imaginaria llamada Kitty. Estamos ante una niña cualquiera, con sus virtudes y defectos, y que sin embargo terminó convirtiéndose tras su muerte en el símbolo del sufrimiento del pueblo judío en el Holocausto y la voz de todos aquellos que son marginados por las razones más peregrinas. No se trata de un libro escrito con la riqueza literaria de un Cervantes, como es obvio al tratarse de una autora de entre trece y quince años, pero su infinita capacidad de transmisión lo ha convertido en el libro de no ficción más vendido por debajo de la Biblia. Sentimos la esperanza, la fe y el miedo que sintió Ana cuando escribía, de modo que la joven escondida consiguió su meta de inmortalizarse al introducirse en la mente del lector. Mientras los seres humanos sigamos discriminándonos, será de utilidad el mensaje de Ana como denuncia de lo ocurrido y aviso de lo que no debe ocurrir.
Durante la ocupación alemana de Holanda, Ana compartió sus más de dos años de escondite (del 6 de julio de 1942 al 4 de agosto de 1944) con sus padres Otto y Edith Frank y con su hermana Margot, la modélica hermana guapa e inteligente que en ocasiones desquiciaba a Ana. Con ellos se escondió también un matrimonio amigo formado por Hermann y Auguste van Pels, así como su hijo Peter (con el que Ana viviría algo parecido a un romance que ella misma cortaría) y un dentista llamado Fritz Pfeffer, quien compartiría habitación con Ana. El escondite fue un anexo del piso superior de Prinsengracht, 263, al que se accedía desplazando una estantería giratoria. En ese edificio, cuyo escondite bautizaría Ana como “la Casa de Atrás” (Het Achterhuis), Otto Frank había dirigido una fábrica de mermeladas, que por aquél entonces se llamaba “Gies & Cia.”. Cuatro miembros del personal de oficina fueron los “protectores” de los ocho escondidos, convirtiéndose en su único enlace con el mundo exterior: Victor Kugler, Johannes Kleiman, Bep Voskuijl y Miep Gies, quien aún vive y se ocupó cada día de la complicadísima tarea de la compra y de procurar a los escondidos cuanto fuese necesario. Cuatro personas, por tanto, que arriesgaron sus vidas voluntariamente y que jamás se vieron a sí mismos como héroes, sino como meros cumplidores de un deber moral.
Como escondite, la Casa de atrás es ideal; aunque hay humedad y está toda inclinada, estoy segura de que en todo Ámsterdam y quizá hasta en toda Holanda no hay otro escondite tan confortable como el que hemos instalado aquí. Sábado, 11 de julio de 1942.
El mejor ejemplo de ello creo que son nuestros propios protectores [...]. Ninguno de ellos se ha quejado jamás de la carga que representamos [...]. En lo posible ponen buena cara, nos traen flores y regalos en los días de fiesta o cuando celebramos algún cumpleaños, y están siempre a nuestra disposición. Es algo que nunca debemos olvidar: mientras otros muestran su heroísmo en la guerra o frente a los alemanes, nuestros protectores lo hacen con su buen ánimo y el cariño que nos demuestran. Viernes, 28 de enero de 1944.
Uno de los más graves errores cometidos con la figura de Ana Frank ha sido el de idealizarla, presentándola como una especie de ángel adorable (véase, por ejemplo, la película de George Stevens) víctima de la barbarie nazi. Ana no fue una santa, y desde luego tampoco fue ajena a la inestabilidad emocional propia de la adolescencia, que en su caso se tradujo en una actitud insolente con su madre. Privarla de sus errores no deja de ser una bienintencionada manipulación que, paradójicamente, oscurece al personaje al despojarle de parte de su muy humana fragilidad. Ana era una persona posesiva, incapaz de mantener la boca cerrada, que adoraba ser el centro de atención y probablemente una niña algo consentida. Pero lo que la engrandece no es que olvidemos estas carencias personales, sino el que ella misma tomase conciencia de ellas y tratase de superarlas, tal y como se observa en las entradas de 1944. De niña mimada, respondona y cruel con su madre a una persona infinitamente más sabia y reflexiva, hasta el punto de desligar su ahora complejo yo interior de la imagen despreocupada que proyecta. El Diario, libro ideal para jóvenes y adolescentes, muestra el abandono de la niñez y la llegada de una precipitada madurez a consecuencia de las opresivas circunstancias en las que vivió la joven autora. No es una obra que cuente los hechos a posteriori, sino que está escrita a medida en que se producían los acontecimientos, de modo que todo el texto se reviste de una autenticidad “en directo” que emociona y engancha al lector. Deseosa de convertirse en periodista y publicar sus vivencias tras la guerra en un libro que se llamaría “La Casa de Atrás”, Ana nos hace partícipes de sus reflexiones sobre lo divino y lo humano, de su fe en la Humanidad, de su sentido del humor, de sus ideas sobre el amor y el sexo, de su sensacional capacidad para describir personas y situaciones, de su magistral, cómico y despiadado dominio de la ironía y de sus comprensibles momentos de flaqueza:
Nos veo a los ocho y a la Casa de atrás, como si fuéramos un trozo de cielo azul, rodeado de nubes de lluvia negras, muy negras. La isla redonda en la que nos encontramos aún es segura, pero las nubes se van acercando, y el anillo que nos separa del peligro inminente se cierra cada vez más. Ya estamos tan rodeados de peligros y de oscuridad, que la desesperación por buscar una escapatoria nos hace tropezar unos con otros. Miramos todos hacia abajo, donde la gente está peleándose entre sí, miramos todos hacia arriba, donde todo está en calma y es hermoso, y entretanto estamos aislados por esa masa oscura, que nos impide ir hacia abajo o hacia arriba, pero que se halla frente a nosotros como un muro infranqueable, que quiere aplastarnos, pero que aún no lo logra. Noche del lunes, 8 de noviembre de 1943.
El 1 de agosto de 1944 Ana plasmaba en su diario la reflexión de que, aunque alberguemos a la bondad en nuestro interior, es el mundo que hemos creado el que no nos deja ser realmente buenos. Cuando el lector vuelva la página para seguir leyendo la encontrará en blanco y sentirá un nudo en la garganta. Es la última entrada. El círculo oscuro se había cerrado para los ocho escondidos el 4 de agosto. Un denunciante anónimo los había delatado, iniciándose así el largo calvario de los campos de concentración. Miep recogería los papeles de Ana del escondite, salvando así al Diario y a los Cuentos (la mayoría de estos últimos de corte autobiográfico). Como la historia ha quedado interrumpida, el lector buscará el desenlace por sus propios medios... y probablemente lamentará haberlo hecho. De los ocho escondidos, sólo Otto Frank sobrevivió. Después de pasar por Westerbork y Auschwitz, el final de Ana en Bergen-Belsen fue, al menos en mi opinión, infinitamente más agónico y cruel que el de tantas miles de víctimas inocentes que experimentaron la relativa rapidez de una muerte en las cámaras de gas.
Ana nunca pudo escribir su libro, pero su padre cumplió en lo que pudo su voluntad publicando el Diario con el título de “Het Achterhuis” (que con el tiempo se ha visto lamentablemente sustituido por el más simple de “Diario de Ana Frank”) y dedicando su vida a difundirlo. Hay libros que deberían ser gratis, por mucho que les pese a los defensores de sus asesinos, quienes se han esforzado ridículamente en defender la “falsedad” del texto, cuya autenticidad está más que demostrada. Algo huele mal cuando se busca desacreditar un libro que defiende la bondad entre las personas por encima de meros conceptos como los de raza o religión.
El mejor complemento del Diario son los antes referidos Cuentos (mi favorito es “Blurry, el que quiso ver el mundo”, traducido a veces al castellano como “Blurry, el explorador”), de menor interés aunque dotados de algunas reflexiones interesantes. Muy valiosos son los libros de las personas que conocieron a la propia Ana: así encontramos los testimonios de la mismísima Miep Gies (“Mis recuerdos de Ana Frank”, escrito por Alison Leslie Gold) y de sus amigas de colegio Jacqueline van Maarsen (“Me llamo Ana, dijo Ana Frank”) y Hanneli Goslar (“Mi amiga Ana Frank”, escrito por Alison Leslie Gold). A ellos habría que añadir la documentadísima biografía de Carol Ann Lee y (aunque no la he leido) la de Melissa Müller.
A medida que avanzaba la posguerra, la difusión del Diario conseguía convertir a la joven escritora en el símbolo que hoy representa. No es extraña la rápida propagación del texto, pues el autorretrato de Ana es tan completo que es difícil, si no imposible, no encontrar nada en ella con lo que podamos identificarnos. La obra de teatro “El diario de Ana Frank” dio paso a la película de Stevens, que si bien es un clásico no resulta satisfactoria desde el punto de vista de la recreación de los hechos y personajes, a lo que tampoco contribuye Millie Perkins, casi infumable en el papel de Ana. Mucho mejor fue la miniserie “La historia de Ana Frank” de 2001, con una extraordinaria Hannah Taylor Gordon en el papel protagonista y Ben Kingsley como Otto Frank. Uno de los grandes méritos de esta película es el de recrear con considerable rigor histórico lo sucedido en los campos de concentración tras el arresto, lo que obliga al espectador a pasar el trago de ver el deterioro físico de Ana en Bergen-Belsen, donde la vemos desnuda y envuelta en una manta tras desprenderse de sus ropas, llenas de piojos, tal y como ocurrió realmente. Este mismo año ha aparecido la estimable serie de la BBC “The diary of Anne Frank”, aún no distribuída en España y que aporta una extraordinaria reconstrucción del escondite y un valiente retrato de los personajes: Ana no aparece como un ser perfecto, sino como alguien lleno de claroscuros y muchas veces difícil de soportar, mientras que por fin se profundiza en la mente de Margot, a la que por una vez no vemos como poco más que una figurante. Muy de destacar es el acertado retrato de Pfeffer, lejos del imbécil que Ana describió en su diario, donde le llamaba “señor Dussel”, que significa precisamente algo así como “idiota”. Para el próximo año está previsto el rodaje de otra película dirigida por David Mamet que llevará el ya poco original título de “El diario de Ana Frank”. Al margen del cine, a todo ello habría que añadir el justamente oscarizado documental “Anne Frank remembered” de Jon Blair, con interesantísimas entrevistas a quienes conocieron a los Frank y la aportación de datos novedosos.
Algún día tengo que ir a Ámsterdam y entrar en “la Casa de Atrás”. Poco me importa el que se trate tan sólo de unas habitaciones sin el menor atractivo visual. Fue el escenario real de una de las historias que más me han conmovido, hasta el punto de leer el diario cada año. Allí vivió ella, una persona que a fuerza de sincerarse ante el papel, termina siéndonos conocida y querida. Miep lleva razón cuando dice que “una persona vale más que un libro”. Es inevitable el desear que la historia hubiese terminado de otra manera, pese a que ello implicase que el mundo se hubiese perdido el Diario de Ana. Lo que sí tengo claro es que, sin saberlo, Ana cumplió su deseo de escribir algo grande y ser de utilidad a las personas. Hoy vuela libre, sin perseguidores ni escondites que la detengan.
No quiero haber vivido para nada, como la mayoría de las personas. Quiero ser de utilidad y alegría para los que viven a mi alrededor, aun sin conocerme. ¡Quiero seguir viviendo, aun después de muerta! Y por eso le agradezco tanto a Dios que me haya dado desde que nací la oportunidad de instruirme y de escribir, o sea, de expresar todo lo que llevo dentro de mí. Miércoles, 5 de abril de 1944.
1 comentarios:
Un "autocomentario" para apuntar varias cosas, todas relacionadas con el cine.
La serie de la BBC a la que hacía referencia cuando escribí esta entrada acaba de editarse por fin en castellano. Yo pude verla en inglés este verano y vale bastante la pena. Además, para aquellos que no tengan por casa un ejemplar del "Diario" existe una de esas "ediciones coleccionista" que incluye el libro a un precio interesante.
Por otra parte, he leido rumores de que Disney ha cancelado la película de Mamet, que por lo visto no iba a tratar demasiado sobre la historia de Ana Frank, pese al título. De todas formas hace poco que se ha filmado una nueva película (italiana) dirigida por Alberto Negrín y basada en los recuerdos de Lies Goslar.
Para terminar, acaba de reeditarse en DVD el estupendo documental "Anne Frank remembered", oscarizado en 1996.
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